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Llevaba años en el hospital, desde que me gradué de la universidad, pero quién iba a decir que en solo ocho años cerraría.
Le tomé cariño a todos mis compañeros, gracias a ellos aprendí y mi estancia ahí fue agradable y divertida, son mis amigos. Pero no quieren dirigirse a la nueva ubicación que nos puso el estado, no les da buena espina, sólo con saber que se trata de una prisión salen despavoridos, sin embargo, yo no tengo miedo, será una nueva experiencia y, al final de cuentas trataré con enfermos así hayan cometido algún crimen.
Llevo dos días en la institución para reclusos y aún no he hecho uso de mis facultades como médico, me asignaron una pequeña oficina con una enfermera de mediana edad, es muy parlanchina pero así pasan más rápido las horas. Entre historias y anécdotas de su vida, nos llega la orden del jefe de guardia que debemos atender a una prisionera que tuvo un encuentro violento con una de sus compañeras, al parecer la golpearon fuerte y le sangra la nariz. Cuando llega a la consulta puedo ver que usa un uniforme de color distinto al de otras reclusas, según pude ver, es el color que identifican a los que llevan pena de muerte. Viéndola me da lástima, es una muchacha bonita, de ojos verdes preciosos, siempre quise tenerlos de ese color, pero los míos son castaños.
Ella se deja atender, sólo mira con cautela la habitación. La enfermera la cura y me pregunto que habrá echo para merecer la muerte, al volver a verla noto que mira mis zapatos de tacón rojo, ella me comenta en voz baja que es su color favorito. Al irse voltea a mirarme y sonríe, una sonrisa extraña. Pasan los días y todo es igual de monótono, aunque pude averiguar sobre la chica que fue a la consulta días antes, su pena es merecida, porque después de matar a su bebé y esposo no merece otra cosa.
La enfermera tuvo una situación familiar por lo que no pudo asistir hoy a trabajar. He estado completamente sola, ya son pasadas de las once de la noche y escucho un sonido fuera de la oficina, al abrir me encuentro con la chica con pena de muerte, vuelve a sonreír.
Mis compañeros tenían razón, no era la mejor idea trabajar en una cárcel, por eso pido mi baja para trasladarme a otro centro de salud, cuando hablo con la encargada de los papeles me doy cuenta de que muchos corren hacia la que era la sala donde trabajaba, llego a escuchar que hay una persona muerta, es la de los ojos verdes.
Yo solo muevo mis gafas de sol sobre el puente de mi nariz y recojo mis documentos, salgo del penitenciario hacia otra ubicación, retiro las gafas y me acostumbro a la luz del sol. Nadie sospechará sobre la muerte de la chica, al final de cuentas lo merecía y lo que sucedió fue un cambio justo, los zapatos por sus bellos ojos.
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