Diez
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El ambiente entre Robert, Julia y yo era tenso e incómodo. Más aún cuando estaba mi tía presente; parecía que en cualquier momento alguien iba a decir algo ofensivo y los tres explotaríamos en palabras hirientes dejando ver la verdadera razón por la que nos encontrábamos a la defensiva.
Mi tía, obviamente nunca supo nada. Jamás se enteró del pequeño altercado que tuvimos con Robert y de la huida de Julia. Ésta, el día en el que llegó tarde a casa no dio mayor explicación a la dueña de casa. Los estudios siempre fueron una excusa perfecta para llegar tarde a casa y Julia, sabía usarlos a favor de ella.
—¿Sabes cómo le está yendo a Julia en la universidad? —Me preguntó mi tía. Estábamos en el patio, plantando las orquídeas que, desde hace meses atrás decía iba a plantar. Era día sábado, la anciana de la chocolatería había enfermado, por lo que había cerrado el local temporalmente. Pese a que le propuse yo seguir atendiendo y manteniendo el local, ella se negó.
Mi tía vio la posibilidad de utilizarme para sus trabajos ornamentales y repostería durante esos días en los que quedé sin trabajo temporalmente. Robert había terminado su visita y vuelto a la milicia con la promesa de volver dentro de tres meses. Esperé en mi fuero interno que, durante esos meses nosotras ya no estuviésemos viviendo en casa de mi tía. Creí que ya era hora de irse y ser independiente. Mi tía necesitaba su espacio, y nosotras no hacíamos más que estorbar en su tranquilidad.
—Poco he hablado con ella. —Contesté con desinterés. —tiene mucho que estudiar. —Tomé un macetero y en él comencé a poner la tierra fértil y de un aroma peculiarmente exquisito.
—Es muy aplicada. —Rio mi tía. —Deberías sacarla a pasear. Siento que se le olvidará cómo socializar con los demás.
—¡Bah! Ella sabe socializar mucho más que yo, claramente. —Repuse.
—¿Están peleadas? —Inquirió la mujer de repente. Detuvo todo trabajo con sus manos; tiró la pala al suelo y sacó sus guantes gruesos y sucios de sus extremidades superiores. —Grace, ¿pasó algo?
Suspiré. Yo seguía trabajando.
—Nada, tía. —Logré sonreír finalmente. —Estamos bien.
Durante la semana siguiente comencé a ver la posibilidad de realizar un currículum y probar suerte con en otro lugar. La anciana de la chocolatería había sido trasladada urgentemente al hospital, según su hija que, considerada, había llegado muy temprano a casa para avisarme el estado de su madre.
La mujer de cuarenta años no dejaba de llorar la posible muerte de su progenitora. Un resfriado convertido en bronconeumonía fue lo que la llevó hasta el hospital central de la ciudad. Quise hacerme la fuerte frente a la mujer, pero no pude. Sentía su ausencia en mi vida, como si vaticinara la muerte de la anciana.
—Ella te estima mucho, Grace. —Me decía la mujer entre sollozos. —Siempre hablaba de ti con nosotros. "Una muchacha fuerte, ruda, pero a la vez encantadora". —Rio. Yo no hice más que llorar, pidiéndole a la vida que no me arrebatara a la mujer que me enseñó todo lo que sabía sobre la vida, la cocina y el respeto hacia el prójimo. Era bastante sabia y, pese a la diferencia de épocas que teníamos, ambas, nos sabíamos llevar excelente. Me aceptó como era, con mi orientación sexual. Muchas veces me pidió que invitara a Julia a cenar a su casa. Algo de lo que me arrepentí al no haberlo hecho antes.
La muchacha me hizo entrega de un sobre después de haberse servido una taza de té conmigo. Mi tía nos había dejado la casa sola para que pudiésemos llorar y conversar con tranquilidad. El sobre, en su interior, tenía el dinero suficiente para poder vivir durante algunos meses sin problema alguno. Le miré sorprendida, devolviéndole el sobre.
—Te lo mereces, Grace. —Y la mujer volvió a tenderme el sobre. Insistía con su mirada. —Después de todo, fuiste como su hija. Y te consideraba como tal. —Tomó el sobre y la puso en mi mano. —Aprovecha bien el dinero, Grace. Busca una casa, múdate con Julia y hagan su vida desde cero, sin importar el qué. —Aconsejó. Una sonrisa tierna escapó de sus labios rosado y fino. —Mi mamá habría querido eso para ti.
Julia llegó a los minutos después. Era tarde, y la mujer se tuvo que ir. Le prometí visitar a su mamá al día siguiente. Era lo mínimo que podía hacer por la anciana que brindó cariño y sabiduría a una cría que, recién estaba comenzando a ver cómo era realmente la vida. Difícil y competitiva.
—¿Sucedió algo con la anciana? —Preguntó Julia una vez la mujer ya se había marchado. —¿Y tu tía?
—Por ahí.
—¿Y la anciana? —Alzó una ceja. Su cuerpo se apoyaba sobre el fregadero mientras su mano sostenía una manzana que no tardó en dirigir a su boca. —¿Está muy grave?
—Algo así.
—Grace, si tienes algo que decirme, te voy a escuchar. Sabes que siempre lo hago. —Frunció sus cejas, casi como si fuese a llorar. Más no lo hizo. Siguió masticando su manzana y se fue de mi vista hasta su pieza. En el segundo piso se sentían sus pisadas suaves de un lado a otro. Luego, no se sintieron más.
Respiré hondo y subí las escaleras. Necesitaba hablar, y lo necesitaba hacer antes de que ella se durmiera. Abrí sin tocar la puerta. Julia me miró extrañada con guías y cuaderno en mano. Los dejó a un lado e invitó a que me sentara a sus pies.
No lo hice. Me paré a los pies de la cama y allí la observé un buen rato, sin saber cómo iniciar la conversación.
—¿Y? —Cuestionó. —¿Me dirás algo o te quedarás allí callada?
—Robert. —Le dije y bastó que dijera aquello para que Julia cambiase totalmente de expresión. Su rostro se endureció, dejando en evidencia la molestia que le causaba escuchar el nombre de mi primo. —Hablemos de Robert.
—No tengo nada de qué hablar sobre él. —Espetó de inmediato. —Si quieres seguir con el tema, pierdes tu tiempo, Grace.
—¿Te acostaste con él?
—¿Qué? —Vociferó. —¡¿Que si me acosté con...?! ¡Dios santo Grace!
—Dime la verdad, Julia. —Suspiré. —No soy tonta. Ese día, Rob me lo insinuó.
—¿Le creerás más a ese idiota que a mí? No lo puedo creer. —Negó una y otra vez. Se levantó de la cama y dirigiéndose a la puerta, la abrió con furia. —Si me vas a interrumpir por querer hablar de la supuesta relación que tenía con Rob, te puede ir.
—Te acostaste con él entonces. —Murmuré. Julia frunció aún más su ceño. —Si no me quieres responder es por qué lo has hecho.
—¡Grace, basta! ¡Vete de una vez! —Me gritó con tanta furia, que la vena de su cuello ya se podía visualizar. Grande y gruesa, a punto de estallar en cólera. —Entiende, yo nunca he ten...
—¡No mientas maldita sea! —Bramé. —Dime la verdad Julia. Dímela. Sé que tuviste sexo con mi primo. Me lo dijo. ¡Su mirada me lo dijo! ¡Deja de tratarme como tonta por qué no lo soy!
Julia retrocedió unos pasos, perpleja y sin intenciones de hablar. Le seguí con la mirada hasta que se volvió a recostar en la cama. Apoyó sus pies sobre ésta y se aferró a sus piernas en una posición bastante reducida. Lloró en silencio, con su rostro escondido entre sus brazos y piernas. Mi corazón se apretujó en mi interior; ver a Julia llorar nunca fue algo que quisiera ver. Siempre que lo hacía le abrazaba para tratar de calmar su dolor. Pero esta vez, era yo quien estaba dolida y quería llorar. Era yo quien necesitaba un abrazo que me tranquilizara.
—Perdóname Grace. —Dijo finalmente. —Perdóname.
Suspiré. Era cierto lo que Robert me insinuaba. Julia estaba cansada de mí.
—¿Qué pasó aquí? —Preguntó mi tía. Estaba tan absorta en mis pensamientos que no oí sus pasos dirigirse hasta nosotras. Julia levantó su mirada y dejó a la vista el sinfín de lágrimas que invadían su rostro. —Julia, ¿estás bien? —Le preguntó para luego preguntarme lo mismo a mí. —Niñas, ¿qué está pasando? ¿Qué les sucede?
—Nada grave, tía. —Le dije. Miré a Julia nuevamente antes de seguir hablando. Supuse que diría algo, pero no lo hizo. —Pero creo que ya es hora de que alguien se tiene que ir de aquí.
Julia me miró esta vez, llena de pánico. Mi tía no dijo nada. Nos miró a ambas, esperando que una de las dos le explicara el origen de nuestros llantos y peleas.
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