Superar nuestros miedos .
Mis intentos de mantenerme alejado y encontrar una solución no tuvieron éxito. Ana Lucia ocupaba la mayoría de mis pensamientos en mis ratos de ocio. Eso y que mi gusano se negaba a cooperar me hizo tomar medias desesperadas.
Recurrí a todo tipo de, mujeres y lugares. Cada paso que daba me dejaba en una situación sin salida. Ana Lucía Edevane Cook, parece ser mi solución, además, éramos adultos y la química era evidente.
Una vez nos saciáramos, bastaría decir mi pasado para que ella ponga fin. Ana y yo no nos entendíamos, más que en plano sexual. Jamás podría entender lo que fue mi vida, bastaba verla, hablar de su padre y de su rígida educación para entenderlo. Me quedaba el sexo, como premio de consolación.
En mi haber existía un cóctel de experiencias, todas con resultados positivos, qué me ayudarían. Usarlo con ella era la mejor alternativa a mi problema y, ambos, saldríamos beneficiados.
Mi gusano se cansaría de una sola mujer y Ana tendría el camino libre para rehacer su vida. Sin Ludov, Ginger y este servidor, del primero me estaba encargando, cada día me hallaba más cerca de dar respuesta a su muerte y posterior desaparición. En cuanto a su amiga y mi antagonismo seguía sin hallar nada. Hasta el momento, no había encontrado algún fallo en su perfecto comportamiento amistoso.
Al final, le di una pausa a mis pendientes, me centré en mi plan, y en obtener buenos resultados. El éxito dependía de la manera que tuviera de hacerme extrañar. Así sería ella quien me buscara y no todo lo contrario.
Resultó en miles de momentos, Ana era una mujer igual a todas, aunque mi entrepierna le señalara lo contrario.
—¿A dónde me llevas?
La miro un instante y sonrió, no hay rastros de temor en su pregunta ni en su comportamiento. La seguridad que le da mi compañía se caería de saber cómo me ganaba la vida hace dos años.
—¿Qué tal tu día? —enarca una ceja divertida y cruza sus brazos.
—Lo de siempre.
Se distrae viendo a transeúntes en su ir y venir en los andenes por los aparadores. Pequeñas y grandes familias, enamorados, amigos, etc. Todos avanzan de un cristal a otro, felices, distraídos y relajados, algo que ella nunca ha podido gozar. Es al dejar la civilización qué todo cambia. Pasa de estar sonriente y relajada a removerse incómoda en el asiento, cada minuto su miedo es palpable.
—¿Quieres que pare? —niega, lanzándome una mirada fugaz, y luego regresa a la autopista.
—Estoy teniendo problemas con mi jefa. —declara luego de una pausa. —pensaba en eso.
Sé que miente, porque no me da la cara al decirlo. Hay vergüenza, temor y algo más que no alcanzo a descifrar. Ella está sufriendo, es lo que siento y refleja sus emociones.
—¿Qué clase de problemas? —pregunto siguiendo su mentira.
Guarda silencio mientras muerde su labio inferior, nerviosa. Ella se ve muy sensual y provocativa con ese gesto y mi entrepierna no tarda en reaccionar. Es tanta la dureza que llega a doler y maldigo mi mala suerte.
—Teme perder su puesto. —la excusa y eso me hace querer, averiguar al respecto —todo va bien si hago las cosas como ella espera.
—Eso limita tu funcionamiento y te obliga a trabajar en un ambiente insano. No es bueno para ninguna de las dos.
—Necesito el empleo, mis papás requieren de mi ayuda.
—Buscaré una solución —le prometo —en la empresa se necesita personal.
—No quiero problemas con tus hermanos.
—No habrá ninguno, además —le veo un instante y le hago un guiño —debes estar al tanto de nuestros intereses.
Baja el rostro apenada y sus mejillas se sonrojan. No tengo mi puta idea porque lo dije, se supone que Ana es solo él acostó del momento.
—Te agradezco la confianza, es una pena que yo no pueda devolverte el favor.
—No lo hago con ese fin.
Pese a que es delicado lo que está narrando, no es el motivo de su preocupación. Se limita a afirmar en silencio y fijar la mirada en la vía. Cuando vuelve a hablar su voz sale más neutra, aun así, conserva rastros de temor.
¿Es por mí? Y a mi negativa de decirle a donde vamos. Si está asociando esta noche con lo que vivió con Vass, será mejor decirle mis planos.
—No debes temer...
—El señor Weber tiene problemas con las cámaras —me interrumpe —me ha pedido que te diga, si puedes enviar a alguien de confianza.
—Tengo el día mañana libre, lo haré yo. —asiente brindándome una sonrisa tímida —¿Tienes miedo?
—No —se apresura a decir —¿Por qué?
—Estás nerviosa y te mueves como si estuvieras sentada sobre insectos.
Sonríe ante mi comentario y fija sus ojos en mí mientras frota sus manos. Sus intentos por hablar acaban en susurros.
—Ginger... —se aclara la garganta y vuelve a intentarlo.
Paro el coche un costado de la carretera, necesita mi atención y saber que lo que sea va a decirme no me dañará, desde hace mucho tiempo, retiré esa debilidad de mi cuerpo.
—¿Te contrató para cuidar de mí? —guardo silencio, lo que parece no gustarle.
Mi poca disposición a hablar tiene sus raíces en la mujer que imagino le ha metido alimañas en la cabeza a quien de repente le he empezado a caer mal.
—Ginger asegura, te pidió cuidar de mí antes de irse a París.
Eso me causa gracia, hay que reconocer, es una zorra astuta. Usaba un vacío para crear la duda, pero se enfrenta a un individuo qué no está acostumbrado a perder.
—Entiendo.
Tamborileo mis dedos en el volante en búsqueda de las palabras correctas. No es importante que Ana me crea culpable, es solo el ego lo que está en juego. Me niego a perder con una prostituta, por muy astuta que sea. Si doy explicaciones es por eso, me repito antes de empezar a hablar.
—Lo Insinuó —admito—pero, advertí qué iba a hacerlo de todas formas, e insistió en que se sentiría mejor si me cobraba.
—Es decir...
—No lo hago por dinero —mi voz sale más ruda de lo que deseaba y ella baja el rostro — dudo que ella pueda pagar por mis servicios. Todo quedó en esa conversación, no volvimos a tratar el tema.
El dolor cruza su rostro y lamento ser yo el que acabe por abrirle los ojos sobre su impoluta amiga.
—¿Por qué mentir? —exclama, molesta.
—La conoces mejor que yo. —replico en calma.
—Me dijo que no era especial, que haces esto por dinero...
—No necesito del maldito dinero de una zorra para cuidar de ti. Lo he hecho desde que eras una desconocida.
La explosión de mis palabras la hace saltar y aferrarse a su bolsa con fuerza. Maldigo en vos alta haber perdido los estribos y sus ojos se humedecen.
Puedo comprender la fe ciega en su amiga, es la única persona que ha estado con ella en sus momentos más duros. Esto se asemeja a que dijeran Stan no es de fiar. Al igual que ella, me resultaría difícil de imaginar y pondría en duda cualquier cosa al respecto. De ser cierto, todo mi mundo se haría pedazos.
Sí, comprendo más que nadie el dolor que experimenta en este instante. Lo único real y sólido a lo que se ha aferrado se desvanece frente a sus ojos y siente miedo.
—Por eso no quería decírtelo — me riñe y suspiro.
—Detesto dar explicaciones, he sido leal contigo en todo momento. —dudo en seguir y libero el aire de los pulmones antes de hacerlo—Encuentro estúpido que te mienta sobre algo que puedes constatar con facilidad.
—A la Ana de antes le creería sin dudar. La que has hecho tú, es incrédula.
Intenta sonreír, pero lo que sale es más una mueca de dolor que una sonrisa. Tomo una de sus manos, qué aprieto contra la mía. Sé de traiciones, odios y envidias, mi vida fue cimentada por esos vicios y más vicios.
—Talvez siente celos, no le prestas la atención habitual. Siempre han sido ustedes dos y me ve como un intruso.
—La Ginger qué conozco no me haría daño y estaría feliz de verme con alguien luego de Ludov. —comenta distraída.
La mano que sostiene el volante lo hace con fuerza, imaginando que es el cuello de Ginger. La qué tiene a la suya acaricia su pulgar, repitiendo sus palabras.
La Ginger qué conozco.
—¿Cómo y cuándo la conociste? — me escucho preguntar.
—Del pueblo.
—¿Desde niñas? —niega viéndome con intriga, pero acaba por responder.
—Ella y su padre llegaron cuando tenía quince, su madre había fallecido dos meses antes.
Su madre era prima de unos vecinos de los Edevane. Ginger entró a la escuela con ellas y su padre consiguió trabajo en el pueblo vecino. Enviaba dinero semanal a la familia por lo del cuidado de su hija y la visitaba cada mes.
—Un día, el dinero y la visita acostumbrada dejó de llegar. —se encoge de hombros —fueron al pueblo, imaginando que algo malo le había pasado.
—¿Murió? —niega susurrando qué para ella fue, como si lo hiciera.
En el rancho en que trabajaba le dijeron que renunció. Se le dio el dinero correspondiente y habló de ir al norte.
Al increparlo sobre lo que haría con su hija, aseguró que era mayor de edad y podía valerse por sí sola. Fue una sorpresa ver lo bien que lo tomó, no la vieron llorar o lamentarse por ser abandonada. Se repuso rápido y siguió adelante.
—En días de llantos unos lloran, otros venden pañuelos —recuerdo las palabras del viejo Terek y sonrió al hacerlo logrando qué ella también sonríe.
—Comenzó a trabajar en el club como mesera y de allí... —guarda silencio y sonrió al entender.
—Tuvo un ascenso —las mejillas de Ana se tiñen de rojo dándole un tono hermoso a su rostro —después te invitó a trabajar allí...
—En resumen...
Y en adelante nada las ha separado, ni siquiera Ludov, un hombre al que siempre le aconsejó tomara las distancias. Cuando le dijo del compromiso le dijo que iba muy a prisa, pero la ignoro. Al igual que asegura, lo hizo con su hermana y padres.
—Vida sería diferente si los hubiera escuchado. ¿Estás enojado? —pregunta de repente.
—No eres la primera, que desconfía de mí. —enciendo el auto con una sonrisa en los labios —me extrañaría si no lo hicieras.
Me hubiera gustado que me concediera el beneficio de la duda. No obstante, ella tiene sus motivos para no hacerlo. Su amiga se ha encargado de demostrarle confianza.
—No lo parece, estás muy callado...
Media hora después y en medio de un tenso silencio, llegamos al lugar indicado.
Dante, que hasta ahora había permanecido dormido en el asiento trasero, levanta la cabeza y observa a su alrededor. Desconozco si reconoce el sitio como aquel en que se dio todo un festín. Había llamado la atención del dueño al punto de obsequiarle un buen filete.
Una acción descabellada, qué entendí cuando me dio los motivos. Hace un mes su fiel compañero de 14 años había fallecido y su parecido con Dante era increíble. Me insistía constantemente para que se lo vendiera y yo fijara el precio. Desconociendo, el valor de Dante iba más allá del plano económico.
—Un restaurante —chilla asomando su rostro por la ventanilla —con la mejor de las vistas...
—¿Conoces el mar? —su negativa me sorprende.
—De lejos...
—¿Por qué?
—Miedo...
Imagino que es el temor que dejó en ella su ex y me cuestiono sobre qué otras cosas han dejado de hacer por causa de ese infeliz. Retiro el cinturón de seguridad y salgo del vehículo. Dante da un salto por la ventanilla y corre a nuestro alrededor olfateando el lugar con destreza.
Abro la puerta del auto y me hinco ante ella para retirar sus zapatos que dejo en el interior del auto. Ya en pie le brindo mi mano que toma sin dudar.
—Superemos esos miedos.
Por largos minutos ninguno dice nada y nos limitamos a disfrutar de la magia del sitio. Dante comanda la caminata avanzando ante nosotros. Se aleja al punto de que su figura se mezcla con la noche haciendo imposible distinguirlo.
La oscuridad cubre por momentos la playa, siendo la luna la encargada de darle luminosidad y encanto. Son pocos los momentos en que tengo tanta paz, que sea al lado de una mujer, es una novedad. Bastaba la compañía de Dante para obtenerla, un tercero la arruinaba.
—¿A qué le temes? —lanza la pregunta de forma tímida.
—A una vejez solitaria y sin sentido —respondo tras pensarlo mucho —... Y comer solo...
—Hay que trabajar en esos miedos. —repite mis palabras lanzándome miradas cómplices y ambos reímos.
****
—Sabía que tendría mejores resultados si te enviaba el recado con ella.
El viejo capitán me ha acompañado en todo momento, ya fuera por desconfianza o para acompañarme.
—Un correo electrónico hubiera tenido el mismo efecto.
Es la última cámara que reviso, todas con la misma falla, problemas de redes. Bastaría cambiarle el cableado y comprobar su ordenador.
—Si deseas mentirte por mí no hay problema. —le escucho decir —es la quinta vez que giras esa cámara y vez a la ventana vecina.
Alejo la mirada de la ventana en que la vi y me topo con su sonrisa burlona. Una vez me ha descubierto da media vuelta y se aleja de mi lado murmurando qué de estar joven me enseñaría como se conquista a una dama.
—Me vendría bien unas clases.
—Cómo si en verdad la amaras—me riñe —lo tuyo solo es sexo muchacho, debería darte vergüenza.
Tengo una vista en plano de su espalda encorvada y la cabeza teñida de un manto blanco ¿Llegaré a esa edad con compañía? Sacudo mi cabeza y sonrió ante su exabrupto y bagándome de las escaleras. No tengo idea de cómo amar, no se me ha dado la oportunidad de gozar de ese sentimiento.
—No puedo dar algo que no tengo capitán...
Se detiene en la entrada de la casa y vuelve la cabeza hacia mí. Sus ojos claros parecen querer leer mis pensamientos.
—Estamos llenos de amor, muchacho. El creador lo proporciona en justa medida —Niego incrédulo y rueda los ojos —eres tan cabeza dura que no lo verás, aunque te lo señale.
—Necesito ver su PC, hay que cambiar las redes, pero las cámaras están funcionales —le digo cambiando de conversación —si no duda de mí puedo darle un vistazo a su ordenador.
—Cobarde... —amonesta en tono rudo. —si fueras mi hijo te daría hasta con la mesa de comedor. Te enseñaría a ser un verdadero hombre.
—Estaría orgulloso de ser su hijo señor, —le digo viéndolo alejarse —pero dudo que el sentimiento sea recíproco.
—¿Qué haces allí? Ven aquí ahora mismo —habla en vos alta desde el interior de la casa.
Al llegar a la puerta ya él está en la entrada con un laptop en sus manos. Necesita recuperar los videos durante sus vacaciones. Tiene la leve sospecha que alguien ingresó a su casa, encontró ciertas cosas fuera de lugar.
—Si recuperas mis videos, te enseñaré como conquistarla y todo lo que necesites para llegar felices a un matrimonio de 35 años —promete y tuerzo los labios —llevarla a la cama es fácil, lo difícil es que desee quedarse a tu lado.
—¿Quién le dijo que deseo tenerla a mi lado tanto tiempo?
—Serias un imbécil si no lo quisieras —es su respuesta antes de tirarme la puerta en las narices.
Al dar media vuelta para alejarme de allí, veo a Ana en el porche de su casa, sonríe cuando nota mi presencia y agita sus manos que las cubre un guante de cocina. Una vez lo nota suelta una risa fuerte, mientras se lo retira. Todo su rostro cambia con esa risa y algo dentro de mí se oprime de manera indescriptible.
Me siento en la silla más cercana y abro la laptop, viendo de vez en vez hacia su casa. El viejo Weber ha tenido la delicadeza de dejarlo encendido y busco los videos. El viejo aparato está en precarias condiciones, se recalienta y temo que me explotará en cualquier instante. La casa de los webers tienen ocho cámaras, todas alrededor de la casa, dos al jardín de Ana.
Lo primero que necesito saber es el último registro qué hizo la laptop. Tarea que se hace imposible por momentos, por lo lento del objeto. Dígito varias fechas sin éxito, sin tener claro que busco. Quizás solo la protagonista de mis sueños húmedos, pero en ninguna aparece.
—¿Nikolái? —alzo la mirada encontrándome con Ana en los límites de ambas casas. —Preparé cordero, hice demasiado... —continúa y una sonrisa de satisfacción se asoma a mis labios, otra en los de ella que lo acompaña un sonrojo—tú me ayudaste con el mar y yo deseo ayudarte con el miedo a comer solo. Dijiste que nos ayudaríamos con ellos.
—¿Qué hay de los demás?
—Un paso a la vez —responde sonriente ingresando a su casa.
Dejo la mirada de la laptop y vuelvo a ver la casa de los Weber. El viejo capitán está en una de las ventanas, cruzado de brazos y con rostro férreo. Cierra las cortinas con fuerza y niego divertido por el comportamiento del anciano regresando a su laptop.
Hay desorden en lo referente a guardar archivos. Me topo con videos antiguos agrupados sin sentido, con nuevos. Por error abro uno y al intentar cerrarlo detengo al ver lo que hay allí. Reclino mi cuerpo en la silla y me deleito con mi imagen llegando a la que sería mi hogar por primera vez.
Fue el día en que me topé con la diosa más hermosa y quise hacerla mia. Una tarea que me tiene en estos instantes con treinta y cinco días, diez horas y quince minutos sin sexo.
Mi sonrisa se borra, en nada tiene que ver con mi nula actividad sexual. Se trata de lo que capta la cámara que da al jardín de Ana Lucía. La figura que avanza en las sombras a hurtadillas sosteniendo una caja, por la dirección de la cámara es difícil de distinguir el rostro.
No es un mensajero y dado en que ese instante Ana no contaba con cámaras, es casi imposible saber de quién se trata. Lanza caja con temor y huye por la parte trasera del ante jardín de los webers, mientras la cámara cinco registradas mi llegada por primera vez al barrio. Minutos después, Dante corre directo al sitio en que la persona se ha ido, pero regresa a la caja tiempo después.
Es el responsable de la primera caja y el misterio sobre él porque fue dejado allí, había sido develado. Faltaba saber por qué la dirección de mi hogar y no la de Ana.
Busco las horas previas y las demás cámaras sin resultados positivos. La ubicación ayudó a que la persona siguiera en el anonimato. Cierro la laptop y en mi avance hacia el hogar de Ana me veo buscando entre mis vecinos una qué de al sitio indicado.
—Allí estás —sonrío triunfal —es hora de brindarte un mejor paquete de seguridad a un precio más cómodo.
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