Cap. 2
Mano Amiga y Desconocida
(Nina)
Contar sobre mi pasado jamás ha Sido cómodo para mí. Esa parte de mi vida la hubiera querido bloquear...pero era imposible. No porque no quisiera, sino porque las personas en mi vida me obligaban a revivir esa época día tras día.
Mi nombre es Nina Jhonson. Aunque los que me habían dado ese apellido habían muerto, yo siempre lo usaba y no aceptaba ningun otro. Había pasado por otras casa adoptivas, pero nunca por una como la de los Jhonson.
Cumpliría los 18 en un mes, y en ese tiempo vivía con una pareja que se apellidaba Vásquez. Era una pareja grotesca, sin sentimientos y horrible. Solo me habían adoptado por la pensión alimenticia, porque amor de padres no me daban. Pero eso no me importaba, ya que en realidad había perdido a mi verdadera familia hace tres años.
Salí del consultorio de la psicóloga, con la vista agacha y lágrimas en los ojos. ¿estaba llorando? Ni me había dado cuenta. No quería recordar más nunca esa noche, esa escena, esas palabras, esas muertes. Quería olvidar todo eso y acabar de vivir mi vida.
Camine los más rápido que pude por las calles de la ciudad. Tenía clases e iba tarde, de nuevo. La gente pasaba por mi lado sin mirarme, y lo agradecía.
En poco tiempo llegué a mi colegio y corrí por los pasillos. Llegué a la puerta del salón y entre sin tocar. Estaba repleto por mis compañeros de clase, los cuales no disimularon al mirar mi intrepida llegada. El profesor de matemáticas, el señor Salazar (un hombre calvo, muy delgado y de apariencia anticuada) me miró con una sonrisa de burla.
Idiota.
—Buenas tardes señorita Vásquez, que bueno que nos honra con su presencia.
—Jhonson. —Dije mirándolo fijamente olvidandome de todos los presentes.
—¿Cómo dice?
—Mi apellido es Jhonson, no Vásquez.
—Estoy seguro que en mi listado dice claramente "Nina Vásquez".
—Me importa una mierda su listado. Mi nombre es Nina Jhonson, y un pedazo de papel no cambia eso.
Pude ver de reojo como algunos de mis compañeros se reían por lo bajo, pero no me importó. En ese preciso instante estábamos solo ese idiota y yo. El idiota que era mi profesor de matemáticas.
Profesor de matemáticas. Profesor.
Mierda. Era mi profesor y le había hablado de esa forma, además era el más estricto de todos.
«Mierda. ¿Por qué soy tan estúpida?» Pensé inmediatamente cuando me di cuenta de la estupidez que había hecho.
—Me alegra saber su opinión sobre el tema señorita «Vásquez», pero debe saber que no me interesa. Puede reflexionarlo mejor en como debe dirigirse a sus profesores en su castigo.
—¿Castigo?
—Si, castigo. Al final de las clases se va a quedar en la cafetería limpiando con la señora Ruth. Ahora, le agradecería que fuera a su asiento para que yo pueda dar mi clase.
Mierda. Otra raya más pa'l tigre. Al menos no había sido tan severo. Aunque dos horas con la señora Ruth de la cafetería tampoco era muy agradable (Era una bruja con una red en vez de sombrero).
Me senté en mi puesto y el profesor inició la clase. No veía a ninguno de mis compañeros, no me interesaba que hacían o como actuaban. Me interesaba terminar ese día de mierda de una vez.
Iba a llegar tarde a casa ese día.
7:34 p.m.
Efectivamente. Estaba llegando súper tarde. La señora Ruth se puso creativa ese día y me puso a lavar hasta las almas de todos los perros que seguramente había asesinado (lo que ella hacía para el almuerzo no era pollo, aunque ella juraba que si).
La luz de la Luna iluminaba la calle de mi barrio dándole apoyo a las pocas luces que impedían que mi vista fuera nula. Caminaba lo más rápido posible, capaz me robaban y el día se ponía aún peor de lo que había sido.
Finalmente llegué a la puerta de «la casa» en dónde vivía. No era mi casa, para nada. Pero tenía que vivir en algún lado, ¿No?
Abrí la puerta y solo se escuchaba la televisión encendida. Larry Vásquez, el dueño de la casa y mi «padre» adoptivo, estaba dormido (o en coma) en el sillón. Varias latas de cerveza estaban esparcidas por el suelo y una botella colgaba peligrosamente de su mano derecha. Por la televisión estaban pasando uno de esos programas que no se cansaba de ver.
Pase de largo hasta la cocina ya que estaba muriéndome de hambre y ahí me encontré a Salomé de Vásquez, esposa de Larry, y una de las personas que más odiaba en esta vida. Ella me miró con altivez dejando a un lado su celular. Celular que seguramente compro con mi pensión alimenticia dada por el estado, de la cual nunca he visto un centimo.
—Crei que ya no ibas a llegar— Dijo tratando de sonar como la madre preocupada, pero pude ver claramente la decepción de su rostro (en verdad quería que no volviera).
—Me castigaron en la escuela.
—No te mandaron otra citación, ¿Verdad? Porque no pienso volver a hacer el papel de mamá solo porque cometiste una de tus pendejadas.
Si. Ellos me habían adoptado y no me consideraban «su hija». Puede que la razón principal sea el hecho de que no me habían adoptado porque querían un hijo para amar, sino el dinero que venía con él.
Cada mes, el estado manda una pensión alimenticia a las casas de los padres adoptivos para que el niño o niña adoptado tenga una buena vida. Los padres pueden negarse si creen tener lo suficiente para criarlo sin problemas, pero obviamente los Vásquez no iban a perder esa oportunidad.
Ellos no me veían como hija, y me alegraba, porque yo no los veía como mis padres. No los veía como personas en realidad. Solo como una zorra y un perro faldero. Lo siento, pero así los veía.
—No, no tienen que ir.— Dije finalmente.
—Bien.
Fui a la nevera y me serví un vaso con agua. No había nada hecho para comer. Seguramente ellos ya habían comido y no me habían esperado, ni mucho menos guardado. Y ellos ocultaban los víveres, por lo tanto no podía prepararme nada. Esa noche un vaso de agua sería mi cena. Yupiiii.
Estaba a punto de salir de la cocina, pero la voz de víbora de Salomé detuvo mi andar.
—Lia, tenemos que hablar.
—Me llamo Nina— tres putos años y no se acordaba de mi nombre— Mi nombre es....
—Aja, aja, eso no es lo importante. Siéntate hazme el favor y cállate.
Mordí mi lengua y apreté el vaso con fuerza. No quería replicar, pero está maldita mujer me lo hacía difícil. Tragando todas las groserías que quería decirle, me senté al frente de ella.
—¿De que vamos a hablar? —Dije con la sonrisa más hipócrita que había usado en mi vida.
—En un mes vas a cumplir los 18.
Ok, eso me sorprendió. Mi falsa sonrisa cambio a una de sorpresa genuina. No se acordaba de mi nombre pero si de mi cumpleaños, aunque eso no la hacía mejor persona porque nunca me lo habían celebrando.
—Si...
—¿Haz pensado que vas a hacer al cumplir la mayoría de edad?
—Terminar la escuela e ir a la universidad— No entendía por qué se preocupaba por mi en ese instante, ahí debía haber gato encerrado.
—No hablo de eso, hablo de....buscar un trabajo.
—Pensaba buscar uno cuando entrara a la universidad.
—Debes buscar uno ahora.
—¿Por qué?
—Sabes muy bien por qué niña.
Si, lo sabía. Al cumplir los 18, osea, la mayoría de edad, ellos perdían mi custodia y por lo tanto el estado dejaría de mandar la pensión. Puede que para ustedes los que están escuchado mi historia les parezca insignificante, pero para mí no.
El cumplir 18 significaba solo una cosa para mí...que me iban a echar de la casa. Si, es injusto, pero obviamente a ellos no les interesaba.
—¿No pueden darme un año más? —Pregunté. Mi cuerpo me pedía llorar ante la situación, pero me negué a aceptarlo. No podía llorar frente a ella.
—Dije que no. Ya te hemos dado demaciada hospitalidad. Te hemos mantenido y dado techo, pero ya vas a ser una adulta.
—No sé de qué se quejan —Dije poniendo los ojos en blanco— Ustedes fueron los que me adoptaron si no se acuerdan.
—Y de verdad me arrepiento.
Maldita.
—Bueno...—Dijo ella levantándose de la mesa. —...solo te digo que vamos a adoptar a otro niño una semana después de que cumplas los 18. Tienes que desocupar la habitación antes que eso.
—¿En serio me van a echar apenas cumpla los 18? ¿Y dónde voy a vivir? ¿De dónde voy a sacar dinero...?
—No me interesa. Si no está desocupada tu habitación hasta entonces...echaré todo a la basura. Tú decides.
No supe que más decir. No, claro que sabía que decirle. Le quería decir todo lo que me había tragado por años, toda palabra ofensiva que claramente la identificaba, pero me callé. Me callé porque no iba a cambiar nada; ellos igual me echarían a la calle, como un animal que ya no les sirve para nada.
En vez de responderle, me levanté de la mesa y salí de la cocina. Pensé un momento en irme a mi habitación...pero la verdad mi mente estaba a punto de explotar. Encerrarme en un cuarto que solo me iba a recordar que en menos de un mes no iba a ser mía ya, no era mi idea de paz.
Entonces tome mi abrigo y sin pensarlo salí de la casa.
Caminé y camine por las calles de la ciudad. Las luces de los faroles me daban iluminación, pero solo en dónde ellos estaban, porque los callejones que rodeaban todo parecían estar hundidos en una espesa oscuridad.
Mi mente era un caos. ¿Dónde iba a conseguir un trabajo? ¿En dónde iba a dormir? Podía conseguir un puesto como camarera...pero aún quedaba el hecho de que no tenía dónde quedarme.
Mi vida era una mierda. ¿Por qué la que se llamaba mi madre quiso tener una hija? La única razón que me viene a la mente es que quería llamar la atención del demente de mi padre, el cual al ver que me quedé sola solo se ahorcó en su celda.
Odiaba todo. Odiaba el hecho de ser huérfana. Odiaba el hecho de que me adoptarán una pareja de idiotas. Odiaba el hecho de que nadie supiera cuando había sufrido con ellos. Odiaba el hecho de que ellos pudieran desecharme así como así. Odiaba el hecho de que un maldito asesino matara a las únicas personas que de verdad me quisieron.
Algún ser celestial debe estar desquitando algún pecado de mis antepasados, solo eso explicaría toda la basura de vida que llevo.
Sin darme cuenta mientras caminaba las lágrimas empezaron a brotar. El pecho me dolía. Verdaderamente estaba cansada de todo.
¿Saben algo? Ni siquiera tenía sueños. No tenía aspiraciones. Mi vida se había centrado en solamente sobrevivir en este maldito mundo, pero ahora no le veo sentido a tanta lucha. Simplemente existo, nada más. No tengo nada, no tuve nada nunca. Solo soy un muñeco hecho para soportar cada tortura que podía llegar.
Caminando llegué al puente que conectaba mi ciudad con otra. No sabía con cuál exactamente, tampoco es que saliera mucho.
Me acerqué a la orilla. Debajo del puente había un río, pero estabamos a una altura muy grande. Hacía frío, incluso con el abrigo puesto; mis lágrimas se sentía gélidas encima de mis mejillas. Me ardían los ojos y no podía respirar por el nudo en la garganta.
Lanzate, ya no vale seguir viviendo así.
Mi conciencia no estaba muy bien psicológicamente que digamos, pero en eso tenía razón. ¿De que servía seguir viviendo esa vida del carajo? Con solo saltar acabaría con todos mis problemas, no habria más dolor ni perdidas...no habría más Nina.
Pasé hasta la orilla y me paré viendo hacia abajo. Mis pies sobresalían de la orilla y mis manos sujetaban muy fuerte la baranda.
¿Dolerá mucho cuando caiga?
Ni idea, nunca me he lanzado de un puente.
El río debajo no parecía profundo, incluso se veían algunas piedras sobresaliendo del agua. El agua iba super rápido, por lo que aún si sobrevivis al impacto, me ahogaría en poco minutos. Era una muerte asegurada.
Trate de soltarme, pero mis manos aún dudaban. Me imagino que aunque uno ya no tenga deseos de vivir el cuerpo aún tiene ese instinto de supervivencia, pero eso no me interesaba.
Me acerque un poco más a la orilla...
Poco a poco mis dedos se fueron soltando...
Estaba lista para...
—Yo no haría eso si fuera tú.
La voz hace que casi suelte las manos y caiga por el susto. Me agarre fuerte y retrocedi.
Pero...¿no ibas a saltar?
Si, pero no con alguien viéndome.
¿Eso tiene que ver?
Pues si...me da vergüenza.
Eres la peor suicida que he conocido.
—Hey, lo digo en serio, quítate de ahí.
Voltee a ver quién estaba hablándome y solo ví una silueta. Por la voz supe que era un chico, pero la oscuridad de la noche no me dejó identificarlo bien.
—Dejame en paz— Dije finalmente volviendo la vista al frente.
—¿Tu idea de paz es saltar de un puente?
—Si.
—Pues necesitas terapia por lo que veo.
—Ya voy a una psicóloga, pero gracias por el consejo— Dije con ironía.
—Estas a punto de saltar de un puente, creo que esa psicóloga no es muy buena.
Voltee a verlo otra vez, pero no se había movido ni un centímetro de dónde estaba. Seguía ahí parado, en las sombras. Mis ojos se habían aconstumbrado a la oscuridad...pero aún así solo veía su silueta que estaba parada muy tranquila con las manos en los bolsillos.
—No es tu problema...vete de aquí y déjame morir en paz. —Le pedí viendo el río debajo de mi, el cual con cada minuto me parecía menos tentativo.
—No, no es mi problema, pero te aviso que ese salto exactamente es una muerte horrible.
—¿De qué...?
—Suponiendo que saltes...que por lo que veo es poco probable ya que tienes más dudas que ganas de morir— Dijo el chico desde las sombras— no caerias como piensas. En la posición en que estás lo primero que tocaría el fondo son tus pies...y como estamos en una área del río muy poco profunda, terminarían destrozados por la caída.
»Sin pies bueno, te quedaría sobrevivir con tus brazos...pero el río es demaciado fuerte, por lo que te arrastraría. Al no tener como impulsarte para arriba, al llegar a la parte profunda te hundirias cuál piedra, y te ahogarías. Al no estar inconciente sentirás como el agua revuelta del río entra en tu garganta y poco a poco va llenando tus pulmones. Querrás respirar, pero no podrás. Todas las ganas que tenía de morir se esfumaran en ese instante, pero ya será muy tarde.
»Terminarás muriendo de una forma espantosa, y la paz que dijiste hace rato que querías no aparecerá, porque aún si eres religiosa...el suicidio es pecado mortal, entonces irás al infierno. —Terminó su explicación con la mayor tranquilidad del mundo— ¿Aún quieres saltar?
No. No quería. De alguna forma esa explicación tan detallada de lo que me iba a pasar me había quitado todas las ganas de saltar.
—¿Cómo sabes todo eso?— Pregunté viendo al frente. Me estaba empezando a dar vértigo.
—Mi trabajo me exige saberlo.
—¿Y que mierda eres? ¿Policía? ¿Forense?
—No...exactamente.
Bueno. Ya no quería saltar, entonces creo que sería mejor volver al lado seguro del puente.
Yo también lo pienso.
También te asustó esa explicación, ¿No?
Obvio que si, ahora vuelve al lado del puente del cual no podemos caer y morir espantosamente.
Me di la vuelta para pasar otra vez por la baranda pero...mi pie me falló. Resbalé y mi perdí el equilibrio cayendo hacia le vacío. Mi corazón estuvo a punto de salirse de mi pecho cuando mis manos soltaron su lugar seguro...pero no caí. Abrí los ojos (los había cerrado por el miedo) y pude ver que unas manos sujetaban mi brazo.
El chico que me estaba hablando desde las sombras estaba sujetandome y tratando de llevarme hacia arriba. No sé por qué, pero de la nada me fijé por completo en él.
Su piel era de un beige suave, sus ojos cafés eran tan oscuros que parecían fucionarse con la pupila, tenía unas cuantas marcas en la piel del rostro, su cabello era castaño oscuro...parecido al mío.
Era guapo el condenado.
Ejem...recuerda que él está intentando salvarte la vida y tú no estás colaborando.
Ah si, cierto.
Con la mano que tenía libre tomé una parte del puente y empecé a subir. El chico no me soltaba por nada en el mundo y cuando por fin subí el barandal, caímos los dos en el piso del puente; y cuando hablo de que caímos...hablo de que caí sobre él.
Los dos respirabamos fuera del compás; yo por el miedo a morir, él por el cansancio. Duramos un rato en esa posición.
Los dos abrimos los ojos y nos miramos los rostros.
—¿Estas bien?— Preguntó él, parecía preocupado.
—Si...¿Y tú?
—Yo no intenté saltar de un puente.
Touché
Los dos notamos al mismo tiempo nuestra posición...no habitual. Nos levantamos del golpe y nos sentamos a orillas del puente (en el lado seguro, claro).
Miré al chico mientras no me veía. Aún estaba tratando de recuperar el aliento, y había cerrado los ojos mientras tomaba aire. Su pecho subía y bajaba con rapidez.
—¿Cómo es posible que seas tan pesada? —Me preguntó sin abrir los ojos.
Ok, eso era grosero.
—Hey, eso no se le dice a una chica.
—Perdón, los modales no son lo mío.
Se levantó y empezó a caminar. ¿Ya se iba? ¿Así como así?
¿Qué esperabas? ¿Qué se quedara a hablar contigo así como así? Si ni se conocen.
—Ehh, gracias. —Dije con un hilo de voz.
El chico se detuvo. Me volteó a ver. No sé por qué, pero tenía un porte sombrío. A lo mejor era por la iluminación, o por el hecho que estaba vestido de negro, o las dos cosas.
Su expresión mostraba una frialdad horrible, como si estuviera haciendo algo que hace todos los días...como si nada hubiera cambiado en su interior.
—No vuelvas a tratar de suicidarte, no vale la pena. —Fueron sus únicas palabras antes de volver a voltearse y seguir caminando.
—Es que no quiero seguir...quisiera...
Me callé al escuchar que suspiraba con...aburrimiento. ¿Aburrimiento? ¡Le estaba aburriendo!
Hasta a mí me aburres niña, sin ofender.
—Dios mío...—Dijo volteando (otra vez) y clavando sus fríos ojos cafés en mi—. Escúchame. Sé que la vida puede ser una mierda, pero no vas a cambiar nada muriendote. La vida va a seguir pateandole el trasero a todo ser humano que exista en este planeta. ¿Sabes que puedes hacer? Seguir viviendo y tratar de mandar al carajo al destino. Solo tú puedes resolver tus problemas.
Me quedé callada mientras explicaba eso.
—O si persistes en querer morirte...—Dijo encogiéndose de hombros—...usa un disparo en la cabeza. Es prácticamente indoloro.
Fruncí el seño.
Que sentido del humor tan negro.
No creo que haya sido un chiste.
—Gracias por el dato —Dije con indiferencia.
—No es nada. —Empezó a caminar de nuevo a la dirección que tenía.
—¡Hey!—Lo volví a llamar.
Se volvió a detener y soltó un suspiro aún más fuerte que el anterior.
—¿Qué quieres?
—¿Cómo te llamas?
Aunque ya estaba a una distancia prudente, pude notar que se puso tenso ante la pregunta.
—No te interesa. —Dijo con voz fría.
—Ay, por favor. Quiero saber el nombre de la persona que me salvó la vida.
—Pues seguirás queriendo.
—¿No me lo puedes decir?
—¡Qué no!
—¡Es solo un nombre!
—¡Pero no te lo quiero decir!
—¡Pues okey, no me digas nada!
La discusión parecía acabada, pero ninguno se movió de su sitio. Al final él pareció resignarse y soltó un últimos suspiro de cansancio.
—Mi nombre es Jack.
Me voltee a verlo. Me estaba dando la espalda, ni siquiera me estaba viendo por encima de sus hombros, pero no sé cómo supe que no me estaba mintiendo.
—¿Cómo el pirata? —Pregunté con diversión.
Él no se rió. Él si podía decir chiste de humor negro ¿y yo no podía?
Asi es la vida querida.
—Como el tipo que te salvó la vida. —Dijo simplemente.
Empezó a caminar de nuevo.
—Yo me llamo Nina.
No sé por qué me presenté, a lo mejor no le interesaba. A lo mejor solo fui alguien que se encontró y su lado humano lo instó a ayudarme, tampoco es que alguien va a pasar por un puente viendo a alguien a punto de saltar y no va a hacer nada.
Tienes un punto.
No crei que me hubiera escuchado ya que seguía caminando, pero de repente habló para decirme:
—Espero que no nos volvamos a ver, Nina. En verdad lo espero.
Y así su silueta desaparecido entre las sombras. Yo no supe que hacer en ese preciso momento.
¿Que esperaba que no nos volviéramos a ver? ¿Qué quiso decir? ¿Le había caído mal o qué?
Muchas preguntas, pero sigue siendo un desconocido.
Mentira no era, pero igual sus palabras me extrañaron mucho. Algo había en ese chico que me había llamado la atención, pero no sé cómo explicarlo. Era como si...fuera diferente.
A mí lo que me interesa ahora es que hace un frío del carajo.
Eso también era verdad. Me levanté del piso y emprendi de nuevo camino a casa. Mi ropa se había rasgado un poco por la casi caída que me llevé y tenía algunos rasguños en las piernas y brazos; pero además de eso estaba bien.
Lo iba a intentar...iba a intentar salir adelante. Ese chico tenía razón, le iba a dar una patada en los bajos al destino. Había sobrevivido a muchos años como para rendirme así.
Respiré profundo.
Tal vez mañana sea mejor.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro