Diecisiete
17
La anatomía de Julia no se encontraba a mi lado como siempre en las mañanas. Desperté en busca de su cintura, pero, lo único que logré encontrar fue la superficie del colchón, con la soledad y la frialdad de ésta. Me incorporé y restregué mis ojos con mis manos hecha un puño. Se había ido sin despedirse.
Recibí la visita de Vincent durante la mañana. Tomó desayuno conmigo y me preguntó por mi embarazo. Tocó mi panza y gritó emocionado. Era algo propio de Vincent dejarme sorda cada vez que algo lograba emocionarle. Ejemplo de ello era cuando una de sus series favoritas estrenaba una nueva temporada, o cuando la terminación de una película terminaba feliz. Mi buen amigo siempre terminaba gritando y mi oído dañado.
—Estoy seguro que es niña. —Dijo con una sonrisa en sus labios. Deslizó su mano por todo mi vientre, esperando sentirlo.
—Tengo tres meses, no sentirás nada aún. —Suspiré. Saqué su mano y me dispuse a comer el cereal con leche que me había preparado. —No puedo imaginarme sus movimientos. Escuchar su corazón fue muy desconcertante para mí. Pero hermoso. Realmente hermoso.
—Sebastian y Annie debieron quedar maravillados. —Rio mi amigo. —Después de todo, la única que gana en todo esto, eres tú. Eres la afortunada al poder sentir los cambios en tu cuerpo, y la presencia del bebé.
La palabra afortunada rondó por mi cabeza unos segundos. ¿Afortunada? No era la palabra correcta para utilizarla en este ámbito. Iba a dar al bebé a personas que ni siquiera podían experimentar su existencia. Le iba a dar a mi hijo a una mujer que se notaba no tenía ni la más mínima idea de crianza. ¿Afortunada? ¡Si! Efectivamente lo era por sentir su corazón y mis cambios físico. Pero desafortunada al haber hecho un trato en el que debía entregarlo.
Las ganas de llorar se hicieron presente tras volver a cuestionarme lo que iba a hacer. No quería llorar. Lo había hecho suficiente por Julia y la ley del hielo que decidió aplicar. Temía que el bebé naciera con complicaciones y con toda mi tristeza inmersa en su pequeño cuerpo. Me condolía de aquel ser. Él, no tenía la culpa haber sido planeado de aquella forma. Como un favor mutuo entre dos parejas necesitadas.
Vincent recibió la llamada de su hermano, quien, por lo que me explicó, lo necesitaba con urgencia en la boutique que él mismo era dueño. El muchacho prometió visitarme nuevamente y hablar con Julia para que viera las consecuencias que tendría el bebé a causa de nuestras discusiones. No quería involucrar a Vincent en nuestras peleas, pero él, como siempre, actuaba de mediador sin que nosotras lo invitáramos a la fiesta.
Me quedé sola nuevamente. Rumiando mis pensamientos en la soledad de nuestro hogar. Me tomé una ducha, esperando que el agua sosegara mis pensamientos repetitivos. Julia y el corazón del bebé eran los pensamientos que más invadían mi psiquis.
Salí de la ducha, un poco más renovada y optimista. Me vestí lo más abrigada posible y salí de casa con la intención de visitar a quien no le hablaba hace algunos días atrás.
El frio del día calaba mis huesos aun cuando tenía más de dos pares de calcetines en mis pies, botas de cuero que llegaban hasta mis rodillas, dos pares de sweater de polar, el abrigo, una bufanda de lana y un gorro ruso con orejeras. Nada parecía funcionar contra el gélido invierno.
Una vez dentro del bus pude sentir el calor propio que emanaba el cuerpo de las personas. Pero también los olores molestos a causa de la humedad del ambiente. Recé para que el ómnibus llegase luego a mi destino. No quería vomitar justo allí, entre el tumulto de personas húmedas y malolientes.
La lluvia había aumentado considerablemente. Al parecer, en aquel sector del país llovía mucho más que en mi propio hogar. Me pareció curiosa la diferencia climática, pero no me detuve a pensar por mucho tiempo en el porqué. Caminé lo más rápido posible, esperando que Sebastian estuviese en casa para guarecerme de la lluvia.
El rumano contestó de inmediato apenas toqué el timbre y di mi nombre. La reja se abrió dejándome el paso libre para ingresar a su hogar. El rumano salió a recibirme con un paraguas negro y amplio, en el cual, cupimos los dos perfectamente.
—Eres muy terca, Grace. —Me recriminó. Me retiró el abrigo húmedo de mi cuerpo, mi gorro y bufanda. —Quítate las botas. —Me ordenó. Su ceño se frunció ligeramente. —Y los calcetines.
—Estoy bien, Stan. —Reí. —Las botas los han protegido de la lluvia.
El rumano me observó serio. Supuse que me iba a reprender como lo hacía Annie. Pero no lo hizo. En cambio, esbozó una sonrisa y, de buena forma me pidió que me sacara los calcetines. Accedí finalmente, remplazándolos por unos grandes, oscuros y gruesos.
—¿Y a qué se debe tu visita por acá, Grace? —Me preguntó divertido. —Debo decirte que me impresiona tu presencia aquí.
—No sabía nada de ustedes. —Me encogí de hombros. —Supuse que era cortes venir a ver a los padres del bebé. —Expliqué. Mi caminar se dirigió hasta el piano de cola. —¿Quien toca el piano?
—Annie.
—¿Y tú? —Toqué una nota al azar. Ésta resonó por toda la casa, mezclándose con las gotas que caían sobre el techo y golpeteaban el ventanal a mi lado. —Siempre quise tocar el piano. Mi abuela lo hacía. En los almuerzos familiares, ella no deleitaba con los minuetos. —Suspiré, añorando aquella época en donde las reuniones familiares eran mis momentos favoritos en mi niñez.
—¿Por qué no le pediste que te enseñara? —Me preguntó. Sus pasos silenciosos se dirigieron hasta mi lado, siendo, él quien tocaba otra nota al azar. —Pudo haber sido tu profesora particular.
—Vivía muy lejos de ella para poder viajar y asistir a sus clases. —Respondí. Los dedos del rumano se movían por algunas teclas, formando una melodía apenas reconocible. —Eres pésimo. —Reí.
—Por eso no toco piano. —Respondió con una sonrisa. —Quizás Annie te pueda enseñar. Tiene paciencia.
—¿Paciencia? —Reí esta vez con ganas. —¿Paciencia? —Volví a reír. Estaba segura que el ser en mi interior reía por tal falacia. —¿No viste como perdió la paciencia hace un mes atrás? Tú no dijiste nada, por cierto. —Le recordé. El rumano se rascó tras la oreja, incómodo. —Sigo molesta contigo.
—Tu demoraste en llegar. —Se defendió.
—Vale, pero Annie no tiene derecho sobre mí. —Contrataqué. —Además, yo nunca pedí que me buscaran un doctor.
—Tu gana, Grace. —Respondió con desinterés. —Somos culpables al querer el bienestar del bebé. —Dijo y comenzó a caminar lejos de mí. —¿Quieres leche? —Ofreció.
—Me encantaría. —Sonreí.
En la comodidad de la cocina, conversamos temas variados por largas horas. Reímos y bromeamos con respecto a nuestras vivencias personales. Opinamos sobre las noticias actuales, dando nuestra opinión con respecto a lo último que sucedía en el país ruso en relación a la diversidad sexual. Fue un tema que logró atrapar a Sebastian, atreviéndose a preguntar sobre mi vida privada, mis padres y el proceso de aceptación de ellos.
Sebastian se sorprendió al saber qué no veía a mis padres desde los diecisiete. Le expliqué lo que había sucedido al confesarle mi condición sexual. El golpe que me llevé de su parte y el llanto desconsolado de mi madre. No podía evitar sentir el nudo en mi garganta cada vez que los mencionaba. Mi voz se entrecortó en un momento dado, dejando mi pena al descubierto.
—Extraño a mi mamá, Sebastian. —Musité. El rumano me miró con lástima. —No creí que todo fuese a terminar tan mal ese día. —Fruncí mis labios, buscando la forma de reprimir el llanto acumulado en mi garganta. — Días atrás me habían dicho que me amaban. Aun lo recuerdo.
—¿Y no has tratado de contactarte con ellos?
—No tengo la valentía de hacerlo. —Confesé. Y es que me aterraba pensar aquella idea. Y más aun sabiendo que mi embarazo ya se comenzaba a notar. —No quiero hacerlo. Al menos no si tengo a este bebé en mi vientre. —Y posé una de mis manos en mi abdomen, sonriendo para mí.
Parecía que cada día crecía a más. Podía sentir la dureza de éste, e imaginarme a la perfección el latido de su corazón. Tal como se escuchó la primera vez. Un ritmo rápido, semejante a la cabalgata de un purasangre en un hipódromo. Misma intensidad, misma viveza.
—Grace. —El rumano llamó mi atención. —Quisiera...
—¿Que me marche? —Le pregunté y solté una risita. —He estado más de cuatro horas aquí, de seguro tienes cosas que hacer. —Me levanté del asiento con prisa. Sebastian soltó una carcajada divertida. Fruncí el ceño. —Annie puede llegar en cualquier momento. No quiero que me atosigue con sus preguntas y risas dulces.
—Annie está de viaje, Grace. —Volvió a reír. —Se me olvidó decirte eso.
—Entonces... ¿Quisieras? —Levanté una de mis cejas, esperando su enunciado. Stan volvió a rascarse tras la nuca con nerviosismos, se cruzó de brazos para luego, pasado unos segundos, removerlos y afirmarse en el borde de una de las sillas. Se demostraba inquieto. —¡Sebastian! —Reí. —¿Qué quieres?
—Qu-quisiera... —Tosió incómodo. —Quisiera t-tocar tu vientre. —Dijo al fin, soltando un suspiro liberador.
—Te haces problema al querer pedir lo que está en tu derecho. —Reí.
—Bueno, no te quiero incomodar. —Se encogió de hombros con evidente nerviosismo.
Me acerqué a él y tomé su mano. Me sorprendió lo cálidas que eran. También eran suaves. No me había dado cuenta de ello, pese a que meses atrás habíamos tenido sexo. Esta vez pude apreciar su mano con la mente clara y menos tensa.
La mirada azuleja de sus ojos no dejó de mirarme al rostro. Pude sentir el océano inundarme incluso cuando mi mirada estaba posada en su mano y a la calidez que la caracterizaba. Posé su mano con delicadeza en mi vientre, alzando la vista, esperando ver su reacción.
Reaccionó de la misma forma cuando escuchó el sonido de su corazón. Boca entreabierta y un destello en sus ojos, sin poder dar crédito a lo que sus manos palpaban. Reí. Él no se podía hacer ninguna idea de lo que era sentir al bebé en mi interior. Incluso sin siquiera moverse aún. Yo lo sentía allí, en mis entrañas.
—No sé qué decir. —Murmuró. —Es...Es hermoso. —Soltó un gemido. —No puedo creer que esto lo hayamos hecho los dos.
—Si. Yo tampoco. —Musité. Su mano se deslizó hacia un lado, abarcando un poco más mi vientre. Retiré su mano, sintiéndome invadida. —Será mejor que me vaya.
Caminé hasta el living, tomé mi bolso y mis pertenencias que yacían secándose frente a la chimenea. Stan siguió mis pasos apresurados. Me ofreció ir a dejarme, pero yo le negué su oferta. Salí lo más rápido posible de su hogar, con la lluvia caer torrencialmente sobre mí.
No podía permitirme volver a casa de Sebastian. Estaba exponiendo mi dignidad y la relación con Julia al visitarle.
No podía suceder nuevamente si quería que todo terminase como quería. Con bebé y sus padres fuera de mi vida.
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!Hola, gente! Hace tiempo no dejo una nota por aquí. Bien, desde ahora, los capítulos no tendrán flashback :) seguirá su curso normalmente jeje.
Agradezco a quienes leen esto, de verdad. Gracias!! <3
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