Pistas
Gracias al mensaje enviado por Nikolái, no tuve que dar mayores explicaciones al retomar mis labores. Se comportó amable y comprensivo, llegando incluso a brindarme la posibilidad de usar los abogados del hospital.
Negué el ofrecimiento, el doctor Marck lo hizo confiado en que era amiga de su hermana, cuando solo era una conocida. Además, me encontraba en medio de un conflicto entre el sentido común y la amistad.
David Rogers era un experimentado abogado, cuya trayectoria era ampliamente conocida. Lissa me había ofrecido su amistad y apoyo, aun no sé los motivos que llevaron a Nikolái a no llamarla, estoy esperando un tiempo libre para ir a verla
Si bien, el doctor Rogers se notaba lo experto y logró sacarme de la estación, no deseaba hacerle un desaire a Lissa. Ambos abogados buenos y todos ellos gracias a Nikolái. Escoger uno u otro sería difícil, una decisión que debo tomar cuanto antes.
Una figura envuelta en un traje rojo frente a mí logra hacerse aterrizar. La señorita Simons, era la jefe del área, estricta, ordenada y de pocas palabras. Justa en el trato a sus empleados, menos conmigo a quien parezco no caerle bien.
En estos momentos me observa en espera de algo. Recuerdo haber visto sus labios moverse, pero no logré escuchar lo que pregunto. Han pasado cinco horas desde mi salida de la estación, aun tengo el terror de lo vivido allí.
Y la amenaza de volver es latente.
—Lo siento —me excuso —¿Qué decía?
—¿Los balances del mes? —pregunta impaciente. —¿Los tienes? —insiste.
Afirmo viendo el tic en su pie derecho, mueve el talón varias veces en el aire sin tocar el tapizado de la oficina. No le respondo, por lo menos no de la forma convencional. Lo que si hago es abrir el cajón y sacar la copia que dejé para mí.
—Aquí tiene —le ofrezco el mío que toma y sin mediar palabra se aleja a su lugar.
No perdí el tiempo diciéndole que ya se lo entregué y que incluso tengo el documento firmado por ella que lo respalda. Lo tenía avanzado faltando solo imprimirlo y firmarlo. Fue lo que hice al llegar de la estación al medio día y luego de hablar con el doctor Marck.
—Si necesitas horas libres puedes irte —habla en voz baja y en un tono tosco que llama la atención de mis compañeros.
En los segundos que siguen me dedico a ver mis manos sobre el teclado y pensar en lo que sucederá en caso de ser hallada culpable. Soy inocente, no dañé a Ludov, pero todas las pruebas me hacían ver como si lo hiciera.
No es extraño que mi jefa inmediata me crea culpable, para la policía lo soy, incluso para Ginger.
—Nunca he estado en una situación así, pero imagino que debe ser delicada. —su voz rompe el silencio y me lleno de valor para verla.
—No siempre se va a una estación por ser culpable de algo —le aclaro —he estado ocho veces en una, en dos estados distintos y solo en una fue por ser acusada de algo.
—No he dicho lo contrario —responde sin verme a los ojos y con la mirada fija en el teclado — menciono lo obvio, todos te hemos visto retraída y al borde del llanto. Marck no se enojará si regresas a casa.
Mira su reloj y sigue hablando sobre mi llegada tarde. Llegué a trabajar con cinco horas de retraso, de mi jornada solo faltaban tres, tiempo que no he hecho otra cosa más que mirar la pantalla y llorar.
—Ve a casa niña, busca a tu abogado o recolecta pruebas para tu defensa —aconseja de forma despectiva —si vas a trabajar en mi piso, deseo que tengas el control de tus emociones.
—Ha hecho su trabajo —me defiende mi compañera a mi lado en un acto heroico al que todos reaccionan con un respingo nervioso—el documento que tiene en sus manos es la prueba de ello.
Antes de responder sostiene la mirada de Jane. La señorita Simons es llamada ojos de serpiente por sus subalternos, por sus ojos dorados y el brillo que adquiere al enojarse.
Como en este instante.
—Nuestro trabajo requiere concentración —ordena sin dejar de ver a mi compañera que logra sostener su mirada —lo que su compañera no tiene en estos momentos.
—Mi problema no interferirá en mi trabajo...
—Ya lo hace —interrumpe levantándose y cerrando el documento que le he entregado al escritorio —¿Ha visto lo que me ha entregado?
Su cuestionamiento me hace levantar y avanzar hacia ella. Las seis personas que conforman el grupo financiero han abandonado sus labores y contemplan la escena expectante.
—Llevo quince años en este hospital, le aseguro que me sé de memoria mis deberes como empleada.
Nerviosa recojo el documento y me sonrojo al corroborar que tiene razón. Sin perder tiempo regreso a mi lugar y tras verificar que entregue el que corresponde lo dejo en el escritorio.
—Lo siento mucho...
—Recoja sus cosas, voy a recomendar a personal una licencia para usted. —ordena —En esas condiciones no puedo permitirle laboral, por su salud y nuestra reputación.
Guardo silencio entendiendo que la orden no debe ser cuestionada. Le doy las gracias con voz inaudible al tiempo que recojo mis cosas en silencio y con la mirada lastimera de mis compañeros en mí.
En medio de la organización me topo con el oficio del balance entregado al medio día. Sosteniendo en mis manos la prueba que si lo entregué me cuestiono si debo o no defenderme. Esto quizás limpie mi currículo, pero, en adelante, la situación con mi jefe podría ser aun más tensa.
—¿Todo bien? —afirmo a Jane, quien se ha levantado y se instala a mi lado —Si necesitas que te lleve, puedo llamar a mi hermano.
—Me vendría bien caminar —guardo el documento en una carpeta y la acomodo en primera fila en el escritorio.
—¿Segura? —duda un instante y afirmo en silencio.
Hace mucho tiempo que no salgo a la calle sin temor a ser asaltada por Ludov. He perdido la libertad de salir a la calle, caminar o dar una vuelta por estar llena de temores. Lo irónico en todo esto es que debería ser él quien esté prisionero y no yo.
Resulta increíble, pero es cierto. Incluso en este instante es probable que esté disfrutando de su libertad y burlándose de mí. Ludov demostró de la peor manera su sadismo y hasta donde podía llegar esa noche.
—Te acompaño —se ofrece y no espera a que responda.
Me acompaña hasta el ascensor, lo pide por mí y se queda a mi lado sin hacer comentarios o preguntas. Jane sabe poco de mi situación, asegura que lo suficiente para saberme inocente.
El número se acerca cada vez a nuestro piso y siento una mano tomar la mia.
—Sé que estás sola en la ciudad —comienza a decir —si necesitas hablar, compañía o simplemente alguien que te estorbe —sonríe e intento imitarla, fallando vilmente —no dudes en llamarme.
—Te agradezco el apoyo allí dentro —señalo el piso dejado atrás y sonríe siguiendo mi mano.
—Ella teme que le quites el empleo, todos saben que eres recomendada de la hermana del dueño. Teme perder el trabajo, tienes el mismo nivel de estudios que ella —confiesa y guardo silencio entendiendo la situación.
Continúa diciendo que para todos es conocido el vínculo que hay entre el jefe y la doctora Alexandra, también la amistad que entre ella y yo. Desconozco como saben de mi cercanía con Alexandra, llevo un mes en la clínica y nos hemos cruzado un par de veces. Su trabajo impide hacer visitas y no me considero tan cercana para irrumpir en su consultorio.
—Eso no va a ocurrir, tengo todo lo necesario en donde estoy —confieso.
—Lo sabemos y ella acabará por comprenderlo igual.
Las puertas del ascensor se abren e ingreso en silencio dando punto final a la charla. Sonrío a mi compañera una última vez viendo las dos piezas metálicas cerrarse. En el descenso al primer piso el recuerdo de mi discusión con Ginger llega a mí y cierro los ojos apretando mi bolsa con fuerza.
Flashback
La figura inconfundible de Ginger avanzando hacia mí y abriéndose paso a empujones entre los oficiales me hace sonreír mientras doy la última firma.
—¿Puedo irme? —pregunto entregándole el bolígrafo y buscando a Nikolái entre los presentes.
—No puede salir de la ciudad, de hacerlo le recomiendo reportarlo al oficial al cargo —aconseja el uniformado tras recibir el bolígrafo. —puede irse señorita.
—Gracias por el consejo —digo dando un paso atrás.
Mi corazón late apresurado ante su ausencia en la sala. Sé que tiene un horario que cumplir, ha perdido horas por mi culpa, pero la decepción de no verlo allí es incontrolable.
—¿Todo bien? —pregunta una vez hemos eliminado distancias las dos.
—Sí. —respondo buscándole.
—¿Qué sucedió en realidad?
—Salgamos.
Mi voz es casi un ruego, la sensación de claustrofobia que me brinda el sitio me impide respirar. Nos detenemos a las afueras del lugar lejos del tráfico humano para evitar ser escuchada y allí le narro lo sucedido. Le doy un resumen fugaz de lo que se me acusa siendo escuchada en silencio y calma.
Demasiada de ambas para mi gusto.
—En resumen, Ludov está desaparecido, quizás escondiéndose y burlándose de todos y yo estoy aquí sufriendo —señalo a mi alrededor —ya no en una cama de un hospital, sino en una estación.
Nada ha cambiado, la vida sigue golpeándome y Ludov sigue siendo mi karma.
—No voy a señalarte si lo asesinaste, se lo buscó. Y tu chico tiene los contactos para ayudarte a desaparecerlo. —sonríe y siento que mi corazón se estruja con esa acusación —su pasado fue de gran ayuda.
Lo dice de forma tranquila y como quien habla de cosas triviales. No se trata de que Ludov se merezca o no la muerte, es más del que me considere capaz de algo así. Ignoro a que se refiere con lo del pasado de Nikolái, no me interesa saberlo. Es su presente el que cuenta y en donde ha demostrado ser leal.
—¿Qué? —pregunta ante mi rostro decepcionado —no eres la primera en hacerlo, ni la última, ojalá todas tuvieran tu valor o alguien como Nikolái para entrenarlas.
—No me gusta el camino que va tomando esta conversación.
Su dorso se aleja de nuestra cercanía, una de sus cejas se enarca al tiempo que su mano derecha se posa en su pecho de forma teatral.
—Ni él a mí para ti, pero aquí me tienes apoyándote como siempre —señala abriendo las manos —es un mal elemento. Agresivo, posesivo, nada caballero, con ese aire salvaje y de peligro que eriza mi piel —describe —me acusó de desaparecer tu arma apropósito, no darte un buen consejo y no sé cuántas tonterías más.
—Eso no lo hace mal hombre... —le defiendo —solo busca respuestas, es común en él...
—¿Te estás escuchando? —interrumpe —acabo de decirte que ese animal, me acusó de dañarte a ti.
Exaltada, continúa narrando todo lo que insinuó y quienes según él lo sabían. Siendo para él Ginger a quien señalar como culpable. Mi amiga acepta que la desaparición de ese objeto es extraña, pero lo es más que Nikolái lo asocie a Ludov.
—Tu hermana también conocía ese dato y no lo veo señalándola —insiste —jamás te ha apoyado y siempre ha menospreciado tus intentos por mejorar, incluso él pudo hacerte daño...
—¡Basta! —interrumpo ——¿Quieres dejar de acusarlo? Nikolái es incapaz de hacerme daño...
—¿Y yo sí? —pregunta en un hilo de voz —un desconocido llega, me acusa y tú le crees ¿Tan fácil Ana?
—No lo entiendes—susurro rompiendo en llanto —puede que tengas razón, no me abre la puerta del auto, ni tiene modales, es histérico, de mal carácter y su voz es un trueno—describo y me alejo de sus intentos de tomarme. —pero, es lo mejor que me ha pasado en la vida.
—Ana...
—Ahora no Ginger...
Fin del flashback.
El ruido sonido de las puertas del ascensor me hacen reaccionar y salgo apresurada. Alejo de mi cabeza el misterio de la desaparición de mi arma, las acusaciones mutuas de Ginger y Nikolái concentrándome en lo que me dijo al dejarme en el hospital.
Le gusto y es todo lo que necesito en este instante.
Un hombre en traje gris me sale al paso y doy un paso atrás al notar está armado. Se queda en su sitio ante mi temor y palidezco al verle buscar algo dentro de su saco.
Que lo que saque sea una tarjeta, no disminuye el riesgo.
—¿Ana Lucia Edevane? —pregunta y alejo mi cuerpo de él lo que lo hace sonreír —soy Esteban y el encargado de transportarla en adelante.
—¿Según quién?
—Mia Borch —responde estirando la tarjeta hacia mí y viendo en ella la inconfundible letra de Jaz —puede llamarla y verificar.
—¿Qué hay de Nikolái? —pregunto —él lo hace.
Y es al único que deseo a mi lado, se trata de las únicas veces que puedo estar con él ¿Qué otra hora podré?
—Fue el señor Borch quien desistió de hacerlo, por eso las señoras decidieron contratarme —lo observo sorprendida y vuelvo a leer la tarjeta que me ha entregado —esperaré a que constante mi identidad.
Sin perder tiempo saco el móvil, antes de marcar leo el mensaje recibido y el remitente.
"Se presentó un inconveniente, no podré llevarte a casa, Esteban lo hará, es de confianza. Nikolái."
Busco su contacto y le marco en varias oportunidades, pero el móvil se va directo a buzón. El hombre nota mi desconfianza y me muestra su identificación. Varios mensajes de las chicas me calman lo suficiente para aceptar ser llevaba a casa.
En todo el camino a ella no dejo de pensar en lo contradictorio que resulta lo que dijo con todo esto. Llegando a la conclusión que tiene demasiado trabajo y quiso estuviera bien.
Con la tranquilidad que eso me daba logro estabilizar mi alocado corazón.
*****
Leo el mensaje de Esteban dando los detalles del día. La hora de salida de Ana fue antes de lo esperado, ante eso, solo sabe que le dieron días libres por lo sucedido. Realizó preguntas sobre mi ausencia y se mostró reacia en un comienzo, aceptó ser llevaba a casa.
Aunque no pronunció palabra alguna y solo habló para agradecer al finalizar el viaje.
—¿Por qué me ves así? —me quejo viendo a Dante —es lo mejor.
Sus ojos oscuros se posan en mí y mueve la cola de manera lenta. Ana Lucia jamás aceptará lo que soy, no puedo desarraigar de mis entrañas tantos daños y lucha. Me es imposible cambiar, por mucho que me atraiga.
— Jamás debí decirle eso, fue estúpido.
Salgo del auto y hace lo mismo saltando por la ventana. Cruzo el sótano del centro comercial en silencio guiándome por los restos de cinta amarilla que noto a lo lejos.
Aun puede verse la marca marrón dejada por la sangre derramada, pero no hay rastros de sangre. Si se fue por sus propios medios, debería existir rastros su escapada.
La investigación descartó que saliera por su cuenta, la sangre derramada lo impediría la huida. Eso solo dejaba como posible salida que alguien lo sacó de allí, el cómo y por qué es lo que me tiene en este lugar.
Más de sesenta autos salieron aquella noche de este sótano, la mitad entre las primeras horas del suceso. Se estima que fue entre las veinte treinta y veintiuna horas, tiempo en que se registra a Ana por última vez en cámaras dentro del centro comercial.
Busco la salida alterna, que solo es usada por los dueños y no hay indicios que fuera usado para ese fin. Sin embargo, y conociendo la ineptitud de la autoridad, estoy haciendo mi propio recorrido.
Cuento con noventa minutos al día para hacerlo, me gustaría contar con más tiempo, pero me es imposible. El secuestro de Evy Klein, la mujer que debía cuidar, me impiden hacerlo como deseo. La mujer fue sacada de la mansión y encontrada horas después malherida por un transeúnte. Asi que no puedo parecer más incompetente de lo que ya soy.
Mi avance por el camino es revisando las paredes y rincones esperando encontrar algo que sé no existe.
Cámaras de seguridad.
A un error humano se señala el que esa parte del edificio esté libre de ellas, mi experiencia me indica que fue órdenes del dueño. Suelen querer privacidad en ciertas áreas, sitios por lo que entrar o salir sin ser vistos.
La mayor parte del tiempo para que no sean sorprendidos con prostitutas, sus amantes o inclinaciones sexuales. Las cámaras de la casa de Stan muestran al taxi, pero solo se muestra las dos primeras letras de la placa, lo que me deja en un callejón sin salida por ese lado.
James Slora ha prometido investigar, al no encontrar dentro del servicio de taxi de la ciudad a alguien que hiciera el recorrido esa noche. No es extraño que haya tomado un vehículo ilegal, de los tantos que abundan en la ciudad.
Y, aunque aquello solo dirá que dijo la verdad y el recorrido, dará credibilidad a su historia. Dante avanza a varios metros de mí, olfateando aquí y allá. No hay nada en su comportamiento que me diga Vass usó este camino, pero no me rindo.
Logro llegar hasta la salida del lugar certificando que la policía tiene razón y no hay rastros de sangre o cámaras. La salida choca de frente con un viejo edificio en ruinas y deshabitado. No hay un local cercano que tenga cámaras y muestre salida.
No tengo claro lo que busco, salvo algo fuera de lo normal, pero no lo hay. Doy media vuelta para regresar al auto llamando a Dante que se ha distraído en un contenedor de basura.
Su cola rígida y lomo erizado me alertan. El contenedor está en la esquina posterior izquierda, un territorio explorado por la policía palmo a palmo. Aun así, confío en mi amigo y llego hasta él, lo que ha llamado su atención se encuentra debajo y no dentro.
—Gracias por recordarme lo miserable que era mi vida —me quejo.
Ruedo el contenedor y busco en medio de los restos aquello que ha llamado la atención de Dante. Varios botes vacíos, papeles y trozos de prensa han quedado al descubierto. Mi compañero sigue olfateando cada resto descubierto, pero creo haber encontrado lo que ha llamado su atención.
Un trozo de papel manchado de sangre que al tomar en manos Dante se lanza a él. Salvo tres letras y cuatro números, en letra difusa indicando que fue realizada a prisa es todo lo que hay.
La placa de un auto.
Observo las primeras letras que coinciden con las vistas en cámaras, luego la sangre del papel. El recuerdo del relato de Ana llega a mi mente y encuentro el primer dato importante.
Ana no escogió el Centro comercial, lo hizo el taxista al detenerse en ese parque frente a él.
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