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Trece

13


Frente al espejo observé mi anatomía reflejada. Me situé de costado con intención de ver alguna señal física de mi embarazo. Nada. Absolutamente nada. Mi abdomen seguía plano, más mis pechos habían crecido un poco más. Lancé un suspiro. Había días en donde me arrepentía haber tomado la decisión de ser la portadora de un bebé al que no iba a cuidar. Ciertamente, deshacerme de él era lo que tenía en mente una vez naciera, pero cuestionaba mi crueldad al recordar el tipo de familia que iba a tener. Hasta Julia era un poco más sensata que Annie. Ella podría ser la madre perfectamente si Annie no estuviese en medio de nosotras.

Sebastian, seguramente, iba a ser un buen padre; tenía pinta de ser alguien más dedicado y menos siútico que Annie. Confiaba en él un poco más que en su pareja, pero de igual forma, sentía pena por el crio.

Ese sentimiento se comenzó a incrementar con los días y no encontraba forma de sacarme aquellos pensamientos de mi mente. Pedí a los dioses que me perdonaran por lo que iba a hacer dentro de nueve meses, esperaba que, tuviesen misericordia y no me enviaran al infierno, si es que existía uno. Aunque, ciertamente, dentro de mi pensamiento realista, el infierno me merecía por dar a un niño que, desde el momento en el que lo concebí, era sangre de mi sangre.

—Apenas tienes dos meses y medio. No esperes ver mayor cambio físico. —Julia me observaba desde el umbral de la puerta. Le miré a través del espejo; lucía su hermoso traje de dos piezas de tonalidad azul marino. Resaltaba sus cuervas, tanto como el peinado resaltaba sus facciones finas y atractivas. —Me voy. Deséame suerte.

—Te irá excelente. Sé que sí. —Le sonreí. Caminé hasta ella y le besé. —Te ves hermosa.

Julia sonrió.

—También tú. —Murmuró, curvando sus labios en una leve sonrisa. —Avísame como te fue con la parejita feliz.

—Como digas, jefa.

Julia soltó una carcajada. Salió de la habitación y se fue a su entrevista de trabajo. Recé para que le fuese bien. No quería verla llorar nuevamente. Esta vez no me encontraba capacitada para poder levantarle el ánimo. Estaba más sensible, todo me afectaba, hasta lo más mínimo. El fracaso de Julia no haría más que hacerme llorar junto a ella y no poder ayudarle como sería lo normal.

La ecografía sería llevada a cabo durante la tarde. A las 15.OO tenía que estar en la clínica que ambos futuros padres habían pagado para mí. Sebastian me llamó durante la mañana anunciándome la hora, pidiendo que fuese puntual al momento de llegar. Eran los 13.30 y yo aún debía bañarme.

—Grace, ¿dónde estás? —Me interrogó Annie. —Son las 14.30.

—Voy llegando. —Le dije.

—¿Segura? —Inquirió. —¿No te has perdido?

—No. —Crucé la calle. Un edificio alto y elegante se encontraba frente a mí. La clínica contaba con setenta pisos, era de color blanco y en mitad de él se podía leer el nombre de la clínica. —Voy entrando.

Corté la llamada antes de que Annie siguiera hablando. Unas manos me sujetaron con fuerzas, dándome un buen susto. Un par de ojos azules me miraba con diversión, pero cambiaron de expresión cuando notó el susto que me dio.

—L-lo siento. —El rumano se disculpó una y otra vez. —Lo siento mucho.

—Idiota. —Mascullé con una mano en mi pecho. Mi corazón galopaba acelerado y un molesto calor se ramificó por toda mi anatomía. —Que susto me has dado, tonto. —Logré reír. —Espero que esto no le haya afectado a tu hijo.

—Esperemos que no. —Se rascó la nuca avergonzado. —¿Hablabas con Annie? —Asentí mientras soltaba un bufido. Sebastian rio. —Es un poco atosigante, debes tenerle paciencia.

—¿Cómo lo haces tú para tenerle paciencia? —Pregunté. El rumano se encogió de hombros y presionó el boto que llamaría al ascensor. —Cinco años a su lado, Grace. Sé cómo manejarla.

—¿Cinco años? —Parpadeé sorprendida. No por los años juntos, sino por la paciencia que tenía el rumano en soportar al tipo de mujer que tenía al lado. —Son muchos días.

—La verdad es que sí. —Carcajeó. El ascensor abrió sus puertas e ingresamos. Presionó el botón que llevaba el número diez. —Y tú, ¿cuantos años llevas con Julia?

—nueve años.

—¿Nueve años? —Vociferó desconcertado. —¿Nueve años junto a ella? ¿Desde cuándo? ¿Desde que estaban en el colegio?

—Ha decir verdad, desde mucho antes. —Confesé. —Cuando teníamos trece años nos dimos el primer beso. Pero nunca nos insinuamos nada. Fue como un experimento o algo así. —Sebastian seguí parpadeando atónito. —A los dieciséis comenzamos a salir y, a los diecisiete comenzamos a ser pareja. —Sonreí. Más Sebastian seguía sin reaccionar. — Vale, no es para tanto. Cambia esa cara.

—Son nueve años. —Murmuró. —Se aman...

—¿Acaso no se nota? —Alcé una ceja. —Lo que hice por ti, lo hice pensando en ella. No tenía trabajo, no conseguíamos nada. Ni yo lograba conseguir nada. Cuando llegó Vincent y me dijo que tenía algo que quizás me gustaría, no dudé en aceptar. Todo por Julia. Cuando ustedes me comentaron en qué consistía el trabajo, pensé en ella. Siempre hago las cosas pensando en ella.

—Eres buena, Grace. —Sonrió apacible. —Siempre piensas en los demás y no en ti.

—Bueno. —Suspiré. —Me parezco a Annie, ¿o no? —Sonreí con ironía.

Sebastian no dijo nada. Permaneció en silencio durante los siguientes pisos que nos quedaban por recorrer. Las puertas del ascensor se abrieron y Annie apareció como si supiese que allí estábamos nosotros. Me tomó de la mano y me jaló a su lado sin siquiera saludarme. Recorrió un pasillo largo y bastante iluminado. Las cerámicas que decoraban las paredes eran blancas, perfectamente limpias. Grandes ventanales le decoraban, dejando ver los edificios continuos.

Las personas nos miraban extraño. La velocidad en la que Annie caminaba era rápida y a mi parecer molesta. Daba pasos firmes, haciendo resonar sus tacos en todo el pasillo. Finalmente llegamos frente a una puerta de color crema. Se abrió y del interior de la habitación salió una mujer con papeles en mano. Nos sonrió y saludó amable. Una panza enorme se pronunciaba bajo su vestuario, levantando el borde de su polera gris. Tragué saliva, pasmada, sin dejar de ver a la muchacha caminar con parsimonia a través del pasillo.

—Cuando te diga a las 2.30, llegas a las 2.15. —Me reprendió Annie entre dientes, dándome un leve empujón para que entrara a la oficina. Le iba a reclamar por su brutalidad, pero un hombre se apresuró en darnos la bienvenida.

—¡Annie Parker! —El hombre extendió sus brazos a cada lado y se acercó a la mujer para poder abrazarle. —¡Sebastian Stan! ¡Pero que sorpresa! —Exclamó dichoso. Me dio un leve vistazo, de pie a cabeza y asintió. —A sí que esta es la muchacha elegida. —Rio. —Un gusto, soy Patrick Jones. El medico de confianza de esta parejita. —Me estrechó su mano. Le observé detenidamente. No contaba con más de sesenta años. Su cabello era grisáceo, al igual que el bigote que decoraba bajo su nariz. Utilizaba una bata blanca y en su cuello un estetoscopio colgaba. El sujeto irradiaba dulzura, tanto como lo irradió Annie en su momento. Supuse que su esencia dulce y bondadosa era una fachada para que yo pudiera confiar en él.

Annie carraspeó su garganta, inquieta.

—Grace. —Le respondí, estrechando mi mano contra la de él. Era suave y fina. En su piel se podían presenciar pequeñas manchas las cuales, me recordaron a las que tenía mi tía. El café de las manchas contrastaba con la blancura de su dermis.

—¿Grace...? —Alzó las cejas el doctor.

—Adams. —Contestó esta vez Annie por mí. Di un vistazo, dándole a saber que estaba molesta. Más ella, no prestó atención. —Me hacía bastante ilusión que tú la atendieras, pero no sabía si habías vuelto de Grecia.

—Volví hace un mes, más o menos. —Le respondió el sujeto. —Grace, querida, tiéndete sobre la cama y levanta tu polera. —Me ordenó con una sonrisa en sus labios.

Annie me dio un pequeño empujón, nuevamente. Me acerqué a la camilla y me senté en ella. Las paredes de la habitación estaban cubiertas por diplomas mencionando sus doctorados, haciendo énfasis en el tipo de médico que era. Uno triunfante y lleno de dinero. No me extrañaba que fuese amigos de Annie y Sebastian. Eran de la misma línea. Aristócratas manipuladores.

Me recosté sobre la camilla y observé el techo mientras Annie conversaba con el doctor Patrick. O Pat, como le decía la mujer cariñosamente. Le contaron mi historia sin siquiera hacerme partícipe a mí. Sebastian nunca dijo nada. Se quedó callado, como siempre solía hacer. Le miré y fulminé con la mirada. Éste, pareció entenderlo, por lo que evitó mirarme por el resto de la ecografía.

El médico revisó mi corazón para luego depositar el gel en mi vientre y pasar el ultrasonido. A mi lado había un monitor que emitía las señales desde el interior de mi vientre. Manchas indescifrables era lo que veía. Nada en concreto. Pero el médico, capacitado para ello, veía mucho más. Annie lloró en silencio, maravillada, invitando al rumano a ser partícipe de la misma emoción. El rumano se acercó a ella y sonrió levemente.

—¿Has estado comiendo bien? —Me preguntó el doctor.

—Perfectamente. —Le respondió Annie. Respiré profundo, tratando de que la rabia no me hiciera explotar. —Le hemos dado todo lo necesario.

—Bien, tiene que comer bastantes verduras, legumbres y carnes bajas en grasa; carne de pollo y huevos. —Indicó Patrick al mismo tiempo en el que escribía en una libreta. —Debe tomar leche todas las mañanas, y frutas. Lo más sano posible. —Finalizó, arrancando la hoja de un solo tirón para dármela.

Annie me quitó el papel de las manos y leyó detenidamente.

—Compraremos todo hoy mismo. —Le hizo entrega del papel a Sebastian, quien asintió, condicionado a lo mismo.

—Te espero el mes siguiente, Grace. —Me volvió a estrechar la mano. Le correspondí antes de que Annie me volviese a tocar. —Un gusto en conocerte.

—El gusto es mío. —Sonreí, mostrando mi dentadura en una sonrisa falsa.

Salí de la sala primero y me dirigí al ascensor antes de que Annie y Sebastian me alcanzaran. Gruñí cuando el numero marcado era el primer piso. Para cuando pasó al quinto, Annie estaba a mi lado, leyendo la lista que el doctor me había dado.

—¿Qué opinas, Grace? —Me preguntó alegre. —¿Te gustó el doctor?

—Si. Es amable. —Mascullé sin mirarla.

—Es nuestro amigo. Bueno, más para Sebastian. —Carcajeó. —Patrick es el esposo de mi hermana. Una muy buena persona. Estoy segura que hará un buen trabajo con ese niño.

Respiré profundo y conté hasta diez. Annie seguía parloteando, incluso dentro del ascensor. Sebastian le contestaba con monosílabos o con leves asentimientos, abstraído en sus pensamientos.

—¿Nos acompañas? —Me preguntó la muchacha. Abrochó su abrigo mientras se dirigía a la salida. Fuera, la lluvia caía torrencialmente.

—Paso. Hasta que cambies tu actitud conmigo. —Gruñí. —No soy cualquier cosa a quien puedes arrastras hasta una clínica elegante, ni a quien puedes humillar. Soy quien porta a tu hijo, así que, piensa lo que harás conmigo, si no quieres perder. —Le advertí.

Annie frunció el ceño, pero no dejó de sonreír.

—Descuida. —Su tono de voz era suave y delicadamente fingida. —No volverá a pasar.


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