Treinta y uno
31
Vincent y mi tía me miraban. Les miré y fruncí el ceño. Más no dije nada. Me seguí moviendo alrededor de la habitación en busca de mis pertenencias.
Era hora de abandonar el hospital y, por ende, una historia confinada entre las paredes de la habitación. Palabras y llantos que muchas veces realicé durante la noche, entre los quejidos de las demás madres y la oscuridad de la habitación. Me sentía agobiada y completamente desorientada con respecto al nuevo rumbo que tomaría mi vida ahora que Kate y Sebastian abandonarían mi vida.
La última vez que vi a Sebastian fue un suceso que dolió realizar; decir que no quería formar una familia con él terminó por destruir toda ilusión de su parte, y yo, pude sentir los pedazos de su corazón romperse como un cristal cualquiera. Sus ojos se apagaron, y su alma que muchas veces vi reflejada como algo resplandeciente, se opacó. Meció a la niña entre sus brazos y logró a duras penas, esbozar una sonrisa.
Había entendido mi postura; entendía que no era fácil para mí dar vuelta la página. Aún me lastimaba la pérdida de Julia. Me dolía recordar la manera en la que todo terminó. Devastadora y de la peor forma. Nunca imaginé que nuestra relación terminaría así. Y, a decir verdad, nunca creí que nuestra relación terminaría.
Desde un principio quise hacer las cosas correctamente, quería darle lo mejor a Julia, una buena vida, una casa más grande donde pudiésemos movilizarnos, y quizás, adoptar niños para criarlos como nuestros propios hijos. Pero esos planes se vieron afectados por mis propios deseos. Anhelaba tanto hacer feliz a Julia, que nunca preví que ofrecerme como vientre de alquiler, arruinaría mi propio plan.
Sin embargo, pese a todo lo que sucedió, me sentí dichosa al experimentar la maternidad por nueve meses. Si había que rescatar algo positivo dentro de toda pelea y dilemas que tuve, era ello; el hecho de portar a Kate en mi vientre.
—¿Estás segura de lo que quieres hacer? —Preguntó Vincent. Frunció sus labios en una mueca ligera en conjunto con su frente. En su mirada pude ver la empatía que sentía por el rumano. Mi tía, se demostraba de la misma forma.
—Creo que el tema quedó claro, Vincent. —Dije. —Kate se debe ir con su padre.
—Es tan pequeña... —Gimoteó mi tía. —Y linda. No sé cómo has decidido dejarla sola. —Me recriminó. Rodeé los ojos.
—No estará sola, tía. —Exhalé con pesadez. —Sebastian estará con ella.
—¡Pero no tiene a su madre! —Replicó la mujer.
—Está Lidia. —Repuse. Mi tía negó frenéticamente.
—No es lo mismo.
—No quiero hablar del tema, ¿sí? —Pedí. Me senté en la orilla de la camilla y verifiqué que dentro de mi bolso estuviese todo. —Es el trato. En eso quedamos, Kate se iría en cuanto naciera.
—Sólo espero que no te arrepientas, Grace. —Dijo esta vez Vincent. Negó con indignación y se retiró de la pieza. Mi tía fue la siguiente, entre llantos que buscaba de alguna forma, reprimir.
Cuando el doctor entró a la habitación, me dio indicaciones que debía seguir para recuperarme del parto. Me hizo algunas preguntas y luego me dirigió hasta una oficina donde tuve que registrarme y dejar constancia de que mi estadía en el hospital había terminado.
Volví a tomar mi bolso, pero antes, me detuve y giré hacia el lado contrario a la salida. Un impulso innato me dirigía hasta el otro extremo del hospital. Caminé con las piernas temblorosas, guiada por mis pies que, por más que le diera la orden de detenerse, éstos hacían caso omiso. Seguí caminando, cruzando al otro lado del edificio entre el laberinto característico de los hospitales. Vi a una que otra persona caminar por los pasillos; un joven hospitalizado caminando hacia quizás qué lugar, una mujer junto a su cuidador, una anciana y una madre paseando con su retoño en sus brazos. Aquello me incomodó e hizo que mi estómago se apretase. Más seguí mi caminata.
—Disculpe. —Murmuré a una enfermera. —Estoy buscando la sección de neonatos...
—Siga derecho. —Me indicó con su dedo índice. —Después de estas cuatro puertas, gire a la derecha. Verá un ventanal en donde se encuentran los pequeños. —Sonrió. Asentí y le di las gracias.
Me quedé de pie en medio del pasillo, observando a la mujer irse y desaparecer de mi vista. Estaba sola en medio de dos paredes. A mí me pareció estar sola en medio de la nada, hundiéndome en mi propia existencia.
Deliberé si seguir caminando o no. Estaba a solo metros del lugar, podría sentir los llantos de los bebés, apagados por las paredes y la distancia en la que me encontraba.
Seguí mi andar, sin cuestionarme nada más. Un gran ventanal era lo que me separaba de los más de diez niños que reposaban en sus respectivas cunas. Algunos dormían, otros lloraban y otros simplemente se removían perezosos entre las mantas azules o rosas.
Busqué entre las mantas de color rosada a quien quería ver por última vez. Pero ninguna me parecía conocida. Todas eran iguales, ninguna se podía diferenciar de la otra. Kate no era igual, ella poseía una belleza única, distintiva de las demás.
—Disculpe. —Dijeron. Volteé y una muchachita me sonreía. —¿Busca a uno de los pequeños?
—No. —Me apresuré en decir. La muchacha rio suavecito. —Digo sí. Pero creo que ya no está. —Y volví a mirar entre los niños, tratando de identificar a Kate.
—Puede decirme su nombre y sabremos si está o no. —Ofreció la jovencita con voz dulce. Abrió el cuaderno que llevaba entre sus manos y me miró esperando respuesta.
—Kate. —Suspiré. —Kate Stan.
Su dedo índice viajó por el sinfín de nombres que se encontraban escritos en el cuadernillo. Dio vuelta la hoja y siguió buscando. Negó ligeramente y frunció su nariz para luego, volver a negar en respuesta.
—Lo siento. —Dijo. La tonalidad de su voz era apagada y denotaba lástima. —Pero se la acaban de llevar hace treinta minutos.
Agradecí su disposición y me largué de allí lo más rápido posible ante de romper en llanto y quedar en ridículo. Caminé por los pasillos, tratando de recordar el recorrido que di entre el laberinto interminable y agobiador.
Finalmente, di con el comienzo de todo; la recepción del hospital y el bullicio de las personas hablando. Salí del recinto con mi corazón apretado y mi estómago revuelto. Cuando comencé a bajar las escaleras en dirección al estacionamiento, donde se encontraría Vincent y mi tía, escuché mi nombre y volteé de inmediato, sin siquiera pensar en quién me llamaba.
Unos escalones más arriba, se encontraba Sebastian con un bulto en sus brazos y un bolso rosado colgando de su hombro. Quise correr, y huir de su presencia y la de Kate. Pero me quedé allí, plantada en medio de la escalinata y sin saber cómo reaccionar ahora que ambos nos veíamos libres y con una vida nueva por delante.
Sebastían bajó. Se situó frente a frente, y sonrió lánguido.
—¿Cómo te sientes? —Me preguntó.
—Bien... —Asentí ligeramente. —Un poco adolorida. —Reí suave.
—Me imagino. —Rio él de vuelta. —Es extraño verte así, normal.
—De hecho, me siento extraña en este estado. —Carcajeé. Ambos lo hicimos. —Nueve meses con Kate, no fueron días tan malos después de todo. Era tranquila, y asumo que lo seguirá siendo.
—Lo es. —Afirmó el rumano. —Le gusta dormir.
—Puedo decir que eso lo ha heredado de mí. —El rumano carcajeó.
Ambos suspiramos, y nos quedamos en silencio por unos minutos para sólo mirarnos.
—Grace, yo... —Sebastian exhaló con pesadez. —Lo siento.
—No hace falta sentir nada. —Murmuré. —Las cosas ya están hechas. Ahora lo que importa, es Kate. Sé que serás un buen padre, Sebastian. Me lo has demostrado durante todos estos meses...
—Aún podemos hacer esto juntos. —Musitó. Meció a la pequeña y la apegó a su cuerpo. Kate se quejó débilmente.
Negué rápidamente. Mis ojos comenzaban a arder.
—No puedo, Sebastian. Necesito recuperarme, necesito asimilar todo lo que ha sucedido en mi vida. —El rumano suspiró. —Esto fue mucho para mí; La ida de Julia, el tener a Kate, el problema que tuve con Annie, tu confesión...Todo lo tengo que asimilar. —Le expliqué. —No estoy emocionalmente preparada para velar por su bienestar.
—Te puedo ayudar, Grace. Tan solo déjame ayudarte...
—No insistas, por favor. —Pedí. En mi garganta se comenzó a formar el nudo molesto, característico de un llanto próximo. —Necesito un tiempo. Un tiempo para ordenar mi vida. —Bajé un escalón con la intención de bajar otros e irme de su lado. Pero me detuve y volví a mirarle. —Sé que te he pedido favores en los últimos meses. Pero necesito que éste, lo puedas cumplir. — Sebastian se irguió sobre sus pies; su ceño se frunció ligeramente. —último favor, lo prometo.
—Dime.
—Si por cosas de la vida, o el destino, no la vuelvo a ver y ella, ya teniendo edad suficiente para entender y preguntar sobre su madre, quiero que le digas que fue lo más lindo que me pudo haber pasado en la vida. —Sebastian respiró profundo, miró el cielo y, rápidamente, tomando con un brazo a Kate, retiró la lágrima que se asomaba por sus ojos.
Creí que hablaría, que expondría su punto de vista e insistiría con que ambos podríamos criar a nuestra hija juntos. Pero en cambio, recibí silencio y una mirada neutra de su parte.
Tomé mi bolso con fuerzas y valentía, y me dispuse a bajar el resto de la escalinata, sin si quiera despedirme de Sebastian ni ver el rostro de Kate por última vez a Kate. Sabía que, si me acercaba a la pequeña con la intención de grabar su fisonomía, se me haría difícil irme de allí.
Sin embargo, mis intentos por salir invicta fueron nulos; en cuanto puse un pie en el cemento, fuera del hospital, un ruido único y distintivo captó de inmediato mi atención, aun cuando era capaz de percibir otros sonidos más fuertes y llamativos a mi alrededor. Este sonido, tierno y lleno de vida, logró mantenerme de pie por un tiempo prolongado y con el corazón golpeteando mi pecho desenfrenadamente. Mis lágrimas comenzaron a salir a flote cuando el llanto de Kate se intensificó e invadió mi sentido de audición en su totalidad.
Me mordí el labio, inquieta y dubitativa tras comenzar a sentir el arrepentimiento invadir mi anatomía, mezclándose con las inmensas ganas de correr hasta ella y acunarla entre mis brazos.
Más negué ligeramente. Respiré profundo y, armándome de valor, seguí mí caminar en dirección al estacionamiento, lejos de todo. Lejos de Sebastian y Kate.
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