Quince
15
—5.30. —Me dijo Annie desde el otro lado de la llamada. El tono de voz que utilizó era suave y menos autoritaria. —Sé puntual, Grace. Por favor.
—Lo seré. —Aseguré, y sin siquiera despedirme, colgué la llamada.
Eran las diez de la mañana. Me levanté y cubrí con un albornoz mi anatomía que, de a poco comenzaba a sentir el gélido ambiente de la habitación. La lluvia caía suave, apenas se apreciaba. Había que agudizar muy bien el oído para sentirla caer sobre el techo. Me tomé el tiempo de elegir la ropa que utilizaría para el encuentro con Annie y Sebastian. Opté por algo normal, nada extraordinario.
Una vez aseada, me dirigí a la cocina en busca de algo comestible. Esa mañana había despertado con ganas de comer una ensalada de lechugas con bastante limón. No dudé en hacer lo que el crio en mi interior pedía. Después de todo, en mi recaía su nutrición y buen crecimiento.
Julia me había dejado una nota sobre la mesa y cosas para comer que ella, supuso me haría bien. Huevos y un trozo de carne de pollo. Leí la nota y sonreí. Julia estaba feliz. Había conseguido el trabajo en una escuela que quedaba a una hora de nuestro hogar. Al fin, después de meses, podía ejercer su profesión como siempre anheló y ello, me hacía completamente feliz.
Pasado las horas, decidí salir y reunirme más temprano con quienes me esperaban en la clínica. Quería evitar los malos momentos. Y más con Annie, quien al parecer se esforzaba por no perder los estribos.
La lluvia causaba grandes estragos cada vez que se desataba con fuerzas. Las calles del New York se veían repletas de autos y persona, todos con un único propósito: Llegar a tiempo al lugar que cada uno tenía destinado visitar. Tuve cuidado al cruzar la calle, y ello me robó gran parte de mi tiempo. Annie no dudó en llamarme para saber si iba en camino.
—Voy subiendo el ascensor. —Le respondí con voz queda. Suspiré, esperando que Annie me reclamara o algo por el estilo. Pero me cortó la llamada, tal como yo lo hacía con ella. Un calor molesto recorrió mi anatomía, algo propio de la rabia que, paulatinamente se ramificaba por todo mi cuerpo.
Respiré profundo y, supuse que así se sentía la mujer cada vez que yo le cortaba las llamadas.
Patrick nos recibió con la misma alegría que la primera vez. Me indicó lo mismo; que me recostara sobre la cama y subiera mi camiseta; revisó mi corazón, mi temperatura y luego, puso el gel en mi vientre levemente pronunciado. Annie se acercó, esta vez, atraída por un sonido rápido y repetitivo.
—S-su c-corazón. —Farfulló totalmente perpleja. El ambiente fue cubierto por un silencio que, no demoró en dar génesis a diversas emociones en nuestro interior. Sin si quiera poder formular expresión alguna, patidifusos, escuchábamos el repetitivo y rítmico latir del corazón de quien se desarrollaba en mis entrañas.
Era rápido y claro. Se me hacía imposible creer que aquello era su corazón. ¿Cómo es que podía latir tan rápido si él era tan pequeño? Un sinfín de preguntas se alojaron en mi mente, como así también, la sensación y emoción de tenerlo en mi interior y percibir su corazón bombear vigorosamente. Mis ojos comenzaron a picar, mis manos a sudar, y un calor molesto recorrió mis extremidades. Respiré profundo y traté de relajarme. Más no pude. Mis ojos derramaron aquella lágrima que busqué reprimir en cuanto escuché su corazón latir.
—Es hermoso. —Sonrió Sebastian, totalmente embelesado observando el monitor a mi lado. Patrick nos indicó cual era el pequeño. Esta vez pude ver su figura humana.
—¿Te has sentido bien estos meses? —Me preguntó el doctor. Se sentó tras su escritorio, tomó su lápiz y comenzó a escribir en una libreta. —¿Algún malestar?
—Lo normal, supongo. —Me encogí de hombros. —Mis pechos han cambiado, creo que engordé más. Mi cabello ha comenzado a caer de a poco...
El médico sonrió.
—Es natural. —Me dijo. —Pero cualquier consulta que tengas, me puedes llamar a este número. —Me hizo entrega de una hoja.
Miré Annie, esperando que me lo arrancara de la mano. Pero no lo hizo.
Patrick me dio más indicaciones que, a decir verdad, no pude captar completamente tras tener en mi mente el corazón del pequeño, resonando con insistencia. Supuse, por la expresión de la pareja a mi lado, que se encontraban en igual condición. También deduje que el doctor sabía lo que había causado el simple latir del ser en mi interior, pues, su sonrisa, empática y afable, no desapareció en ningún momento de su rostro.
En silencio bajamos hasta el primer piso. Íbamos absortos en nuestros pensamientos, recreando una y otra vez el sonido del corazón del ahora, feto. ¿Así me sintió mi mamá? Pensé con nostalgia. Recordar a la mujer que me dio la vida me hizo sentir peor cuando me di cuenta que desde que me fui de la casa, nunca más tuve contacto con ella. Sólo mi tía me informaba sobre su bienestar, mencionando que se veía feliz y amena al lado de mi padre, lo cual, me pareció totalmente extraño. Tal parecía, que, la añoranza por parte de mis progenitores, se había vuelto inexistente con el pasar de los años.
Pero, pese a que estaba convencida de que mis padres estaban mejor si mí, no pude evitar extrañar la presencia de mi madre en aquel momento. Ella me habría ayudado a entender los procesos que se originaban en mi anatomía, me hubiese ayudado a fortalecer mi relación con Julia y, no tenía duda alguna que también, me habría ayudado a apaciguar los pensamientos que, en ese momento se originaban en mi mente con respecto al lío en el que me veía envuelta.
Sin embargo, pese a todos los pensamientos nostálgicos que pude haber tenido mientras el ascensor descendía, había sólo un momento que me parecía magnífico y me llenaba de dicha: el corazón de quien se desarrollaba en mi interior. Sin duda alguna, y, por más que me lo quisiera negar a mí misma, había tocado mi lado humano, haciéndome dudar de lo que iba a hacer con él dentro de los seis meses siguiente.
Miré a Annie. Una sonrisa se dibujaba en su rostro. Su mirada estaba perdida mientras observaba el reflejo de su imagen en el espejo del ascensor. Sebastian por otro lado, me miró cuando le observé; sonrió y asintió cortamente. Supe por su mirada que, en su interior, se daba origen a algo totalmente inexplicable para su lógica. Seguramente, sentimientos muy similares a los mío.
Nos despedimos una vez salimos de la clínica. No hubo mayor interacción. Nadie se encontraba apto para iniciar una conversación al respecto. Y, era entendible. Totalmente.
Julia ya había llegado a casa. Estaba recostada sobre el diván mirando televisión, con una manta que la cubría del frío. La chimenea estaba encendida, pero ello no era suficiente para disminuir el frío invernal del que éramos testigos.
—¿Qué tal te fue con la parejita feliz? —Me preguntó con desinterés, sin despegar su vista de la televisión. Me hizo un lugar a su lado y dio pequeños golpecitos sobre la superficie del sofá para que yo me sentara allí.
—Bien. —Respondí. —Ninguna novedad. —Mentí, evidentemente. Mordí mi labio, con cierta ansiedad. — ¿Qué tal a ti con las clases?
—Todo un éxito. —Sonrió alegre. Cambió de canal cuando el programa televisivo decidió irse a comerciales. —Los niños demuestran entusiasmo. Justo lo que buscaba en un curso. —Rio. —Siento que haré un buen trabajo con ellos.
—Lo harás, Julia. —Afirmé. —Tenlo por seguro.
Julia sonrió.
—¿Te parece si nos recostamos? —Propuso. Apagó la tele y se levantó del sofá. —Hace mucho frio. —Tomó mi mano y me jaló a ella, incitándome a seguir sus pasos. —Aunque podremos hacer otra cosa para entrar en calor.
Y lanzándome una mirada coqueta, supe de inmediato lo que tenía en mente.
—Julia, no creo que sea buena idea. —Reí. —Estoy embarazada.
—¿Y? —Alzó una ceja. —No estás lisiada. Además, ¿te han prohibido tener sexo? —Preguntó, al mismo tiempo en el que su rostro se escondía en mi cuello. Restregó su nariz contra el área, causando leves cosquillas en mi anatomía. —Me encanta este perfume... —Murmuró, aludiendo al perfume que utilizaba.
—Julia. —Reí. Tomé su rostro y le miré directo a los ojos.
—¿Qué? —Replicó. —¿Acaso no quieres...?
—¡Si! —Exclamé. Julia sonrió y volvió a besarme con la misma intensidad. Más la detuve, nuevamente. —No creo que sea lo correcto, cariño.
—¡Bah! —Chasqueó la lengua. —¿Me harás esperar estos seis meses que quedan? —No respondí. Julia frunció peligrosamente sus cejas. —Lo harás... —Murmuró dolida.
—Cariño, es por el bien del...
—¿¡Por el bien de la cosa que tienes allí!? —Gritó furiosa. —¡De saber que ibas a aceptar algo así, no hubiese vuelto contigo!
—Eres insensible, Julia. —Gruñí entre dientes, comenzando a sentir los efectos del llanto inminente llegar a mis ojos. —¡Creí que me apoyarías!
—¡¿Qué no te das cuenta que esos dos llegaron a jodernos la vida?! —Volvió a gritarme con la misma furia empleada anteriormente. Sus palabras me dolían, mucho más que antes. Supuse que eran los efectos de los cambios hormonales que comenzaba a sufrir como mujer embarazada. Respiré profundo y traté de no romper en llanto.
—¡Este niño no tiene la culpa de nuestra decisión! —Le dije. Julia soltó una risotada burlona. —No lo metas en esto, Julia. Él no tiene la culpa.
—¿Nuestra decisión? —Cuestionó con diversión. —¿Nuestra, Grace? Que yo recuerde, fuiste tú la que decidió por si sola. No me metas a mí. —Me apuntó con su dedo índice, acusándome. Tragué saliva, comenzando a sentir las primeras lágrimas empapar mis mejillas.
Julia tomó su almohada, un par de mantas y se fue de la habitación cerrando la puerta de golpe. Lloré en silencio durante las siguientes horas, sin siquiera poder entender de dónde salían tantas lágrimas.
Esa noche, pese al dilema mental que se me presentaba y, al mal rato que pasé con Julia, me atreví a tocar, con cariño, mi vientre por primera vez.
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