Siete
7
Julia y Vincent tenían entendido que era un tratamiento el que me aplicaría para llevar al hijo de Sebastian en mi vientre. Julia se alegró al saber que no estaba dispuesta a tener sexo con un hombre, y yo, no me pude sentir más desgraciada al mentirle de aquella forma a mi novia. Pese a que ella me había mentido varias veces, yo no le podía devolver la mano de la misma forma.
Pasé días con el remordimiento dando vueltas por mi cabeza. Inclusive, pensé en decirle la verdad y disculparme por haberle mentido; pero sabía que ello solo me llevaría a discutir y quizás, alejar a Julia de mi lado. Y no estaba dispuesta a pasar por una ruptura otra vez.
Durante los días siguiente, deliberé qué día llamaría a Sebastian para anunciarle mi disposición a su tan anhelado sueño paternal. Aún tenía el cheque que me había dado, no lo había cobrado. Y no lo haría hasta que yo cumpliese parte del trato; Quedar embarazada. Con ello, Annie y Sebastian podían dar por hecho que había cumplido mi palabra. Hasta entonces, lo único que quería, era disfrutar de mis días libres antes de comenzar una vida totalmente alejada de todos los vicios.
—Podemos ir al bar de Bonnie. —Propuso Vincent. —Me dijo que hoy las cervezas me las daría gratis por ser su amigo. —Sonrió el muchacho, mostrando su dentadura inmaculada. Julia lanzó una risotada desde la cocina, pendiente de la conversación que llevábamos a cabo.
—No mientas, le hiciste un favor. —Le dijo Julia entre risas. —Di la verdad, Vincent. Bonnie no te va a dar cervezas gratis por que sí, y menos si nos llevas a nosotras.
—Créelo querida, no querrás saber el favor que le hice. —Respondió Vincent, con voz divertida y suave, característico de él. —¿Y qué dicen? ¿Vamos por esas cervezas?
Ambas asentimos. En sincronía.
Bonnie recibió a Vincent con un abrazo fuerte y bien apretado. Era bastante efusiva con él, casi al punto de comerle el rostro a besos. Pero se calmó cuando detrás de Vincent, nos identificó a nosotras. Bonnie era una muchacha alta y robusta. Vestía, por lo general, pantalones anchos, al igual que sus pollerones. Su cabello era corto y rubio, algunas veces azul. Esta vez había vuelto a su color natural. También había añadido uno que otro pearcing en su rostro; uno en su labio y otro en su ceja. Era intimidante, pero no lo suficiente como para correr lejos de ella. No era como Annie y su mirada semejante a un escualo; maliciosa y calculadora.
Nos saludó normal; estrechó su mano y la agitó contra las nuestras. Nos invitó a entrar al local que, por la cantidad de sujetos en la entrada, me dio a pensar que había buenas promociones de shots y cervezas artesanales.
Hormigas en busca de azúcar, pensé en cuanto vi el tumulto de gente amontonados tras la barra. Los bármanes demostraban cierta agilidad en cuanto a atender a las personas que clamaban su bebida. Pero no lo suficiente como para mantener a las personas allí. Muchas de ellas prefirieron retirarse del recinto.
Bonnie tenía nuestras cervezas listas en un puesto entre la multitud. Sonrió amable a Vincent, mientras a nosotras, nos miró despectivamente.
—Descuida, Bonnie es así. —Me dijo Vincent cuando vio mis intenciones por salir tras de ella y encararla. —Le agradarás cuando te conozca mejor.
—No pienso hablar con ella. Pero le agradezco la invitación. —Tomé de mi cerveza. —¿Tienes cigarro? Necesito relajarme.
—Como digas, futura madre. —Rio el joven. Me ofreció la cajetilla con sus cigarros intactos. Era un paquete nuevo. —Y bien, mentalmente, ¿estás preparada?
—Claro, lo he hecho un montón de veces. —Respondí. Puse un cigarro en mi boca y exhalé cuando el fuego quemó la parte inferior del tabaco. —Fumo todos los días.
—No me refería a eso. —Vincent rodó sus ojos y soltó una risita suave.
—Sé que no te referías a eso. —Le golpeé su brazo con suavidad. —Bueno, no sé. No me imagino con esa panza de cinco meses. No me imagino teniendo nauseas, antojos, y esas cosas que sienten las mujeres embarazadas. —Di una calada a mi cigarro. Tomé un sorbo de mi cerveza y contemplé a las personas bailar a nuestro alrededor. No podía imaginar mi vida sin fiestas, cervezas y cigarros. —No puedo imaginar cómo será mi vida. —Murmuré.
—Te verás linda. —Opinó Julia. Le miré extrañada. Julia no era de las que opinaba con respecto al tema. —¿Qué? —Rio. —es cierto. Las mujeres embellecen más.
—Gracias. —Sonreí fingiendo dolor. —Me acabas de llamar fea. —Julia besó mi mejilla. —Por cierto, ¿de dónde diablos has conocido a Annie y Sebastian? —Le pregunté a Vincente. Éste sacó un cigarro de su cajetilla y lo encendió. Dio un par de caladas antes de responderme.
—Un amigo. —Dijo. —Tenemos un amigo en común. Josh Campbell. No creo que lo conozcas.
—Creo que sí.
—No, no creo. —Rio. —Tus amigos son mis amigos, por lo general. Menos Josh. —Dio otra calada a su cigarro. —Lo acabo de conocer. —Mencionó con un leve coqueteo. —Trabaja para Sebastian en su empresa. Resulta que Sebastian le comentó lo que le aquejaba a Annie, mencionando que él estaba dispuesto a pagar lo que sea por tener un hijo y ver a Annie feliz. Josh me lo comentó a mí y, el resto es historia. —Contó.
—¿Te gusta Josh? —Le preguntó Julia con una sonrisa socarrona, logrando sonrojar a Vincent.
—¡Me encanta! —Exclamó eufórico. Ambas reímos estruendosas.
Supimos que Sebastian era oriundo de Rumania. Mis sospechas con respecto a su apariencia y acento habían sido resueltas esa noche, cuando estaba dispuesta a emborracharme por última vez.
Me alejé de la mesa en busca de más cerveza una vez nos habíamos bebido la de nosotros. Caminé entre la masa de gente tambaleante. Esquivé diversos golpes y empujes, hasta que llegué a la barra y solicité tres jarras con cervezas.
Esperé paciente mi turno. Intercambiando una que otra palabra con las personas que, al igual que yo, se armaban de paciencia esperando su pedido.
—Que sorpresa, Grace. —Su voz me hizo voltear de inmediato. Extrañada fruncí el ceño, pero logré sonreír, pese al montón de preguntas que seguían en mi mente con respecto a su presencia en aquel bar de mala muerte.
—Señor Sebastian. —Saludé, asintiendo ligeramente en un ademán.
—Sólo Sebastian. —Corrigió él. —No soy casado.
—Tienes pinta de serlo.
—Pero no. —Reafirmó. —Y no pienso hacerlo. Creo que no nací para eso. —Carcajeó. —¿Esperando tu turno? —Miró al barman que corría de un lado a otro en busca de lo que la gente le pedía. Asentí. —¿Y Julia?
—Con vincent. —Respondí. —¿Y Annie?
—Esperándome por allí. —Indicó un punto en específico. Pero carcajeó al captar que iba a ser imposible divisar a su novia. La cantidad de personas nos impedía obtener visión alguna. — ¿Y has decidido el día en el que llevaremos el proceso?
—De hecho, me estoy dando la última noche de gozo. —Anuncié con cierta nostalgia. —Me emborracharé y fumaré como nunca y luego, en la noche, tendré sexo con Julia. —Sonreí amplia. Sebastian parpadeó repetidas veces, más logró reír. —No es broma.
—Sé que no es broma. —Aceptó él. —Pero no creo que sea buena idea emborracharte y fumar como desquiciada. —Aconsejó.
—¡Es mi última noche como persona libre, Sebastian! —Exclamé dramáticamente. El rumano volvió a reír. Era bastante risueño. —Quiero recordar lo que se sentía ser libre antes de estar fuera de las pistas durante los próximos nueve meses. —Suspiré.
El miedo logró apoderarse de mi cuando mencioné los meses en los que debía llevar a su niño en mi vientre. Nunca había dimensionado detenidamente aquello. Nueve meses sin fiestas, en total descanso, sin exponerme a peligros que me hicieran perder al bebé. Y, es que nunca fui una persona cuidadosa, siempre iba en busca del peligro. Se me había difícil pensar en que aquella vida la debía dejar atrás por el bien de la criatura que daría origen en solo días.
—Vale, quizás tengas razón. —Me retracté. Sebastian asintió. El barman me hizo entrega de las tres cervezas. Miré la jarra y lo miré a él. —La última, lo prometo.
—Solo la última. —Aceptó el castaño. —Grace...
—Dime.
—Gracias.
—¿Por qué? —Cuestioné extrañada.
—Por ser quien llevará a mi hijo en su vientre. —Suspiró. Inclinó su rostro hasta el mío y en mi mejilla depositó un beso suave y tierno. Parpadeé perpleja en cuanto sentí aquel tacto, tan íntimo y delicado. Se separó de mí, tomó su jarrón con cerveza y se dispuso a retirarse del lugar.
—¡No le digas a Annie que estoy aquí! —Le grité. Sebastian hizo un gesto con su mano en el aire, dándome a entender que no le diría nada.
Tomé los tres jarrones y me volví al lado de Vincent y Julia.
Aquella noche fue la última que pude disfrutar como nunca. Entre risas colmadas de diversión, recordamos días que sólo nosotros como amigos habíamos vivido. Lloramos y brindamos.
Esa noche, tuve que mentalizarme para lo que venía en nuestras vidas; el cambio y las futura riñas con Julia. El proceso hasta los nueve meses iba a ser un suceso arduo, apto sólo para quienes tienen la valentía de llevar un niño ajeno y no encariñarse con él en el proceso.
Claramente, mi valentía y facultad mental, la iría descubriendo con el pasar del tiempo.
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