Once
11
—¡Eh, dormilona! Despierta. —Vincent me meció suave. Logré despertar tras sentir que su mano golpeaba mi brazo desnudo. Le lancé otro golpe al aire, dando de lleno contra su rostro. —¡Estúpida, mi rostro! —Chilló y yo no hice más que soltar risitas divertidas y aletargadas. —Por respeto a la vida que llevas dentro no te devuelvo el golpe. —Se quejó y yo volví a reír.
—Admítelo, nunca has golpeado a nadie, Vincet. Eras tú el golpeado. —Me burlé. Vincent me hizo morisquetas, típico de él cuando no sabía qué más decir. —Voy en un mint...
Y tan rápido como pude, llegué al baño y comencé a vomitar absolutamente nada. Me quejé cada vez que mi estómago se contraía y mi garganta manifestaba arcadas. Jamás había creído que las primeras semanas de embarazo fuesen tan desagradables. Me lavé los dientes, la cara y cambié mi vestuario por uno más limpio y holgado.
Vincent y Julia yacían en la cocina, desayunando huevos fritos y un trozo de carne del día anterior. Había querido probar la carne que Julia había cocinado, pero tampoco pude hacerlo. Era un gusto que no siempre nos dábamos y el crio en mi interior lo rechazó antes de que pudiese dar un bocado. Respiré profundo y volví a hacer arcadas tras el olor de la carne llegar a mis fosas nasales. Esa mañana no pude tomar desayuno sin sentirme indispuesta.
—Tengo hambre, pero no sé qué comer. —Me quejé. —¡Detesto esto!
—Tú te has querido meter en las fauces de los leones, Grace. —Me dijo Julia con cierto tono de voz acusador. —Ahora tienes que seguir adelante.
—De no haberlo hecho seguiríamos muriendo como las ratas que somos, Julia. —Le recriminé.
—Vale, niñas, no peleen. —Intervino Vincent. —Grace, necesitas comer algo. ¿No se te ocurre qué quiere el bebé?
Era difícil saber qué quería exactamente. Chocolate, una ensalada de tomates, un batido de frambuesas, papas fritas y algunas donas. Quería todo ello de una vez, pero a la vez no. Entre todas las opciones que mi cuerpo quería, el bebé no estaba de acuerdo. Quería algo surtido, frutas acidas y difícil de conseguir. Di con la respuesta como si él, en mi interior, siendo pequeño y no desarrollado aún, me dijese su propio antojo.
—Quiero un surtido de frutas ácidas. —Dije al fin. Vincent y Julia me miraron extrañados. —Muchas. Es lo que quiere. —Me encogí de hombros.
—¿Cómo sabe tú que quiere eso, uhm? Apenas tienes un mes, Grace. —Replicó Julia. —No seas tonta. Comerás lo que hay en casa.
—¡Bah! —Chasqueé la lengua. —Como tú no llevas esto en tu vientre... —Rodeé los ojos. Julia no dijo nada. Me dejó sola en la habitación junto a Vincent, quien no dijo palabra hasta pasado unos minutos.
—Creo que deberías entenderla, Grace. —Me dijo. —Verte así es difícil para ella. Y lo será aún más cuando esa panza tuya comience a crecer.
Me dejé caer sobre el colchón y tapé mi rostro con el almohadón tras de mí. ¿Por qué Julia no era capaz de apoyarme en mi decisión? La había apoyado en diversas situaciones, le perdoné su traición. La amaba y todo lo que había hecho era por ella. Por ella y nuestra estabilidad económica, aquella que amenazaba con nuestro quiebre amoroso si no era tratado.
Nueve meses, me repetí nueva mente. Durante los días anteriores aquella frase surgía en mi mente una y otra vez. Esperaba que aquello me diera ánimo para seguir adelante, para soportar las náuseas, los antojos, los cambios de ánimo y posibles discusiones con Julia.
Annie y Sebastian se comunicaban conmigo a través de llamadas durante la tarde y noche. Aunque últimamente se redujeron sólo en la tarde. Julia no dudó en hacerme saber que, las llamadas de la «parejita feliz», no le gustaban para nada.
—Tienes visita. —Me dijo Julia en cuanto entró a la habitación. Habían pasado tres horas desde que no salía de allí. Tres horas en las que decidí dormir y no pensar en aquel surtido de frutas ácidas.
Le miré expectante. Ella no respondió más que con un chasqueo de lengua, demostrando lo cabreada que estaba. Me levanté de la cama y me encaminé al living, donde a lo lejos, antes de llegar a mi destino, escuché la risita característica de Annie. Todo calzaba, la molestia de Julia no se ocultaba por nada del mundo. Ella quería que supiesen que, en nuestra casa, no eran bienvenidos.
—¡Grace! —Chilló la mujer, levantándose y apresurándose en llegar a mi lado para abrazarme. La alejé de mi lado lo más respetuosa posible. —¡Estás hermosa!
—Creo que estás exagerando. —Me esforcé por reír. Julia no dejaba de mirarme inexpresiva. Sin embargo, sus ojos me trasmitían su deseo. Quería que los echara de casa. —¿Y qu-qué los trae por aquí?
—Te queríamos visitar. —Respondió Sebastian en una esquina, observando nuestro hogar. —Annie insistió en que quería venir a verte y de paso dejarte lo necesario. Ya sabes, los antojos. —Rio el rumano como si fuese muy divertido tener en mis entrañas los caprichos de un crio.
—Si no te molesta... —Dijo Annie y me pasó unas bolsas. —Son para ti. Espero que no hayamos interrumpido nada.
—N-no, n-no...—Reí incómoda. El rostro de Julia seguía inexpresivo. Vincent a su lado sonreía divertido. —N-no molestan.
Tomé las bolsas y las dejé sobre la mesa de la cocina. Comencé a hurguetear en ellas con esperanzas de encontrar algo que al crio le apeteciera. Barras de chocolate, leche, barras nutritivas, cremas, frutos secos y jugos de distintos sabores. Finalmente di con lo que tanto anhelé. Cajas de frutos ácidos, de diversos tipos. Sonreí a la pareja y les mostré la caja.
—Me han leído la mente. —Reí. Sin perder el tiempo extraje una de las cajas y las deposité en un bol en conjunto con la crema. Cerré los ojos una vez degusté el sabor de los frutos mezclarse en mi boca. Cada sabor daba origen a uno diferente una vez masticaba mi merienda. Agradecí mentalmente la sorpresa.
—¿Y cómo te has sentido, Grace? —Me preguntó Annie. Sebastian había posado su brazo alrededor de su hombro. La mujer por inercia se recostó en su pecho y el rumano sonrió. —¿Muchas nauseas?
—Lo normal, creo. —Me encogí de hombros, dirigiendo un trozo de chocolate a mi boca. —En la mañana se presentan con fuerzas. Durante la tarde es leve. En la noche son más frecuentes.
—Supongo que dejaste de trabajar en ese bar...—Annie me escrutó con su mirada. Asentí rápidamente. —El humo del cigarro le haría mal a nuestro hijo. Queremos que nazca sano y fuerte, ¿no? —Me miró y yo volví a asentir como si fuese una niña pequeña a quien le han reprendido por haber hecho una maldad.
Y es que así me sentía cuando Annie me preguntaba algo con la intención de que yo no hiciera más que asentir. Como una niña, remontándome en los años donde era mi padre quien me preguntaba y esperaba a que yo asintiera, obedeciendo su mandato. Me pregunté si era normal en ella ser tan autoritaria. ¿Era así con Sebastian? ¿Le reprendía y le preguntaba si se iba a portar bien, esperando a que él solo asintiera? Tal parecía que el bebé iba a tener una mamá bastante castigadora, severa y reprochadora. Como siempre, volví a sentir lástima por la criatura.
—Grace, querida...—Me dijo Annie esta vez con voz tierna. —Queremos que sepas que cuentas con nosotros para cualquier cosa. Si tienes antojos, llámanos. Si te sientes mal, llámanos. —Suspiré. Julia se cruzó de brazos y comenzó a mover su pie rápido y repetitivamente. Estaba cabreada. Totalmente cabreada. —Tienes nuestra completa disposición para ti.
—Uhm, gracias. —Murmuré. —Espero no molestarlos muy seguido.
—No seas tonta. —Rio Annie. —Tienes a nuestro hijo en tu vientre. No será molestia atender a quien le dio la vida. ¿Cierto Seb? —Y el rumano asintió, tal como creí que lo haría. La muchacha le dio un beso en sus labios, como si lo estuviera premiando por su obediencia.
Entonces me pregunte si su noviazgo era normal. Si sebastian estaba feliz con Annie a su lado, manipulando todo a su alrededor. Si quería al bebé, o si quería que yo fuese a ellos por ayuda. Me pregunté si Sebastian le hizo el amor después de haber tenido sexo conmigo, esperando poder aplacar esa sensación de haber sido de otra y no de su pareja actual. Me pregunté si Annie, dentro de esa imagen de mujer bondadosa y comprensiva, escondía un ser venenoso y malévolo.
Había algo en ella que no me cuadraba. Algo que me inspiraba desconfianza. Algo que me decía que ella, tarde o temprano se iba a mostrar tal cual era en realidad. Sólo esperaba, muy en el fondo y por el bien del embrión en desarrollo, no fuese nada malo.
Se fueron de nuestro hogar cuando dieron las diez en punto. La casa quedó en silencio. Y julia se dirigió a mí con el único propósito de decir que no los quería ver más en nuestro hogar. Luego de ello, no me habló por el resto de la noche ni al día siguiente.
"trata de entenderla" resonaron las palabras de Vincent en mi mente.
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