❄ Capítulo 5: Extraviados 💠
A pesar de ser sólo un trozo de hoja, lo que ahora sostenía en su temblorosa mano, era una parte de su corazón.
Era una nota con la inconfundible caligrafía de Izuku, remarcada en parte por la gota del café que Geraldine siempre dejaba caer. Quizá en un atisbo de lucidez, o un arrebato de locura, guardó el papel para tirar todos aquellos viejos libros al suelo. Uno por uno, repetía la misma frase en su mente: "Están aquí".
Finalmente, una ligera cadena se llevó parte de su uña, pero ni el dolor pudo mitigar el asombro ante lo que sucedía: el antiguo librero cedió, como si de una puerta se tratase, revelando un pasaje apenas iluminado en su interior.
Paredes hechas de roca, bóvedas circulares y metal añejo eran los vestigios de un calabozo; sin embargo, el eco de una lenta melodía parecía rebotar traviesa entre sus pasos. Una pobre caja musical, de compás oxidado, la esperaba en la entrada a una especie de sala.
Lugar donde estaban enfrentadas 2 figuras: una de ellas oculta por la pobre luz de una antorcha, y la otra, sosteniendo temblorosamente un revólver, apuntando al desconocido. Su autoritaria voz tomaba ahora el lugar de la melodía, encontrando dificultad para salir, al ser familiar una de las personas allí presentes
— Kaori, baja el arma —
La estudiante dejó caer varias lágrimas, presa de una neblina mental, provocada por las palabras que el extraño le había dicho con antelación. Le era imposible asimilarlo, se encontraba incapaz de hacerle daño a quien siempre veló, cuidó e inspiró desde pequeña. El pueblo era chico, típico lugar donde todos se conocían: más nadie sabía tan perfectamente de ella como su profesora.
Siempre encontró protección, detrás de su larga cabellera negra, cuando tomaba su mano, a diferencia de ella y su pequeña y frágil existencia que no cuadraba en absoluto con su edad. Ahora, sumida en la incertidumbre, la culpa carcomía su interior, obligada a elegir entre dos partes de sí misma.
— Kaori, escúchame —
— Profesora Sarai, lo lamento tanto. . .— la muchacha rodó un poco su mirada, sin dejar de apuntar al encapuchado que estaba frente a ella — Yo sólo quería ver el San Carlos y el Palacio Garnier con usted—
Sus amigos vagaban temerosos más allá de aquel lugar, lo sabía, y también sabía que si disparaba o corría, jamás tendría la oportunidad de saber más sobre el incidente que marcó su vida. Su cuerpo no resistiría más la presión, y tampoco el peso de la culpa por permitir que se desatara tal catástrofe en la vida de todos.
— Kaori, por favor—
Aracné estaba lo suficientemente cerca como para arrebatarle el arma a su alumna, y quien jugó su carta final, fue el impiadoso temor a fallar. Así, entre llantos de dolor, disparó a la frente sin dudarlo.
La figura cayó inerte, provocando un estruendo colosal, al mismo tiempo que la inocente caja musical detenía su forzosa interpretación.
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