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Veinticuatro

24


Desperté con un único propósito en mente, y este consistía en ir al cementerio general de la ciudad. Sin embargo, mi plan se vio arruinado por la llamada del rumano, anunciando que estaba llegando a mi casa. Respiré hondo, mentalizándome para tenerlo en mi hogar por las siguientes horas.

Su anatomía cruzó la puerta y, como si fuese algún tipo de condicionamiento, la bebé en mis entrañas se movió con vigor, causando un leve dolor en mi bajo vientre. Sonreí para camuflar el malestar mientras lo invitaba a la cocina para servirnos algo.

—¿Ibas a algún lugar? —Inquirió.

—Al cementerio.

—Supe que tu madre ha muerto. —Murmuró cauto. —¿Q-quieres ir a verla?

—La vi hace dos días. —Sonreí. —Iba a ver a otra persona. —Tomé los cubiertos y los deposité en la mesa en conjunto con las tazas.

—Entiendo. —Suspiró. —¿Quieres ir a ver a esa persona?

—Iré otro día. —Afirmé. —¿Café o té?

—Té. —Dijo. Sus dedos tamborileaban inquietos sobre la superficie de la mesa, y sus ojos, no dejaban de seguir mi movimiento alrededor de la habitación. —Te ves radiante. —Loó. —Y no lo digo por que hayamos tenido alg...

—Gracias. —Le interrumpí. Sonreí y me senté frente a él. Sebastian parpadeó perplejo; tomó su bolsa de té y la depositó en la taza con el agua ya hervida.

El silencio se volvió molesto entre los dos con el pasar de los minutos. No podía mirarlo a los ojos sin sentir aquella inexplicable sensación en mi anatomía, en conjunto con los movimientos de la pequeña que, al parecer sabía que estaba su padre presente en esos momentos. Me mordí el labio, impaciente y un tanto ansiosa. Mi corazón latía rápido, él no se podía hacer una idea de aquello. Era molesto, adormilaba mis piernas y sentidos cognitivos.

—Uhm, te tenía una invitación. —Anunció cohibido. —No sé si quieras aceptar. —Soltó una risita ligera.

—¿De qué se trata? —Indagué.

—Bueno, en realidad no es una invitación. —Se retractó entre risas. —Quiero que tú me ayudes a decorar la habitación de Kate.

—¿K-kate? —Cuestioné atónita. No sabía si por el favor o el nombre mencionado.

—Es el nombre que hemos elegido. —Sonrió el rumano. Observé a Sebastian, esperando que el nombre fuese solo algo temporal. No tenía forma de saberlo, tampoco se lo iba a sugerir. No podía inmiscuirme en las decisiones con respecto a la bebé. Me mantuve al margen en cuanto a cuestionar todo lo referido con nombres. Más no con la decoración. Quería que la niña, tuviese al menos, un indicio de mi presencia en su habitación.

—Te ayudaré con la decoración. —Acepté.

—Fantástico. —Sonrió Sebastian ampliamente. Se levantó del asiento y retiró su taza de la mesa. —Vamos. —Me invitó.

—¿A-ahora? —Titubeé.

—Ahora. —Afirmó el rumano.

Me levanté de la silla y, poco convencida, salí tras él en dirección a su auto. Una vez dentro, volvimos a permanecer en silencio. En el mismo silencio molesto. Stan decidió poner música y tapar aquel ambiente con baladas lentas.

El auto se detuvo en un semáforo en rojo, y ello le dio la oportunidad y la motivación para ser él quien rompiera el silencio.

—¿Era importante? —Preguntó. Alcé una ceja, sin saber a qué se refería. —La persona a la que ibas a ver al cementerio.

—Si. —Asentí. —Fue una de las mujeres que me enseñó lo que era la vida. —Dije, sin quitar la vista del cristal a mi lado. El auto avanzó, pero ello no impidió que Sebastian cesara sus preguntas.

—¿Y qué le pasó?

—Le dio bronconeumonía. —Suspiré. —Una muerte natural, después de todo. Pero dolorosa para quienes la amaban.

El resto del viaje nos mantuvimos en silencio. Agradecí que Sebastian sólo se dedicara a escuchar el sinfín de temas reproducidos por la tecnología de su automóvil. Yo, en cambio, no disfruté ninguna. Iba sumida en mis pensamientos y lo que significaba tener a Sebastian a mi lado. Un completo peligro para mi relación con Julia y, mi corazón confundido.

Bajé del auto. En la entrada Lidia nos esperaba con una sonrisa en su rostro. Me besó la mejilla y posó su mano en mi vientre en cuanto tuvo oportunidad. La pequeña no se hizo presente, dejando a la mujer completamente decepcionada.

Respiré hondo cuando posé uno de mis pies sobre el escalón de la escalera, observé el segundo piso y me estremecí tras recrear la forma desesperada con la que subimos la escalera aquel día que hicimos el amor. Subir hasta el segundo piso significaba recrear todo lo que conllevó ese día. Sus caricias, sus besos, y la forma en la que me trataba. Estaba cavando mi tumba al aceptar la participación decorativa de la habitación de su hija. Pero ello no lo había visto hasta que mis pies comenzaron a subir hasta el segundo piso.

Caminé por el pasillo y divisé su habitación. Mi corazón golpeteó con fuerza en mi pecho, obligándome a no mirar y seguir caminando al lado del rumano quien, parecía no ser invadido por los recuerdos.

—Es poco lo que llevamos. —Me dijo de repente. —Pero quizás tengas algunas ideas para decorar. —Sonrió, tomó el pómulo de la puerta y la abrió, dejando al descubierto la habitación designada para la pequeña Kate.

—Es bastante amplia. —Comenté. —¿No encontraste otra habitación más grande? —Alcé una ceja, y Sebastian carcajeó. —Es enserio, aquí pueden instalar tres cunas más.

—Bueno, en ese caso, lamento que no hayan sido trillizos. —Esbozó una sonrisa. Más yo negué repetidas veces, ocasionando una carcajada estruendosa por su parte.

—Estás loco. —Murmuré. Caminé alrededor de la habitación, observando los juguetes que Sebastian me mostró hace tiempo atrás. Todos puesto sobre una repisa de madera. Observé la cuna; grande, blanca y elegante, con un carrusel musical sobre ella para entretener a la pequeña.

Las paredes estaban siendo pintadas de un color crema y decorada con diseños infantiles. Sonreí tras ver el esfuerzo que ambos estaban poniendo en aquello. Realmente estaban entusiasmado por tener a Kate con ellos.

Tomé la almohada de la cuna y la acerqué a mi pecho. La abracé y aspiré su aroma a nuevo. Allí posaría su cabeza, descansaría, lloraría, balbucearía y todo ello lo vería Annie y Sebastian. La dejé en su lugar y observé al rumano, quien permanecía de pie a mi lado con una sonrisa en sus labios carmesíes.

—Están haciendo un buen trabajo, Sebastian. —Felicité. —Pero, no entiendo en qué te puedo ayudar. —Musité. — Quizás pueda dibujar algunas flores con tinta, en ese rincón. —Indiqué con mi dedo índice un espacio en blanco en la esquina de la habitación. —Un oso, o algún otro animal.

—Me gusta tu compañía. —Dijo sin más. Abrí los ojos ante la sorpresa de escuchar sus palabras sin pensar.

—¿Qué? —Reí nerviosa.

—Me gusta tu compañía, Grace. —Repitió. —Es agradable conversar con quien no piensa siempre en temas triviales. Con quien te puedas reír o conversar sobre cualquier cosa. Por muy estúpido que sea. —Suspiró. —Me gusta estar contigo, Grace Adams. Es algo extraño.

—Es extraño, Sebastian. —Mascullé. —Mencionando el hecho de haber tenido sexo por segunda vez.

—Creí que no querías hablar sobre el tema.

—No, no quiero. A decir verdad. —Espeté.

—¿No te gustó?

—No creo que debamos hablar sobre ello. —Repuse.

—Tú has tocado el tema. —Soltó una risita divertida. Se acercó a mí y posó sus manos sobre el borde de la cuna, acorraladome entre ella y su anatomía. Mi vientre pronunciado fue lo que impidió que se acercara más. —Creo que te debo una disculpa. —Murmuró. —Me dejé llevar. Sé que amas a Julia, y debo disculparme por todo lo que están pasando ambas.

Sus ojos recorrieron mis facciones, se mordió el labio para luego relamerlo. El juego de miradas duró unos minutos tanto como el acercamiento que realizó su boca hasta la mía. Pude sentir el ligero rose de sus labios contra los mío y, deseé en mi fuero interno que me besara nuevamente.

Hasta que los pasos de Lidia se escucharon subir por las escaleras. El rumano se separó paulatinamente de mi lado, dejándome con la respiración entrecortada y con el corazón mucho más acelerado que otras veces.

Lidia llegó anunciando que la cena estaba lista pero me negué a participar de ello. Me despedí de ambos y sin prestar atención a las palabras del rumano, me alejé de su hogar. No me importaba llegar tarde a mi casa. Necesitaba estar lejos de él y pensar en lo que estaba sucediendo. 

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