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Cap. 26

Aviso de Extensión y Contenido

El siguiente capítulo cuenta con más texto que muchos, ya que no me pareció correcto partirlo a la mitad. Contiene datos importantes sobre el personaje, pero el relato en si no afecta en nada a la trama, ya que es un recuerdo del mismo.

Contiene escenas fuertes y menciones de actos tristes, no es apto para personas sensibles o faciles de lastimar. Si sigues leyendo estás bajo tu propio criterio y has sido advertid@.

Desde el principio del libro les he dicho que "Nina" no es un libro de cuentos de hadas, y este capítulo me dolió mucho escribirlo porque de verdad es algo crudo (aunque lo haya filtrado también).

Ya sin más nada que decir, se les agradece su lectura y atención. Se les quiere mucho.

Atte.: El Autor, Isrrael Hernández.

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Cuando lo más vil hace de las suyas

(Jack)

(Hace 5 años)

Todo mundo tiene su infierno. Para algunos es un lugar, para otros una persona, para los religiosos está después de la muerte, para los escépticos es antes. Pero mi infierno me persigue, no se queda estático en un lugar, sino que sus llamas ardientes y tortuosas me siguen como si fuera un penitente que ha escapado de su condena, cuando en realidad entré al purgatorio por mera casualidad.

Todo inicio en aquel verano, una época feliz en mi vida. Me había graduado del bachillerato apenas unas semanas atrás y realmente no me sentía mal con el curso que estaba tomando mi vida. Tenía trabajo en la tienda de un tío, y con el sueldo que ganaba podía ayudar a mi madre con sus medicamentos y a mi hermana con las cosas que necesitara del colegio.

No podía quejarme, realmente me la pasaba bien con la simpleza de mi existencia. No era mucho de ir a fiestas, tampoco de salir con amigos. No buscaba tener pareja o alguna pasión de una noche. Prefería estar ausente de todas esas cosas, me desconcentraban al final del día. Yo solo quería ayudar a mi familia, eso era todo.

—¡Jack!— Me llamó uno de mis compañeros de trabajo, Luffy, el cual estaba a punto de salir—. Voy a salir con alguno de mis amigos a la nueva discoteca que abrieron por aquí cerca, ¿quieres ir?

—No, gracias. Tengo que ir a casa a ayudar a mi hermana con su tarea.

—¡Vamos, Jack!, siempre tienes algo que hacer, ¿es que acaso jamás sales a divertirte?

—Tu idea de diversión es muy distinta a la mía, Luffy, así que no te preocupes—tomé mi chaqueta y le dí las llaves con una sonrisa—. Disfruta tu noche, acuerdate de cerrar con llave.

Me puso una mueca, pero asintió al final, tomando las llaves. Salí del lugar con mi chaqueta puesta apresurado para llegar a mi casa.

Mi hermanita Rachel tenía algunos problemas de aprendizaje. Aprendía las clases que le daban con mucha dificultad, aunque lo curioso es que se grababa datos al azar tan bien estructurados que cualquiera pensaría que era una genio; tal vez lo era, hay mucha clase de sabios en el mundo.

Por este mismo problema de aprendizaje, cada vez que salía del trabajo iba a casa con el único propósito de ayudarle con sus tareas. Mi madre lo intentaba, pero por su condición de salud muchas veces se cansaba, además, Rachel me hacía más caso a mi por alguna razón.

Casi siempre me iba caminando a mi casa, y aquel día no fue al excepción. Las calles de mi ciudad estaban oscuras a estas horas, siendo iluminadas por aquellos faroles que aún funcionaban y algunos autos que transitaban por las calles. El cielo estaba nublado, la Luna no se veía para nada, ni las estrellas o algún lucero de más. Solo se veía un cielo oscuro y nublado, el cual daba incluso más penumbra al ambiente nocturno.

A pesar de estar acostumbrado al frío, no me quité mi chaqueta por nada del mundo, el viento del tiempo lluvioso me estaba haciendo tiritar un poco. Me ayudé un poco con las mangas y los bolsillos delanteros para que mis manos no se congelaran con el viento que soplaba fuerte, y prácticamente estaba caminando con las piernas tullidas.

Mientras caminaba veía a todos lados. Durante aquellos días se había formado una banda criminal nueva en aquel lado de la ciudad, y se había reportado varios robos y agresiones por las calles. No respetaban si eras hombre, mujer, niño o anciano, ellos iban contra ti para simplemente divertirse.

Tenía que tener cuidado. Cuando escuché sobre esto empecé a tomar clases de defensa personal, y había aprendido algo de judo cuando apenas estaba en primaria (realmente no sé qué tan útil sea eso, pero algo es algo). Realmente no me preocupaba por mi, sino por mi familia, que eran dos mujeres con condiciones desfavorables a la hora de defenderse.

Tenía que cuidarlas.

Mi padre se había ido de la casa cuando yo tenía unos nueve años. Aquella noche, cuando se fue con todas sus cosas después de una discusión con mamá, él fue a mi cuarto. Yo estaba despierto escondido bajo las sábanas, y yo sabía que él sabía, aún así no me destapé. Él solo me dijo:

Volveré, hijo, mientras te dejo a cargo, ¿Okey?

Y aunque él no lo hubiera podido ver, yo asentí. Era el hombre de la casa, tenía que ayudar a mi madre. Mi padre no se había ido solo por una discusión, sabía que tenía sus razones válidas. Él confiaba en mi, no lo decepcionaría.

Seguí caminando pero me detuve al llegar a una pared y dislumbrar un cartel que había cerca de allí. El cartel estaba decorado con los colores de la bandera nacional y las letras eran llamativas (los que lo habían hecho querían que la gente lo viera) y tenía el dibujo de un hombre con sombrero diciendo:

«Tú puedes ser un héroe, ayuda a salvar a tu país.

UNASE AL EJÉRCITO, SEA UN SOLDADO DIGNO DE RECORDAR»

Arranqué el cartel de la pared, rompiéndolo un poco, pero aún así se veía lo necesario. Me quedé pensando en la idea. Siempre he querido seguir los pasos de mi padre, y aunque mi madre seguía dolida con lo de su partida, ella me apoyaba en todo. Mi padre había sido militar; de niño me había regalado una medalla que le habían dado en las fuerzas armadas por valor.

Siempre lo recordaba por una foto que hoy en día se mantiene semi rota (mi madre la había lanzado contra la pared en aquellas fechas) encima de la chimenea. Allí aparece él, con cara sería, uniforme y un rifle en mano. También detrás de si estaba la bandera, y siempre lo ví como un héroe, alguien en quien me quería convertir.

Doblé el papel y lo metí en mi bolsillo. ¿Si iba al ejército le podía dar una comisión a mi madre?, ¿podía permitirme este capricho?

—¡AHHH!—escuché un grito muy cerca de donde yo estaba. Reaccione de inmediato y fui a dónde se escuchaba el lamento.

Llegué a un callejón y me escondí detrás de una pared para observar bien que era lo que sucedía. Habían dos sujetos, los cuales no ví bien por causa de la oscuridad. Uno tenía al otro presionado contra la pared, y apuntaba, me imaginé que con una arma, en la cabeza del pobre.

—Por favor…tenga piedad…mátame a mi, ¡pero deja a mi familia en paz, desgraciado!— Decía el de la pared, casi llorando.

—Shhh…—respondió el otro con voz casi serpentosa—…no sigas lloriqueando que no vas a lograr nada. Ya te lo había advertido, si no pagabas tú, nos cobraríamos la deuda de otra manera.

—¡Maldito!, ¡tengo dos niñas!, ¿acaso no tienes hijos?

—Uhhh, ¿dos niñas?— A pesar de la oscuridad, pude ver una sonrisa a la distancia—. Eso suena que podré desvirgar a un par de nenas, aunque si son como su padre…puede que sean algo escandalosas.

Me dieron náuseas con lo que decía. Este debía ser parte de aquella banda criminal, pero por sus palabras eran peores de lo que había pensando, porque por la seriedad de sus palabras realmente parecía estar siendo real. Eso me daba incluso más asco.

—Llegas a tocar a mis hijas…

—¿Qué vas a hacerme, Jax?, ¿me vas a matar? A mí no puedes matarme, yo soy tu dios. ¿Sabes lo que haré? Tomaré a tus niñas y las cogeré hasta que supliquen por su papi, y tú estarás allí, diciéndoles que todo estará bien, aunque sabes que al final todas morirán. No podrás hacer nada, ese será tu pago.

—¡Maldito desgraciado!, ¡Haz lo que quieras conmigo, por el amor a Dios!, pero déjalas a ellas en paz. No tienen culpa de mis faltas, por favor, te lo suplico.

En una situación así no tenía tiempo para nada. Aún si llamaba a la policía no llegarían a tiempo, aunque si lo que decía este hombre es cierto, posiblemente no lo vayan a matar…pero tampoco podía quedarme completamente quieto. Tenía que sacarlo de aquí…pero la cuestión era el cómo.

¿Qué haría tu padre?

La voz de mi conciencia me hizo mirar a todos lados, y allí es donde me encontré una tabla con algunos clavos aún puestos a su largo. Se me prendió el foco, pero era arriesgado.

Él no pensaría en los riesgos…

Sino en los resultados.

Tomé la tabla y me escabullí entre las sombras, pasando entre los contenedores de basura y aprovechando la ropa oscura que llevaba para camuflarme con el ambiente. Ninguno se los dos escucharon mis pasos, estaba concentrados en su «negociación», y fue allí que aproveché para colocarme detrás del sujeto de la pistola.

Ahora, la cuestión era, ¿dónde lo iba a golpear? Si le daba en la cabeza, seguramente lo mataría por los clavos, pero yo no lo podía matar, eso iba en contra de mi código moral. Entonces para no llegar a esos extremos decidí apuntar a su pierna derecha y clavarle la tabla en el muslo.

Su grito fué legendario y casi le dispara al sujeto, pero no apuntó bien. Volteó a verme el idiota y en ese instante me lancé sobre él. No sé en qué momento tuve tanta fuerza, pero lo sometí en el suelo poniendo atención en el brazo en dónde aún sostenía el arma.

Su rostro estaba lleno de cicatrices, pero no de las que te hacen con un cuchillo sino que parecían ser de…¿uñas?, ¿quien mierda era ese sujeto? Eso fue lo que me pregunté, pero sin dejar de sostenerlo.

—¿Quién mierda eres tú?— Me dijo tratando de quitarme de encima, pero por suerte, yo era más fuerte—, ¡quítate!

—¡No!—tomé el brazo que tenía su arma y le dí varios golpes contra el sueño, los suficientes para que soltara el arma. Él maldito en voz baja y me vió fijamente.

Sus ojos mostraban desprecio, pero después me di cuenta que solo estaba viendo los míos reflejados. Usualmente en esta vida podría perdonar cualquier cosa, realmente me importaba poco lo que hicieran los demás con sus vidas…pero escuchar lo que de verdad quería hacer con esas niñas, eso me hervía en la sangre.

Le di un golpe en el rostro al sujeto, y después otro y otro. No conté cuantos estaba dando, solo quería que se quedara allí en el suelo. Llegó un momento en que él me empujó y se resbaló de mis manos, poniendose de pie y corriendo en dirección contraria. Pensé que se iría sin decir más, pero cuando estaba lo suficientemente lejos como para que no lo alcanzará, gritó:

—¡Ve el lado amable, Jax!, ¡tu deuda será pagada por el idiota que te salvó!, ¡regocijate!— Y rompió en risas.

Después se fue y desapareció de mi vista.

—Maldito demente—dije para mí mismo.

Voltee a ver al sujeto que había quedado y que se encontraba tirado en el suelo, respirando lentamente y con los ojos cerrados. Lo revisé y no parecía tener heridas graves, supongo que no le habían golpeado tan fuerte como creí.

—No debiste haber hecho eso, muchacho…— Me dijo sin abrir los ojos—. Ahora ese hombre vendrá por ti.

—Perdone, señor, pero a mí no me enseñaron a ver cómo lastiman a otros— Lo tomé por el brazo y en medio de quejidos lo sostuve para que se levantara y poder llevarlo a un lugar seguro—. Ahora dígame, ¿dónde vive? Lo llevaré.

Llegué a mi casa un poco cansado. No había recibido muchos golpes, prácticamente solo un empujón, pero de igual manera estaba adolorido.

Después de llevar a aquel hombre a su casa, sus palabras se clavaron en mi mente como lo haría un clavo en la madera. Ahora vendrá por mí; pero la cuestión es que aquel callejón estaba muy oscuro, ¿habrá visto mi rostro?, yo solo pude ver parte del suyo.

Tenía que tener más cuidado de ahora en adelante entonces. No deje que ese punto me deprimiera o me distrayece, sino que fui directo a la cocina, de dónde salía un olor agradable. Papelón, leche, y rastros de canela, me indicaban que mi madre estaba preparado un postre para dárselo a Rachel.

—¡Mamá!, ¡llegué!—grité yendo directo a las escaleras.

—¡Jackie!— Me dijo mi madre desde la cocina. No me gustaba mucho que me llamara así, pero con el tiempo me di cuenta que no importaba cuántas veces le dijera que dejara el apodo, no me iba a hacer caso—. Llegaste tarde, hijo, ¿sucedió algo?

—Tuve que comprar unas cosas para mi tío, pero nada más eso.

No me gustaba mentirle, pero tampoco quería preocuparla al decirle que había interrumpido un intento de homicidio. Seguramente se iba a volver loca.

—Ah, bueno, está bien. Sube que Rachel te espera.

—Okey.

Subí las escaleras y fui directo a la habitación de mi hermana. En la puerta había un dibujo de tres personas mal dibujadas, cada una de un color distinto. Arriba de sus cabezas habían tres nombres:

«Jackie, Yo, Mamá»

Sonreí al ver el dibujo, siempre le daba una calidez a mi pecho muy agradable, incluso después de tantas veces que lo había visto. Abrí la puerta y me encontré con una habitación llena de vida y colores, a ella le encantan los colores. Había dibujos por todos lados, peluches peludos que tenían la forma de animales extraños, y muchas cosas que brillaban por si solas.

Ella estaba encima de una cama de sábanas de princesas y unicornios, con almohadas en forma de cocodrilos. Tenía en sus manos un crayón de cera anaranjado, y dibujaba con emoción sobre un cuaderno para pintar, tenía tanta concentración que estaba sacando la lengua para mantenerse firme en su trabajo de artista. Sus ojos azules estaban entrecerrados y su pelo castaño estaba desordenado. Traía su pijama de oso, la cual le encantaba, me acuerdo bien, y la luz de su lámpara de noche chocaba con su rostro.

Rachel, mi hermanita. Si hubiera podido verla de esa manera, así de libre, así de feliz, así de inocente, así de…viva; si al menos me hubieran dado la oportunidad de verla crecer y que dejara poco a poco las pijamas de animalitos y los peluches adorables, que describiera sus nuevos gustos, que cruzara nuevos horizontes…

Pero la vida es injusta, incluso cuando tú eres justo con ella.

—¡Hermanito!—gritó ella cuando me vió dejando a un lado su cuaderno y el crayón. Su sonrisa era contagiosa, por eso yo también sonreí.

—Hola grillito. ¿Estás dibujando?

Me acerqué a ella y me senté a su lado. Cómo siempre, ella se recostó en mi pecho y yo la rodee con mi brazo. Tomó el cuaderno de dibujo y me lo enseñó. En la hoja blanca había un dibujo de un animal que supuse era un zorro, mi animal favorito y el de ella desde hace un tiempo. El zorro estaba parado y tenía un bastón del mismo color de su pelo.

—¡Wow! Quedó hermoso, grillito, ¿lo hiciste tú?

—¡Siii!, ¿te gustó?

—Si, pequeña, me gustó mucho. Pero como que le falta algo…

—Un sombrero

—¿Tú crees?

—Si, un sombrero de esos que usaba el abuelito. Un sombrero de alguien elegante.

—¿Y como llamarás al zorrito?

Varón Mancuernas.

—¿Sabes que son unas mancuernas?

—Nop—dijo con toda la sinceridad—, pero me gusta la palabra, ¿a que es un nombre bonito?

—Es un nombre muy bonito, chiquita—dije negando mientras reía—. ¿Tienes algo interesante que contarme?

—¡Si!— Se levantó y se sentó frente a mi, sonrió tan grande como pudo y me enseñó sus dientes frontales, los cuales por cierto eran muy limpios, pero había un espacio vacío entre dos de ellos—, ¡se me cayó el diente que tenía flojo!

—¡Wow!, ¡que bien!— Ella sonrió, pero ahora con la boca cerrada—. ¿Qué vas a hacer con el diente?

—Mamá me dijo que lo guardara bajo la almohada porque el ratón Pérez me va a traer dinero.

—Eso suena bien.

—Pero no lo voy a hacer.

—¿Cómo?, ¿y eso por qué?

—Porque cuando venga el ratón Pérez, lo voy a atrapar y lo voy a poner en una jaula, así lo tendré solo para mí y tendremos dinero por siempre.

Me quedé atónito por un momento por lo que acababa de decir, pero al final me rei como nunca. Sus ocurrencias a veces eran tan random que me tomaban desprevenido.

—Bueno, me parece bien, mi cazadora de ratones, pero por ahora, tenemos que estudiar, ¿no crees?

—¡Ah si!—pareció acordarse de repente y salto de la cama hacia su estantería, en dónde tenía sua cuadernos—. Tengo tarea de lengua.

—¿Ah si? A ver…—tomé el cuaderno y lo leí detenidamente—. Con que te están dando los tipos de textos…

—¡Si!, pero me confundo…

—Okey, grillito, siéntate aquí a mi lado. Te voy a explicar y si no entiendes algo me preguntas, ¿okey?

—Oki.

Se volvió a recostar en mi pecho para escucharme hablar. Yo le empecé a explicar todo sobre el tema, ya que por suerte me acordaba algo de la materia de mi tiempo en el bachillerato. Bien sabía yo que se iba a quedar dormida en cualquier momento, pero aún así seguí explicándole para que algo de la información quedara en su mente.

Al final de todo se me olvidó lo que había pasado esa noche, toda oscuridad se había disipado con la luz de sus sonrisas.

Faltaban solo minutos para irme a la base. Era mi primer día en el ejército, me sentía nervioso al pensar en las cosas que aprendería, en lo que me convertiría, lo que podría hacer por mi país, por mi gente. Estaba muy motivado; viendo mis manos callosas y más mangas de mi uniforme verdoso, sonreí.

—Hermanito…—sentí que jalaban mi pantalón y cuando bajé la mirada me encontré con Rachel viendome fijamente—. ¿Ya te vas?

Me agaché para verla a los ojos. Mi madre se encontraba a un par de metros de nosotros viéndonos y casi llorando.

Mi madre había conseguido un trabajo nuevo, uno en el que no se esforzaba tanto y podría sustentarse con ello. Yo le había comentado lo del ejército y me dijo que lo hiciera, ya que era mi sueño. No estaba muy seguro al principio, ya que las iba a dejar solas, pero lo madre me aseguró que estarían bien, así que me enlisté.

—Si, grillito, tengo que irme ya— Le dije a Rachel sacudiendo su cabello.

—Pero…¿vendrás a casa después?—preguntó y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Claro que si, pero tardaré algo de tiempo. Mientras tanto quiero que estudies, ¿okey?, haz que mamá se sienta orgullosa. Y guarda todos los dibujos que hagas para que cuando llegue a casa pueda verlos.

—Toma…— Extendió su mano y me dió una hoja de papel. Al verla, me di cuenta que era el Varón Mancuernas que había dibujado hace un mes—. Quiero que lo tengas.

—Muchas gracias, pequeña, lo cuidaré con mi vida.

Rachel se lanzó contra mi y me abrazó con fuerza, empezó a llorar en mi hombro, mientras yo solo le sobé la espalda haciendo sonidos tranquilizadores con la boca.

—Hermanito…¿por qué te tienes que ir?

—Porque esto es mi sueño, y cuando seas grande te ayudaré a cumplir los tuyos, grillito. No te preocupes, volveré a casa y podremos comer arroz con coco mientras vemos caricaturas, ¿quieres?

—¡Si!

—Entonces tranquila, te prometo que no importa lo que pase, el Varón Mancuernas y yo volveremos a casa.

Ella asintió sobre mi hombro y yo la abracé con más fuerza. ¿Quién diría que esa sería la última vez que vería sus lágrimas?, ¿o que escucharía su voz? Ojalá ese abrazo hubiera sido más largo, y ojalá me hubiera percatado que a lo lejos…alguien con el rostro lleno de cicatrices nos estaba observando.

Habían pasado unos cuantos meses de entrenamiento. Siendo realmente sincero me la estaba pasando muy bien. Había aprendido tantas cosas en tan poco tiempo que no sabría decir por dónde empezar. El manejo de armas, la resistencia corporal, la evasión de ataques, el liderazgo. Todos mis compañeros del escuadrón me veían como el mejor de allí y varios coroneles me respetaban mucho.

Era feliz, en serio lo era, pero aún así no se me olvidaba la promesa que había hecho hace unos meses a una pequeña niña de ojos azules. Faltaba una semana para que me dieran un descanso, de esa manera podría visitar a mi familia y podría ver a Rachel. Imaginar lo feliz que se vería al verle, eso me subía los ánimos al cien.

Estábamos todos reunidos en el comedor, mis compañeros hablaban sobre lo que harían cuando fueran a casa. Algunos hablaban de sus parejas, otros de sus familias, algunos sobre que disfrutarían los beneficios del uniforme. Yo solo escuchaba mientras tomaba un agua con vitaminas (era lo más cercano a una bebida en ese lugar) y me reía con las ocurrencias que tenían.

—¡Miller!— La voz de mi comandante resonó en todo el comedor. Volteé y pude ver qué se acercaba con su rostro impacible como siempre pero en sus ojos…había algo que no me agradaba. Era un brillo, un brillo fúnebre que anunciaba malas noticias. Cuando llegó a mi mesa, habló:—. ¿Estás ocupado?

—No, señor, para nada—contesté—. ¿Necesita algo?

—Unos detectives quieren hablar contigo, es importante.

Me levanté confundido de la mesa. ¿Detectives?, ¿de que trataba? Nunca en mi vida he tenido problemas con la ley, y mucho menos tenido contacto con algún ente criminal. ¿Será algo relacionado con él incidente del callejón? Lo dudaba mucho, ya que el hombre no hubiera denunciado nada en realidad.

Llegué a una pequeña carpa en dónde se realizaban algunas reuniones de los capitanes, y allí se encontraban dos personas vestidas de traje. Uno era un hombre pelirrojo, con rasgos holandeses, que se encontraba medio sentado en la mesa de operaciones; la que lo acompañaba era una mujer de cabello negro y ojos de color verde con pintas azuladas. Los dos se veían jóvenes, pero aún así se notaba en sus ojos que habían pasado por mucho, además, aquel brillo fúnebre que vi en mi comandante también deslumbraba en sus iris.

—Buenos días—saludé captando su atención—. ¿Ustedes son los que me estaban buscando?

—¿Es usted Jackson Miller?—preguntó el pelirrojo, cuando asentí se levantó y se puso frente a mi, ofreciendo su mano—. Mucho gusto, soy el detective Marcus Melodian, y ella es mi compañera Asly Vegas. Somos detectives asignados a un caso que sucedió en su localidad.

—Mucho gusto, supongo. ¿Qué necesitan?

—Antes de empezar…—dijo la que debía ser Vegas—, déjeme decirle que tratamos de localizarlo pero nos dijeron que estaba en un entrenamiento fuera de la ciudad…no pudimos contactarlo.

Hace unas semanas habiamos ido a una montaña a kilómetros de distancia de cualquier lugar con civilización como prueba del trimestre. Un ejercicio de supervivencia, en dónde teníamos que pasar tres semanas en la montaña sin algún recurso del exterior. No teníamos forma de comunicarnos, a lo mejor fue por eso. Habiamos llegado de allí apenas unos días.

—Pues…estaba en un entrenamiento—informé—, ¿puedo saber por qué intentaban localizarme?, ¿hice algo malo o…?

—No, señor Miller, la realidad es que…— La detective se paraba mucho, como si le costara soltar la noticia que claramente se mantenía en su garganta.

—Hace una semana su hermana, Rachel Miller, fue reportada desaparecida por su madre—terminó de decir el pelirrojo dejándome congelado.

—D-Desapareci-cida…—tartamudeé haciendo énfasis en esa palabra.

—La policía local hizo una búsqueda exhaustiva para encontrarla—siguió hablando—, pero no pudimos encontrarla a tiempo…

A tiempo…

Esas dos palabras resonaron en mi cabeza como eco, siendo afiladas como espada cada vez que chocaban con una pared del pensamiento. Si no hubiera llegado a tiempo significa que habían llegado tarde, pero…¿a que habían llegado tarde?

—¿A qué "no" llegaron a tiempo?—pregunté sin estar listo para la respuesta.

Aunque la detective quería darme ánimos con su mirada, no funcionó. En su mirada solo podía ver el reflejo de un dolor y una pena incomparable, un preludio para lo que sentiría yo realmente.

—Encontramos a su hermana hace dos días— Me dijo el pelirrojo, tratando de no mostrar emociones. Lo entendía, era su trabajo, pero también era un humano y si le costaba decir la noticia completa era porque no era fácil—. Lamentablemente perdió la vida.

Primera daga en mi pecho. Fue tan fuerte que sentí que iba a vomitar, aún así, no podía creer lo que me estaban diciendo.

—¿C-Cómo que perdió la vida?

—Parece que la secuestraron con algún fin, y cuando ya lo había cumplido la desecharon.

—¿La desecharon?

—Si…le aseguro que estamos haciendo todo lo posible para encontrar a los culpables, y déjeme decirle que…

—¿Dónde la encontraron?—pregunté. El detective me miró fijamente, confundido, y sus ojos decían: «No me preguntes, por favor». A veces las miradas decían más de mil palabras.

—Señor Miller, no puedo…

—Por el amor de Dios, detective, dígame bien la información.

—La encontramos en un callejón al este de la ciudad, cerca de algunas tiendas pero bien oculta. La encontró una señora que pasaba por allí, la habían puesto con el propósito de que la encontraran fácilmente.

—¿Cómo la encontraron?

—Señor…

—¿Cómo. La. Encontraron?

—Estaba golpeada. Tenías algunos rasguños en el cuerpo y muchos moretones. También tenía unas costillas rotas y parte de su rostro estaba gravemente lacerado.

—Usted dijo que encontraría a los responsables, ¿cómo sabe que son más de uno?

—Señor, como es un caso abierto no puedo comentar mucho sobre él.

—Detective. No he visto a mi hermana pequeña durante tres meses, la última vez que la vi le prometí que íbamos a pintar viendo caricaturas cuando volviera a casa, y me acabo de enterar que fue asesinada mientras yo estaba lejos de ella. Si me va a dar esta noticia, dígame sin tabús lo que sucedió, no solo la punta del iceberg.

El detective me vió a los ojos. No quería más rodeos, no quería que me vieran con más lastima. Ya me estaba quemando por dentro al saber que estaba muerta, que mi pequeño ángel ya no estaba conmigo, ¿por qué no terminaba de decirlo? ¡Que abriera la herida por completo!

—Okey, se lo diré—dijo metiendo sus manos en los bolsillos—. Además de la horrible condición física con la que la encontramos, también encontramos un fluido extraño en su estómago y en sus partes íntimas. En el laboratorio lo identificamos como semen, pero la cuestión es que tenía el ADN de seis hombres distintos. Eso, más las señales de abuso que encontramos en varias partes de su cuerpo, nos hace llegar a la conclusión que abusaron de ella en repetidas ocasiones antes de morir.

Abusaron de Rachel antes de morir.

Mi cuerpo empezó a temblar, mis manos palpitaban y mi cabeza empezó a dar vueltas sin parar. Di unos pasos hacia atrás, me tropecé con mi propio tobillo y caí sentado al suelo. Los detectives trataron de levantarme, pero no se los permití. No quería ayuda, no quería levantarme, no quería existir en ese momento.

Rachel Lisbeth Miller, ella solo tenía diez años, rumbo a los once, cuando fue secuestrada, violada y asesinada por seis hombres desconocidos.

—Ahora ese hombre vendrá por tí.

No tenía pruebas, pero tampoco dudas, había sido él. Pero eso no me hacía sentir, más bien, me hacía sentir incluso más miserable que antes porque eso significaba que…

Estaba muerta por mi culpa.

—¿Algún otro detalle?— Le pregunté al detective desde el piso.

—Solo uno, pero no sabemos si es relevante.

—¿De que trata?

—Pues en una de las paredes, en dónde encontramos a su hermana, había un graffiti que decía una frase.

—¿Cuál era la frase?

—«Deuda Pagada».

Las siguientes semanas fueron las más grises de mi vida, aunque supongo que aún sigue con esa tonalidad, ¿no? No sabría decir lo contrario. Después de la visita de los detectives hablé con mi comandante y él entendió mi posición, así que me fui directo a mi hogar sin darle explicación a nadie más.

Cuando llegué a casa y toqué la puerta, mi madre la abrió lentamente. Su rostro parecía cansado, las ojeras que tenía me decían cuántas noches había estado sin dormir y el rojo de sus ojos me mostraba cuanto había llorado. Ella al verme no pudo contener el llanto, entonces la abracé en silencio. Rompió a llorar en mi pecho mientras yo le acariciaba el pelo, sin saber que decir.

Realmente no sabía lo que sentía.

¿Ira?, ¿dolor?, ¿culpa?, ¿todas ellas?, ¿ninguna? No sé decir cuál. Lo que si tengo claro es que todos esos días los pasé como un zombie, en silencio. La gente me hablaba, pero yo solo contestaba con gestos. Con la única que hablaba era con mi madre, y aún así terminaba respondiendole con monosílabos.

Fuimos a reclamar el cuerpo de Rachel a la morgue. La sacaron del refrigerador en dónde los conservan y al verla me salían las lágrimas sin poder contenerlas. Se veía tan inocente, durmiendo sin respirar. Su cuerpo estaba pálido, muy lejos del color piel que se volvía rojo a cada emoción fuerte que antes tenía. Su piel estaba llena de manchas moradas y líneas descoloridas. Le habían quitado todo rastro de color, tal y como blanquear una pintura de Van Gogh.

El día del funeral mi madre me hizo un peinado, le puso flores en el cabello tal y como a ella le gustaba. Las flores no eran silvestres, sino de aquellas que plástico que duran para siempre, ya que según mi madre quería que llegara peinada al más allá. No le porfié nada, solo dejé que la peinara mientras yo observaba. También la vistió con un vestidito veraniego que le encantaba usar en las tardes cuando salía a jugar con sus amigas o a comprar un helado.

Si me preguntas, no quería estar ahí. Me estaba muriendo por dentro, pero no quería que mi madre estuviera sola. Aunque me doliera, no derramé ninguna lágrima hasta que estuvo completamente lista para llevarla al cementerio. Tenía que ser el fuerte, tenía que sobrevivir para que mi madre tuviera un pilar.

Ese era mi trabajo.

Ya en el cementerio el cielo se mantuvo nublado, como si lo que estuviera allá arriba también estuviera de luto conmigo. Me alegraba, al menos no solo estabamos llorando los mortales, sino que los ángeles lamentaban ver el funeral de una pequeña querubín.

Mientras el padre daba sus palabras de consolación, observé a todos los que estaban allí. La maestra que le daba clases, sus compañeros de clases con sus respectivos padres, algunos vecinos, la familia de mi madre, uno que otro amigo de mi infancia. Todos estaban allí para mostrar sus respetos, seguramente ella lo hubiera visto como una fiesta ignorante de lo que realmente sucedía. Ella era así, siempre buscando un rayo de sol en la tormenta.

Yo fui uno de los encargados de enterrar el ataúd, o mejor dicho, quise ser el que lo hiciera. No dejé que nadie más tocara la pala, sino que tomé la mía y empecé a echar tierra. La gente se fue yendo una por una, incluso mi madre después de tanto esperar se fue a la casa. Yo seguí tapando el ataúd, llorando, aprovechando que ya nadie me veía.

Pasaron los días, la investigación de la muerte de Rachel se estancó. ¿Por qué?, la respuesta oficial es que no había evidencia de quienes habían sido los culpables, pero la realidad me la dijo el detective Melodian cuando fue a mi casa. Me dijo que la policía local los había echado antes de poder dar con los culpables, que seguramente dicha banda tenía hilos en la comisaría y que por eso no hacían nada.

Me dió incluso más asco, ya que ellos eran oficiales de la ley, deberían dar su vida para proteger a los demás. Pero entonces recordé que posiblemente los tenían amenazados…

No los culpo, pero si sentí rabia.

Mi madre cayó en depresión. Dejó de tomar sus medicinas, también de comer con regularidad. Empezó a perder masa corporal muy rápido y los mareos eran muy usuales. Decayó demasiado rápido, y aunque intente ayudarla, darle razones para vivir, no tenía las fuerzas para alentarla. ¿Acaso alguien que desea morir puede decirle a alguien más que viva?

Recuerdo el día en que ella por fin se rindió. Estaba acostada en su cama, yo le traía un pequeño jugo de fruta para que al menos se hidratase. Había dejado el ejército para cuidarla a tiempo completo, incluso conseguí un trabajo desde casa para tenerla cerca todo el tiempo. Ella tenía los ojos abiertos viendo al techo, en silencio, ignorando mi presencia por unos instantes.

—Mamá…— Ella volteó un poco y me dió una leve sonrisa. Sus labios estaban algo resecos, su piel estaba pálida.

—Jackie…—cerró los ojos llevó su cabeza a un lado—. Jackie…tu hermanita vino a visitarnos…

Abrí los ojos, aunque pareciera absurdo miré a dónde ella estaba viendo, pero no había nada. Aún así mi madre sonreía y sus ojos estaban brillando como si estuviera viendo al sol. Ella si la estaba viendo, por eso mismo no le rompí la ilusión y asentí con la cabeza.

Mi madre cerró los ojos lentamente después de unos minutos hablando con un fantasma, siendo sus últimas palabras: «Cuando despierte de mi siesta, ¿estarás aquí, mi niña?».

En menos de seis meses enterré a mi madre y a mi hermana en el mismo cementerio. Me quedé completamente solo. Al funeral de mi madre fueron prácticamente las mismas personas diciéndome prácticamente las mismas palabras. Yo no dije nada, solo escuchaba todo.

Pasaron los días. Mi corazón se sentía cada vez más vacío. No caí en la bebida ya que le había prometido a mi madre jamás tomar por despecho, pero si me volví adicto a fumar un cigarro cada vez que me sentía mal, así que compraba muchas cajas de cigarro.

Un día de esos estaba en la tumba de mi madre, en la que justo al lado se encontrá la de Rachel. No las quise separar, ni siquiera en la muerte. Sé muy bien que le hubiera gustado a mi madre que su cuerpo descansara en ese lugar.

No prendí ningún cigarro allí, le gustaba respeto incluso cuando no estaba allí realmente. Me quedé viendo el par de tumbas frías y grises. En ese lugar…en ese sitio…allí estaba mi corazón.

Muerto.

Uno pensaría que en una situación así uno rompería en llanto, pero me sentía tan culpable que no le veía el sentido al llorar. ¿Por qué lloraría? Debería recibir tortura. Cuando un soldado no cumple con su misión siempre debe recibir una penitencia para así insestivarlo a no volver a fallar. Yo no merecía siquiera la muerte, ese era un castigo muy piadoso, más de lo que merecía.

—Rachel, mamá, lamento no haberlas protegido cuando pude—dije frente a las tumbas—. Soy débil, soy un egoísta, yo…yo…soy yo el que debería estar muerto, ¡no ustedes!

Gotas empezaron a caer del cielo, frías y pesadas, y caían encima de mi como proyectiles que herian mi piel. La ropa que traía me iba a molestar si se empapaba, pero no me moví aún sabiendo esto. Mi cuerpo estaba firme en su lugar, como si fuera una estatua.

La lluvia empezó a volverse más fuerte y mis zapatos se volvieron pozos de humedad, siendo mis medias esponjas de la misma, eso me daba una sensación algo extraña entre los dedos inferiores.

¿Debía irme? Me preguntaba, pero antes de poder darle alguna respuesta a mi pregunta interna, alguien pasó por mi lado. Una figura misteriosa, más fornida que yo y más imponente. Su propia presencia me parecía conocida, la pesadez de sus pasos y su olor a cigarrillos de calidad.

No le ví el rostro, tampoco lo detuve, solo lo seguí con la mirada mientras se dirigía a la tumba de mi madre. Traía un ramo de girasoles, los favoritos de ella, y los colocó encima de la losa, arrodillándose. El hombre se quedó viendo la tumba por unos minutos para después romper a llorar.

—Llegué tarde, Daphne, perdóname…

Su voz gruesa me trajo recuerdos, de cuando me enseñó a jugar básquet, o de cuando me felicitaba por hacer travesuras y salir impune. Jamás en la vida lo había visto llorar, menos a esta magnitud. Estaba gimiendo de dolor allá arrodillado frente a mi madre, era un lamento sacado del corazón de un penitente infernal.

—¡Perdón!, ¡yo debía protegerte! Te fallé a ti, a Rachel, y a…

—¿Papá?

Su llanto se detuvo en seco cuando hablé, se levantó lentamente y después se dió la vuelta. Sus ojos se veían más cansados, más rojos, más vacíos; su barbilla estaba cubierta por una barba algo descuidada, pero que no parecía tener más de dos semanas; las arrugas de sus ojos estaban más pronunciadas. A pesar de todo esto, estuve seguro apenas lo ví. Era él.

—¿Jackson?—preguntó. Parece que no creía que estuviera allí frente a él, ¿qué pensaba que era?, ¿un fantasma? Lo que sea que estuviera pensando en ese momento le hizo dar unos pasos al frente y verme cara a cara. Nos estábamos mojando con la lluvia, por nuestros rostros se deslizaban gotas cristalinas mientras estábamos estáticos en nuestrl sitio—. Jackson, hijo, yo…

No dejé que terminara. Me lancé sobre él y lo envolví con mis brazos, lo apreté con fuerza como si pensara que al soltarlo no lo volvería a ver. No le reclamé el que no hubiera estado en mi niñez, o en los primeros y últimos años de Rachel, no le reclamé su ausencia ni su irresponsabilidad; solo lloré, como si no hubiera un mañana.

Mi padre respondió el abrazo, aprentandome fuerte y acariciando mi cabello. La última vez que lo había abrazado le llegaba hasta el ombligo y ahora era incluso más alto que él, esa diferencia la noté apenas subió la mano para ver mi rostro. Yo lo ví atentamente a aquellos ojos oscuros que había heredado de él, ojos marrones tan oscuros como la noche que nos cubriría en pocas horas. En ese océano infinito de oscuridad había una leve llama azulada, pequeñas ascuas de tristeza que se volvían un incendio en su alma.

Él sentía la misma tristeza, la misma culpa que yo, lo sabía.

—Papá…no pude protegerlas—dije aún llorando—. Y-Yo solo quería ser como tú, p-pero las dejé y…y…

—Jackie…—regresé la mirada hacia él, no me había dado cuenta que había estado viendo al suelo todo este tiempo. Papá no usaba el «Jackie», le decía a mamá que le quitaba toda la esencia original a mi nombre; aún así, cuando yo me sentía mal y necesitaba consuelo, él me llamaba así mientras me contaba sus días en el ejército. Amaba esos días—. Hijo, no es tu culpa nada de esto.

—¡Si lo fué!—dí unos pasos hacia atrás y me agarré la cabeza—. Me fui, ¡las dejé!, dejé que les hicieran daño…no estuve para Rachel cuando me necesitó, ¡la dejé morir!

—¡Jackson!, ¡comportate!

Mi padre me veía furioso, pero con lágrimas en los ojos. ¿Estaba molesto conmigo?, ¿acaso recordaba que era mi deber protegerlas?

—¡Nadie tiene la culpa de esto!, al menos tú no la tienes. La culpa la tienen aquellos monstruos que causaron tanto dolor a tu hermana y a tu madre. Ellos son los verdaderos culpables.

—Lo sé…—dije—. Por eso mismo, los voy a matar.

Papá se me quedó viendo, no sabría describir la emoción que dominaban sus ojos, pero si sé que no era aceptación por mis palabras. Me valía, era lo que sentía y no se lo había dicho a nadie.

—Yo sé quién lo hizo. Fué un maldito de una banda de la ciudad. Lo hizo porque intervine en un asunto suyo, como venganza.

—Hijo, ¿estás seguro?

—Si. No tengo dudas de ello.

—¿Ya le dijiste a la policia?

—La policía no hará nada. Detuvieron las investigaciones, ya que si no me equivoco los malditos tienen gente allí. No voy a esperar por ellos— Me acerqué a mi padre. Habiamos pasado tantos años separados y ese día lo sentí tan cerca, como si jamás se hubiera marchado de casa—. ¿Me ayudarás?

—Especifica la ayuda que quieres recibir de mi.

—Esa gente violó y asesinó a tu hija, nos privó de verla crecer y de que ella tuviera una vida; tu esposa murió de tristeza por la muerte de ella. Nos arrebataron a nuestras luces, o al menos las mías; me obligaron a estar en la oscuridad y ahora tengo pensado traerlos conmigo. ¿Me ayudarás a hacerlos sufrir?

—Jackson…apenas tomes ese camino jamás podrás tener una vida normal de nuevo. Aquella sangre que quieres derramar te perseguirá, pensarás en ello todas las noches— Mi padre me advirtió moviendo su cabeza de un lado a otro—. Desde niño has tenido un código moral muy fuerte, tu sueño si no me equivoco era ayudar a los demás, ¿tirarás todo eso por la borda? La venganza jamás te podrá consolar.

—Es que no quiero consolarme, papá, solo quiero hacerlos sufrir. No busco redimirme, sino castigarlos a ellos. ¿Sabes dónde están mis sueños y mi código moral? Están enterrados allí, bajo una losa de cemento y flores fúnebres.

El sueño de ser soldado, el sueño de ayudar a mi familia, todo ese esfuerzo, todo ese trabajo fue en vano, solo por la maldad de aquel sujeto de las cicatrices; pero no iba a quedarme llorando y lamentandome como una víctima más. Yo no era un simple cordero, yo era un cazador, y se habían metido con mi rebaño.

Ahora iba a cazar a ese maldito lobo rapaz.

—Bueno…—respondió mi padre junto a un suspiro—. Es tu decisión. Te daré toda la ayuda que necesites, pero cuando termines de hacer lo que vayas a hacer vendrás conmigo. No permitiré que te alejen de mi lado otra vez.

—Bien.

—¿Estás conciente que tu vida cambiará para siempre?, posiblemente no puedas volver a ver a tus amigos, a nuestra familia, vas a desaparecer del mapa. Dejarás de existir para convertirte en una sombra, ¿estás de acuerdo con eso?

—Tranquilo, papá. No tengo nada que perder, además, no me voy a volver una sombra.

—Ah, ¿no?

No. Ellos me quitaron la vida al arrebatarme a Rachel; justo ahora no estás viendo al hijo que dejaste hace años, sino a un simple fantasma sin alma, y los fantasma no tienen sombra, solo existen para atormentar a los vivos.

Estábamos rodeados de oscuridad, la penumbra era nuestra acompañante. Acompañado de desconocidos enmascarados armados hasta los dientes, los cuales estaban bajo el mandato de mi padre.

Cuando le había pedido ayuda a mi padre no consideré que tendría tales herramientas a su disposición. ¿De que trabajaba actualmente? Eso era pregunta para otro momento. No me molestaba tener apoyo, más bien, lo agradecía, así podría cumplir más rápidamente mi objetivo.

Observé mi rostro en un espejo que había en el vehículo. De verdad se notaba que me había olvidado de mi cuidado personal. Barba áspera, ojeras pronunciadas, ojos secos y labios resecos. Se notaba de lejos que había pasado un infierno emocional. Suspiré.

Todo color que había tenido en mis mejillas, en mi cara como tal, se había desvanecido para no aparecer más cuando supe que Rachel ya no estaba. Aunque fuera triste, lo aceptaba; no hay ningún mundo en el cual yo tendría color si no está ella. Me niego a aceptar algo así.

Me coloqué una máscara que me había dado mi padre para entrar al lugar. Al principio era de color negro, pero decidí hacerle unas modificaciones. La pinté de azul, dejando solamente los protectores de los ojos completamente enegrecidos. Si me preguntas la razón de estos colores…pues no hay ninguno. Solo me gusta el azul.

Una señal silenciosa del líder del escuadrón me indico que ya era hora de actuar. Salí del auto y seguí a los muchachos que estaban irreconocibles con sus atuendos. Cada uno se puso en un sitio estratégico del lugar, listos para entrar.

—El Jefe nos dijo que estábamos bajo sus órdenes— Me dijo el líder de escuadrón—, ¿qué procede?

—¿Cuántos hay allá adentro?

—La mayoría son elementos de la banda, incluyendo al objetivo principal. También hay algunas prostitutas del callejón dando sus servicios.

—Dime, ¿tú equipo tiene algún límite moral?

—¿Con personas como estas?, ninguno.

—Entonces deja a las prostitutas ir, no tienen nada que ver con esto; en cuanto a los demás, matenlos, menos al de las cicatrices, ese es mío.

—¿Sigue con ganas de ofrecerle el regalo?

—Si, sin ninguna duda.

Asintió y con una señal por radio el ataque empezó. Yo no me moví, solo escuchaba como tumbaron las puertas, algunos disparos y muchos gritos. Observé alrededor, habían algunas personas viendo desde lejos. Supuse que llamarían a la policía o algo así, pero la señora que estaba viendo desde su ventana solo formó con su boca la palabra: «Gracias…».

Observé bien y pude ver no muy lejos de la puerta una clase de altar. Tenía la foto de una joven que no podía pasar de los doce, con solo verla entendí todo. Volví a ver a la señora y aunque no pudiera ver mi expresión a causa de la máscara, asentí en forma de respuesta. Ella sonrió, casi llorando, y se devolvió a su casa cerrando las persianas.

Seguí esperando allí hasta que uno de los muchachos me llamó para indicarme que ya estaban listos. Lo seguí hacia el interior de la casa y allí encontré la obra de las fuerzas de mi padre. Todo el suelo estaba lleno de sangre, del techo colgaban los demás integrantes de la banda que estuvieran allí, incluso algunos aún se movían mientras goteaban líquido carmesí por sus heridas de impacto. Me sorprendió que habían hecho todo esto en menos de veinte minutos, pero su trabajo fue impecable. Entre todos aquellos adornos de navidad estaban los que seguramente acompañaron al maldito a violar a mi hermana, por lo cual amaba el hecho de que le dí un alto a sus asquerosas existencias.

Allí en medio de toda la carnicería se encontraba el objeto de mi atención. Con ropa cómoda, pero que se veía costosa, además de mucha bisutería de mal gusto, se encontraba arrodillado con la cabeza agacha, posiblemente inconsciente. Tomé una silla que estaba cerca de allí para sentarme frente a él, verle fijamente y notar lo indefenso que se veía.

Le indiqué a uno de los que lo sostenía que podíamos iniciar con el show, y al captar la información sacó su pistola para dispararle en el muslo. El sujeto levantó el rostro y soltó un grito desgarrador que duró unos cuantos segundos, bajando un poco la intensidad después para después convertirse en simples gemidos de dolor.

—Buenas noches, caballero, ¿que tal su siesta?—pregunté.

Él miró a todos lados, vió a todos sus compañeros golpeados del techo, muertos. Su cara llena de cicatrices mostraba tantas emociones que me dió gracia. ¿Es normal que tuviera ganas de reírme en ese momento? Después posó su mirada en mi y la ira en sus pupilas era evidente.

—¿Quién eres?— Me preguntó directamente.

—No, señor, la verdadera pregunta es, ¿quién es usted? Pues su nombre es Patrick Slyder, alguien a quien le dieron poder solo porque si y se volvió en nada más y nada menos que un monstruo. Acusado varias veces de crímenes violentos, entre los cuales se encuentran, obviamente, violación.

—¿Qué mierda quieres?

—Justicia, eso es lo que quiero, Patrick. Has lastimado a muchas personas y no has pagado las consecuencias, pero he venido a saldar tu deuda.

—¿Y quién eres para cumplir justicia?— Su tono burlón me empezó a molestar—. ¿Qué eres?, ¿alguna clase de justicieros? Por favor. Si piensas que la policía te va a apoyar cuando me entregues no tienes ni la menor idea de nada.

—¿Yo? Yo no soy nadie—procedí a retirarme la máscara. Él parecía sorprendido de verme allí—. Simplemente soy un ciudadano promedio.

—¿Todo esto lo estás haciendo tú? Me impresionas, la verdad pensaba que solo eran un soldadito indefenso. Dime, ¿cómo se sintió saber que me cogí a tu hermanita mientras tú jugabas al Mambrú?

No dejé que eso me alterara, solamente lo seguí escuchando.

—¿Sabes? Ella era muy inocente, ¿acaso no le enseñaste que no debía aceptar cosas de extraños? Cuando le ofrecí un poco de dulce ella fue corriendo a mis brazos, aunque claro, supongo que fué porque le dije que era amigo de su hermanito.

Rachel no era ingenua, pero si inocente. Confiaba en todas las personas, pero nosotros no se lo peleabamos porque nadie de nuestro alrededor le hubiera hecho algo así. Aún así, seguí sintiendo culpabilidad a causa de sus palabras. Debí enseñarle mejor, tal vez si hubiera sido más desconfiada…

—¿Sabes lo que me decía?—siguió hablando—«Mi hermanito me vendrá a buscar y les dará su merecido»— Puso voz aniñada, tratando de imitar a mi hermana—. La niña te consideraba un héroe, siguió llamándote hasta que ya no abrió los ojos, pero aún así su hermanito jamás llegó.

El maldito sonrió, bufandose de mi, pero al ver que yo no reaccionaba a sus palabras parecía algo inseguro. Yo sabía que me intentaba provocar para intentar algo, pero no iba a dejarme. Solo necesitaba cumplir mi propósito aquí, no necesitaba más.

—Dime, niño, ¿quieres redimir tu culpa torturandome? Tú eres igual de culpable que yo, por meterte en asuntos que no te competen.

—Te equivocas—le dije ya cansado de escucharlo. Me levanté para verlo desde arriba y sonreír—. No busco redimirme, jamás podré hacerlo, pero lo que si quiero es hacerte pagar. Hubiera dejado que el karma te castigara, y tal vez lo hubiera hecho, pero, ¿sabes? Me di cuenta de algo: Yo puedo ser el karma, y creo justo que el pago de tus acciones sean equivalentes al peso de las mismas.

—¿De que mierda hablas?

—Muchachos—hablé con los que estaban sosteniendolo y los demás a mi alrededor—. Desnudenlo, ya saben que hacer.

Patrick quedó con los ojos abiertos y vio a todos los sujetos enmascarados que se le acercanban. Empezó a negar con la cabeza, a gritar incluso, pero nada de eso cambió mi plan. Empezaron a quitarle la ropa a pedazos y a golpearlo cuando trataba de resistirse. Yo me di la vuelta para ir a la cocina, no quería estar presente cuando pasara lo que tenía que pasar.

—No olviden que este hombre violó y asesinó a cinco adolescentes y cuatro niñas sin compasión. No tengan piedad—dije para después dirigirme a él—. Patrick, déjame decirte algo antes de que sufras tu castigo. Si llegas a morir, que es lo más probable…te encontraré en el infierno para seguir con tu castigo.

Y ya sin decir nada más me fui a la cocina. Mientras caminaba se escuchaban los gritos pidiendo piedad y el impacto de los golpes que le daban.

Al llegar a la cocina tomé una botella de licor que había en la mesa, de dudosa marca y calidad, pero alcohol era alcohol. Vacíe un poco del líquido en un vaso y bebí sin saborear nada. El ardor que acompañó al paso de la bebida fue algo reconfortante, aunque el sabor del mismo fuera horrible.

A mi lado llegó alguien fornido con el mismo uniforme que todo el equipo, solo que este no había venido con nosotros. Quitándose la máscara mi padre me veía mientras sacaba un cigarro de mi bolsillo. Lo encendí frente a él y le di una calada larga, llenando mis pulmones del humo gris y tóxico. Solté el humo como chimenea, sintiendo el efecto satisfactorio de la nicotina corriendo por mi sangre.

—¿Cómo te sientes?—preguntó mi padre. Es sus ojos vi claramente la espera de una respuesta humana, de alguna satisfacción, de alguna emoción. Algo. Pero no podría darle nada en realidad.

—¿Sinceramente? No siento nada.

—¿Nada?

—No. Y está bien, realmente no esperaba sentir satisfacción o felicidad, tampoco culpa por hacerlo sufrir. Esto es algo que tenía que hacer, y lo hice.

—No sé si preocuparme…

Boté otra nube de humo desde mis fosas nasales y lo miré con una sonrisa tan falsa como los latidos de mi corazón.

—Tranquilo, estaré bien.

Pero no, no lo iba a estar. Jamás volvería a estar bien sin Rachel, era imposible brillar sin la estrella principal de mi firmamento.

—Bueno. Cuando los muchachos terminen con el maldito te llevaré al lugar en donde vivirás de ahora en adelante. ¿De acuerdo?

—Claro— Iba a tomar otra calada, pero mi padre me quitó el cigarro de las manos. Lo miré en protesta, pero él no me hizo caso, solamente lanzó el cigarro al piso y lo pisó—. ¡Hey!, ¿sabes cuánto cuesta uno de esos?

—No es mi problema. Vas a empezar a vivir bajo mi techo, así que nada de cigarro.

Le hubiera dicho algo si no hubiera sido por la llegada de uno de los muchachos que me indicó que ya le habían hecho de todo. Lo habían dejado vivo, solo por poco, y fue por petición mía, ya que quería ser el que jalara del gatillo. Asentí y lo seguí con el propósito de terminar con esto, pero mi padre me detuvo una vez más.

—Hijo, ¿estás…?

—Si.

Fui hacia donde estaba Patrick, el cual estaba desnudo, golpeado, sangrando y temblando. Casi no respiraba, y lo tenían que agarrar entre dos para que no cayera al suelo. Es sorprendente la cantidad de daño que pueden hacer un grupo de personas en tan poco tiempo, pero aún así, viendo que ya estaba moribundo, seguí creyendo que no era suficiente.

Tomé la pistola, y sin decir ninguna palabra, le volé los cesos.

No sentí arrepentimiento, ni aún hoy lo siento. Al recordar aquella noche soy indiferente, pero allí acepté que el Jack que quería ser un héroe murió con una pequeña niña llamada Rachel Miller; y de mi muerte había nacido algo más horrendo, alguien que buscaría a sujetos como Patrick hasta el final de mis días y los haría pagar.

Un fantasma con cuencas vacías, una figura azulada que los atacaría desde la oscuridad, un espectro justificiero vestido de tinieblas. Ese sería yo, el verdadero tormento eterno de estos degenerados. Me volvería un verdadero cazador de monstruos.

Es lo que soy ahora.

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