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Cap. 20 (Parte. II)

Maratón: (2/3)

Continuación…

(6 meses después)

La lluvia caía torrencialmente sobre nosotros, empañando los vidrios del auto por la humedad. Sentado en el asiento del copiloto veía como las gotas caían en la ventana afectadas por la gravedad, atento a su movimiento pero ausente en el momento.

Me habían ido a buscar a mi casa en medio de los días de descanso por un caso que, según, era de mi interés. Bien sabía que estos últimos meses he estado investigando más a fondo todo lo relacionado con estos seres que ahora dominaban mis pesadillas.

Desde aquel día en que ocurrió el accidente, en dónde esa cosa fue contra todos nosotros y casi nos mata, supe que mi exceptisismo era más irreal que lo que suponía era fantasía. Esas cosas eran reales, aquella cosa que ví no solo era un ser humano afectado por un hongo, era una posesión de algo más oscuro y siniestro.

—¿Me podrías dar, al menos, información sobre el caso por el cual me sacaron de mi casa?—pregunté viendo al muchacho que me había ido a buscar, que parecía estar nervioso.

—P-Preferiría esperar a que lleguemos, señor.

—Mira chico, me sacaste de mi casa a las dos de la mañana. No he dormido casi nada, así que si no quieres que te mate con mis propias manos en este lugar, es mejor que me digas a dónde coño estamos yendo.

Obviamente, no lo iba a matar, solo estaba de mal humor, pero él no lo sabía. Se puso incluso más nervioso y empezó a sudar.

—Okey, señor, pero cálmese.

—Entonces empieza a hablar.

—Es un asesinato múltiple. Por lo que me dijeron, toda la escena del crimen es verdaderamente brutal y horrible. Los primeros en llegar vomitaron por la impresión.

—¿Mucha sangre?

—Demasiada, pero también…

—Tambien…¿Qué?

—Una de las víctimas…es una niña.

Cerré los ojos y maldije en voz baja. Odiaba casos como estos, y por estas mismas razones prefería este departamento que otra agencia judicial.

—¿Edad?

—Apenas iba a cumplir los nueve, señor. A ella…

—Mejor no me lo digas, no va a disminuir el impacto cuando la vea—dije pasando la palma de mi mano por mi rostro—. Okey, pero, ¿Esto no equivaldría a un caso para la policía regular?, ¿Por qué nos llamaron a nosotros?

—Porque…el asesino es alguien de la organización.

Inmediatamente lo miré sorprendido ante esta aclaración, mientras él tenía una cara de tragedia que no podría describir con mis palabras.

—¿Quién?— No contestó, sino que seguía viendo hacia delante—, ¿Quien es el asesino?

—Ya estamos llegando.

Miré por la ventana y aunque la lluvia tapaba parte de la vista, reconocí de inmediato el vecindario. Había venido en muchas ocasiones: Domingos, cumpleaños, cenas de navidad, celebraciones de pascuas, viernes de poker…había pasado por este lugar en tantas ocasiones que me era imposible no reconocer aquellas vallas verdes que rodeaban las casas.

Era el vecindario dónde Lester vivía. No saben cuántas veces recé en el auto, siendo ateo, para que no fuera lo que estaba pensando, pero cuando nos detuvimos al frente de aquella casa que tantas veces había visitado como si fuera propia, mi corazón se paralizó.

Salimos del auto y el lugar estaba lleno de policías y personas de la organización. Todos me veían, pero apartaban el rostro con algo muy parecido a lo que es la desconfianza o el pesar, a lo mejor por mi cercanía con el involucrado.

No fue el primer caso de alguien cercano en esta semana, sino que unos días antes Ashley había muerto. Un tiroteo a la casa en dónde vivía con su familia, a manos de una banda criminal que buscaba a su esposo que era policía. Su esposo e hijo sobrevivieron, pero ella recibió el impacto de cuatro balas en el pulmón derecho y el hígado. Murió antes de que llegara la ambulancia.

Cuando me llegó la noticia me fue duro ir a darle el pésame a Erick, su esposo, y también fue duro ver las lágrimas del pequeño, el cual por desgracia había estado justo al frente de su madre en el momento. Ella se había puesto como escudo para que él no sufriera heridas…prácticamente ella murió con su hijo en brazos.

Recordar sus ojos llorosos me daba dolor.

Todo es tu culpa, están malditos por tu insolencia…

Esa voz no dejaba de atormentarme desde aquel día, repitiendo palabras que no entendía y las que lograba comprender no parecían tener sentido. No era mi conciencia, temia haber caído en la locura, que mi mente estuviera hundiéndose en la imcompetencia.

Entramos en la casa y el olor a sangre impregnó mi nariz. Antes el olor a lavanda predominaba, un aromatizante que le encantaba usar a Carol, pero esto ya no estaba. Tampoco estaban el ambiente auditivo de la música clásica que escuchaba, con esos tonos veraniegos en las paredes suministrados por adornos brillantes que colgaban de clavos invisibles. Los pasillos estaban oscuros, fríos, sin vida aparente, la sensación fúnebre era difícil de ignorar.

Llegamos a la sala de estar, la primera escena del crimen. Los muebles de tela que alguna vez fueron delicados y pulcros, ahora estaba cubiertos de estalas carmesí; la mesa en medio de la habitación estaba volteada. Y en el piso, estaba Carol. Su cabello castaño estaba desordenado, su piel color beige, ensangrentada. Sus ojos abiertos mostraban agonía, y rastros de lágrimas difusas recorrían las comisuras de sus ojos. Vestida de una bata de dormir que cubría su cuerpo solamente lo necesario, estaba recostado en el piso sin alguna forna extraña a relucir, pero los detalles mostraban la verdadera historia del suceso. Una herida en el cuello, múltiples puñaladas en el pecho.

Me le quede mirando, con dolor en mi corazón. A pesar de todo, Carol era como un ángel que había llegado a la vida de Lester. Durante años él había sido un solitario sin remedio, absorto en su trabajo y en sus investigaciones, pero fue Carol la que le dió luz a su vida, sacandolo de su cueva y llevándolo a fronteras que ni siquiera él sabía que podía alcanzar. Por eso Lester la amaba con todo su corazón, más que a su trabajo, más que a su vida misma.

—Su muerte fue lenta—dije más para mí que para los que estaban alrededor—, las pequeñas burbujas que aún sobreviven en la herida del cuello muestran que no solo murió desangrada, sino que trató de respirar después de que le degollaron.

—¿Estaba viva?—dijo el muchacho que me acompañaba.

—No solo viva, sino también conciente. Por las marcas en sus brazos puedo suponer que trato de defenderse, pero el perder tanta sangre la debió debilitar rápidamente. Eso le dió chance al asesino para apuñalarla y terminar el trabajo.

—Pero…¿No moriría incluso si no la hubiera apuñalado?, ¿Qué tan loca debe estar una persona para hacer algo así?

—Esto es personal, un crimen así de brutal suele dar mensajes ocultos de lo que el asesino suele pensar, y en este se ven dos cosas: ira y locura.

—¿Será un crimen pasional?, ¿Acaso por celos o por alguna infidelidad?

—No. Carol sería incapaz de serle infiel a Lester, los dos se amaban más que a nada.

—Señor, disculpe, pero aquí no se ve amor por ningún lado.

Guardé silencio, porque era cierto lo que decía. Ví todo el panorama y pude deducir lo que había pasado. Ella había llegado hasta aquí, posiblemente corriendo de alguien, pero al llegar la tumbaron al suelo. Ella intento protegerse con los brazos, saliendo herida, pero el asesino era más fuerte, por lo que le fue fácil tomarla del cuello y pasar el filo del cuchillo por él. Ella trató de respirar, ahogándose con su propia sangre, mientras aquel le propinaba puñaladas hasta que por fin dejó de respirar.

—Dijiste que había una niña involucrada…—dije con la voz casi quebrada.

—Señor, ¿Estás seguro que…?

—No te estoy preguntando nada, muchacho, solo llévame.

El chico asintió y me dirigió hacia la cosina. No estaba preparado para lo que ví aquella noche.

En las paredes, con sangre estaban pintados cientos de símbolos extraños que no reconocí. Velas, cosas parecidas rodeaban el pequeño cuerpo que se posaba en el centro, encima del mesón. La pequeña Aurora estaba allí, como dormida, sin lágrimas, sin muestras de dolor. Me le acerqué, lentamente, ignorando a las personas a mi alrededor. Cualquiera al ver su rostro supondría que solo estaba en un sueño muy profundo, pero un cuchillo atravesaba su pecho, manteniéndose erguido dejando fluir un pequeño flujo carmesí.

Empecé a llorar, no lo podía creer. Aurora Zaragoza. Una niña que hacía cupcakes cada sábado para dárselos a su padre, amante de la danza y del dibujo lleno de color. Una niña que unos días quería ser astronauta y otros quería volverse veterinaria. Aquella que hacía tantas preguntas que a veces daba migrañas. Aquella con ojos azules que parecían el cielo sometido en dos esferas oculares. Aquella que parecía nunca estar triste, que era tan radiante como el Sol.

Estaba allí, muerta.

Rabia y tristeza me recorrieron por dentro, unas ganas de matar al bastardo que había cometido este hecho tan atros.

—¿Dónde está Lester?—pregunté con rabia y lágrimas en mis ojos.

—Lo llevaron a la base principal…

Me devolví por dónde vine pasando por un lado del muchacho. Tenía que saber el por qué de sus acciones, ¿Qué lo había llevado a hacer esto?, ¿Por qué había hecho algo tan impropio de él?

Entre a la sala de contención en dónde lo tenían. Al parecer había Sido violento en su traslado y varios oficiales habían salido lastimados en el proceso. Aunque la ira me consumía, no podía dejarme llevar al estar vigilado por cámaras.

La apariencia de Lester había cambiado mucho desde la última vez que lo ví. Su cuerpo estaba demacrado, estaba tan delgado que parecía no haber comido en semanas; su piel ahora estaba tan palida como la de un papel; su cabello estaba desalineado y más largo, sumando más a su apariencia de vagabundo.

Me acerqué a él, tenía la cabeza viendo hacia abajo, sus manos estaban atadas hacia atrás y la verdad, se veía patético. Lo veía como un extraño porque el Lester que había conocido no habría hecho algo así.

—Lester…— No respondió—. Lester…— Parecía estar ignorandome con descaro—. ¡Lester, carajo!, ¡Si eres tan macho, da la cara maldito desgraciado!

Ya no me importaban los que me estuvieran viendo, quería ver la cara de aquel que fue mi amigo, quería ver si se arrepentía de algo, quería saber sus razones, quería ver si en sus ojos aún había algo de alma.

Levantó la cabeza y di un paso hacia atrás. Mejillas hundidas, ojeras claras y predominantes. Una sonrisa hecha con una cicatriz que le llegaba hasta las mejillas; la cicatriz parecía fresca. El color de sus ojos habían cambiado a un dorado demasiado peculiar.

Él sonrió y dijo:

—¿Cómo estás, Richard?

Era su voz, pero no parecía ser él.

—¿Lester?, ¿Eres tú?

—Se podría decir que si, ¿O acaso mi rostro es otro?

—Lo que hiciste…

—¿Qué hice?, solo soy un pobre payaso sonriente en este mundo gris, ¿Cuál fue mi pecado?

—¿En serio lo preguntas?, ¿Acaso no sientes culpa por lo que hiciste?

—No.

Cínico, eso es lo que era.

—¿Por qué lo hiciste?—pregunté—, ¿Por qué las mataste, Lester?

—No es tu incumbencia, Richard, vete antes de que haga lo mismo contigo y con tu hijo. Oh, espera, si es cierto, si lo hago…¿Lo veré antes que tú?, porque tienes meses que no ves su rostro, ¿Cierto?

—Las amabas, más que a nada. Eran la luz de tu vida, ¿En serio no sientes nada?

—Solo fueron sacrificios para un solo fin, Richard. Mejor vete, si sigues escarbando podrías encontrarte con respuestas que no quieres conseguir.

Esas palabras me parecieron conocidas, al igual que ese tono enigmático y aquella mirada enigmática. Me senté justo frente a él y solo dije una pregunta:

—¿Cuál es el color favorito de tu hija?

—¿Qué?

—¿Cuál es el color favorito de tu hija, Lester?

—¿Por qué preguntas eso? ¿Para qué…?—saqué mi pistola y la apunté a su cabeza.

—Responde, o te vuelo los cesos.

—Ella no tenía colores favoritos, les gustaban todos.

Bajé el arma y lo miré fijamente.

—Dime quién eres.

—¿Eres idiota o te haces?, soy Lester.

—Lester sabría que su hija si tenía un color favorito el cual era el color invisible.

—Eso no existe.

—Tanto Lester como yo lo sabíamos, pero Aurora era una niña demasiado creativa y por eso le seguimos el juego— Una pregunta tan simple me hizo ver la verdad, esta cosa no era Lester—, ¿Quién eres?

El extraño se empezó a reír a carcajadas ante mi pregunta, para después mirarme con aquella sonrisa abierta, botando algo de sangre.

—Veo que es difícil engañarle, coronel Richard.

—Conozco a Lester desde hace mucho, si me querías engañar debiste hacer mejor tu tarea.

—No me digas— Se inclinó un poco hacia delante, pero al tener sus manos atadas no se pudo acercar mucho—. ¿Entonces sabes quién soy?

—Eres la cosa que apareció después de que abrieramos la piedra…Tenebrios.

—Recuerdas mi nombre, ¡Qué felicidad!, me siento importante. Aunque me gustaría que me empezaras a llamar por otro nombre. ¿Qué tal, «Sonrisas»?

—¿Qué le hiciste a Lester?

—Lo mandé a dormir. Me va a ser útil en un futuro, pero necesito su cuerpo para poder andar.

—¿Qué mierda eres?

—Soy el sirviente del caos, el centinela del dador de vida. Soy lo que te atormenta en las noches, coronel, y el que va a abrir las puertas del abismo para que mi señor pueda reinar de una vez por todas.

—¿Te crees un mensajero o algo así?

—No un mensajero, un mesías, el cual vino a este mundo para darle el mensaje de la perdición a todos ustedes. Y tú, Richard, me diste las llaves para entrar en este mundo.

—Maldito, lo que sea que quieras hacer, no lo lograrás.

—No estaría muy seguro. Los humanos son débiles, pero sus almas son valiosas. Cuántas más vidas consuma, más fuerte me volveré y no me podrás detener, ¿Sabes por qué?

—No me interesa.

—No mo detendrás porque no tienes el poder. ¿Recuerdas la última vez que nos vimos? Dije unas palabras.

—Cállate…— Me levanté de mi silla—, no te quiero oír más.

—Eran una maldición, todos aquellos que estuvieron contigo morirán, y tú no podrás hacer nada para evitarlo.

—¡Cállate!

—Y cuando todo termine, iré por ti, por tu hijo y por todo aquel que se interponga en mi camino. ¡Regocijate!, porque serán sacrificios dignos del señor de la vida.

Cerré la puerta y salí de allí, porque si me hubiera quedado, lo hubiera matado allí mismo. Hoy me arrepiento de no haberlo hecho, porque tal vez si lo hubiera asesinado en ese instante nada de esto hubiera pasado,  a lo mejor todos seguirían vivos y yo hubiera muerto quizás.

Pero tuve miedo, y aún lo tengo, porque sé que es por mi culpa que la muerte tocó a nuestra puerta, ya que yo fui el insolente que la invitó para cenar.

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