Despierto, despierto esperando que mi no tan jovial vida sea un sueño, un sueño de los tantos sueños que he conocido en la retrospección de mi rota imaginación. Pero concretamente, mi vida sigue insistiendo en ser lo que más detesto con total y ambiguo repudio, eso es, un infierno que no parece tener ni la más mínima gota de esperanza célica o grácil.

Me levanto, me levanto de una cama relativamente frágil pero no tan frágil como yo (su maldito dueño). Por lo que en contraste con lo obvio, cierto servidor se levanta de su flácida y pomposa cama a la que le tiene tiene tanto asco como a su vida. Yo (la sombra de la mañana que rehuye a su abatido ser) voy al baño a cepillarme, bañarme y observar en el espejo las heridas de la golpiza de ayer, en verdad el dolor de tales agresiones no es nada comparada con la de anteayer (en realidad, es elogiable su esmero al expresar su inconformidad con el mundo en este grisáceo lienzo en donde descansa mi alma). Pero, ¿por qué al ver mi rostro también tengo deseos de golpearme, acaso es mi cobardía lo que siempre propicia mi mala fortuna, acaso es que soy artífice de mi propia tortura?, ¿acaso nada de lo que siento puede llegar al corazón de mis enemigos y entorpecer su progresivo odio hacia un alma que nunca les hizo nada?, acaso no puedo -aunque no sea plausible en realidad tal probabilidad- ser por lo menos... "feliz de verdad" (aunque sea una mentira mohosa) en estos años oscuros de eterna y pasajera secundaria.

En serio, ver un rostro magullado todas las mañanas no es algo lindo de ver, y se me están acabando las escusas para engañar a mis padres, sé que son un poco despistados pero no tanto para ignorar lo evidente; e igualmente, sé que un día yo tendré que explicar porque siempre llego a la casa repleto de heridas y golpes.

Pero al diablo, si sigo con mi rutina de evitar las multitudes en el colegio y paso de ser desapercibido, éste podría ser un día relativamente normal. Pero, con mi suerte, yo lo dudo.

Horas más tardes. Yo, como halcón blanco que cierne sus garras al cielo azul, ingreso al colegio de mis hirientes pesadillas he intento el plan de ser la sombra que nadie ve, pero desde el momento en que me siento en mi pupitre, los ojos se centra en mí (y con ello, un juicio que es tan infame que es en esencia inapelable). Risas, insultos y murmullos es lo que nada más escuchaba, pero por alguna razón eso no me afecta, quizá llevar 3 años aguantando tanto maltrato sólo me hizo inmune hasta cierto punto del dolor o la rabia.

Sin embargo, mi suerte parecía haber caducado, ya que en ese momento entra mi principal agresor, éste era David Sullivan, el matón más conocido del colegio y hasta cierto punto la persona más temida por la clase; e inclusive su nombre es de temer no sólo en este instituto sino en todos los centros educativos del Estado.

Así que, la persona que siempre maldigo en susurros: David, me mira indiscretamente. Y, luego se me acerca mientras llevaba en su mano una botella de agua, la cual parecía que estaba siendo tomada por él, pero al final tal suposición se volvió nula, puesto que David supuestamente se resbaló y su botella de agua cayó sobre mí.

En ese momento en que sentí otra vertiente inasible e indiscriminada de lo que era el maltrato o el bulling, David animosamente me sonrió y me dijo: -"perdona, es que soy un poco tonto, Benjamín"-. Claro, es bueno que reconozca que él es tonto pero no a costa de otros. Sin embargo, sus estupideces solo genera apatía amarga en mi persona, aun así... él no es el único demonio que me aflige. Si no que, todo el salón con sus risas y burlas lleva mi paciencia y tolerancia a niveles que nunca pensé que podrían existir en el hemisferio más recóndito de mi conciencia. Y ese nivel está a un escalón de la demencia y a una esquina de la irreversible y perversa locura.

Pero recalco, no es que David sea mi victimario sino que cada compañero de mi aula es mi agresor. Por lo que, luego de levantarme y salir del aula, yo me dirijo hacia una dirección desconocida, alejándome lo más que pueda de mi salón, y así pasó la primera mitad de las clases impartidas. Y yo, me encontraba en mi lugar de refugio, mi zona de confort, mi área de relajación personal; ese lugar aislado que era la azotea del colegio, el lugar más apacible en esa zona de conflicto bélico que era el instituto matutino. la azotea se encontraba como siempre, es decir desolada; la cual estaba cerrada a la muchedumbre estudiantil, a causa de que ciertos estudiantes iban a tal lugar a fumar y consumir drogas; por suerte para mí (y no es algo que me guste decir), soy muy amigo del profesor de mi clase y él me confió la llave.

Pero aunque tomé ese lugar como mi zona de privacidad, nunca pensé que en la segunda mitad, David y sus amigos vendrían a golpearme. Yo estaba nervioso (aterrado si se puede decir), mi cobardía natural es tan visible como sus intenciones de golpearme.

Y así, un golpe salió y otro le continuó, y lo próximo que supe fue que estaba en el suelo, intentando aguantar hasta que la paliza pasara, y repitiendo de manera copiosa: "trigésimo primero" (es la cifra exacta del número de golpizas que me han propinado este año), y así fue como mi dolor se volvió vergüenza, pero aunque ellos ya habían terminado, por alguna razón las repercusiones aún persiste en toda la gama de su extensión. La vergüenza por llano que parezca se volvió más fuerte que 15 golpe en la cara y 21 patada en la espalda.

Ja', parece que mis heridas de ayer volvieron abrirse hoy, no es de extrañar ya mi cuerpo está acostumbrado al progresivo tormento que es en principio la base sustancial de mi adolescencia. Pero, porque me siento tan impotente, porque siento esta rabia contra mi persona, porque siento asco al saborear la sangre que toce mi pecho, en verdad no lo entiendo pero haré algo para calmar al demonio, y eso es evitar que me lastime de nuevo, yo... Haré lo que siempre intenté no pensar pero es la única idea en la que puedo recapacitar mientras 5 ó 6 personas me golpean con deleite y con la más risible cólera, y eso es suicidarme y acabar con todo.