Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Nueve


Durante la mañana del día viernes desperté con el estómago apretado y un tanto mareada. Me levanté de la cama, dejando a Julia entre el edredón. Me dirigí al baño y, mirándome al espejo, recordé que era el día en el que llevaría el trato a cabo.

Me di una ducha larga, esperando que el agua caliente sosegara mis nervios. Salí una vez Julia llamó mi nombre para que saliera del baño y le diera la oportunidad a ella para entrar. Cubrí mi cuerpo con una toalla y salí del baño saludando a Julia con una media sonrisa y asentimiento leve.

—Alguien despertó de mal humor hoy. —Dijo la muchacha, con voz rítmica y socarrona.

—No he dormido bien. —Respondí. —Me duele el estómago.

—Será mejor que te relajes si quieres que el tratamiento funcione. —Me dijo con pocas ganas de hablar del tema. Aún le indignaba el hecho de que yo fuese la que llevara el crio en mi vientre y no otra persona. Según ella, me había vendido a la pareja aristócrata y calculadora. Pero ella, dentro de toda su molestia, no lograba entender que lo hacía por las dos. Por nuestra estabilidad económica y social.

Para mi suerte, Julia se quedó con Vincent en casa cuando éste llegó anunciando que era el día de mi tratamiento. Como si fuese algo que no supiese, lo recordó mientras Julia estaba entre nosotros. Mi novia bufó y Vincent entendió de inmediato que era un tema que no se debía tocar.

—Suerte, Grace. —Me dijo el muchacho cuando decidí dar el gran paso. —Relájate, el bebé será lindo. —Sonrió.

Durante la caminata que di hasta los buses que me llevarían a la residencia de Sebastian, me recriminé el hecho de mentirles a ambos el verdadero plan. No podía mentirle a Julia por nada del mundo. En ello, mi moralidad no fallaba, pero lo estaba haciendo garrafalmente cuando acepté ir y acostarme con el rumano.

Ante mis pensamientos repetitivos de mi mal actuar como novia, llegué a la casa de Sebastian. A decir verdad, al condominio de alta alcurnia en la que vivían.

Durante la noche anterior, el rumano se dio el lujo de enviarme la dirección y su número telefónico común para cuando decidiese ir y concretar el favor. No fue necesario llamarle. Había dado con su hogar en menos de cinco minutos. Era una casa enorme, según yo, ocupaba una manzana entera. Era poseedora de un patio delantero amplio, con césped elegantemente podado y bien cuidado. Me separaba de la casa una verja de gran altura, de fierros anchos, negros y gruesos.

Toqué el timbre y de inmediato se abrió la reja, dejándome el acceso libre a la casa de Annie y Sebastian.

Miré asombrada su interior. Sebastian me recibió con un beso en la mejilla. Nuevamente me volví a sentir incomoda. Esa sería la primera regla del juego; sin besos.

—¿No encontraste otra casa más grande y elegante? —Le pregunté, sin quitar la vista de la casona. De su color, grandeza y elegancia. —¿O el dinero no te alcanzaba?

—Con esto me basta y sobra. —Respondió con simpleza. —En realidad, mis gustos son más sencillos y modestos.

Le miré y alcé una ceja, sin siquiera creer una palabra de lo que me decía. Lancé una risotada burlesca, haciendo parpadear al rumano.

—Claro. —Seguí riéndome. —Sencillo y modesto. —Me burlé. Él me imitó un poco avergonzado. —¿Te das cuenta que con esto puedes alimentar a todos esos niños que mendigan en la calle?

—Corrección. —Me dijo y alzó su dedo índice, callándome. —El vaticano tiene ese poder. Es más, su riqueza puede terminar con la pobreza dos veces en el mundo. —Informó. Alcé las cejas y fingí asombro.

—Vaya. —Le dije. Caminé hasta llegar al piano de cola que yacía a unos pasos de mí. Al lado de un ventanal que dejaba ver colinas y arboles frondosamente verdes. —Me has impresionado. —Esbocé una sonrisa leve y toqué una nota del instrumento al azar.

Sebastian se dirigió a un mueble grande y elegante, extrayendo una botella con licor. Depositó del líquido en dos vasos pequeños y me hizo entrega de uno de ellos. Fruncí la nariz. Hasta aquello olía a bastante dinero invertido.

—Tienes mi permiso. —Me dijo el rumano, insistiendo con el vaso en su mano.

—No necesito tu permiso para beber. —Le quité el vaso y me tomé el poco licor de un sorbo. —¿Me das otro?

Sebastian rio. Tomó la botella de licor y vertió más del alcohol.

—Un relajante. —Indicó el vaso. Lo elevó a la altura del mío y lo chocó contra el vidrio. —Antes de comenzar. —Y, posando sus labios en el borde del vaso, de un sorbo se tragó el líquido, mencionando lo exquisito que era.

Un licor escoses era lo que me había dado. Lo confesó después de mi insistencia por saber los tipos de licores que tenía en su hogar. Mencionándome de paso que, Annie nos había dejado la casa libre sólo para los dos hasta la tarde, antes de que ella llegase de su trabajo.

Allí fue cuando sentí el licor subir por mi estómago hasta mi garganta. Annie no era normal, a mi parecer. ¿Qué tipo de mujer dejaba que su pareja tuviese sexo con una mujer extraña? Mi condición sexual hacía que la muchacha de ojos frívolos me tuviese demasiada confianza. Obviamente no le iba a quitar a su novio. Yo amaba a Julia por sobre todas las cosas, era imposible que Sebastian me lograra engatusar. Pero, aun así, pese a la confianza que me tenía a mí misma, Annie no me dejaba de impresionar con la suya puesta en mí.

—Antes de empezar...—Tosió ruidosamente Sebastian, captando mi atención. Una imagen colgada en la pared había logrado llamar mi interés. El rumano me observó con inquietud. Se mordió el labio inferior y soltó un suspiro acompañado de una risa nerviosa. Alcé mis cejas, curiosa y un tanto intrigada por su carácter misterioso.

—¿Qué? —Le pregunté. Sebastian se rascó tras la nuca con nerviosismo.

—¿Has tenido sexo con algún hombre en tu vida? —Interrogó con cautela, casi avergonzado. Su pregunta me pareció sorpresiva. Mis labios se curvaron en una sonrisa leve y, volviendo a mirar la imagen, me tomé el tiempo para responder.

—Estuve a punto. —Le confesé. Sebastian no habló. —Hace unos años atrás, en un impulso de idiotez cuando peleé con Julia. —Alcé mi mano y toqué una de las obras de Picasso, repasando las líneas trazadas en el boceto. —No fue la mejor experiencia.

—¿Y no te gustó? —Indagó.

—No. —Reí suave, casi sin ganas.

—¿Te dañó?

—No, pero no fue muy educado que digamos. —Reí esta vez mirándole a él y no a la obra. —Esa experiencia me dio a entender que es a Julia a quien amo y deseo a mi lado. —Suspiré. —Le amo, Sebastian y eso, lo tienen que tener claro.

El rumano esbozó una sonrisa, asintió y no preguntó nada más. Le había quedado claro, al parecer, que mi amor por Julia era lo suficientemente grande para no confundir las cosas como ellos temían que sucediera. Era esencial que entendiese que mi participación en sus vidas era netamente por conveniencia mutua

Son sólo nueve meses, si es que quedo embarazada, logré decirme a mí misma. Mi vida no podría cambiar tanto.

Me invitó a que le siguiera hasta el segundo piso. Una gran escalera en forma de caracol tuvimos que subir. Era interminablemente cansadora para pertenecer a una casa de segunda plana. Una vez arriba, presencie la existencia de diversas puertas que daban a distintas habitaciones. Sebastian me aseguró que los únicos que vivían allí eran ellos dos y, que esas habitaciones eran para las visitas familiares o para ellos mismo, en caso de que hayan peleado y el orgullo fuese más grande que el amor.

Abrió una de aquellas puertas, dejando ver en todo su esplendor el contenido de ésta. No comenté mayor cosa que un "woow". La habitación era de grandes dimensiones, estaba segura que allí cabrían dos camas más y de la misma anchura de la que ya se encontraba allí.

Mientras yo observaba detenida cada aspecto de la habitación, él se desprendía de su vestuario con bastante lentitud y vergüenza. Para cuando terminó, se acercó a mí con la intención de ayudarme a desprenderme de las mías. Su mano, con torpeza pasó a rozar uno de mis senos, logrando erizar rápidamente mi piel. Me alejé, asustada e incómoda.

—L-lo siento. —Murmuró Sebastian.

—Lo haré sola. —Le dije. Tomé el borde de mi polera y la desprendí de mi anatomía. Lo mismo hice con mis zapatillas y pantalón. El frio y los nervios se apoderaron de mi cuerpo. No pude evitar los temblores involuntarios de mis extremidades; se movían torpes e inseguros. Sebastian se acercó con cautela. Tomó de mi mano y me invitó a sentarme en la orilla de la cama.

—Seré cuidadoso. —Me dijo. —Te lo prometo.

—Eso espero. —Sonreí. Su mano se dirigió a mi rostro, alejando los mechones rebeldes de mi cara. Dio unas leves caricias y de a poco comenzó a acercarse a mí. Más le detuve, posando una de mis manos en su pecho sin querer. —Sin besos. —Le advertí. Sebastian asintió de acuerdo.

Me recosté voluntariamente sobre la cama y dejé que él hiciera lo que tenía que hacer. Sus manos temblorosas recorrían con torpeza mi anatomía. No me podía imaginar cuan torpe podía llegar a ser el rumano. No tenía pinta de ser tan vergonzoso en la cama. Asumí que era cuestión de nervios. Yo igual estaba nerviosa, no me atreví a tocarle pasado media hora después, cuando sus caderas comenzaron a moverse a una velocidad aceptable.

Me aferré a su dorso para no moverme más de lo necesario. El me sujetaba de las cinturas, sin presionar demasiado. Tenía su rostro escondido en mi cuello, pero no besaba. Sólo sentía su respiración en mi piel como si fuese el calor de un volcán en erupción, a punto de estallar.

Gemía y muy bajito, tanto como yo.

—Estoy llegando. —Me avisó entre jadeos y gemidos roncos. Apenas salió su voz, un gemido gutural se adueñó de la habitación, como así los espasmos se adueñaron de su anatomía. Presionó su cuerpo aún más contra el mío, asegurándose de dejar toda su semilla en mi interior. Me miró a los ojos, y yo asentí.

Me invitó a cenar antes de irme. Seguimos conversando de temas triviales y sin sentido. Para ser un sujeto con dinero y bastante poder, era un hombre muy sencillo y modesto en cuanto a pensamientos. Era curiosa su forma de ser; no iba acorde a todo lo que ostentaba en su casa.

Annie llegó a los minutos después con más cosas para comer. Lucía demasiado feliz, considerando el hecho de que sabía que, en su cama, su novio había tenido relaciones con una desconocida a la que nunca jamás en la vida pensaron ver. Annie seguía siendo un misterio para mí.

La mujer no dejó de parlotear sobre la reunión y sus colegas "ineptos". Definitivamente era ella quien ostentaba su hogar y todo lo que tenía. Sebastian, estaba muy lejano de ser avaro y arribista. Pensé por un momento en la vida del pequeño a quien traería al mundo y sentí lastima por él al ver que Annie sería su madre.

Pero, ese no iba a ser mi problema. Teniendo al crio yo pensaba desaparecer de sus vidas lo más rápido posible. Annie me estresaba y no quería mayor contacto con ella. Sebastian me comenzaba a agradar, pero no demasiado como para que nuestro contacto perdurara en el tiempo. Los quería fuera de mi vida lo antes posible.

—Bien, me tengo que ir. —Anuncié. Me levanté de mi puesto y me dirigí hasta el living, donde había dejado mi abrigo y bolso. Tras de mi la pareja siguió mis pasos. —Gracias por cena. —Agradecí. —Y recen para que todo esto haya valido la pena.

—Estoy segura de que lo ha valido. —Dijo Annie, y su dentadura blanca se hizo ver. Me dirigí a la puerta, tomé el pómulo para abrirla y desaparecer. Pero antes, Annie añadió una pregunta poco atinada. —¿Y qué tal el sexo con Sebastian?

Volteé y la miré una vez más con extrañeza. Esta mujer está loca, pensé en mi fuero interno. Más me encogí de hombros.

—Nada mal. —Respondí. Annie sonrió con orgullo. —Fingí que era Julia.  


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro