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Un asesinato sin cuerpo


Narrador

Con la noticia del asalto a la esposa del viejo Edevane, se había levantado en la mañana. En el rancho no se hablaba de otra cosa que no fuera la invasión en el territorio de los Edevane.

Confiaba, en que la noticia sería distinta e implicaba a su hijo con la campesina, no con su madre. Recibió la fotografía que indicaba el acto se efectuó, se trataba del cadáver de su hijo con una bala en su pecho. La instantánea e imágenes de la campesina salir del sótano en donde se realizó el acto lo llevó a pagar el dinero.

¡Esa debía ser la noticia!

—Maldita sea —habla lanzando el vaso de whisky a la pared con fuerza.

El ruido del cristal romperse retumba él todo el lugar, pero nadie se atreve a cruzar el estudio del dueño.

—Esto no puede estar pasando —barre con sus manos el escritorio y lanza al suelo todo cuanto hay encima.

Él no era su padre de Ludov, de la bastarda de Luisa había la sospecha. Con su hijo mayor era distinto, vio en él tantas cosas afines que pensó era un Vass. Tras el regreso de la cárcel y la negativa de la campesina de volver con él, Ludov se puso al frente del rancho.

Un acto que no pudo impedir y permitió para no crear sospechas. Sin imaginar lo que eso traería a su vida. Una misiva a su nombre enviada por sus abogados y recibida por Ludov, tiró tantos años de lucha para apropiarse de la herencia de su esposa.

Aquel día Ludov, se enteró no solo que no era un Vass, sino de un par de cosas más. La principal, mencionaba a su madre y narraba que no había fallecido como se creía, sino que estuvo en un psiquiátrico todo este tiempo. También que él y Luisa era los dueños de todo.

Una investigación profunda a través de los empleados le dieron los detalles de lo ocurrido a su madre, junto al trato recibido por su hermana durante el tiempo que estuvo por fuera del rancho. Incluso que Ana Lucia Edevane jamás le fue infiel como insistió su supuesto padre por tanto tiempo.

Su curiosidad fue más allá y de alguna manera llegó a enterarse hasta quien fue su padre. Ese que él había asesinado frente a su madre luego de pillarlos desnudos en las caballerizas.

Acto que le hizo a ella entrar en una crisis nerviosa de la que se valió para tener bases e internarla en un psiquiátrico. Resultaba mejor mantenerla internada como loca y no asesinarla, era peor el infierno para ella saber que su hija menor sufría sus ataques. Pagó cada infidelidad por más de veinte años.

Del que nunca saldría viva.

Ludov leyó que el rancho era propiedad de su madre y no de su padre, como se lo hicieron creer desde pequeño. Su madre estuvo todos estos años en un psiquiátrico y no fallecida. Todo esto le hizo querer hallar la verdad.

Y la encontró.

El enfrentamiento tocó temas extensos, como que su padre mintió sobre su ex prometida en lo que duró el noviazgo. La acusó de serle infiel y hasta le pagó a alguien para que buscara a su hijo y le dijera, era el amante de la ramera.

Lo hizo dolido por su próximo matrimonio.

Si bien, quien lanzó los puños y usó las armas fue Ludov, lo hizo llevado por el odio que su padre hizo crecer. Ana Lucia Edevane debía morir ese día y Ludov pagar por su asesinato ¿El motivo? Su hijo la había puesto como única heredera e insistió en que no retiraría esa orden, sin importar si ella le fue o no infiel.

Lo reforzó al salir de prisión y por más que ha insistido en cambiarlo no ha querido. Ana Lucia recibiría la mitad de la herencia dejada por su esposa, la otra mitad pasaría a manos de Luisa.

Esta última era un blanco fácil, la parte más difícil era su hijo con esa mujer, sobre todo el nuevo amigo de esta.

Todo lo encontrado lo hizo enfrentarse a él y exigirle abandonar sus dominios. ¿Se imaginan? Ser lanzado a la calle luego de tantos años de servicio.

¡No podía permitirlo!

Ludov amenazó con irse a la ciudad y buscar personal suficiente para que investigaran todos sus delitos. Tras su salida del rancho corrió la voz que buscaría a la hija de Edevane y se dedicó a encontrar a la persona perfecta para ejecutar el plan que lo llevaría a deshacerse de las tres trabas que le impedían ser feliz.

Ana Lucia Edevane, Ludov y Luisa Vass Neville.

¡Hijos del peón! Se repite al descubrir lo sigue viendo como un hijo cuando no lo es. Conoce la realidad de Ludov desde hace años, pero no ha podido reponerse.

Fue para la época en que mantenía el noviazgo con la campesina que se enteró de la verdad. No figuraba dentro del testamento y no era su hijo como siempre lo imaginó. De la ramera de Luisa lo tenía claro, su innegable parecido con ese peón era difícil de dejar pasar.

Rubia de ojos verdes y temperamento indomable, al igual que ese imbécil. Ni siquiera los golpes lograban obligarlo a bajar la guardia. ¡Igual a esa ramera!

Con Ludov era distinto, siendo ese un golpe duro, saber que su gran orgullo no llevaba su sangre. Tantos años invirtiendo en él con la esperanza de hacer un hombre próspero y dejar simientes en esa zona.

¿Cómo acabó? Con la revelación que no era su hijo y se casaría con una campesina. Comprendió entonces por qué buscó a alguien inferior como esposa. Lo traía en sus genes, no podía negarlo. Lo corriente corría por sus venas y eso lo hizo no solo odiarlo, también quererlo sacar de su vida a él y su hermana para siempre.

A ella le gustaba revolcarse con ese peón y por el que le exigió el divorcio. Luisa Neville, como se llamaba la perra de su fallecida esposa, se fijó en un vulgar campesino. Lo hizo no por amor, como tanto insistía, era su forma de hacerle pagar casarse con ella por interés.

Como si las traiciones no le fueran suficientes, le dio la estocada final al dejar todo en manos de los bastardos de sus hijos. Ese descubrimiento hizo querer desquitarse de su esposa a través de sus amados retoños, muy a pesar de que estaba muerta.

El secreto de su verdadera desaparición estuvo muy bien guardado hasta que su hijo tomó por error aquel sobre. Su buena suerte acabó cuando Ludov recibió la correspondencia de su padre y quiso saber de qué se trataba.

Corría medio día cuando se decide a llamar al hombre y exigirle prontitud.

—¿Qué me tienes? —pregunta a la voz del otro lado.

—Lo hice anoche.

—No se ha escuchado nada por estos lados —responde con duda. —¿Estás seguro de que era Ludov o que ella estaba allí?

—Lo estoy, también que el arma estaba registrada a nombre de la campesina. —siente la respiración pesada de su interlocutor.

—¿Cómo hiciste para sacar a Ludov de su escondite?

—Los detalles no importan.

—¡Si importa! —le corrige —Importa porque no me han llamado a decir que está muerto. Averigua qué sucedió. —cuelga la llamada con fuerza en el momento en que las puertas se abren e ingresa la visita que estaba esperando.

—Espero no llegar en mal momento —dice el hombre rubio frente a él que viene con un hombre.

—Ninguno —señala una silla frente a él y es su escolta el que se acerca, no el hombre.

—Somos personas de paz —le dice señalando al hombre junto a él—le aseguro su vida, no corre peligro en ninguno rincón de este pueblo.

—Dejaré que sean él que lo diga—le interrumpe avanzando a la silla en la que se sienta luego de obtener el visto bueno de su escolta. —ha pedido hablar conmigo, aquí estoy. —le dice cruzando sus piernas adquiriendo una pose elegante.

—En realidad, a quien quería ver era a su jefe —señala con sorna —usted es solo un intermediario. —se abre de abrazos —es un pueblo pequeño, todo se sabe.

El hombre afirma en silencio sosteniendo su mirada por largo tiempo. No se sabe mayor cosa, de quien está comprando, siendo el único lazo el hombre frente a él.

—¿Desea vender? —pregunta viendo las paredes del lugar con interés —Y soy el dueño de todos estos terrenos...

—Mi rancho tiene una trayectoria limpia, no me gustaría que se manchara.

Se anima a responder, ante su arrebato de sinceridad el desconocido sonríe por largo tiempo antes de formular palabra alguna.

—Si tiene alguna sospecha en mi contra, existen canales a los que puede acudir —responde sin disimular su buen humor —le advierto que mi dinero es legal.

Le indica que puede corroborarlo con facilidad, después de lo cual es él quien debe buscar abogado y enfrentarse a una acusación por injuria. Una demanda de la que no saldrá bien librado. Hay algo en sus palabras que le dice no miente y es poseedor de más poder del que demuestra.

—¿Cuánto pide? —señala a su alrededor —por sus reses, caballos y estas cuatro paredes viejas. —describe con desdén.

—Dudo que pueda pagar lo que estas tierras valen —le enfrenta chocándole la calma con la que habla.

—¿No es el dueño? —pregunta con sinceridad —Es la única forma por la que no podríamos llegar a un acuerdo.

—Deseo comprar los terrenos que ha estado adquiriendo —le interrumpe y lo observa levantarse.

—Y yo comprar los suyos —comenta dándole la espalda —cuando lleguen a un acuerdo sobre el valor, hágamelo llegar.

Sale del lugar con el mismo silencio y elegancia que lo vio llegar. La curiosidad lo lleva a seguir su salida hasta la ventana cerca al escritorio. Lo trajo el viejo jeep de Carlos Ortiz, un viejo latino que se ha ganado la confianza de todos y conoce la zona como la palma de su mano.

—¡Raúl! —llama a su capataz y en segundos siente la presencia detrás de él.

—Dígame señor...

—Invita a Carlos a unos tragos —le pide con una sonrisa en los labios —averigua quien es el hombre que acaba de salir y todo lo que puedas.

Lo escucha salir sin decir palabra viendo el auto perderse en el único camino que da al rancho. Pasa varias horas en pie contemplando la vista de lo que ha sido su hogar desde que nació. Creció con la idea que algún día todo esto sería suyo, empezó a tejerlo cuando la hija de la dueña se fijó en él.

Imaginó que podía llegar a amarla con el tiempo tanto o más que ella a él, pero no fue posible. Dios es testigo de todo lo que hizo para eso, pero fracasó en todos sus intentos.

Siempre pensó que había nacido sin el sentimiento del amor. Hasta que ella llegó, sonríe al sentir las manos en su cintura y el rostro de la única mujer que ha logrado descongelar su corazón se asoma. Alza el móvil que empieza a vibrar y apoya el dedo índice en sus labios.

—¿Y bien? —pregunta al contestar la llamada —¿Dónde está el cadáver de mi hijo? Si hay que reconocerlo solo dímelo...

—No está —le interrumpe —lo único que deja claro estuvo allí y no lo soñé es la mancha de sangre.

Regresó al mismo sitio y se encontró con que la policía tenía acordonado la zona. Alguien había llamado al 911 al encontrar unos documentos y una enorme mancha de sangre. Nadie menciona si hallaron arma o no, de ser así, asegura, no lo dirán para proteger la investigación.

—¡Soluciónalo! —le ordena —cuando la policía investigue sabrá que es mi hijo, que tuvo una discusión conmigo y seré yo el del problema...

—Me pidió asesinar a Ludov Vass con el arma de la campesina —le interrumpe en medio de risas el hombre del otro —, me dio las coordenadas de todos y eso hice. Cumplí y me pagó, de mi parte no hay nada que solucionar. Fue un placer hacer tratos con usted.

Sin decir otra cosa cuelga y se queda viendo el rostro más hermoso del mundo que le sonríe. Su sonrisa tiene el poder de alejarlo de sus pensamientos y hacerle olvidar sus problemas.

—¿Problemas? —afirma y la observa suspirar —haré mi equipaje...

—¡No! —le interrumpe tomando sus manos —todavía no. —le pide. —de todas maneras, aún no es tu hora de volver. 

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