Cap. 16
Una Daga, elegancia para la señorita.
(Nina)
Quedé atónita ante la historia que acaba de escuchar. La forma tan fría en que contó los acontecimientos, la muerte de aquel violador ante sus manos, guardándose los momentos emotivos para hablar de la chica era realmente increíble. No sentia arrepentimiento, o al menos no se veía a simple vista. La sonrisa de sus labios me mostraba como se había tomado realmente tanta sangre en sus manos: Un chiste.
—P-Pero…— No tenía forma de empezar a hablar—, ¿Qué tiene que ver esto con la policía? Al final si llegaron.
—Ese es el punto. Al final. ¿Sabes cuántas muertes hubo antes de que Gregory llegara a New Orleans? Ocho, en distintos lugares dispersos en el mapa— Se acercó a mi—; ¿Por qué la policía no actuó en esos casos? ¿Por qué seguía vivo? ¿Por qué tuvo la oportunidad de secuestrar a Clara tan fácilmente?
—A lo mejor no tenían evidencias suficientes…
—¿Y con qué crees que me mandaron de encubierto? ¿Crees que fui allá por simple fe? Había evidencias que lo relacionaban directamente a los crímenes, solo tenían que buscar más a fondo.
—Pero si ustedes tienen las evidencias, ¿Por qué no trabajan en conjunto? ¡Seria más rápido!
—¿Más rápido?—soltó un bufido de risa—, ¿Sabes? Cuando era adolescente habían bullys en mis escuela, y yo era una de sus víctimas. Todo bien, los soportaba, pero un día llegó alguien…nuevo.
Cerró los ojos y tragó fuerte.
—Los bullys se enfrascaron con él, y hubiera sido soportable si lo hubieran molestado como a mi, pero lo golpeaban, lo humillaban e incluso le provocaban traumas— Cada vez estaba más cerca de mi…—. Intenté ayudarlo, llamé a la policía e hice el reclamo, ¿Sabes que me dijeron los muy malditos?
No contesté, no tenía nada que decir. Sus ojos se llenaron de lágrimas, ¿Por qué todos soltaban sus momentos más tristes conmigo? Se ve que les estaba doliendo esos recuerdos.
A final de cuentas, si son humanos.
—Dijeron que eran solo bromas pesadas, que era algo muy normal y que la policía no iba a meter la mano en asuntos tan infantiles— Rabia dominaba su voz, las palabras salían de su boca como si fueran balas—. No hicieron nada, y ese chico se suicidó, frente a mi.
Una lágrima cristalina recorrió su mejilla soltando un pequeño destello al reflejar la luz fría del lugar. Gimoteó un par de veces, tratando de mantener la compostura, pero se veía a leguas que le estaba doliendo recordar todo lo que estaba viniendo de su mente.
—¿Cómo se llamaba?—pregunté y ella abrió los ojos, sorbiendo la nariz y viendo a cualquier lado lejos de mis ojos.
—Milo…—respondió.
—Era tu amigo, ¿Cierto?
—El único que tenía— Me miró furtivamente—, por eso cuando la policía no hizo responsables a aquellos idiotas por llevarlo a ese punto…me di cuenta que la policía no hacía justicia, solo seguían leyes que son condicionables, moldeables, por la opinión pública y la gente «bien vista».
—¿Entonces no pagaron por todo? ¿Vivieron felices aún cuando Milo murió?
—Ah no, obvio que no. No podía permitir eso, no cuando Milo era la representación de lo que puede estar bien en una persona.
—Y entonces…
—Los maté— Me miró directamente, sin titubear—, uno a uno, lentamente y con dolor. Después los colgué a todos en la entrada del instituto para que el mundo viera lo insignificantes que eran.
Quedé con la boca abierta, y ella lo notó. Sonrió y se alejó de mí, ya que sin darme cuenta estaba súper cerca, tanto que nuestras ropas estaban rozando.
—Pero bueno, no estábamos hablando de eso— Regresó a la mesa y abrió la manta que previamente había traído—. Concentremonos en tu primera lección.
La mesa fue cubierta por completo por la manta que en realidad era una clase de funda gigante, en dónde armas de diferentes formas y modelos estaban sostenidas. Cuchillos de varios tamaños, machetes, pistolas, ametralladoras, algunas armas que reconocí de alguna película de Bruce Lee y muchas cosas más.
—Un asesino usualmente saber usar el entorno a su favor y así quitar una vida sin necesidad de un arma; una piedra, una rama puntiaguda, un tubo, todo puede ser usado para matar— Se dió la vuelta y empezó a pasar la mano por la manta como si de un animal doméstico—. A pesar de ello, un Jinete siempre tiene que tener un arma de defensa y ataque por si la situación se complica, de esa manera puede defenderse rápidamente.
Me acerqué a la manta y observé todas las armas. Realmente eran muchas, algunas de ellas no siquiera las había visto en mi vida.
—Todo asesino tiene su arma predilecta, como si fuera una mascota; tu arma te acompaña, siempre está contigo y te cuida si lo necesitas. Tiene que ser una extensión de tu brazo, de tu cuerpo, debe ser un órgano más. Así como las avispas tienen sus aguijones, así como los lobos cuentan con garras y colmillos, uno tiene el arma que lo representa.
—Son muchas…¿Solo usan una?
—No solo usamos una, solemos tener preferencia con algunas clases de armas. Por ejemplo, Reed, es amante de las escopetas y las armas de caza; Tobi, usa mayormente esas hachas que le ves siempre en la mano, aunque no se limita a ellas, sino que también usa algunas pistolas ligeras; por otro lado Jack es más versátil, ya que usa de todo un poco: pistolas, cuchillos, explosivos, etcétera.
—¿Y tú?
—Yo prefiero las navajas cortas—dijo sacando una de su cintura, dejándome ver la hoja reluciente—, ya que son fáciles de manipular y disfrazar.
Asentí, de alguna manera tenía sentido lo que decía. Seguí viendo el arsenal que tenía frente a mi y la decisión era difícil. Por lo que sabía, sería entrenada con el arma que eligiera, ya que sería una de mis mejores aliadas en el momento de la acción. ¿Una pistola? Muy peligrosa, al menos para mí; ¿Que tal una navaja? La consideraba muy simple; ¿Algún explosivo? Claro, porque yo soy la más cuidadosa, capaz termino siendo papilla en mi primer movimiento.
Después de tanto divagar, fijé mi vista en algo parecido a un cuchillo, pero con filo de los dos lados. La hoja plateada tenía una forma curiosa, como una espada pero en versión pequeña. El mango tenía lindos diseños grabados en él, de un color negro azabache que me recordaba a las espinas de una zarzamora seca. Era peculiar y me daba la impresión de que era también peligrosa.
—¿Te gusta?—levanté la mirada y Helen tenía una sonrisa, nada que ver con la ira que había en sus mirar hace rato.
—Es…bonita…— Eso fue lo único que verdaderamente pude decir volviendo a ver el arma.
—¿Por qué no la tomas? A ver qué tal la sostienes.
Llevé mi mano hacia ella, tomándola por el mango, y la empuñé frente a mi torpemente. Jugué un poco con ella, cómo cuando un niño juega con una rama en el patio de su casa. Aunque era relativamente grande, tenía poco peso, y sentía cómodo el agarre.
—Pareciera que ya has usado este tipo de armas— Me dijo.
—Jugaba a los piratas con mi hermano…—contesté sonriendo, movida por la nostalgia—. Él usaba una espada grande de plástico y yo usaba dos pequeños palos en forma de espaditas.
Recordé fugazmente aquellos juegos. Él se ponía ropas haraposas y un pañuelo en la cabeza, gritando que era un capitán con un nombre que él mismo había inventado, actuando como un clásico Jack Sparrow y ordenandome que alzara las velas, y yo, como buena tripulante de su navio, hacia lo que le decía.
Después de un rato navegando en nuestro barco (un fuerte de sábanas y almohadas) jugábamos a las espadas. El plástico y la madera chocaban sutilmente, nos sentíamos espadachines entrenados cada vez que esquivabamos una estocada del otro.
Sonreí con nostalgia y algo de dolor.
—Entonces sabes manejar una daga— Helen me sacó de mis recuerdos.
—Pues no eran dagas, solo eran dos palos cortos que usaba como espaditas, así que diría que no.
—Entonces tenemos trabajo que hacer. Sígueme.
La seguí por el almacén hasta que llegamos a un área llena de muñecos colgados del techo. Si, literalmente eran muñecos de tela colgados como si se hubieran…ya saben, desvivido.
—Un arma blanca es fácil de manipular, pero letal si se usa bien. Son usualmente pequeñas y pueden usarse con solo una mano— Me llevó hacia uno de los muñecos y saco su navaja—, pero también tienen la desventaja de que para hacer un daño significativo tienes que saber donde golpear.
Con la punta de su navaja señaló ciertas partes del cuerpo del muñeco, dónde si me fijaba bien habían delgadas líneas azules y rojas que se veían a través de la tela.
—Ciertos vasos sanguíneos son como las carreteras interestatales del cuerpo humano, en dónde los autos son la sangre que fluye a través de ellos. Algunos vasos sanguíneos se exparcen por todo el cuerpo, pero son tan pequeños que no equivalidrian un peligro para su vida.
Bajó la punta hasta el lugar en donde si fuera un humano real, estaría el corazón bombeando sangre caliente; y aunque suene una locura, realmente había una sombra en ese lugar…como si hubiera un objeto allí escondido.
—Lo más lógico sería siempre apuntar al corazón, es el punto más fácil, y la verdad no es una mala opcion— Siguió explicando y sin pensarlo mucho clavó la navaja en el pecho del muñeco, y fuera de todo pronóstico, una cascada color carmesí empezó a bajar desde el corte. Obviamente me impacté ante eso, ya que un muñeco no sangra…y era un muñeco, ¿No?—; pero lo malo con este movimiento es que no todos son este muñeco.
—¿Cómo así?—pregunté ya algo asustada.
—Pues que se mueven mucho—contestó—. Este muñeco, no se mueve, no se resiste, solo está ahí…—acarició el rostro del mismo, como si fuera un bello amigo—, aceptando su muerte como un buen esclavo. El ser humano se mueve mucho, ya que «no quieren morir»— Hizo comillas con los dedos de forma chistosa—, por lo que darles en el pecho sera difícil. Entonces tendrás que aprender en dónde cortar para así hacer un daño grave.
—Comprendo…
—Lo primero es el cuello, exactamente en el área izquierda al lado de la tráquea, allí se encuentra la carotida, la cual lleva la sangre del corazón al cerebro— Al decir esto hizo un leve corte en el cuello, el cual también dejó un rastro de sangre considerable— Solo un corte en esta vena puede provocar una hemorragia, asi que si le das en el blanco, habrás ganado.
Siguió explicándome formas en que podía matar a un hombre, haciendo cortes en todo el muñeco, el cual había cambiado de color de un blanco a un rojo carmesí con tonalidades blanquesinas que se ocultaba detrás del líquido. Helen me explicaba con tanta libertad, con tanta soltura, que parecía que estuviera hablando de un arte majestuoso.
Para ella es arte.
Tenía una sonrisa que para muchos le recordaría a una psicópata, y tal vez lo era, pero a mí me recordaba a algo más. Una mirada llena de emoción, hablando de un arte prohibido que ella practicaba en las sombras. Era casi poético, terrorífico, pero hermoso. ¿Estoy mal por pensar así?
Si, bastante.
Creo que estar tanto tiempo con ellos me está afectando.
No querida, tú estás así de fabrica.
¿Eh?
—¿Quieres un dato curioso?— Presté atención a ella, la cual tenía una sonrisa muy grande—, un hombre cuando está excitado usualmente tiene una erección, y esto es posible ya que una cantidad considerable de sangre va hacia el área de su «amiguito», entonces al cortarselo con una erección sería muy desastroso. Seria un mar de sangre y a la vez, doloroso para él.
—¿Lo has hecho?—pregunté.
—¿Qué? ¿Cortarle el nepe a alguien? ¡No! Ja, ja, ja, aún no.
Aún. Acaba de decir que aún no, osea que lo hará después. Sí trataba de comprender el humor de Helen me iba a volver loca, como ella.
—¿Y entonces? ¿Qué esperas para mostrarme lo que aprendiste?
La miré, asustada. Okey, aunque me hiciera la fuerte en todo momento no puedo mentir ahora, esto no era divertido. Los muñecos parecían estar hechos para «inducirme» a la experiencia de matar a alguien, pero realmente no quería matar. Pensar que mi madre me debe estar viendo desde el más allá con decepción me hacía sentir pequeña e indefensa.
Tantas veces que ella me había enseñado que la vida de un ser humano valía más que cualquiera moneda del mundo, y ahora estaba practicando como hacerle daño a alguien, incluso llegando al punto de acabar con su existencia.
Helen se puso frente a mi y con su índice levantó mi barbilla (era mínimamente más alta que yo, como una palma); en su mirada se podía ver algo muy parecido a la compresión, pena o compasión.
—Ay bebé, no te sientas mal. Es solo un muñeco, no tiene vida y no le estás quitando nada— Tomó mis manos (incluso la que tenía la daga) y las apretó—. Estás practicando y aprendiendo como matar a un hombre, pero no te vamos a obligar a hacer nada, ¿Okey? Eres libre de ser lo más pacifista que quieras…
—Pero…
—Pero nada, no te vamos a obligar. Solo te estoy enseñando a como atacar si es completamente necesario y tienes que defenderte, ¿Okey?
Yo asentí y ella se puso a mi lado. Apreté el agarre en el mango de la daga y lancé un corte hacia el muñeco. Una rociada del líquido rojo llegó a nosotras. Observé como un corte en el pecho del muñeco «sangraba» delante de mi.
—Un consejo— Ví hacía Helen para prestarle atención—, cuando lances algún corte, voltea la daga o el cuchillo para que el filo de la hoja tenga mas profundidad para cortar. Solo manten el arma derecha cuando vayas a dar una puñalada. Siempre la punta tiene que estar apuntando al objetivo.
Hice lo que ella me dijo y voltee la daga en la palma de mi mano para después hacer otro corte, solo que este salió mucho mas profundo; esto lo supe por la cantidad de sangre falsa que emanó de la herida.
—¡Bien!— Sonreí al escuchar más felicitaciones de mi compañera— ¡Ahora intenta cortar en las partes que te enseñé!
Seguimos haciendo cortes en los muñecos hasta que todos quedaron cubiertos de rojo y de cortes profundos. Aunque la escena era grotesca, como la parte final de cualquier película de terror o como los baños de los juegos del miedo, yo seguía sonriendo. Estaba llena de sangre falsa y estaba limpiando el filo de mi daga con la manga de mi sudadera.
—No te fue tan mal para ser tu primera vez, novata—dijo Helen mientras se limpiaba el rostro con un pañuelo—, solo tienes que perfeccionar un poco la técnica; bajo mi opinión profesional, eres buena con esa arma.
—¿En serio?— Miré la daga que reposaba en mi mano, le di una vuelta viendo mi reflejo en la hoja.
—Si, ¿Cómo se sintió? ¿Qué sentiste al hacer todo esto?
—Se sintió…liberador— Fué curioso sentir mi alma menos pesada con cada corte, olvidando todo lo que me atormenta y dejando de escuchar las voces de mi cabeza, dejando de ver esos ojos dorados que ya no se limitaban a mis sueños.
—Me alegro que lo hayas disfrutado, pero ahora, dame tu sudadera.
—¿Eh?
—Tengo que lavarla, dudo que sepas cómo quitarle la sangre falsa sin dañar el color, ¿O si?
Mire la sudadera y efectivamente estaba cubierta, manchada hasta el tope.
—Pues…no…
—¿Ves? Venga, damela que sé que te gusta y no me gustaría que la prefieras, menos sabiendo que es la que te dió el mandamás.
La miré mal, pero me la quité porque de verdad me había gustado la maldita prenda. Quedándome solamente con la camiseta sin mangas cubriendo mi torso, le entregué la sudadera a Helen, la cual me vio con una sonrisa y una ceja levantada.
—¿Qué?— Le pregunté confundida.
—No, nada, solo que ya veo porque le gustas al mandamás.
—¿Eh?— Me puse roja, lo sé ya que sentí mis mejillas calientes; crucé los brazos para cubrir cualquier cosa que pudiera estar enseñando, todo mientras Helen se reía en voz baja— N-No sé de qué me hablas.
—Claro, claro, como digas— Negó moviendo la cabeza divertida—. Por allá a la izquierda está la puerta para la sala de tiro. Si no me equivoco allí debe estar la persona que te va a enseñar a disparar. Mientras, voy a ir a lavar esto; si le dejo ese trabajo a estos animales, capaz me destruyen las pocas prendas que puedo comprar.
—¡Espera!— La detuve antes de que se pudiera ir— ¡La daga!
—Quedatela, ahora es tuya. Confío de que no nos vayas a apuñalar por la espalda— Me guiñó divertida—. Por allá hay algunas fundas, elige la que más te guste.
Sin esperar una respuesta, se fue desapareciendo entre los estantes dejándome sola entre el mar rojo que estaba cubriendo el piso y el arma que había causado tanto desastre en mi mano.
La verdad nunca me imaginé estar en una situación así.
Tampoco es que hayas matado a alguien…
Touché.
Fui hacia donde Helen me había dicho que estaban las fundas y tome una que se ajustaba en la cintura. Guardé la daga allí, quedando a la perfección. Me fuí a dónde estaba la puerta que decía: «Sala de tiro», y entré.
Era un pasillo muy parecido al que había en el taller de Tobi, pero este era más largo y estaba mejor cuidado. Las lozas eran de cerámica, una de las paredes estaban llenas de armas de toda clase, todas de fuego, de varios tamaños y colores.
Caminé por este pasillo observando mis alrededores. Había una muro a medio hacer del otro lado, en el cual había una pequeña repisa de piedra que contaba con cajas llenas de municiones. Al otro lado de este muro habían varias lonas con dibujos de blancos, y algunos cartones en forma de humanos que se encontraban a lo lejos y también cerca de mi. Los cartones más cercanos tenían algunos agujeros en el área de la cabeza y el pecho, todos en el centro de cada uno.
El lugar olía a pólvora, como si fuera un perfume ambientador. En el piso pude ver algunos casquillos de bala, algunas grandes y otras pequeños. Me di cuenta de ello ya que pisé uno de ellos y se encontraba caliente. Adivinen quién estaba en chanclas. Gracias a Dios el metal del casquillo solo toco parte de la piel, pero si dolió.
Fuí hacia la repisa y puse ver qué había en un lado algo como una ametralladora como las que usan los militares, estaba sobre una repisa, y a su alrededor habían algunos casquillos dorados. A su lado había una pistola más sencilla, una común, la cual estaba tirada sobre la superficie sin ninguna clase de orden.
Tomé la pistola, por curiosidad, y sentí que se encontraba caliente. La habían disparado hace poco. Con una mano la apunté, sin saber que carajos estaba haciendo pero sintiéndome toda una gángster.
A Jeremy le gustaban las películas de la mafia y policías. Me había dicho una vez que quería volverse un policía que salvará a todos de los malos, pero yo, en cambio, siempre quise convertirme en la chica poderosa que ganaba mucho dinero y daba miedo a los demás. Incluso a esa edad sabía que el miedo muchas veces controla más que el mismo respeto.
Ahora aquí estaba, entre asesinos, con una daga en la cintura y una pistola en las manos. Sonreí recordando los juegos que hacía con Jeremy, y las palabras que me dijo alguna vez.
«Si alguna vez te hacen daño, yo estaré ahí para defenderte, solo llámame, ¿Okey? Yo soy tu héroe personal.»
Ay Jeremy, ¿cuántas veces te llamé en voz baja estos últimos años? ¿En cuántos lugares necesité de mi héroe personal? Te llamé mil veces, con lágrimas en mis ojos y la garganta seca, pero tú no respondías. No podías, te entiendo, estas descansando.
Pero…¿Cuando descansaré yo?
A veces pienso que todo hubiera sido más fácil si hubiera llegado temprano aquel día, o si no hubiera ido a aquella fiesta. Hubiera muerto con ellos, pero estaría a su lado. Tal vez estaría en un lugar más allá del sol escuchando las estupideces de Jeremy, oyendo los sermones de papá o sintiendo los abrazos de mamá. Prefiero eso a seguir viviendo…
—La estás sosteniendo mal.
Escuchar la voz de Jack en la entrada me hizo dar un salto en mi lugar y casi soltar la pistola. Miré y en la puerta con rostro serio, recostandose del marco dándole un aire mas calmado. Estaba vestido de una camiseta negra y unos pantalones deportivos negros.
Aunque al principio tenía cara de amargado, cambió a uno diferente cuando le di la cara.
—¿Estás llorando?
Estaba llorando? Pasé una mano en el área de mis ojos y efectivamente mis mejillas estaban llenas de lágrimas. No me había dado cuenta de cuando empecé a llorar, ¿Tan acostumbrada estaba que ya no sentía el preludio del llanto?
Él se acercó a mi lentamente, claramente preocupado, el sujeto duro y peligroso de hace unos segundos había desaparecido para dejar a…Jack. Solamente a él.
—¿Qué tienes?— Me preguntó.
—N-Nada—respondí limpiando mis lágrimas—. Solo recordé cosas que suelen afectarme un poco.
—Entonces no las recuerdes…
Wow, el maestro de la consolación ha llegado aquí.
—Oye, ¿Sabes? No lo había pensando. Solo dejar de recordar aquellos momentos…¿Por qué apenas se me ocurre?
El sarcasmo cortante de mi voz fue respondido por un suspiro de su parte.
—Perdoname, no soy el mejor consolando—dijo pasando una mano por su cara—, el que es bueno para eso es Tobi.
—Tranquilo.
Ignoré su presencia y me concentré en el arma. Había jugado algunos videojuegos de disparos hace un tiempo, no podía ser tan diferente. Apunté con una mano hacia el objetivo, cerrando un ojo para que mi puntería se mejore un poco. Respiré profundo, lista para jalar el gatillo.
—No deberías…
—Dejame en paz, Jack. Me dijeron que podía practicar aquí.
—Solo quiero decir que no la estás…
Disparé. Sentí como el impulso de la bala atravesaba mi mano en forma de onda, pero también pude sentir un ardor inquietante en el dorso de la mano. No me fijé en dónde terminó el disparo, solo solté la pistola y me revisé la mano. Tenía una herida algo grande, lo suficiente como para verse estéticamente mal.
—¡Agh!— Me quejé por el ardor que tenía y me di la vuelta hacia Jack, el cual me veía con cara de pena.
—Te quería decir que la estabas agarrando mal.
—¿Y por qué no lo dijiste antes, animal?
—Pues disparaste antes de que lo dijera, Bambi.
Lo miré mal mientras me agarraba la base de la mano. Dolía del carajo, pero tratando de disimular empecé a moverla de arriba hacia abajo. Maldita sea, esto me pasa por creerme protagonista de Resident Evil.
—Esperame aquí—dijo Jack desapareciendo de repente, para después volver a aparecer con vendas y gaza en la mano—. Es muy normal esta clase de heridas cuando no estás acostumbrada a disparar, por eso es que tienes que esperar a que te enseñe un profesional.
—Perdona, fue el calor del momento.
—No me tienes que pedir perdón, a mí no fue que me embromaste la mano.
Le extendí la mano casi naturalmente, él la tomó y echó un líquido transparente que venía en una botella. Olía a alcohol, así que supuse que era eso lo que estaba envolviendo mi mano. Sentí un ardor en la herida y tuve el impulso de retirarla, pero Jack me la tenía agarrada y no me dejó. Puso un cuadro de gaza encima del corte y con la venda envolvió mi mano, dejándo la herida cubierta.
Me la ví ya curada y después lo miré a él. Sonreía, cualquiera pensaría que eso significaba que todo estaba bien, pero sus ojos siempre me cobraban otra historia. Eran tan profundos que miles de cosas podían verse a través de ellos, como el agujero del conejo blanco en el país de las maravillas. Escuchaba tantas palabras silenciosa a través de su mirar, como el canto de mil angeles caídos esperando ser escuchados pero estando encerrados en la oscuridad del iris.
—Gracias— Fué lo que dije sin dejar de verlo a los ojos.
—No es nada, Bambi— Sonrió, yo hice lo mismo, y después me tomó por los hombros y dijo:—. Ahora, es momento de enseñarte a disparar sin perder la mano en el intento.
Cabrón.
Pero es un cabrón que te gusta.
Shhh…
Me di la vuelta y busqué la pistola, la cual se encontraba en la repisa de piedra, la tomé y volví a agarrarla, pero con más cuidado.
—Tomala con las dos manos, cuidado de no colocar alguna parte del dorso muy arriba del arma porque con el retroceso del tambor vas a abrirte una herida igual a la que ya te hiciste— Seguí sus pasos uno a uno, cuidando de respetar cada una de sus instrucciones—. Agárrala firmemente, solo tienes que tener suelto el índice que tienes en el gatillo, ya que si lo tienes rígido puedes disparar erróneamente. Mejora la postura para recibir mejor el retroceso.
—¿Qué es retroceso?
—Cuando el arma se dispara, por la física del disparo, el arma te echará hacia atrás por inercia, así que tienes que ponerte firme para no irte hacia atrás cuando dispares.
Hice lo que me dijo y apunté de nuevo al blanco.
—No cierres ningun ojo, enfocas mejor cuando miras correctamente, ya que observas desde los dos puntos de vista— Abrí mi ojo (no me había dado cuenta de que lo había cerrado), y apunté hacía el centro—. Respira, relaja tus músculos y concéntrate en el blanco. Olvida el arma, olvida la situación. Eres tú y el blanco.
Vacie mi mente, dejándola en blanco. Todo pensamiento, todo recuerdo y sentimiento se desvanecieron por arte de magia. Mis ojos solo veía el blanco a través de la mira, mis manos solo sentían al mango de la pistola, la parte posterior de mi índice percibía la textura lisa del pequeño gatillo.
—Ahora, si estás lista, dispara.
—¿Y si fallo?— Pregunté nerviosa.
—Todos fallamos algún disparo al principio, la cuestión es apuntar bien la próxima vez.
Jalé en gatillo y disparé. Cómo había dicho Jack sentí el retroceso del arma en mi mano, pero por la forma en que la tenía agarrada no me fui para atrás.
Jack apretó un botón en la pared y el blanco fue acercándose a nosotros con un sonido metálico. Al llegar a dónde estábamos observé el agujero que había dejado mi disparo. No había dado en el blanco, ni siquiera había estado cerca.
Carajo.
—Tranquila, todos fallamos la primera vez— Me dijo volviendo a presionar el botón haciendo que el blanco se alejara—. Tienes que mejorar la postura y apuntar bien.
—¿Y como mierda hago eso?
—Ven, te enseño.
Se puso detrás de mi, muy cerca, demasiado. Sentí su respiración en mi cuello, su pecho en mi espalda y sus manos lentamente posándose encima de las mías. Tanta cercanía me hizo tambalear un poco las manos, entonces recé para que no se diera cuenta de lo nerviosa que me estaba poniendo.
—¿Es necesario estar tan cerca?—pregunté, escuchando su risa cerca de mi oído.
—¿Te pongo nerviosa, Bambi?
—Ya quisieras, animal.
Volvió a reír y yo sonreí sutilmente.
—Tienes que apuntar hacia el blanco. ¿Ves esta cosita que está arriba de la pistola?— Ví y había una pequeña protuberancia— Es el visor, eso es lo que tienes que apuntar hacia el objetivo para atinarle.
Movió mis brazos como si fuera un maniquí, y yo no opuse resistencia; me deje llevar viendo como acomodaba mi postura, pero también intentando no ser afectada por su respiración que chocaba con mi mejilla, la cual me estaba dando escalofríos.
Me hizo llevar el visor para que estuviera justo en el centro del blanco, y cuando estuve lista, disparé tres veces.
Cuando el blanco regresó hacia nosotros, efectivamente había dado en el blanco. En el centro de la lona habían tres disparos certeros. Mi sonrisa era enorme al ver esos tres malditos agujeros.
—Felicidades, Bambi, tienes puntería— Fue lo que dijo Jack, pero por alguna razón no se despegó de mi espalda.
Me voltee para verlo, encontrándomelo cara a cara, muy cerca. Unos centímetros era lo que nos separaba realmente, pero no me sentí nerviosa. Al tener una camiseta, podía sentir el aire acondicionado que nos rodeaba, y sentí frío, pero no me importó, solo lo mire a los ojos. Admito que me encantaba su mirar…era hipnotizante.
—Gracias, animal— Le dije, pero sin molestia, solo sonriendo.
—No es nada, mi pequeña Bambi.
—Odio ese apodo.
—Yo lo amo.
Nos quedamos viendonos el uno al otro por unos largos minutos, sin parpadear o titubear. Jack abrió un poco la boca para decir algo pero de repente la puerta se abrió, dejando ver a un Tobi distraído, que cuando nos vió quedó perplejo. No era para menos, ya que Jack y yo estábamos demasiado cerca y…pues…estábamos solos….
—Eh…¿Interrumpo algo?—preguntó Tobi.
Si, lárgate de aquí metiche.
—No—contesté—. Jack solo me estaba enseñando como disparar y dar siempre al blanco—seguí diciendo mientras volvía la mirada al chico de ojos oscuros.
Su semblante había vuelto a ser el del líder inexpresivo, como si la presencia de alguien de su equipo activará esa área de su cabeza. Extrañé por unos instantes al Jack de la mirada oscura y brillante (se que suena algo ilógico, pero así era su mirar), pero ahora solo estaba un fondo negro, en el cual no se lograba ver ni el alma.
—Jack, creí que habíamos quedado de que yo la enseñaría a disparar— Contestó Tobi, viendo directamente a Jack.
—Espera…— Estaba confundida…—, ¿Tú no eras el que me iba a enseñar?— Le pregunté a Jack, el cual solo encogió sus hombros.
—Te encontré aquí, y quise ayudar— Fue lo que dijo—; pero ahora no voy a interrumpir su clase, nos vemos.
Jack se alejó yendo hacia la puerta, mi cuerpo sintió la ausencia de su cercanía casi inmediatamente.
—¿Qué te pasó en la mano?— Me preguntó Tobi, pero yo lo ignoré. Solo ví al chico de negro que salía por la puerta en silencio y sin mirar atrás.
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