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Hora cero

—Espero no haber dañado algún encuentro amoroso—comenta el magnate al verme llegar.

—De ser así, dudo importe.

Ante mi comentario el distinguido personaje sonríe, dando por cierto lo que acabo de decir. Me siento en la silla que me señala y espero el detalle de lo que desea de nosotros. Alza la muñeca a la altura de sus ojos y en un movimiento brusco muestra su Rolex. Puedo imaginar el valor de ese espécimen, bien sea por lo fino o quien lo usa en este instante le haya dado valor.

—Solo tomará un par minutos —habla tras ver la hora —¿Te molesta si te muestro tu lugar de trabajo?

—Aún no acepto. —la sonrisa que me brinda tras escuchar mi comentario indica que sabe, lo haré.

—Cierto —responde de forma pensativa —tampoco soy yo quien te contrate.

—Le sigo.

El llamado del CEO de la multinacional petrolera más importante de este país me tomó por sorpresa. Conocía poco de los Frederick, la mayoría giraba en torno al creador del imperio, su lazo con Moscú y la creación del grupo que hoy lidera Sergey. Nada bueno, había que decir.

Se había contactado con Vryzas y tras hablarlo con James Slora, me señaló como el apropiado para esa reunión. Sus motivos giran en torno al humor de mis hermanos y su escasa paciencia en estos días.

—Me siento más cómodo si dejas el arma aquí—sugiere.

Mi reacción es abrir mi saco y ver las dos armas que reposan debajo de mis axilas. Resultó extraño que me dejaran ingresar con ellas, aunque lo hiciera custodiado por tres hombres de su esquema de seguridad y luego de verificar no llevaban proveedor. Entre quienes me indicaron el rumbo estaba el jefe de seguridad de la mansión y tiene el dominio de varios puntos.

—Pídame que me desnude y tendría mejores resultados —sonríe viendo a sus hombres y es notorio en él la incomodidad que le resultan las armas —Soy un amigo, jamás hemos estado en bandos contrarios. —le aclaro —lo he demostrado al ingresar a esta casa y permitir a tus hombres ser mi sombra.

El tiempo que dura su silencio es con la vista fija en un punto encima de mis hombros, lugar en que está su hombre de confianza. Puedo entender su temor, pero él debe ponerse en mis zapatos.

—Están descargadas —comentan detrás de mí —lo constaté.

Debería decirle que eso no importa mucho, en caso desee volverme loco o presumir mi destreza en medio de tantos imbéciles. Aquello no haría, sino complicar las cosas y acabo por tragarme mi comentario.

—Sígueme —me pide luego de una pausa. —Dentro de unas horas o días, recibirás la llamada de Christine O´hurn Ivannov, hermana de Alexandra…

—Sé quien es —le interrumpo. —gemela ella y Vincent, dos criaturas un tanto perturbadoras a la vista.

—En definitiva, sabes quién es —comenta con una media sonrisa mientras atravesamos los dos salones de su mansión.

Son pocas las veces en que tienes la oportunidad de estar en ese sitio. Los Frederick comparten con Tomasevic, el no mostrar la manera en que viven a la prensa. Todos lo verán como un comportamiento exagerado, cuando la realidad es otra.

—No necesito los motivos —le digo al notar la duda entre seguir o no —ve directo al punto, que desean de mí —finalizo viendo todo a mi alrededor.

Si bien, muchos querrán deleitarse con tanto lujo y soñar con vivir algún día o en otra vida en sitio así. Un grupo reducido de personas tomará las fotos para registros de la forma en atacar. No es exageración, ellos lo saben más que nadie.

—Tu trabajo no es en este lugar —señala en la parte norte y sigo el rumbo de su mano a una casa que se nota encima de los árboles —en la de mi hermano, Jason.

—El marin —recuerdo y sonrío por lo contradictorio que aquello me resulta —¿No es acaso el encargado de la seguridad de ustedes? Hace un buen trabajo, por cierto.

Lo único que se me ocurre es que sea algo ilegal, aún no logro coincidir a Christine O’hurn en toda esta historia. Eso me lleva a la certeza que no debí haber dicho, no necesito detalles y aguardo a lo que sigue sin dejar de recriminarme.

—Ind. Frederick no les pagará en esta ocasión —sigue y cada frase encierra más misterio —lo hará Christine, quien ha recibido la orden de Damián Klein.

—¿De qué se trata?

—Custodiar a Evy Klein, su prima y a los hijos de esta con mi hermano —señala a un costado del jardín a dos pequeños.

Sobresale la espesa cabellera oscura de la pareja de niños. Sonríen a la mujer mayor que juega con ellos y que reconozco como la madre del hombre que tengo a mi lado.

—Es raro ese tono de cabello en un Frederick…

—Que no te escuche Isabella —aconseja y sonrío al recordarla. —¿La recuerdas?

—La secuestré una vez, un trabajo pagado por un Doyle —confieso y la sonrisa empieza a ser más fuerte —no sé que era más loco, un Doyle quebrando sus leyes o ver a alguien pagar por tener a tu hermana cerca —lo miro antes de seguir —lamento mi franqueza.

—Pero no lo lamentas…

—Ni tú lo niegas —refuto —estamos a mano.

—Te mostraré el sitio que te tiene en este lugar, los detalles te los dará Jason en caso de que decidas aceptar o él permitirte estar.

Ambas cosas resultan complicadas en este instante. No me motiva trabajar para estos seres y sé que el hombre comparte el mismo sentir. Nos detenemos frente a las rejas de la segunda casa, igual de lujosa que la primera, pero más pequeña y con piscina.

—Evy Klein, tuvo un accidente, su hermano no puede cuidar de ella y requiere tus servicios  —señala un punto delante de nosotros.

El accidente fue dentro de la casa e implica a una empleada, pero no es importante. Lo delicado de todo es que su hermano está en prisión acusado del asesinato de sus padres. Mismos que Frederick asegura tuvieron que ver con la desaparición de los de la chica hace años.

—¿Qué dice ella?

—No tiene mayor datos de lo ocurrido. Estuvo lejos de casa, para el evento. Estudiada en un internado.

—Necesitan averiguar quien es y si está enlazado con ustedes —le digo y afirma en silencio —podría ser alguien cercano a ella, no tanto para ustedes.

—Eso no lo hace menos peligroso. De ser un enemigo de ella, sus hijos están en peligro. Mis sobrinos —gruñe y le doy la razón —Mi hermano recurrió a vientre de alquiler para tener hijos. —lo observo incrédulo y se alza de hombros. —eran los sueños de él y una amiga. Tenían óvulos fecundados, pero la muerte de la chica complicó las cosas, sin embargo, no quitó las ganas en él.

—Creí escuchar que eran hijos de Evy Klein…

—Un fallo en la clínica hizo que todo se fuera al traste y el hombre no encontró otra manera de solucionarlo que usar los óvulos de la alemana. La que sería quien gestara a los niños de ambos, acabó siendo víctima en toda esta historia.

—Hay que cambiar el sistema de cámaras —me acerco a las rejas para verlas de cerca —su personal es bueno, tanto en armamento como en número —empiezo a decir —en sus dominios, aquí la cosa cambia. ¿Motivo?—pregunto buscando su reacción.

—La mansión la ocupaban empleados, mi hermano estaba siempre por fuera. —afirmo viendo detrás de ambos a una mujer que nos observa. —la llegada de los niños le hizo habitarla.

—¿Quiénes viven hoy día en este lugar?

—Mi hermano, los niños, Evy. —enumera —el mantenimiento y limpieza de la casa corre a manos de los Nielsen. Margaret, Terry y Julia Nielsen. —al nombrar a la última sus labios se aprietan por lo que deduzco quien sea no goza de sus afectos.

—Me gustaría inspeccionar el resto—solicito. —necesito saber que tanto hay que hacer o el resto de las fallas.

—Saben que vendrá alguien que se encargará de la seguridad de Evy —habla dando un paso al costado. —recuerda que no serás el encargado de la casa…

—Lo tengo presente —que le interrumpa no le gusta, pero se guarda los comentarios —la chica vive aquí, los niños y eso me obliga a ver la casa.

—Tienes vía libre.

No espera mi respuesta y se adentra al jardín que comunica ambas casas. Es su jefe de seguridad el que se acerca a los hombres de la caseta y comenta quien soy. Se relajan luego de escucharlo hablar, me divierte ver sus hombros caer tras escuchar que estoy allí por la chica, no para quitarle su puesto.

Regreso la atención a la mansión frente a mí y busco los lugares a reforzar. Sigue resultando increíble que ambas casas estén unidas y la seguridad sea excelente en una, deficiente en otra.

—Quedas en casa —comenta el hombre al pasar por mi lado.

La mujer que estaba en la entrada da un par de pasos en mi dirección al notar que he quedado solo. Cuando su figura es más clara noto que es una chica, no una mujer adulta como imaginé. Tiene el cuerpo bien desarrollado y grandes curvas, siendo su rostro redondo el que divulgue su corta edad. Su color de piel, labios carnosos y andar provocativo debería ser una tentación.

Su forma de verme hace imposible verla de otra forma que no sea antagonismo.

—¿Quién eres y qué haces aquí? —increpa con desdén y superioridad.

Dado que no estoy en ese lugar para relacionarme con nadie, decido no responder a su provocación y mirar a la caseta.

—¿Puede alguno de ustedes mostrarme la mansión? —un chico da un paso al frente y sonríe.

—Creí que no lo pediría —comenta bastante entusiasta —¿Rusia?

—Ucrania, casi lo mismo.

—Te hice una pregunta…

Levanta la voz intentando con eso llamar mi atención y no sé por qué imagino es la Julia Nielsen que Frederick por poco se atraganta al nombrar.

—Y consideré mi silencio, dejaba todo claro —hasta ese instante le permito mi atención —¿Tiene algún problema con eso?

—Vivo en este sitio, tengo derechos a saber lo que hace aquí.

El chico da un paso atrás marcando distancia entre los dos, yo conservo rastros rebeldes de mi época en el reformatorio. Al presentarse encuentro que mis sospechas son ciertas y sonrío.

—Eres parte del servicio. Gregory Frederick me habló de ustedes.

Un comentario provocador, no tan fuera de lugar, que logra el resultado esperado al verla dar un paso atrás y a mi guía le da un ataque de tos.

—¿Tú dirás? —le digo al chico que sigue sin poder controlar la tos —¿Te encuentras bien?

—Mejor de lo que imagina.

Eso me lleva a deducir que la chica ante mí es un verdadero problema para todos. Está dentro de la edad que considero conflictiva, el paso por la adolescencia a muchas les enloquece.

Yo tengo la espalda llena de los recuerdos que corroboran aquella teoría y varios diálogos que hoy puedo traer a la luz sin dolor.

“—Tío, Nikolái me espía mientras me visto”

Dos niñas de doce años a las que le caí mal desde el instante en que cruce las puertas del reformatorio. Sitio al que fui trasladado cuando me escapé del orfanato por segunda vez y me llevé dinero que usarían para llenar despensa.

Eran las hijas del administrador, un hombre religioso y estricto en sus leyes. Su casa colindaba con la vieja edificación en la que vivíamos cuarenta niños entre los seis y quince años. Vivía con su esposa, una dama que nunca asomaba las narices en el lugar y que el rumor la señalaba como vampiro. Dos hijas, rebeldes y con ese comportamiento superior, tres empleados de servicio de color que eran tratados peor que nosotros. Si es que eso era posible.

“—El chico de la basura me miró los pechos y se mordió los labios.” Ahora entiendo que esas dos había más experiencia en temas sexuales que cualquiera. Eso debió ser una alerta para sus castos padres, pero no fue así. Centraron su odio en mí y me señalaron como culpable.

Fui nombrado “El chico de la basura” gracias a ellas y el uso que le daban a ser hijas de quien nos controlaban. Su padre y tío, el prefecto, solían hacer uso de la fuerza para dar disciplina o escarmiento a quienes se portaban mal. El primero era el administrador y el segundo un maldito obispo cruel, despiadado y sin mucho amor a la sotana como tanto profesaba.

“—Tiene libros prohibidos y lo vimos besar a un chico”

La gran mayoría de aquellas denuncias acaban conmigo de rodillas, reclinado en un banco y recibiendo latigazos del prefecto. Se me pedía pedirles perdón de rodillas y prometer no hacerlo. Lo que nunca ocurría. Ante mis ojos no había nada que disculparme, era inocente y ya en esa edad conservaba el orgullo.

Lo único que aquella ramera no pudo quitarme.

****

Duré un aproximado de cuatro horas en casa de los Frederick. A mitad de la caminata por la casa recibí la llamada de Christine. Tal como lo prometí fingí no saber nada y recibí el detalle de lo que deseaba de mí.

Cuidar de Evy Klein y los sobrinos de su esposo, para ello debía tener la aprobación del dueño del lugar y padre de los gemelos. A quien debía visitar mañana a primera hora en su hogar.

Encontré a Ana con las mejillas humedecidas, ojos llorosos y comportamiento extraño. Aseguró ser solo un dolor de cabeza que se le quitaba con sueño y pidió dejar todo para otro día.

Además, que tardé demasiado y es tarde para hacer algo.

—¿Seguro no deseas que traiga algo? —niega sin hacer comentarios y eso me estresa —sé que me tarde, pero no pude controlarlo…

—Solo es un dolor de cabeza Nikolái, lo ocasiona el sueño —habla con fingida seguridad —¿Es el video? —señala mis manos y miro el CD.

—Sí, pero lo veremos otro día —afirma sería y sigo teniendo ese mal presentimiento —necesito que tengas una idea de lo que será el entrenamiento. Y lo que necesitas.

—El señor Weber me dio un arma —comenta distraída.

—¿Sabes usarla?

—Cazaba en casa de mis padres.

—Que sepas utilizar una escopeta o derribar a un ave, no te hace diestra—le señalo y guarda silencio —pasaré por ti mañana a primera hora, la traes —le pido. —necesito verla.

Retira el objeto de mis manos y se queda viéndolo sin decir una palabra. Ella ha estado llorando y que lo niegue me hace sentir inútil.

—Gracias por todo lo que haces por mí —estira la mano en mi dirección que tomo sin dudar y sostengo por varios minutos.

—Me sentiría tranquilo si no tuvieras ese riesgo —confieso. —Buenas noches, Ana.

—Buenas noches, Nikolái —responde dando un paso atrás y empezando a cerrar la puerta —¿Siete?

—Seis —corrijo y sonríe instándome a irme —cuando pases los seguros me iré.

Me alejo al escuchar el último pestillo y con ello el sonido que alerta la casa está segura. La novedad de esta noche es me voy a embriagarme sin tener sexo, un acto que empieza a molestarme. Mi miembro continua dormido con otras féminas y se levanta con la que no debe.

La caja en el porche llama mi atención y me detengo al pie de ella. ¿Es necesario recogerla cuando sé lo que contiene? La tarjeta fúnebre de siempre con el número en descenso, el supuesto error de dejarla en un sitio equivocado continúa siendo un enigma.

Si era para Ana Lucia y fue enviada por Ludov, conoce el sitio exacto de la casa de su ex. Ese pensamiento me recuerda su rostro lloroso, recojo la caja e ingreso con ella a mi hogar rumbo al PC.

Con la caja en mis piernas busco el registro de las cámaras de la casa vecina. Retiro la daga de mi pretina, rasgo sin mucho protocolo el objeto en mis piernas descubriendo la tarjeta de siempre.

Las luces iluminan todo el jardín y muestran cada esquina del hogar de Ana por varios minutos. Uno de los faroles de la esquina norte estalla y al retroceder descubro fue un objeto lanzado contra ella, lo que ocasionó ese acto.

Dos sombras se asoman minutos más tarde, Ana que sale de la casa con la bolsa de los desechos, la otra se esconde en los contenedores y la observa llegar.

Saco la tarjeta de la caja y sin abrirla juego con ella en mis manos viendo las imágenes frente a mí. Su llanto cobra sentido, su miedo es fundamentado y el odio que crece en mis entrañas me deja sin aliento.

Abro la tarjeta y leo la nota impresa en ella, ha dejado de ser un conteo regresivo, lo escrito es una fecha y la firma las mismas iniciales. Lo que sea signifique el conteo tiene caducidad el día de mañana. El dato que registra la tarjeta es ese día.

—Es Suficiente Ludov —susurro ante la evidencia frente a mí.

Si hay alguien que debe morir, no será Ana, de eso estoy convencido.

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