Epílogo 1
Sentado en la piedra en la que escuchó innumerables historias en su niñez, Angelo, contempla la imagen de la luna reflejada en el Egeo. La oscuridad del mar es interrumpida por destellos dorados y la brisa nocturna hiela su piel. Con todo, la vista vale la pena. Siempre le ha gustado la calma que transmite a esa hora.
Sostiene en sus manos una caja de cigarro y en la otra el encendedor dorado, los lleva consigo desde que empezó a tener miedo a perder a su familia. No los usa, al final de la jornada el éxito era llegar a casa con ambos objetos intactos.
Sin importar que tan difícil haya sido su día. Eso le daba la sensación de haber ganado.
Desde el nacimiento de Andreis hace ocho meses, no ha tenido paz. Su hijo nació sin vida. Aunque, la ciencia diga lo contrario y hubo que revivirlo. Diez minutos de agonía calmando a su esposa con las imágenes de todos aquellos a los que dañó rondando el quirófano.
El de Aydey, era el que más llegaba. La recordaba tan cuál lo hizo segundos antes de dispararle. Apretando con fuerza un pañuelo y llorando desesperada.
Había apostado por su libertad y le entregó el corazón a alguien que solo lo empleó por venganza. Le traicionó, era en todo lo que podía pensar.
Aprieta con fuerza el encendedor y expulsa el aire de sus pulmones. Busca desde ese día la culpa y arrepentimiento por haberle asesinado. Salvo dejar a su hijo huérfano y lidiando con sentimientos encontrados, no ha hallado nada.
El aroma a crítico de la fragancia preferida de uno de sus hermanos es traído por la brisa nocturna. Guarda ambas cosas en el bolsillo de su camisa y cruzas sus brazos en las rodillas.
—¿Tampoco puedes dormir? —le dice la voz.
No le responde y se limita a sonreír recordando las historias de su tío Giorgio.
—Me gusta la vista a esta hora, calma mis demonios. —habla luego de una larga e incómoda pausa.
—Has logrado una hermosa familia. —suspira incorporándose, pero sin darle el frente —estaba equivocado, te pido disculpas.
—No las necesito.
—Lo tengo claro —le interrumpe —eres de esas personas que no requiere el perdón de otros para sanar. —Miles sonríe antes de seguir —todos tendrían que ser como tú.
—No tendrías clientes Miles. —se mofa —y no conocías a Alexandra, ni a su familia. De hacerlo, tu opinión sobre ella hubiera cambiado.
—No hablo de tu esposa, de quien comprendí hace mucho tiempo, estaba en un error. —suspira y siente su respiración pesada al escalar las rocas —hablo de mamá y las acusaciones hechas contra ti.
—Algunas veces Miles, lo mejor que puedes hacer es no volver atrás —reflexiona ingresando una mano en los bolsillos —si Eros hubiera seguido esa máxima, estaría aún con nosotros, también mi padre.
Puede entender el conflicto que hay en el interior de su hermano. A sus ojos, su madre, era una mujer perfecta y sin pecados. A Angelo le fue difícil con todo el antagonismo que existía con su madre, a su hermano debe ser tres veces peor.
—¿No preguntarás como lo sé?
—Hice una promesa, no hablar sobre lo encontrado —vuelve a sacar el encendedor y lo mira un instante antes de seguir —no oculté las pistas, ni callé testigos. Supongo, hicieron el mismo recorrido que yo.
Su madre asesinó a la amante de su padre, la mujer que podía quitarle lo que tanto anhelaba. La fortuna Vryzas. Anker Vryzas, su progenitor, ocultó pruebas, sobornó testigos, evitando el escándalo y la deshonra.
No pudo lidiar con la consciencia que se reflejaba en el rostro de Eros, el hijo de la mujer que tanto amó. Se hizo amante a los paseos en bote, a la soledad y al silencio.
Fue ese mismo mar que hoy miran el que se lo tragó.
La culpa en Axelia fue depurada a través del odio a Eros y Angelo, cuyo pecado no fue otro que acompañar a su padre a ver a su amante. El de Eros, ser el fruto de esos encuentros. Lo más paradójico de todo, es que desde el nacimiento de Eros, la mujer dio por terminado la relación.
Décadas después, Eros quiso investigar la muerte de su madre y hallar al culpable. Enfrentó a Axelia y le aseguró, no descansaría hasta verla en el único lugar que merecía. Tras las rejas y pagando por la muerte de su madre.
—Sabía que Eros era como tú, débil ante las injusticias.
La voz de Miles hace que reproduzca en su mente la discusión con su madre horas antes de morir y no le gusta. La disputa luego de hallar la verdad y restregarla tomó niveles altos. Fue tan intensa, que Axelia no pudo soportar ser descubierta y se envenenó con unas pastillas. Al día siguiente fue encontrada por Miles en la cama, sin vida y en una pose teatral. Dado que todos lo escucharon discutir, le señalaron como el causante de su muerte.
—Ella pagó para que lo callaran y le salió perfecto.
Continúa, ajeno a la lucha interna que tiene Angelo, para no recordar el rostro agonizante de su hermano. Eros demostró ser mejor persona, cuando le hizo prometer no hacer o decir nada.
La discusión que llevó a su hermano a defender a la mujer, fue planeada por las dos partes. Estaba tan bien montada que nadie sospechó del teatro. John Evans, el asesino de su hermano, solo necesitaba de la intervención de Miles en la disputa para dañarle.
—Apártale a Axelia el único poder que tiene sobre ti, Miles—aconseja a su hermano viendo en sus ojos la turbación —la culpa.
—Me siento honrado de ser tu hermano —aquella confesión le hace reír y regresar la vista al mar —espero que mis hijos sean la mitad de los valientes que tú.
—No sabes lo que dices. —niega, sorprendido —podría dejarte a Adara un mes si su abuela lo permitiera. —sonríe viéndolo un instante —solo para que sepas lo equivocado que estás.
—Pero, es hermosa…
—Y rebelde, testaruda, no sigue lineamientos, hace lo que desea cuando lo desea, posee un humor negro, habla inglés aquí y griego en América —enumera —ahora entiendo por qué todos parecían odiarme…
—Eras un grano en el trasero —recuerda Miles —con mucha fuerza e inteligencia para hacer daño.
—Y no lo lamento —confiesa y ambos sonríen.
—¿Te quedas? —afirma y mira detrás de ellos —los demás también lo saben.
—¿Fue Demitrius? —ante el silencio de Miles sonríe —nadie más que él para querer limpiar mi imagen.
—Y lo logró…
No del todo, piensa al ver a su hermano alejarse. La parte más oscura de su vida, nadie puede limpiarla y no lo desea. En aquel entonces era lo correcto, siguió las reglas y efectuó el pago. Era su mundo, su gente y su hijo el que fue expuesto y dañado.
Y pocos podían entenderlo.
Ingresa a la casa con los primeros rayos del sol y el bullicio de chicos por todo el lugar. Se detiene en mitad de la sala al ver el cabello cobrizo hondeando al viento de su hija. Es dueña de esa risa que no puedes ignorar por más que lo desees, ni olvidar.
Adara pasa por su lado como alma que lleva el diablo con un coche de juguete en sus manos y riendo a risotadas. A pocos pasos, su primo intenta alcanzarle e imagina es el dueño del coche en miniatura.
Al pie de las escaleras, su madre sostiene en brazos a Andreis y Anker la compaña. Vistes trajes oscuros, un color que sabe a su hijo no le gusta y deduce a donde irán.
—¿Nos acompañas? —pregunta ella y mira a su hijo. —Adara y Andreis se quedan con Miles y Otis.
Desde que fue sepultada, no ha visitado su tumba y juró no hacerlo. Afirma sin hacer más comentarios y sube las escaleras. No los dejará ir solos, pero no tiene planeado ingresar.
—Te espero en el jardín, dejaré al niño con Otis.
Mientras se ducha, en lo único que piensa es en que sus planes cambiaron. Su salida era en la tarde, habían acordado llegar a Persépolis y darle un adiós. Anker no quería la isla, por lo que sugirió venderla y el dinero lo sumaran al fideicomiso.
****
El viaje al cementerio fue en silencio con un Anker observando por la ventanilla y sosteniendo un ramo de rosas en sus manos. No han vuelto a tratar el tema de su madre, por respeto a su dolor y no hacer zanjas que serán difíciles de rellenar.
Su hijo es el primero en bajarse y avanzar a la entrada, Sasha le da espacio y se queda en espera que él descienda del vehículo.
—¿No vas a entrar?
—No. —responde viendo a su hijo avanzar.
—¿Por qué? —insiste ella —te necesita.
—No lo entenderías.
Visitar la tumba de alguien que él asesinó resulta, perturbador, que aumenta si quien está allí es su primera esposa y madre de su hijo. Se casó con Alexandra con la certeza que al saber la verdad ella querría el divorcio. Prometiendo que vivir intensamente a su lado, mientras ese día llegue.
—Inténtalo —la voz de protesta de Alexandra le hace alejar el rostro de la imagen de su hijo haciéndose pequeña —algo te agobia, vives atormentado.
—En cualquier momento la imagen de hombre perfecto que has creado de mí puede hacerse pedazos —comenta derrotado —quedaré sepultado debajo de ellos y lo merezco.
—Anker me dijo que no podía juzgarte si él no lo hace —entorna los ojos y ella sonríe con tristeza —Lo dijo un par de días antes de la boda.
Anker le narró mi mayor miedo, el de decirle la verdad. Fue él quien buscó a Emma y le narró lo que sucedía, por eso la mujer intentó hacer las paces al acudir a las clases con Ana Lucia.
—Fue vehemente en señalar que no podía amarte más que él, ni señalarte o culparte. Él te había perdonado, aunque sigue con sentimientos encontrados, no puede odiarte… y yo tampoco debería.
—Ágape…
—Desde ese día espero ansiosa en que me lo digas. —tuerce los labios en una mueca y libera el aire de sus pulmones con violencia.
—No quise destruir la imagen que tienes de mí —confiesa —ya perdí una vez…
—Cuando decidí unirme a ti era consciente que no eras un hombre perfecto. Ese murió ante mis ojos y lo lloré por mucho tiempo. Te amo así, —le señala—tal cual. Con una de las alas negras en llamas, la otra en un blanco celestial.
No logra escuchar lo que sigue diciendo, se ha quedado en que sabe la verdad y ha decidido no juzgarme. Estira su mano hacia él y mueve la cabeza instándole a avanzar.
—Tus hermanos le van a regalar a Anker un auto —le confiesa una vez empiezan su ingreso al cementerio—¿Sabes los motivos?
—Para ganarle a Axel Russo…
—Por su cumpleaños —corrige ella y niega.
Axel le había prometido un Lamborghini en su mayoría de edad. Lo hizo en su cumpleaños número quince cuando le obsequió un llavero con la copia del auto que tendría. Desde entonces ese objeto es su mayor tesoro, al igual que el camafeo con la imagen de su madre.
—No se desprende de ambos —le confiesa.—Emma y Alexis nos invitaron a la fiesta de cumpleaños de Marck.
—Me lo dijo—enarca una ceja y ella le sonríe —Hemos estado hablando un poco.
—Me alegro por las dos. —y por Alexis o sus padres, repite en su interior.
Empiezan a vislumbrar su figura en pie frente a la tumba. Cabeza baja, hombros caídos con el ramo de rosas sostenido con fuerza en una de sus manos. Alexandra suelta sus manos y se queda relegada, mientras él avanza hasta llegar detrás de él.
—Buscaba tu bienestar, lo hizo por ti y para que tuvieras una vida normal —la excusa viéndolo negar. —Lo tendrías de morir yo ese día.
—Te sientes culpable por vivir, ese día ambos debían morir, por eso llamaste a mi tío Axel. —empieza a recordar —Cada día me llega un recordatorio distinto del daño que nos hizo y tus intentos por cubrirlo.
—Eres al último que quise dañar...
—El dilema es, ni tú lo lamentas, ni yo te odio —le interrumpe — Intento odiarla, pero ocurre lo mismo, la amaré siempre.
—Me gustaría tener el poder de devolver el tiempo —apoya la mano en sus hombros y gira para abrazarle.
—Me gusta esta vida papá —le aprieta con fuerza y entiende la lucha que hay en su interior —le he pedido perdón por ello, pero amo esta familia tanto como a ti.
Se siente feliz por saber que su hijo no es como él y que su pasado criminal no lo manchó. Su mayor miedo era que Anker acabará sucio de alguna manera, que sienta culpa es una muestra de que no es así.
—Eres y serás la razón de mi existir —comenta alejándolo de sus brazos y limpiando sus lágrimas —donde sea que ella esté, está orgullosa de ti. —lo observa sonreír y eso me brinda paz —¿Irás a Persépolis?—pide luego de una pausa y niega.
—No. Tengo un par de hijos que cuidar —sonríe enarcando una ceja al notar que lo dice serio —son mis hijos y se irán conmigo cuando me independice.
En los siguientes minutos guarda silencio y se aleja para darle privacidad. Lo espera en el mismo lugar que Alexandra tomados de la mano. Asi mismo salen, siente que ha retirado una carga pesada de sus hombros.
—Anker —el grito de su hija rompe el silencio y observa su figura correr hacia los ellos con los brazos abiertos.
En pie y sosteniendo al más pequeño de los dos Miles le sonríe.
—Estaba equivocado —le dice entregándole a su hijo —Te quedaste corto en descripción.
Se encoge de hombros y sonríe cómplice. Hay un poco de él en Anker, Andreis es pequeño para saberlo, pero en Adara…
Ella sacó todo de él.
Su pequeño se pega a su cuello sollozando, deja besos en su cuello y en segundos la risa empieza. Con ocho meses, rodeado de adultos extraños y en un sitio distinto a su hogar. Era lógico que el pánico.
—Papá está aquí, no tienes nada que temer —le susurra.
—¿Qué hiciste chiquilla? —le riñe su madre a Adara que se lanza a los brazos de su hermano mayor entre risas.
—Nada —mira a su padre y le hace un guiño —¿Verdad?
—Eres un Ángel incapaz de hacer una travesura—responde y ella afirma viendo a su madre que entorna los ojos.
Saca algo de su vestido y lo muestra a su hermano quien la lleva en brazos. Es un auto, bastante parecido al que llevaba en manos horas antes, pero más pequeño. Su hermano lo oculta, rápido de los ojos de adultos y le sonríe cómplice.
No hubo mejor terapia para su hijo que la llegada de sus hermanos. Es notorio el cambio, ya tiene amigos e incluso lo ha visto un par de veces con una chica.
—Gracias —le dice Sasha una vez están dentro del auto con sus tres hijos detrás. —por darte todo esto. —señala a su alrededor y le sonríe.
No hay dinero que pueda comprar lo que siente en ese instante. El ruido en la parte trasera, los alaridos, sonrisas de Anker y Adara. Hasta el balbuceo infantil de Andreis le llena de paz.
—Siempre supe que el hombre que te desposara sería el más afortunado —le confiesa tomando una de sus manos y llevándoselas a los labios —Soy yo el que debo esta nueva vida, nunca lo dudes.
Si lo hace, de encargará de recordárselo.
Disminuye la velocidad al toparse con una cesta de basura y arroja en el interior el encendedor dorado con la leyenda inscrita y la caja de cigarros.
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