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Cap. 11

Coronel Murphy

(Nina)

¿Saben aquellas películas antiguas de boxeo? En esas en que el protagonista es alguien debil, un novato como le dirían muchos, pero que después de un momento decisivo de su vida tiene que luchar con el mejor de la liga, por lo que entrena duro para conseguir ser el mejor y así lograr vencer. Siempre en las escenas finales el boxeador gana y el arbitro levanta su mano para indicar que ha vencido la batalla.

Pues en estos momentos me sentía en una de esas películas, me sentía Rocky, pero el de la primera película.

Al llegar en la mañana con Reed, él no me trató mal ni nada, pero si parecía un coronel por la forma en que mandaba. Lo primero fue dar vueltas por la cancha por quince minutos, sin parar, y me dijo que iba a aumentar dos minutos más por cada vez parara. Terminé trotando durante media hora. No me dejó tomar agua hasta que terminé, por lo que cuando sonó el pitido del cronómetro llegando a cero, de forma literal caí en el sueño de rodillas.

—Esto solo es calentamiento, soldado, apenas hemos iniciado. — Dijo en tono autoritario.

Lo siguiente fue entrenar los músculos de los brazos, pecho y espalda, porque según él ellos son los que más entran en juego a la hora de luchar. Me puso a realizar flexiones de cinco maneras distintas, abdominales (por alguna razón), a levantar unas pesas muy pequeñas (pero que pesaban en la madre) y a saltar la cuerda. No saltaba la cuerda desde que tenía diez años, y este me puso a saltar como niña chiquita.

Después de trabajar los músculos superiores, les llegó el momento a mis piernas de gallina. Sentadillas, algo que él llamaba “paracaídas" (terminé con dolor de muslos después de esa), a levantar una clase de pesa con los pies (si, con los pies) y al final volvimos a saltar la cuerda.

Mis pulmones pedían clemencia, mis músculos no daban para más. Sentía que mis rodillas iba a terminar cediendo ante la gravedad, porque las tenía temblando. Ya parecía anciana, de verdad que necesitaba más ejercicio porque se notaba a leguas que antes de este día ni siquiera caminaba por gusto propio.

Al final llegamos al momento de los golpes.

Lo primero que me hizo hacer Reed fue golpear el enorme saco con el que lo había visto el dia anterior. Me explicó como debía poner los pies y en qué posición colocar las manos, y cuando ya estaba listo me dijo que golpeara como me sintiera más cómoda.

Obviamente no iba a lanzar un golpe como una niña, así que le dí al saco con todas mis fuerzas con los nudillos, tal y como había visto que lo hacía él ayer. Lo que pasa es que por pendeja puse el pulgar dentro de la mano y…pues…me lastimé.

—¡Auch!— Retiré la mano con rapidez y me la agarré con la otra. El pulgar me palpitaba y sentía que estaba ardiendo. Miré aterrada como no podía mover el dedo ni porque lo intentara. — ¡Mi dedo!

—Calma. — Me dijo Reed tomando mi mano. — Solo te lastimaste el pulgar, no es nada grave.

—¡Pero me duele wey!

—Tienes que aprender a tolerar el dolor, esto no es nada comparado a los que nosotros pasamos día a día.

—De verdad que uno más salada no puede ser. — Dije sobando mi dedo, el cual ya estaba logrando mover, pero estaba algo hinchado. — Mi primer día y ya tengo una lesión.

—A esto no se le puede llamar lesión.

—¿Y como lo llamarías?

—Una raspadura de rodilla, una simple herida de niño pequeño.— Reed fue a un bolso que estaba allí cerca y rebuscando sacó un pequeño recipiente. — Extiende la mano.

Lo hice y él me tomó por la muñeca. Del recipiente extrajo una clase de recina, la cual tenía un olor muy fuerte a mentol, solo que no parecía mentol ya que era de un rojo intenso. Me lo aplicó en el pulgar hasta que este quedó brilloso. Olía muy fuerte.

—¿Qué es esto?

—Un antiflamatorio. En media hora bajará la inflamación y se te calmará el dolor si lo mantienes quieto y dejas actuar al mentol.

Asentí con la cabeza y Reed solo se sentó en un banco. Con la mirada perdida empezó a jugar con la orillas de las vendas que cubrían sus nudillos. Yo tenía que esperar al menos media hora para que la resina que me había aplicado hiciera efecto, así que me senté a su lado. 

Se encontraba perdido en sus pensamientos, ignorando mi presencia concentrado en el vacío que estaba frente a él. Lo observé, su ropa deportiva estaba sudada, su camiseta de encontraba pegada a su pecho. Al parecer con él no aplicaba lo de que “El entrenador no participa" porque mientras yo saltaba la cuerda como loca, él le daba golpes al saco o hacia pesas.

Aunque Reed no era feo, no me concentré para nada en su físico. No era mi tipo, la verdad.

Claro, porque tu tipo tiene ojos oscuros y te pone apodos raros.

Concentré mi mirada a las placas que colgaban de su cuello. Sabía bien que estos recuadros de metal eran para identificar a los soldados en la guerra, por si alguno moría o algo así, supieran quién era. Lo curioso de esto es que las placas de Reed estaban completamente vacías, no tenía inscripciones, estaban en blanco.

—¿Por qué tus placas no tienes nombre? — Pregunté movida por la curiosidad.

Él me observo saliendo de sus pensamientos, pero no me respondió, solamente ignoró mi pregunta y movió sus hombros, haciendo escuchar el ruido de sus huesos reacomodanse y de la tensión de sus músculos relajandose, esto en forma de un crujido como cuando rompes el pan duro.

—¿Eras militar? — Seguí preguntando.

—Eres algo chismosa, ¿No? — Tenía cara seria al decir aquellas palabras. — No te voy a contar mi vida solo porque eres mi estudiante o algo así. Esto no es una película juvenil.

—Solo era una pregunta.

—Una pregunta que no voy a responder.

No sé por qué esperaba que él fuera igual de social que Jack y Tobi, si desde el principio todos mostraron sus personalidades al pie y a la letra. Ninguno fingió. Jack fue el chico amable, Tobi el agradable, Helen la demente y Reed el insípido del grupo. Puede que me esté entrenando, pero seguia siendo Reed, supongo.

Pasaron los minutos y el dedo pulgar me dolía menos, y aunque se que suena como una locura total, la inflamación habia bajado demasiado a comparación a como estaba un rato atrás. Esto debía tener algo mágico, es imposible que una hinchazón haya bajado tanto en solo media hora.

—Okey, entiendo que no querías confiar en mi, casi no nos conocemos. — Dije regresando mi vista hacia él. — Pero podríamos empezar a conocernos, ¿Qué te parece?

—No me interesa.

—¿Por qué? Anda, no es una mala idea.

—No voy a hablarte de mi vida como si nos conociéramos de años, niña.

—Entonces hablemos de otra cosa. ¿Qué es esto?

—¿Que es qué?

—Esto. Los Jinetes. ¿De dónde vienen ustedes?

—Somos mercenarios, asesinos, creí que ya lo sabías.

—Ajá, pero…¿Quién los reunió? Porque debe haber alguien que los haya reunido, ¿No? ¿O fue Jack el que los unió?

—No. El grupo fue creado por El Jefe.

—¿Quien es ese “Jefe”? Lo están nombrando desde que los conocí y nunca lo he visto por aquí.

—Es que casi no aparece por aquí desde que Jack tomó el mando.

—¿Y los conocía a todos? Porque la verdad me parece que es un monstruo.

—No sabes lo que dices.

—¿Que no sé? Metió en un trabajo de asesinos a un niño como Tobi, eso es suficiente para que yo sepa que es un monstruo.

—No fueron asi las cosas. — Me dijo. — Escucha. No somos una organización de asesinos como tal, no matamos por placer. Lo hacemos para eliminar a personas que no merecen estar en este mundo, personas que han lastimado a otros. Además, Tobi casi no se relaciona con el trabajo de campo, por órdenes directas del Jefe.

—Pero…él hace armas en su taller.

—Le gusta experimentar. Lo hace desde pequeño según sé. El Jefe le da los materiales y Jack le enseñó lo que sabía de armas. Ya después terminó por aprender con práctica.

Además de un chico amable, también era un cerebrito.

—Entonces El Jefe es como el líder supremo de todos ustedes. — Dije tratando de disimular que estaba sacandole toda la información posible.

—¿De verdad quieres saber?

—Eso creo que es obvio, querido.

—Bien. — Contestó. Carraspeó su garganta y empezó a hablar:— Ninguno sabe a ciencia cierta quien es El Jefe o de dónde proviene. No sabemos su nombre, su antiguo trabajo o como nos localizó a cada uno de nosotros…

—Pero…si no saben quién es…¿Cómo saben que existe?

—Porque él nos reclutó personalmente a cada uno. Nos encontró en momentos de nuestra vida en dónde no teníamos a nadie, y nos salvó.

—A cambio de esto.

—No. Él no nos pidió nada a cambio. Nos ofreció a cada uno participar en Los Jinetes si queríamos, y si nos negabamos no nos iba a obligar.

—¿Cómo están seguros de ello?

—Porque no obligó a Tobi. — Me miró. — Ese chico que ves lleno de energía y con mucha timidez lo consiguió prácticamente medio muerto, con huesos rotos y un daño psicológico brutal. El Jefe sería un monstruo si lo hubiera obligado a participar en trabajos como estos, pero en vez de eso lo protegió y nos encargó cuidarlo a toda costa.

—Eso suena…considerado.

—Lo fué.

La seguridad en su voz me hacía sentir que estaba siendo sincero. Realmente la información que estaba consiguiendo era muy valiosa ya que ahora sabía que Jack no era el mayor mandamás de aquí, sino que existía alguien incluso más poderoso, pero que al parecer tenía complejo de buen samaritano. Aunque habían detalles que no me dejaban pensar tranquila como…¿Por qué lo hizo?

—¿Por qué confían en él? — Pregunté. — Según tú, él solo apareció de la nada a sus vidas y les ofreció ayuda, asilo, comida y un trabajo “peculiar”. ¿Cómo saben que es de fiar?

—Se que suena una locura, pero no tenemos otra opción.

Voltee rápidamente, confundida por su respuesta.

—Teniamos que confiar. — Siguió hablando. — Tobi quedó completamente solo al asesinar a su padre, Helen era fugitiva y yo…

Se calló al darse cuenta que estaba hablando de más.

—Mira. Estoy segura que no saldré de aqui viva con todo lo que ya sé, que realmente es nada. Dudo que si me cuentas algo de tu pasado vaya a poder traicionarlos, porque me matarían. En estos momentos les tengo más miedo a ustedes que a otra cosa, ¿Podrías simplemente hablar e ignorar que soy su invitada o lo que sea? Solo déjate llevar.

Parecía indeciso, pero después suspiró relajando los hombros.

—Okey. Estaba preso. —Admitió al final, y abrí los ojos como platos. — Se que suena a algo que diría alguien que ciertamente es culpable, pero no miento al decir que era inocente.

—¿Y por qué te arrestaron?

—Tenia enemigos en el ejército, porque si, estaba en el ejército. Era el coronel Reed Elías Murphy. Uno de los mejores de mi escuadrón y el más joven en cuestión de rango.

—Eras poderoso.

—Se podría decir, pero a pesar de mi poder jamás me creí más que mis subordinados. Traté de ser un líder respetuoso, leal, confiable. Era autoritario, como cualquier coronel, pero no era un tirano.

—Comprendo…

—Pues pasa que muchos me envidiaban. Había rumores de que tenía palancas en puestos mayores y de esa forma ascendí tan rápidamente, cuando era una completa mentira, ya que me esforcé para llegar allí. — Aunque se veía tranquilo, una vena en su frente me indicaba que le molestaba hablar del tema. — Por eso mismo hicieron un complot contra mi.

—¿De que manera?

—Robaron dinero del banco del ejército. Crearon evidencias de que había hecho tratos con criminales para obtener influencias y también contrataron testigos para que dijeran que había amenazado a más de una persona para sacarles dinero. Incluso a uno de los testigos lo golpearon para que dijera que lo había molido a golpes cuando “me dijo que no”.

—Dios mío…— No sabía como responder, estaba pasmada. ¿Por qué harían eso?— ¿Y después que pasó?

—Pues…

(Hace cinco años)

(Reed)

El coronel Reed Murphy. Uno de los mejores según mis superiores, el más joven en llegar a este rango en la historia de mi unidad. Orgulloso hijo de una cadena de oficiales de policía, pero yo decidí ir más allá, así que me fui al ejército. Fui dedicado, fui fuerte, no flaquee, y así me volví el mejor. No es que me creía más que los demás, solo lo era. Me había ganado mi puesto.

Pero ahora estaba en este cuarto en dónde había interrogado a tantos terroristas, a tantos criminales que llevé a prisión. Injustamente había sido acusado y el derecho de la duda no me lo habían permitido. Miré al espejo que estaba frente a mi, observé mi cara inexpresiva la cual no era lo que deseaba ver. Los estaba observando a ellos, los que me estaban viendo como si fuera un animal más, como si no les hubiera salvado la vida mil veces, como si yo no fuera nada.

Típico. Realmente no me sorprendía, aunque si me decepcionaba. Tanto trabajo, tanta dedicación, y aún así estaba aquí, tal y como muchos de mi familia: En una sala de interrogatorios por un crimen que no cometí, inculpado por un grupo de blancos que no soportan que un negro tenga más poder que ellos.

—No importa cuánto luches, este mundo jamás estará de tu lado.

Las palabras de mi padre vinieron a mi mente, y siempre las tenía en cuenta. ¿Qué me pasó? ¿Cómo fue que me confíe tanto?

La puerta se abrió y un sujeto con traje entró, uno que conocía muy bien. Traía una carpeta en sus manos, una carpeta llena de mentiras que me llevarían a un solo destino. Aunque intentara mostrar seriedad, bien se que una sonrisa se quería escapar de sus labios resecos por los cigarrillos que se fumaba día y noche.

—Hola Reed. — Me saludó sonriente el desgraciado. — Me imagino que ya sabes por qué estás aquí.

—Si, por una farsa. — Contesté. — ¿Cómo se siente el poder, Rowan?

—Ya sabrás la respuesta a eso, ¿Verdad? Te creíste la mentira de que al ser coronel y tener influencias no íbamos a descubrir tus cochinadas.

—Y según tú, ¿Cuáles son mis cochinadas?

—Fraude, extorsión, violencia, agresión, hurto a tu unidad, entre otras cosas.

—Ufff…tengo un expediente sucio al parecer.— Dije entre risas. 

—¿Te divierte? ¿Te divierte esto, Reed? Vas a ir a prisión por esto.

—Me divierte la seguridad con que dices toda esa bola de sandeces. ¿Te divertiste haciendo todo esto? ¿Cómo se sintió crear un expediente sucio y falso mientras que el tuyo es el peor de todos?

Su cara cambió por unos minutos y eso fue suficiente para confirmar mis sospechas. Todo esto lo había orquestado él para hundirme, ¿Por qué no me sorprendía?

Rowan Kennedy, un oficial de rango inferior al mío, era en definitiva alguien que no estaba hecho para el ejército. No acataba órdenes, no era responsable y muchas veces iba más allá del protocolo en actividades muy sencillas. Usualmente eso no me molestaba, pero fue cuando empezó a acosar a una chica de mi pelotón cuando empezaron mis problemas con él.

La cabo me había presentado la queja desde hace un buen rato y yo había hablado con él, pero él se negó a echarse para atrás. Seguí insistiendo amablemente, con profesionalismo, pero seguía evitando acatar mis órdenes. Un día, la cabo estaba en los baños y él entró. La empezó a manosear, pero lo que no sabía es que desde hace rato lo tenía vigilado, así que lo atrapé in fragantti en el acto.

Lo acusé y le dieron meses de disciplina, además de que lo relevaron de cargo. No hicieron más porque era el hijo de uno de los coroneles, pero si hubiera estado en mi poder ya lo hubiera mandado a volar desde hace mucho tiempo.

Lo debí matar en ese baño cuando tuve la oportunidad.

—¿Quieres un abogado, Murphy? Es tu derecho.

—Tambien es mi derecho no ser acusado falsamente, pero eso te vale una mierda, ¿Verdad, Kennedy? — Le mire a los ojos sin miedo. No me intimidaba, y si iba a caer sería con moral. — No, no quiero un abogado que no servirá de nada.

—¿Aceptas tu culpabilidad?

—Acepto que eres un niño mimado por papi que no sabe solucionar sus problemas sin pedir ayuda a segundos. Solo un cobarde que se cagaria en los pantalones si alguien como yo quisiera pelear con él. Eso lo acepto, pero no aceptaré una culpa que no es mía. El abogado no servirá de nada, de seguro es tan corrupto como lo eres tú.

Me sorprendía cuánto tiempo habia aguantado sin darme un puñetazo. Era un temperamental de mierda, estoy seguro que estaba hirviendo por dentro, pero me imagino que quería verse bien ante las personas que nos estaban viendo. Al irme yo, alguien tenía que ocupar mi lugar, ¿No? De seguro él ya se había postulado.

El interrogatorio fue una basura. Él solo me presentaba pruebas falsas que elaboró como niño de preescolar. Cuentas bancarias que no eran mías, testigos que ni siquiera conocía e informes médico que bien se notaba que habían sido hechos a la ligera. Yo no miraba nada, me daba igual; tampoco hablaba, no serviría de nada. Me había acorralado, y en este mundo prefieren confíar en las evidencias a tener que creer en un soldado, aunque dichas evidencias sean más falsas que la libertad de este país.

Ya después el proceso fue más rápido. Con jueces corruptos y sin abogado me metieron a la cárcel sin problemas. Nadie me defendió, nadie intentó evitar que me llevarán. Les pedí a mi escuadrón que no intervinieran cuando intentaron defenderme al ser esposado en medio de un entrenamiento…pero mi mayor, mis superiores, todos me dieron la espalda.

Los que me transportaron se burlaban de mi estado, y no los culpo. Alguien que estuvo tan arriba y ahora había caído en picada al suelo, sin almohadones que amortiguaran su descenso. Un águila había sido derribada por un cazador inexperto solo porque no voló lo suficientemente rápido.

Esta situación me recordó a un sermón de la iglesia a dónde asintía mi madre. El arresto de Jesucristo. Antes de que los romanos se lo llevaran era visto como un rey, un libertador, un líder memorable, un salvador; pero después fue ridiculizado, golpeado y crucificado por las mentiras de gente envidiosa. Yo no era alguien religioso, pero ahora me sentía identificado por uno de los mayores santos; que ironías tiene la vida.

Al llegar me quitaron todo lo que traía encima, me pusieron el uniforme y me llevaron a una sala muy parecida a la de interrogatorios que había en la base, solo que de menos calidad. Adivinen quién también estaba allí.

Kennedy había decidido venir conmigo a llevarme a prisión, y en todo momento se reia, como si fuera un payaso. Lo ignoré, no serviría de nada el golpearlo con diez guardias armados alrededor. Él personalmente pidió llevarme a mi celda, y en su cara de veía que se sentía poderoso.

Cuando llegamos a mi celda, no lo resistí. Con mi cabeza le dí tan fuerte en la nariz que terminó yéndose para atrás. Me quedé mirando como se sostenía el tabique y me miraba con odio. Si maldito, aún con esposas en las manos puedo darte unos madrazos.

Se acercó a mi y me empujó hacia la celda, cerrándola frente a mi.

—No te hago nada porque creo que aquí vas a pagarla de igual manera. — Dijo quitando la mano de su nariz que sangraba.

—Cuidate Kennedy, porque cuando salga de aquí, iré por ti.

—Esas no son palabras de un coronel.

—Por tu culpa ya no lo soy, así que te enseñaré lo que un Murphy puede hacer.

—Para eso falta mucho tiempo, Reed. —Dijo con burla. — El que debería cuidarse eres tú, aquí no son muy amantes de los militares y policías, y a diferencia de cuando estabas con tu escuadrón…aquí estás solo.

Me miró con ojos altivos antes de desaparecer de mi vista. Yo solo me senté en la celda. Cualquiera lloraría en esta situación, cualquiera se quebraría y se echaría la soga al cuello. No era para menos, me había quedado sin nada y completamente solo. Pero la realidad es que no sentía nada, ni el más mínimo dolor. No me preocupé, esto no era tan raro en este mundo. Los inocentes pagando por las injusticias de la gente malvada y corrupta; esto sucedía desde el principio y sigue pasando ahora.

Crecí en un barrio humilde, mi padre era oficial de policía y mi madre era profesora en una universidad. Crecí sabiendo que a los de mi color los arrestaban porque parecían “sospechosos”. Crecí sabiendo que si no tenía dinero, poder o fama, mis orígenes solo me iban a llevar al lugar en donde estaba ahora.

Aún así intenté ser la mejor persona, intenté ser bueno, pero ahora nada de eso valía la pena. Lo malo de ser bueno, supongo.

Pasaron los días en la prisión y no había pasado nada significativo. Los guardias me ignoraban y la mayoría de los reclusos no me conocían. Yo no entablaba conversación con nadie ya que no quería relacionarme con ningún criminal, la verdad. Mantuve mi perfil bajo, tratando de que nadie me reconociera. En mi carrera había ayudado a atrapar a varios criminales, uno más peligroso que el anterior. No me acordaba muy bien de sus rostros, pero bien sabía que podían estar aquí…y con Kennedy queriendo que yo muriera, era muy probable. Pero obviamente no podía permanecer incógnito por mucho tiempo.

Estaba en el patio viendo a la gente, pero sin verla realmente ya que estaba perdido en mis pensamientos. Usualmente me perdía en ellos, eran más interesantes y más tranquilos que mi vida actual. En ese momento de reflexión interna un grupo de reos se pararon frente a mi. Levanté la mirada aburrido.

—Vaya, vaya, vaya, pero miren a quien tenemos aquí. — Frente a mi estaba un sujeto con cabello rapado y con tatuajes en la cara, delgado y blanco. Sonreía con burla, pero…no lo reconocía. — El coronel Murphy. — Aunque al parecer si me reconocía a mi.

—¿Te conozco? — Pregunté simplemente.

El desconocido estaba acompañado por tres sujetos igual de decrépitos que él. Sea quien fuera, parece que tenía influencias aquí, y eso no era favorecedor para mí si venia a saldar cuentas.

—¿No me reconoce? Bueno, después de tantos años mi rostro debió desvanecerse de su memoria. — Dijo riendo.

—Solo memorizo los rostros que me interesan. Así que si no me acuerdo de ti es porque no eras tan importante para querer recordarte.

—Mi nombre es Jhon, y me arrestaste hace unos años por tráfico. Te di información sobre mi jefe y aún así sigo aquí, ¿Qué pasó, coronel? ¿Por qué sigo aquí?

—¿No eres tú el que nos llevó a un sitio lleno de personas armadas diciéndonos que solo nos encontraríamos con tu jefe?

—Debieron hacer más silencio, usualmente está solo.

—Ajá, si, como no. — Estaba aburrido. ¿Por qué si me buscaba no me golpeaba de una vez? Detesto cuando los idiotas se ponen a decir las razones de lo que van a hacer. — ¿Y que quieres?

—¿Por qué está aquí, coronel?

—Eso no te interesa.

—¿Por qué tanta hostilidad? No soy tan mala gente para merecer que me trate de esa manera, hasta estaba pensando en volvernos…—Su mirada llena de picardía me hizo fruncir el ceño. —…amigos.

—Ni en tus sueños sería un amigo de alguien como tú.

—¿Alguien como yo?

—Un criminal que no puede llegar al punto de su puta conversación. Me estás dando migrañas, así que llega al punto, ¿Que mierda quieres? Porque lo de que me quieres como amigo no me la creo ni un poco.

Su expresión de diversión cambió un poco. En mi situación actual no me quería dar el lujo de hablar con idiotas, solo quería estar solo y pensar, solo pensar. Quería alejarme de todos y esto me estaba molestando.

—Aqui tengo algo de poder, coronel. — Dijo extendiendo sus manos. — Entonces me debes respeto.

—Yo no te debo nada. Podrás tener “poder” aquí, pero no tienes poder en mi.

—Supongo que tengo que mostrarte quien manda.

—¿Quieres pelear? — Me levanté y él dió un paso hacia atrás. — Pues venga.

—Eh…Y-Yo…

Típico, otro perro que ladra pero no muerde.

—¿Tienes miedo? — Me reí en su cara. — ¿Que clase de jefe eres si no puedes “mostrar quien manda" a un rebelde? Eso no te deja muy bien…

Los que estaban con él lo miraban con curiosidad, como esperando que hiciera algo. Yo también lo esperaba. Él tenía solo dos posibilidades: Evitar la pelea y quedar como un cobarde, o pelear y quedar como un débil. En cualquiera de las dos, él perdía y yo ganaba.

Estaba temblando, empezó a sudar. Él no era ni la mitad de lo que yo era. Sus brazos eran los típicos brazos de un drogadicto, y debió haber conseguido poder por medio de dinero, porque peleando debía ser un fiasco. No era una pelea justa pero…estábamos en la cárcel, aquí no había justicia.

Miró a los que lo acompañaban, y ellos lo dejaron actuar a él. Estaba acorralado, y yo solo observaba como se desarrollaban las cosas. Al final se puso en posición de pelea y yo sonreí. Era valiente; estúpido, pero valiente.

Tiró su primer golpe. Lo esquivé. No llego ni a rozar mi cara, pero yo si logré tocar su nariz con mi puño. Se echó para atrás, Pero no cayó, sino que se mantuvo de pie y resistió el golpe.

Esto sería divertido.

Lanzó dos golpes más, y como quería que esto fuera entretenido deje que me pegara en el rostro y el abdomen. A pesar de ser delgado golpeaba fuerte, pero era soportable. Fingí que no podía esquivar sus golpes un rato, y su sonrisa se ensanchaba mucho. Se divertía al creer que me estaba ganando, quise darle esa esperanza por un momento. Eso sí, trataba de darles golpes de vez en cuando, pero golpeando al aire para que se creyera un as esquivando.

Sus compañeros lo alardean creyéndose también mi actuación. El ruido de los sujetos atraen a otros presos los cuales empiezan a acercarse por la curiosidad; cuando me doy cuenta ya estamos rodeadas por una multitud de uniformes anaranjados, los cuales hacen apuestas rápidamente de quien va a ganar.

Obviamente apuestan por el que conocen.

Los golpes consecutivos me están empezando a doler, pero no lo suficiente como para tumbar mi cuerpo al suelo. Sigo de pie, fingiendo que estoy perdiendo y con los puños en alto. Debo tener la cara más oscura de lo usual por los golpes que me ha dado.

—¿Quién lo diría? — Dijo en voz alta, disfrutando la audiencia que lo apoyaba con alaridos. — El coronel en realidad es un debilucho.

—¡Destruyelo Jhon! —Gritaban algunos. — ¡Enseñale quien manda! — Gritaban otros.

—Se nota que no has hecho nada fuera de ese ejército, coronel. — Dijo acercándose a mi, todo orgulloso. — ¿Ahora quien es el que tiene miedo?

—Espero que te hayas divertido…—Fue mi respuesta.— …porque ahora me toca a mi. — Terminé de decir limpiando unas gotas de sangre que salían de mi labio.

Confundido, bajó la guardia, y fue allí que le di un puñetazo en el pómulo derecho del rostro. Prácticamente giró como un trompo para después casi caerse, pero ese no fue mi final. Después del golpe en la cara le di otro en el pómulo izquierdo, otro en las costillas, al moverse le di en el abdomen y cuando intentó verme, uno en la quijada levantandolo.

Mis golpes a comparación con los suyos, eran certeros. Solo le había dado cinco y ya se estaba tambaleando. Escupió sangre e intentó darme en la cara, pero esta vez no me dejé. Lo esquivé y le di otro en el rostro, dejándole un ojo hinchado.

Se apoyó en sus rodillas, y aproveché para tomar su cabeza y darle un fuerte rodillazo. Escuché como su nariz crujía al entrar en contacto con mi rodilla y como la sangre manchaba mi pantalón. ¿Brutal? Si, un poco.

Terminó de rodillas frente a mi. Su cara era simplemente una masa de carne moreteada y sangre. Se veía patético, levantando la cara hacia mi, con los brazos caídos y el cuerpo lleno de moretones. Solo habían pasado cinco minutos y ya estaba así. Patético.

No lo golpee más, solo lo empujé con mi pie por el pecho y este cayó solito al piso, como costal de papa.

Todo quedó en un silencio sepulcral. Todos veían como Jhon yace en el suelo inconsciente y respirando con dificultad por la boca (ya que si nariz había quedado desecha); al cabo de un rato todos me miraron a mi. Algunos tenían caras de sorpresa, otros de admiración, incluso otros de respeto.

—¿Alguien más quiere pelear? — Pregunté a los presentes. — ¡No estuve casi diez años en el ejército para que me crean débil! ¡Fui entrenado para ser fuerte y un montón de criminales no me van a intimidar! Si llegan a tratar de tocarme un pelo, los voy a matar uno por uno, porque de si algo estoy seguro es que yo no soy débil.

Me acerqué al moribundo del suelo y le di una patada en el costado, recibiendo un quejido de dolor como recompensa.

—Y el que me vuelva a decir coronel…se las va a ver conmigo.

Ya no era un coronel, ya no era un militar. Me habían quitado eso después de años de dedicación y trabajo duro. Me había esforzado por nada, pero ya no más. Había luchado por mi país, no por la gente que lo controla, por eso ya no habría soldado sumiso y bueno. Es hora de volverme alguien que vale la pena recordar.

—¡Hey! ¿Qué pasa allí? —La voz de alguien salió de atrás de la multitud.

La multitud de reos se abrió y uno de los guardias pasó entre ellos. El guardia los vió a todos y después observo al sujeto que estaba en el piso. Parecía confundido, sorprendido y a la vez molesto por la situación.

—¿Quién hizo esto? — Preguntó de inmediato. —¡Hablen o todos irán al hoyo!

Todos guardaron silencio, pero uno que estaba detrás de mi me empujó con fuerza, tanto que termine justo al frente del guardia. Él me miró, pero la ira de su rostro se desvaneció al ver mi rostro con detalle.

—¿Reed? ¿Eres tú? — Parecía sorprendido. — ¿Cómo llegaste aquí?

—Cosas de la vida.

—¿Fuiste tú el que hizo esto?

—Si, lo hice. — Su cara era de asombro, pero también de preocupación. — No trates de salvarme Simón, no vale la pena.

—Una falta así se paga caro…—Me advirtió. — Eras el mejor de la academia, no puedo solo…

—Ya lo dijiste, “era”. Ahora solo soy un simple preso al que tienes que castigar. Tienes que cumplir tu deber, sin excepciones, siempre justamente. —Le dije calladamente. — Y te recomiendo que lo hagas ahora, antes de que se den cuenta que te conozco.

Él asintió con la cabeza suspirando. Me tomó por el hombro y me empujó para adentro de los pasillos.

El castigo en estos casos era el encierro y aislamiento en una celda sin cama, sin baño, sin nada, solo cuatro paredes y un piso. Solo se podía ir al baño una vez, solo te llevan una comida al día y una botella pequeña de agua. Cuando me encerraron allí, al principio no fue tan malo.

Pero cuando pasaron los tres días…me empecé a desmoronar. Empecé a tener migrañas horribles y a tener frio, porque la celda tenía una pequeña abertura hacia el exterior y por allí se colaba el aire por las noches.

Trataba de ahorrar el agua lo más posible, solo tomando pequeños tragos para que sobreviviera las 24 horas en las que tardarían en traer la otra, además, no podía beber mucho ya que no podía ir al baño.

Aun con las precarias condiciones optimas, sobreviví a la semana en que estaría recluido allí. Me sacaron de la celda de concreto cuando se cumplieron los siete días y todo caminó normal desde ese momento…o bueno, algo así.

No fue mi última pelea. Después de mandar al tal Jhon al hospital, muchos de sus amigos se fueron contra mi. Me acorralaban en los pasillos, me perseguían cuando iba a los baños, me emboscaban en mi propia celda. Todos terminaban igual, aunque uno me dió pelea por al menos una hora antes de que llegaran los guardias a separarnos.

En fin, no fue mi última visita a la celda de aislamiento, por eso bajé un poco de peso y mi piel se volvió pálida. Bueno, no al grado de volverme blanco, no soy Michael Jackson.

Trataba de hacer ejercicio lo más que podía para no terminar jodido en las peleas. Si perdía fuerza, perdía ventaja…y era esa ventaja lo que me mantenía con vida.

Fue en uno de esos días en que me encontraba en la celda de concreto cuando apareció. Yo estaba sentando en el suelo, meditando (si, meditando), cuando de la nada abren el visor de la puerta dejando ver los ojos del guardia.

—¡Murphy! Tienes visitas.

Levanté la mirada y abrieron la puerta. No me levanté, no reaccioné, solo miré bien al hombre que tenía al frente. Traía traje y su cabello iba bien peinado. Era alto, más o menos de mi tamaño, y se veía mayor que yo.

—¿Señor Murphy? — Preguntó, yo asentí. — Soy Walter Strange, abogado. Me contrataron para que lo representara.

—¿Lo contrataron? ¿Quien?

—Mi cliente prefiere mantener su anonimato.

—Pues su cliente puede irse a la verga. — Contesté. — No necesito ningún abogado.

—Tengo entendido que lo acusaron injustamente.

—¿Usted cómo sabe eso?

—Las evidencias, señor Murphy. Las evidencias están de su lado.

—Si las evidencias estuvieran de mi lado no estaría aquí, ¿No cree?

—No hablo de las evidencias falsas que crearon en su contra. — Abrí los ojos al escuchar eso. — Usted solo fue víctima de un completo complot.

—Gracias, no me había dado cuenta. Ahora dígame, señor Strange…— Hice énfasis en su apellido. —… ¿A qué viene realmente?

—Ya le dije, alguien me contrató para representarlo legalmente.

—Usted no es abogado.

—¿Qué le hace creer eso?

—Podria ser su postura, la cual es digna de un veterano militar, podría decir que de una guerra importante. ¿Vietnam? Tal vez. Puede usar traje, pero eso no me engaña. Sus músculos están demasiado desarrollados para alguien que trabaja en su oficina y defendiendo en la corte. — Dije. Él me miraba atento, por lo que proseguí. — Eres más de campo, te gusta mancharte las manos y hacer el trabajo tú y no esperar en la base. Apuesto lo que sea que trabajas para el gobierno o algo así y eres alguien muy duro…lo sé por la cicatriz de tu cuello…debió doler.

Se puso la mano en dónde la cicatriz estaba y después sonrió, como si estuviera satisfecho con lo que estaba diciendo.

—Asi que dime de verdad cómo te llamas y que mierda haces aquí.

—Al parecer he encontrado al hombre correcto. — Dijo mientras reía. — Supongo que aquí nadie escuchará, asi que puedo estar confiado. La verdad, señor Murphy, es que efectivamente no soy abogado, ni siquiera me llamo Walter Strange. La realidad es que no estoy aquí para defenderlo, sino para darle una oportunidad.

—¿Oportunidad? ¿Que clase de oportunidad?

—Digame, señor Murphy, ¿Que tan lejos iría para salvar a los inocentes? ¿Qué tan lejos le permitirá su moral como soldado castigar a los monstruos que hay en el mundo?

(Actualidad)

(Nina)

—Despues de eso me ayudó a escapar de prisión. Una fuga masiva pero que el único desaparecido fue mi persona. — Dijo Reed sin verme.

—¿Cómo?

—Cerraron las puertas, nadie salió. Solo los que murieron pudieron salir en bolsas. Uno de los muertos fue el ex-coronel Reed Murphy. Arrestado por fraude, robo y agresión en primer grado. Asesinado por una puñalada.

Levantó su camisa y me enseñó algo que me dió escalofríos. Una cicatriz, en el costado del abdomen. Aunque ya había cicatrizado, igual se veía que había dolido bastante.

—Pero…¿Moriste en serio? — Pregunté alarmada.

—No. Solo fue un montaje, el cual se debía ver lo más real posible. El Jefe sobornó a la gente de la morgue para que me declararan legalmente muerto, y cuando me dieron la puñalada no dañaron ningún órgano importante. Tomé una droga que ralentiza los latidos del corazón, tanto que parece que no tienes pulso. Por eso los guardias no se dieron cuenta cuando me llevaron a la morgue.

—Parece historia de película.

—Un poco, no más.

—Pero hay algo que entiendo. — Dije pasmada por tanta información. — No confiabas en Él, ¿Qué fue lo que cambió para que aceptarás venir?

Al hacer esa pregunta miró hacia delante a nada específico. Parpadeó un par de veces y movió sus nudillos nerviosamente. Me pregunté de inmediato que estaba pensando, ¿Qué secretos se escondían dentro de su mente?

—Solo me hizo confiar. — Fue lo único que respondió. Se levantó del banco y me miró con serenidad. — Ahora vamos, aún tengo que enseñarte a pelear. ¿Cómo sigue tu dedo?

Revisé mi dedo pulgar, moviendolo de un lado a otro. La hinchazón había bajado y casi no dolía.

—Ya no me duele tanto…es soportable. ¿Que fue lo que me echaste?— Dije asombrada.

—Eh…mentol chino. No es para tanto. — Dijo al ver mi emoción. — Apúrate y súbete al ring, te voy a enseñar algunos golpes. Veamos que tanto tendremos que trabajar…

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