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Cap. 1

Todo es relativo...hasta la felicidad

(Nina)




Dicen que la felicidad es un tesoro que debemos apreciar, y yo puedo asegurarles que eso es verdad. No existe cosa más bella y fugaz que la felicidad, porque es tan brillante que no todos tienen la dicha de poseerla.

Soy fiel creyente de que el destino tiene sus favoritos. A unos, les crea historias de amor, superación, poder y aventuras que le dan material para contarles a sus nietos en un futuro. Personas que viven felices en todo, y no estoy hablando de dinero, porque el dinero no tiene nada que ver con la felicidad.


He aprendido que el dinero solo acarrea problemas con el tiempo si se pretende mantenerlo y no soltarlo.

En fin, no cambiemos de tema.

Estas son las personas a las que el destino regala las mejores historias, y después, estamos las que tienen historias como la mía.

Me llamo Nina. No tengo un apellido como tal, ya que mi padre biológico nunca me presento en el hospital y a mi madre jamás le importó hacerlo por su cuenta. Mi nacimiento había sucedido en la casa de mi padre, y llegué a este mundo rodeada de humo tóxico de cigarrillos, recibida por los brazos de una mujer que no le importaba ni un poco la salud de una recién nacida.

Nací hace dieciocho años en una casa abandonada, sin asistencia médica. En esa habitación sucia y descuidada solo estaban mi madre, el que se suponía era mi padre (porque ni ella estaba muy clara si lo era), una amiga de mamá, y un fumado que se coló al espectáculo. Mi parto fue natural, me lavaron en una bañera cualquiera y cortaron el cordón umbilical con una tijera. En fin, algo totalmente normal.

Mi madre era perteneciente a una secta hippie en ese entonces, y mi papá era el líder de ese lugar, el cual también era papá de muchos niños en ese sitio. No confiaban en hospitales, ni en policías, o en cualquier cosa que significará relacionarse con el mundo exterior. Por eso el parto en domicilio.

A pesar de todo, no presente problemas en mi organismo ni salí afectada por la forma en que nací. Mi mamá, por otro lado, murió por una infección interna por causa de la falta de tratamiento indicado después del proceso, unos días después. Terminé siendo criada los primeros cuatro años de mi vida por las mujeres de la secta.

Hasta donde recuerdo, no era tan mala la vida ahí. Si, comíamos prácticamente solo frijoles y hierbas, y la droga predominaba mucho, pero los niños vivíamos muy felices. No nos obligaban a consumir nada, gracias a Dios, pero los que eran mayores no se limitaban en consumirlas en frente de nosotros.

Un día, todo cambió.

Por causa de las revueltas que provocó el líder (osea, mi querido padre) la policía intervino en nuestro hogar. Los oficiales trataron de entrar en paz, pero mi padre no se quedó parado para que lo arrestaran, sino que atacó. Todos los de la secta lo siguieron y empezó una batalla contra la policía.

A los niños nos encerraron en una habitación hasta que acabó todo. Muchos murieron ese día, mayormente de nuestro lado, pero al final la policía salió victoriosa (era de esperarse, ¿No creen).

El líder (mi padre) sobrevivió, pero fue arrestado por múltiples cargos graves, por los cuales en unos meses sería condenado a cadena perpetua. Meses después del juicio y su veredicto, mi padre se suicidó en su celda con retazos de la sabana que tenía su cama.

La gran mayoría de los niños fueron llevados con familiares cercanos de sus padres, ya que habían sido acusados de complicidad. Mi madre había muerto hace años y mi papá estaba en la cárcel, por lo que estaba prácticamente huérfana. Mi papá jamás quiso contactarse conmigo antes de suicidarse, creo que solo era un subenir en su mente enferma.

Al igual que los otros niños termine a manos del estado. Los servicios sociales no eran tan malos, ya que hacían todo lo posible para que estuvieras bien. Me llevaron a un psicólogo infantil apenas llegué; para ellos "mi padre" nos había implantado demaciado de su credo fraudulento.

Pero siendo sinceros, ni me acuerdo de cuál era la religión que seguía mi padre. Solamente sé que se consideraba alguna clase de profeta, como Abraham, el cual le había dado la tarea de repoblar la tierra (por eso tantos hijos).

Pasé tres años en los servicios sociales y justamente a cuatro días de mi cumpleaños número ocho, una familia llegó al orfanato.

Era una pareja con un niño de doce años (es decir, cuatro años mayor que yo), los cuales visitaban a todos los niños en sus habitaciones y les daban regalos. Parecían estar dando una ayuda comunitaria, así que no me sorprendió (no eran los primeros en hacerlo).

En ese entonces yo tenía una amiga llamada Jane. Ella había quedado huérfana después de que su casa había sido incendiada y sus padres habían muerto. Nos hicimos amigas desde que llegó. Pero ese día ella estaba en piso superior (el hospital) porque se había caído y partido el brazo el día anterior.

Nunca las visitas iban al piso superior, por lo que Jane no recibiría su regalo. Eso me hacía sentir triste, por lo que tomé una decisión. Le daría mi juguete a ella.

Cuando uno de las personas (la mujer) llegó a mi habitación con una muñeca muy linda, me miró con cariño y afecto. Eso no era muy común en este lugar, la mayor parte del tiempo las personas nos veían con lastima o incluso con fastidio.

—Hola— Me saludó la señora— ¿Cómo te llamas princesa?

—Nina.— Le contesté. Eso era lo único que conocía de mi identidad. No tenía como tal una partida de nacimiento al nunca ser presentada en un hospital genuino, por lo que debía conformarme con el nombre que me dieron.

—Que lindo nombre, Nina— Me dijo la señora con una sonrisa— Mi nombre es Sara, y vine a traerte un regalo.

Ella me ofreció la muñeca y yo la tomé, para después darle como agradecimiento una sonrisa. Pensé que se iría apenas me diera el regalo, pero se sento en la silla que había al frente de mi cama y me miró más atentamente.

—Eres una princesa muy hermosa, ¿Lo sabías?

—Si— Contesté. Puede que pareciera un poco egocéntrica, pero yo sabía que era bonita. Mi cabello castaño oscuro estaba bien cuidado a pesar de mis circunstancias y mis ojos azules eran tan bellos como dos zafiros. Mi piel era de un color muy común, pero resaltaba con las pequeñas pecas que tenía en mi cara.

La señora Sara me miró con sorpresa con mi respuesta, pero después solo se echó a reír. Su risa me dió risa a mi, por lo que la acompañe a reír también. ¿Que puedo decir? Su risa era contagiosa.

—¿Y tus padres?— Me preguntó con cautela.

—Muertos.

Se sorprendió por la tranquilidad con que dije esa palabra. ¿Que? A mi madre jamás la conocí, y tampoco es que mi papá fuera muy afectivo conmigo cuando aún lo podía ver. Simplemente ellos no habían sido parte de mi vida nunca, desde muy temprana edad me di cuenta que solo puedo contar conmigo.

La señora Sara me tomo de las dos manos y me sonrió. No sé que tenía esa mujer, pero con esa mirada tan hermosa de ojos grises me hacía sentir segura, querida. No quería sentir eso, no quería encariñarme tan rápido; sabía que se iría, que esto solo era una visita y que ya no la volvería a ver después de ese día.

—Gracias por la muñeca— Dije apresuradamente mientras salía de la habitación con muñeca en mano. Deje a la señora sin palabras en mi cuarto, pero no me importó. Es mejor no encariñarse con alguien que pronto no estaría al día siguiente.

Subí las escaleras hasta el segundo piso y entré a la sala médica. El recepcionista ya me conocía, ya que visitaba a Jane muy seguido (no era la primera vez que ella venía al hospital), por eso él me dejó pasar sin ninguna objeción.

Entre en su habitación y la vi acostada en su camilla. Su cabello negro contrastaba con su piel blanca lechosa, y sus ojos tan azules como los míos leían un libro tranquilamente.

Jane era ocho años mayor que yo, por lo que hacía cosas de mayores muy seguido (entre ellas, leer). Pero aún así, a pesar de su edad, no le importaba convivir conmigo. La quería mucho.

—¡Jane!

Mi grito pareció asustarla, pero al ver que era yo nada más sonrió.

—Hola Nina.

—Mira lo que te traje.

Le enseñe la muñeca y ella la miró con sorpresa. En el orfanato nos prestaban juguetes, pero el hecho de tomar alguno para jugar después era considerado robar, y era castigado. Yo lo sabía, y Jane también, por eso el miedo de sus ojos.

—¿De dónde sacaste esto, Nina?

—Una señora las está regalando. Se llama Sara y es súper increíble. Habló conmigo y me sentí súper bien con ella. Además es súper bonita, súper amable, súper alta y...

—Osea que la señora Sara está en definición...súper— Dijo entre risas.

—Siiiii, pero como no pasan por aquí nunca, creí que te gustaría tener una muñeca también. Entonces te la traje.

Jane me miró con los ojos cansados llenos de cariño. Yo no lo sabía en ese entonces, pero yo le recordaba a su hermano menor, el cual también había muerto en el incendio. La había visto llorar por las noches, extrañandolo. Me dolía que llorara, me dolía mucho, por eso siempre trataba de hacerla feliz.

—Quedate con la muñeca, Nina, no quiero quitartela— Me dijo empujando mis manos.

—No me la estás quitando, yo te la quiero dar— Le di la muñeca y después me puse con los pies de puntas para abrazarla— Te quiero mucho Jane, espero que te mejores.

Ella no pudo aguantar más y se echó a llorar sobre mi. Era asqueroso, podía sentir la humedad que empezaba a crecer en mi hombro y empapando mi cabello, pero no me importaba. La que importaba era Jane, y si tenía que llorar, pues que llorara.

Jane hizo que la soltará y me miró a los ojos. Aún con sus ojos rojos por el llanto, sus iris verdes se veían brillantes y hermosos. Me encantaban sus ojos, porque se parecían a los míos, solo que en verde; por eso la consideraba mi hermana. Jamás me habían dicho que tuviera hermanas, y sabía que Jane no lo era; pero tenía casi ochos años, no pensaba con la razón.

—Yo también te quiero, linda. Gracias por la muñeca.

En ese preciso instante entro el médico de guardia, y en la puerta pude ver a un chico. Pero no era cualquier chico, era el muchacho que venía con la señora Sara y su esposo. Yo me sorprendí cuando lo ví, ¿Cuánto tiempo llevaba ahí parado? Él solo me veía; no podía decir si era con asombro, ira, tristeza o felicidad, porque no reflejaba nada en su mirar. Solo era una mirada neutra que poco a poco, me llegó a intimidar.

—Disculpa, no creo que debas estar aqui— Dijo tranquilamente Jane. El chico solo respondió yéndose del lugar.

Eso había sido raro.

Después de quedarme un rato más con mi amiga, regresé a mi habitación. Grande fue mi sorpresa que al abrir la puerta y entrar, en mi cama se encontraba otra muñeca incluso tan bonita como la que le había dado a Jane.

La tomé y la impeccioné. ¿Me habían dado otra muñeca? ¿Por qué? ¿Acaso sabían que le había dado mi muñeca a Jane? ¿Cómo? Recordé la visita del chico en la sala médica, y pensé en la probabilidad de que él había ido de chismoso con su madre; aunque siendo sincera, no me molestó en lo absoluto, ya que por su culpa me habían dado otra muñeca.

Me acosté en mi cama con la muñeca en brazos y cerré los ojos. No quería cenar. Preferí dormir desde esa hora.



Los almuerzos en el orfanato no eran del todo deliciosos. Casi siempre eran preparados con ofrendas que le daban a la iglesia local, y por eso siempre teníamos que comer lo que nos daban, porque para comprar lo que nos gustaba no había. Vegetales hervidos, arroz y un pollo tan blanco como Casper el fantasma, ese era el menú de aquel día.

Jane estaba a mi lado comiendo lentamente. Sabía que no lo gustaban las verduras, pero tenía que comer, ya estaba de por sí muy delgada.

—Esto debe ser un castigo de Dios— Dijo levantando con el tenedor una rodaja de zanahoria, y haciendo la seña de una horcada, como si fuera a vomitar.

—Es lo único que hay— Dije escogiendome de hombros.

—Algun día cuando te adopten podrás comer mejores comidas que estás, te lo aseguro— Me contestó con una sonrisa.

—Cuando me adopten, ¿Irás conmigo?

Pude ver la tristeza al escucharme. No, no lo haría. Ella tenía diesiséis años en ese entonces, nadie iba a adoptar a una adolescente; si no lo habían hecho los cinco años en que estuvo ahí, no lo harían en un futuro. Aunque en ese entonces tenía ocho años, no entendía todo eso.

—Pero...¿Por qué? Tú eres una niña buena.

—Puede ser— Me dijo tratando de comer un pedazo de repollo— pero cuando te adopten no podré ir contigo, nadie me quiere.

—Yo si te quiero, Jane, te quiero mucho.

Otra vez sus ojos se le llenaron de lágrimas. Odiaba cuando pasaba eso, odiaba verla llorar.

—Yo también te quiero, princesa— Contesto finalmente limpiando una lágrima que se le escapó— Ahora come, sabes cómo se pone la monja esa cuando dejamos comida en los platos.

Yo acepte gustosa, e ignorando la conversación anterior, embulli todo el plato de verduras. Para mí no era tan desagradable, ya me había acostumbrado.

—Nina...

Las dos miramos a la cuidadora que se paró al lado de nuestra mesa.

—¿Si?

—Hay unas personas que quieren verte— Dijo la chica viendo a Jane con cara triste. ¿Por qué se ponía triste? O mejor dicho, ¿Por qué Jane parecía entender la mirada? Yo no entendía.

—Pero, estoy comiendo señora.

—Cuando termines de hablar con ellos yo misma te llevaré un plato con comida a tu habitación, ¿Ok?

Mire buscando ayuda a Jane, pero ella me miró con dulzura y me hizo señas para que hiciera caso. Había algo que no me estaba diciendo.

—Ok...chao Jane, nos vemos ahorita.

—Bye, princesa.

Caminé de la mano con la cuidadora hasta una sala que no había visto nunca. Habían muchas mesas, sillas; algunos niños que conocía estaban en algunas mesas, hablando con personas que no había visto en mi vida. ¿Qué era este lugar?

—Esas son las personas que quieren hablar contigo— Señaló a una de las mesas la cuidadora y cuando ví, no me lo podía creer.

Era la señora Sara con su esposo.

Rayos.

De seguro estaban ahí para quitarme mi muñeca por haber regalado la primera a Jane. Aunque, si fuera así, no me hubieran dado la segunda en primer lugar. Puede que no sea para quitarme mi muñeca, aunque tampoco podía estár segura.

Solté la mano de la cuidadora (o mejor dicho, ella la retiro "amablemente" de mi agarre) y me senté al frente de la pareja.

Ahora que los veía mejor (y sin tener en mente escapar para regañar una muñeca) debía admitir que los dos eran muy guapos, como las personas de una película.

La señora Sara era una mujer bella, delgada, con los cabellos rubios como el Sol y sus ojos grises resaltaban con fuerza. Tenía pecas en sus mejillas, pero muy sutiles, no eran como las mías; además, tenía pequeñas manchas en las mejillas. Pero esto en vez de volverla fea, más bien la embellecia más; sus imperfecciones la hacían perfecta, como una de mis Barbies.

Su esposo, por otro lado, parecía un Kent. Cabello negro brillante, con unas cuantas canas y bien peinado. Sus ojos eran cafés, a diferencia de su esposa, y no tenía ninguna clase de característica especial en su rostro, además de unas cuantas arrugas muy sutiles. Era simple, pero tenía algo muy bello en su mirar.

Los dos me vieron sentarme y sonrieron. Sus dientes eran tan blancos que parecían brillar, como en la propagandas de la televisión. Ellos no podían ser reales.

—Hola Nina, es un gusto volver a verte— Empezó a hablar la señora Sara.— Él es mi esposo, Lenn.

—Mucho gusto— Dije amablemente. Recordaba todo lo que me había enseñado Jane.

«Siempre se cordial, como si de verdad te interesará la conversación»

Es un gusto conocerte, Nina, Sara me habló de ti, y también Jeremy.

¿Jeremy?

—Jeremy es nuestro hijo, creo que ya lo conoces— Me aclaró la señora.

Ah, el chismoso come mocos.

—Bueno, me imagino que no te gustará que hagamos perder tu tiempo, ¿Que estabas haciendo antes de venir?— Me preguntó la señora Sara.

— Estaba comiendo con una amiga.

—Perdon por interrumpirte.

— No importa.

—Ok, seremos directos para no quitarte más de tu día. — Dijo la señora tomando la mano de su esposo— Venimos a preguntarte que si querias venir con nosotros, a nuestra casa.

—¿Para qué?

Entiendan. Tenía ocho años y el único contacto adulto que tuve todo ese tiempo fueron drogadictas, monjas y Jane. No era muy buena captando información tampoco.

Lejos de molestarse, solo sonrieron.

—Creo que Sara no se explicó bien.— Dijo el señor Lenn— Lo que quiere decir es que te queremos adoptar.

¿Adoptar? Osea, ¿Que me harían su hija? Jane me había hablado de eso, de que nosotras estábamos en ese sitio esperando a que alguna familia decidiera adoptarnos, y así tener mejor vida. Entonces...

— ¿Ustedes quieren que sea su hija?

Los dos se miraron con ternura y el señor me respondió:

— Si, Nina, eso significa adoptar.

Esto era un sueño, ¡Por fin tendría una familia! Siempre me había preguntado cómo sería...pero jamás pude experimentarlo.

Aunque, había un pero.

Al irme eso significaba que tenía que dejar a Jane en el orfanato, sola, sin amigas. No podía hacerle eso, ella era mi hermana.

—¿Podría pensarlo?— Dije sin pensar. Sus rostros en respuesta solo reflejaban sorpresa, seguramente no se esperaban esa respuesta. Finalmente la señora Sara sonrió y me contestó.

—Claro, piensa todo lo que quieras. Mañana nos dices tu respuesta.


—¿Qué les dijiste qué?— Prácticamente me grito Jane cuando le conté sobre mi conversación con la pareja Jhonson (apellido de la señora Sara y el señor Lenn).

—Que si lo podía pensar...¿Dije mal?

—Pues claro que dijiste mal Nina.

Jane parecía molesta. ¿Por qué estaba molesta? No estaba segura de si quería vivir con ello, de paso no quería dejarla sola. Lo estaba haciendo por la dos. ¿Había hecho algo mal?

—¿Por qué estás tan molesta?— Pregunté casi sollozando.

—Porque estás tirando una buena oportunidad por el caño, por eso Nina.

Su tono de voz iba en aumento. Estaba muy molesta. Mis ojos empezaron a llenarse de lágrimas y en mi garganta se formó un nudo que no me dejaba respirar. Antes de empezar a llorar, solo pude decir:

— Es que no quiero que nos separen.

Al ver que lloraba, ella paró su actitud y ablando su semblante. No sé cuándo se sentó al lado mío, pero cuando ya pude darme cuenta estaba abrazándome y sobando mi cabeza.

—Anda, no llores, perdón por gritarte.

— ¿Acaso no quieres estar conmigo?

Jane me miró de frente.

— Obvio que quiero estar contigo princesa, pero si puedes salir de aquí, es importante que lo hagas.

— Pero no te quiero dejar sola.

— No te preocupes por mi. Yo estaré bien. Esa gente parecen ser buenos, te tratarán bien.

— ¿Y si nunca nos volvemos a ver?— Pregunté mientras ella sobaba mi cabeza.

— Nos volveremos a encontrar, te lo aseguro.

—¿Y si cambio? ¿Y si soy mal alta? ¿Y si me vuelvo rubia? ¿Y si mis ojos se vuelve cafés?

—No creo que tus ojos se vuelvan cafés, Nina.

— Eso nunca se sabe.

Ella me miró con una sonrisa nostálgica, después se levantó y buscó algo en su cómoda. Al ver que había sacado, no entendí nada. Eran dos pulseras, de esas que son hechas a mano; una era púrpura (mi color favorito) y la otra era roja.

Ella se puso en la muñeca la de color rojo y tomó mi mano para colocarme la otra.

—Estas pulseras las hice yo— Me dijo haciendo el nudo con delicadeza.— Si en un futuro nos vemos, veremos las pulceras y sabremos quien es la otra. Solo debes prometerme que no te la vas a quitar.

Miré fascinada el accesorio. Cualquiera lo vería como algo simple y sin significado, pero yo veo a esta pulcera como el mayor tesoro del mundo.

—Te prometo que no me la quitaré nunca.— Dije sin pensarlo dos veces.

Las dos nos miramos a los ojos y no pudimos evitar que las lágrimas corrieran por nuestros ojos. Nos abrazamos sin preludio y lloramos las dos juntas.

Puede que al principio el orfanato había sido feo, pero con Jane se había convertido en un hogar para mí. Dejarla ahí, sola, después de todo lo que había hecho por mi, solo me parecía injusto.

Se hizo tarde, pero no nos separamos. Esa noche, la valoramos como si fuera la última noche en que estaríamos juntas, y tal vez, lo seria.

***

La vida con los Jhonson no era mala. Los siguientes años fueron muy lindos. Me trataron como si de verdad fuera su hija de sangre, con el mismo amor que le tenían a Jeremy.

Unos días después de que me adoptarán (volviendome oficialmente una Jhonson) celebraron mi cumple número 8. Era la primera vez que me cantaba cumpleaños otra persona que no fuera Jane. Me hicieron una fiesta muy bonita e invitaron a algunos vecinos con sus hijos. Hice muchos amigos ese día.

Jeremy me trataba bien. Él decía que cuando me había visto darle mi muñeca a Jane, de inmediato le había caído bien. Me trataba como una princesa, me hacía reír. Lo quería mucho.

La señora Sara me mimaba mucho. El señor Lenn me sacaba a pasear muchas veces. Los dos me trataban muy bien. Cada día mi corazón se apegaba más a ellos, cada año se volvían más mi familia.

Cada semana le enviaba cartas a Jane, para saber de ella y contarle todo lo que hacía. Ella me respondía con cariño, pero sabía que en el fondo debia sentirse sola. A pesar de que pasaban los años, aún no la querían adoptar, hasta que su tiempo en el orfanato se había vencido.

Al Jane cumplir los 18, ya no podía quedarse en el orfanato, por lo que la invitaron a buscar como sobrevivir (es decir, la echaron a la calle). Al mismo tiempo en que ella fue desalojada, las cartas de respuesta dejaron de llegar.

No sé que le pasó a Jane, pero espero que esté bien.

Nunca me he quitado la pulcera.

En lo que cabía, todo era lindo. Mi vida se convirtió en una historia hermosa. Tenía una familia que me quería, tenía amigos, no estaba sola, mi pasado no me importaba. Estaba feliz.

Cumplí los quince años por lo alto. Hubo una fiesta muy grande, mi vestido era hermoso, la música era de calidad y por supuesto, todos mis amigas estaban ahí. Ese día fue uno de los mejores de mi vida.

Baile el balz con el chico que me gustaba en ese entonces, debe imaginarse como estaba mi rostro con cada paso y movimiento.

Mi papá también bailo conmigo, al igual que Jeremy. Si hubiera sabido que iba a recordar ese día con tanta nostalgia en el presente, hubiera aprovechado cada segundo (aunque jamás hubiera sido suficiente).

Unos meses después, fui a una fiesta con mis amigas. Mamá (es decir, la señora Soul) me había ordenado que llegara antes de las diez, a lo cual yo accedí. Ese día todos estaban en casa. Jeremy me ayudó a elegir ropa para robar miradas (el era perfecto para esto, soñaba con ser diseñador), y mi papá estaba viendo la tv.

La fiesta se descontroló, por lo que nos quedamos más tiempo de lo indicado. No había bebido, pero igualmente estaba disfrutando con mis amigas (las cuales si habían tomado, y mucho). Cuando mire la hora ya iban a ser las una de la mañana.

Pensé: «Estoy muerta»

Le pedí a un amigo que me llevará a casa (uno de los pocos que estaban sobrios), él aceptó. Llegamos media hora después. Estaba aterrada. Seguramente me iba a encontrar con mi mamá sentada en el sillón, con las piernas cruzadas, esperándome para darme la lección de mi vida. Dos meses sin celular, medio año sin salir, estaba lista para afrontar mi castigo.

Hubiera querido que me castigará. Hubiera preferido verla y escuchar su sermón. Hubiera preferido tener que pedirle perdón y acostarme en mi cama. Pero lo que me encontré fue otra cosa.

Silenciosamente mis pies tocaron la madera del pasillo, pero en mi casa reinaba el silencio absoluto. Mi piel de la nada se erizó y en mi pecho reinaba un mal presentimiento. Algo no estaba bien.

—¿Mamá? —Llamé a mi mamá preocupada— ¿Papá? ¿Jeremy?

Nadie contestaba. Seguí caminando por el pasillo sintiendo la tensión en mi cuerpo, había un ambiente lujubre que creaba una pesadez terrible. Oía el sonido del silencio, que hasta ese día no sabía que existía; el olor que emanaba la casa era parecido al de algún metal, como si....

Mi pie tocó algo. Era húmedo, lo sabía, porque resbalaba la planta de mi pie. Moví el zapato para ver mejor y me quedé atónita. Un líquido carmesí medio oscuro había manchado mis tenis blancos. Sangre. Sangre de alguien, pero...¿De quién?

Llegué a la cocina y encendí la luz.

No es fácil de describir está escena, pero trataré de hacerlo.

Todo estaba cubierto de sangre, no podía respirar. El olor a sangre era asfixiante, era como si metal y carne viva se mezclaran en mis fosas nasales. El silencio ahora se ha había inundado por las pulsaciones de mi corazón, las cuales resonaban en mis tímpanos como si se tratarán de una batería.

Ante mis ojos estaba la escena más...horrible que había visto en mi vida. Mi mamá estaba recostada en la nevera, con los ojos cerrados y sentada en el suelo. Cualquiera diría que estaba dormida por su posición, pero su estado daba razón a su verdadero estado.

Una línea entre roja y negra atravesaba su cuello, de ella parecía brotar un río de sangre (la cual parecía muy fresca) y su ropa estaba llena del líquido carmesí.

Mi papá estaba en el piso, boca abajo, encima de un charco de sangre. Tenía la mano extendida a dónde estaba mi mamá, como si tratara de alcanzarla.

La escena era grotesca, se me estaban saliendo las lágrimas. Mis padres, los que verdaderamente me habían cuidado como su hija, los dos estaban muertos y frente a mi.

No grite, solo lloré en silencio. No me lo podía creer. Mi cuerpo no se podía mover, parecía que la escena me había congelado en ese lugar, pero de repente pensé en alguien. Jeremy, mi hermano, no estaba en ningún lugar.

Ese simple pensamiento me dió fuerzas para moverme de mi sitio y subir corriendo las escaleras (mi hermano tenía su habitación en el piso de arriba). Abrí la puerta con rapidez, y pude ver el bulto en la cama. Mi hermano estaba durmiendo.

Una pizca de alivio inundó mi interior. Mi mente no pensaba bien, pero sentía que si mi hermano estaba vivo me podía ayudar. Prácticamente corrí a su cama y me tumbe sobre él; empecé a sacudirlo con fuerza y a llamarlo.

—¡¡¡Jere, Jere, despierta estúpido!!!

Él no se movía, pero entendía, tenía el sueño pesado.

Entonces....sentí la humedad en mis rodillas, en mis muslos y en mi abdomen. La oscuridad no me dejaba ver que era. Estaba deseando que se hubiera orinado, que eso fuera la humedad.

Me levanté para encender la luz, apenas la bombilla se encendió, la realidad choco conmigo. Él no estaba dormido. Yo estaba cubierta de sangre. La habitación empezó a dar vueltas....todo se volvió negro.


—¿Te desmayaste?— Preguntó mi psiquiatra cuando me detuve en mi relato.

La señorita Márquez me veía con atención, buscando hasta el más mínimo indicio de...bueno, no se de qué. Está era la primera vez en 3 años que no me daba un ataque de panico al solo contar lo que pasó esa noche.

—Si...—Dije mirando mis rodillas.

Estaba sentada en una silla, pero por dentro sentía que un hoyo profundo me estaba atrayendo. No me gustaba hablar de ese día, era mi trauma más grave. Ese día lo perdí todo, y aún no sé cuál fue el motivo.

—¿La policía te encontró en el cuarto de tu hermano?— Preguntó Márquez.

—No.

—¿Puedes decirme que pasó después?— Ante su pregunta yo solo me quede en silencio. Había tenido demasiado autocontrol, pero ya se me estaba acabando— ¿Sabes que cuánto más nos hables de lo que pasó más probabilidades hay de que encuentre al asesino?

Mentiras. Habían pasado tres años desde que los Jhonson fueron asesinado a sangre fría, en su casa, dónde se sentían a salvó. Nadie sabía nada, nadie escucho nada. No había evidencias ni tampoco sosprechosos. Aunque recordara todo, no sé cerraría el caso.

Aún así, sabiendo todo eso, hice el esfuerzo de seguir contando.

—Desperté unos minutos después. Estaba cubierta de sangre, la sangre de Jeremy...—Esto dolía mucho—...entonces corriendo baje otra vez a la cocina.

—¿Para qué, Nina?

—Para llamar a la policía.

—¿Y que pasó?

—Cuando llegué marqué rápidamente el 911 en el teléfono; pero en la pared de la cocina había algo.

—¿Algo?

—Si...no estaba ahí cuando había salido.

—¿Que era, Nina?— La psiquiatra empezó a anotar. Eso sí le interesaba, claro; he sido su conejillo de indias y su fuente de entretenimiento durante estos últimos años.

—Alguien había escrito en la pared con...la sangre de mis papás.

Ella levanto la vista sorprendida. Si, yo tampoco me lo creía.

—¿Recuerdas que estaba escrito en la pared?

—Jamás lo olvidaré.

—¿Qué decía?

Tarde un momento para contestar, y al final de mis labios salieron las palabras...

"No deberías estar aquí"

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