Veintinueve
29
"Grace, contéstame el teléfono. Necesito hablar contigo"
"Por lo que más quieras, coge el teléfono"
"Sé lo que hizo Annie"
Al tercer mensaje, apagué mi celular y lo aventé por algún lugar de mi habitación. Mi llanto no cesó en días, en donde estuve prácticamente en mi habitación, encerrada y acostada entre las penumbras del ambiente, rumiando mis pensamientos y, lamentando todo lo que hice en mi vida durante los nueve meses que habían pasado.
No había noche en donde no recordara cada palabra que Annie mencionó semanas atrás. Tampoco podía sacar de mi mente, los ojos de Julia cuando me miró por última vez; ojos llenos de lágrimas y su convicción impresa en ellos al momento de cruzar la puerta y dejarme sola. La extrañaba, pese a todas las discusiones que tuvimos; yo, aún la quería.
Mi tía accedió a quedarse conmigo en cuanto me vio devastada y envuelta en una nube gris que, amenazaba en repercutir en Kate. Pensé en ella, lógicamente, pero ya era tarde. La tristeza y amargura que se arraigaba en mi anatomía, había alcanzado también, a la pequeña en mi interior.
—Tienes que comer. —Me decía mi tía. Negué entre lágrimas. —Vamos cariño, Kate lo necesita. —Suplicaba la mujer. Me acercaba la cuchara a la boca y yo, no hacía más que romper en llanto.
—Acabo de arruinar mi vida y la de Kate. —Gimoteé. Me lancé, por quinta vez, a los brazos de mi tía quien, como siempre, no tuvo problema en recibirme y consolarme a través de caricias y susurros.
Fue así como sentí los días pasar, lentos y cada vez más dolorosos ante la reciente ausencia de Julia.
Vincent me visitaba todos los días durante la tarde y, algunas veces por la mañana. Mi ánimo solía elevarse tras su compañía y la de mi tía. Logré un día, con bastante esfuerzo, ponerme en pie y dar pasos hacia la cocina donde sabía se encontraría mi tía. Quería su compañía y algo de comer. Pero fue grande mi sorpresa cuando vi al rumano sentado en una de las sillas frente a la mujer a quien buscaba.
Fruncí el ceño y comencé a llorar. Nuevamente.
—Y-yo...Los dejaré solos. —Dijo mi tía. Iba a hablar y pedirle que no se fuera. Pero ella ya había cruzado la puerta.
El rumano me miró atento; sus ojos dictaban mucho al respecto. Una mezcla de tristeza e impotencia quizás, al no saber cómo cesar mi llanto o cómo resolver el problema en el que ambos nos veíamos involucrados.
—Grace... —Murmuró. Me mordí el labio y le miré con unas inmensas ganas de correr a sus brazos y agazaparme en ellos. Más no lo hice. Julia aparecía en mi mente y ello, me impedía correr a él.
—¿Qué quieres? —Pregunté con frialdad. Sebastian parpadeó abrumado. Dio un suspiro y rascó tras su oreja, incómodo. —Demoraste en llegar...
—Lo sé. —Suspiró. —Estaba en Londres cuando sucedió todo... —Explicó. Rodeé los ojos. —Debí estar contigo, Grace. Debí volver antes.
—Que idiota. —Mascullé, agria. —¡Me has confundido con Annie! —Chillé.
—¡Nunca lo quise hacer!
—¡Pero lo hiciste! —Repliqué. —¡Me has confundido con ella! ¿Acaso no pensaste antes de hablar? ¿no pensaste en las consecuencias? —Sebastian miró el suelo, avergonzado. —Arruiné todo. —Lloriqueé. —Nunca debí aceptar el trato. Y de haberlo hecho, nunca debí...
—¿Te arrepientes ahora? —Inquirió rápidamente, robándome toda palabra de mi boca. Parpadeé incómoda y con un hueco comenzando a originarse en mi pecho. Doloroso y cada vez más hondo. Era como si un elemento de gran dimensión se encajara en el área, dañando tejidos y órganos internos. Me estaba desangrando en vida. Estaba desangrando vil mente mi alma.
—Será mejor que te vayas. —Le dije.
—No. —Sentenció el rumano. Con agilidad se acercó hasta a mí, tomó de mis manos y me atrajo a él. Mi panza nos separaba unos centímetros, pero ello, no le impidió a Sebastian rodear mi cuerpo con sus brazos.
—¡Aléjate de mí! —Chillé. —¡Deseé que llegaras antes, que cruzaras la puerta y me sacaras de allí! —Lloriqueé cuan niña pequeña me sentía en ese momento. —Annie me hirió, Sebastian. Sus palabras me lastimaron, me hundieron, me denigraron. —Gimoteé. Forcejeé en su contra; posé mis manos en su pecho e intenté alejarlo de mí. Pero no logré moverlo. Él seguía cubriendo mi cuerpo. —¡Y tú no llegaste nunca!
—¡No podía! —Se defendió. —Lo intenté. Intenté volver lo antes posible, incluso antes de haber hablado con ella. Lo intenté, lo juro. —Gimió. Removió su cabeza y escondió su rostro en mi cuello. Fue cuando sentí caer sus lágrimas en mi piel y ello, estrujó mi corazón. —Pero no pude, Grace. Yo...no pude rescatarte. —Lloriqueó.
Lloramos como niños pequeños. Abrazados ante un sinfín de sensaciones que recorrían nuestras anatomías débiles por tanta desgracia. Era el comienzo de un nuevo cambio en nuestras vidas, y no sólo la de nosotros, la de Kate también se incluía pues, el hecho de que Annie supiera toda la verdad, cambiaba su visión con respecto a la pequeña que tendría que cuidar por el resto de su vida junto al hombre que cometió infidelidad con una muchacha que decía ser lesbiana.
Yo, en cambio, no veía más que una manta oscura sobre mí. Podía ver lo que me esperaba en el futuro; una vida en solitario, triste y sin la compañía de la mujer a quien tanto le brindé devoción.
Definitivamente, se venían días oscuros para mí.
Tomé una bocanada de aire y, separándome del rumano, suspiré con pesadez. Aún sollozando. Sebastian secó sus lágrimas y como pudo, esbozó una sonrisa. Bastante débil. No se la respondí.
—Faltan tres semanas para que reciban a Kate. —Le informé. —Espero que ambos estén allí para recibir a su hija...
—Grace yo...
—Necesito que estén allí. —Reiteré. —Una vez nazca, pediré que me trasladen a otro lugar. No quiero verla, ni tampoco a ustedes.
Sabastian negó rápidamente.
—Grace, te tengo que decir algo. —Murmuró.
—No quiero saberlo. —Mascullé. —No te quiero ver más. —Caminé hasta la puerta de mi hogar, con Sebastian pisando mis talones. —Tres semanas... no lo olvides.
—Pero Grace... —Volvió a insistir. Le ignoré. Seguí caminando, al menos hasta que optó por tomar mis brazos y detener mi andar. Mi anatomía y la suya quedaron frente a frente, demasiado como para la situación tensa en la que nos encontrábamos. Mi nariz logró rozar con la suya y mi piel pudo sentir su aliento cálido y refrescante. Evité mirarles a los ojos; sabía que, si lo hacía, me vería envuelta en la belleza característica de ambas canicas azuladas. Desvié mi mirada tras él, mirando la nada.
—¿Me podría soltar? —Pedí.
—Te amo, Grace. —Su voz se quebró. Cerré los ojos y gemí. Iba a llorar, nuevamente. —Te amo...
—No sabes lo que dices. —Mi voz salió despacio y débil.
—Sé lo que digo. —Insistió. —Porque sé lo que siento. Es algo distinto e indescriptible; nunca lo sentí con nadie más. Mi corazón corre desbocado, como una pura sangre en un hipódromo, quizás más rápido. Y duele. Pero, pese al dolor que provoca en mi pecho, no puedo dejar de sentir paz cuando te veo o escucho hablar. —Suspiró, cabizbajo.
Fue allí cuando mis ojos desviaron su atención y se centraron en los suyos. Azules como el océano o como las aguas cristalinas en un amanecer soleado. Me podía perder horas en ellos y para mí serían segundos navegando en su interior, siendo guiada por el oleaje perteneciente a su alma, a su corazón, a su esencia.
Me armé de valor y me alejé de él. Fruncí el ceño.
—¿Y qué cambiaría, uhm? —Cuestioné. —Un "te amo" no cambia nada, Sebastian. Absolutamente nada.
—Nuestras vidas. —Respondió, seguro de ello. —Cambiaría nuestras vidas, Grace. —Dijo, con convicción. —Y la de Kate.
—La vida de Kate iba bien encaminada, Sebastian. —Repliqué. —Tendría una mamá y un papá que se amarían, una familia bien constituida con seres que la quisieran y amaran como si hubiese sido concebida naturalmente. —Hablé entre dientes. —Iba a tener lo único que pedía para Kate. Una familia.
El rumano negó rápidamente.
—Grace, te tengo que decir algo...
—No me interesa. —Espeté. —El daño ya está hecho, Sebastian. Ahora, si no te importa, ¿puedes retirarte?
—Grace, escúchame...
—¡No quiero! —Gruñí. —¡Vete de una buena vez y déjame en paz!
Abrí la puerta y le indiqué la salida. Le miré desafiante, esperando a que él decidiera irse. Más Sebastian prefirió quedarse unos segundos más, observándome. Quizás, con la esperanza de escuchar a último momento un "quédate conmigo". Pero no iba a hacer aquello. No estaba en condiciones de recibir a alguien más en mi vida. Quería estar sola, esperar a que la niña naciera y comenzar mi vida desde cero, con una historia nueva, lejos de todo lo que implicó ser un vientre de alquiler.
Respiré profundo, tratando de no perder la calma. Después de todo, Kate estaba recibiendo todo mi estrés. Miré al rumano, insistente. Éste, frunció sus labios y asintió cortamente.
—Nos vemos en tres semanas más. —Dijo, con voz dura. Le vi alejarse hasta su auto. Encendió el motor y sin esperar tiempo, aceleró, causando un ruido agudo y ensordecedor.
Asumí que era el fin de nuestro vínculo. Y al asumirlo, volví a llorar con desconsuelo. Me tumbé en el diván y lloriqueé tanto como lo hice los días anteriores después del altercado con Annie y la ida de Julia de mi vida. No me importó hacer ruido con mi llanto, no me importó gritar, tampoco me importó asustar a los vecinos. No sentí vergüenza al expresar mi tristeza de aquella forma.
Lo único que sentí y, que logró de alguna forma, apaciguar mi llanto, fueron los brazos protectores de mi tía quien, como siempre, corría para poder brindarme consuelo.
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