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❄ Capítulo 3: Recuerdos ❌

Unos leves golpeteos le advertían sobre la presencia que, a escasos metros de ella, parecía enderezarse y quedarse en el lugar. Con cautela, apartó sus manos para divisar mejor a esa pequeña figura entre la penumbra, percatándose de una inmaculada blancura en su plumaje.

Podría su mente haber divagado en mil cuestiones, sobre cómo era posible que un ave atravesara así una ventana, o qué era el objeto que se hallaba junto a tan inoportuna visita. Sin embargo, en medio de aquel solitario pasillo, la joven se quedó inmóvil, observando meláncolicamente cómo el búho de las nieves le devolvía la mirada.

Trayendo consigo, otra vez, la inclemencia que significaba la última conversación con su padre.

Sus ojos dorados la vieron levantarse y tomarlo, recoger el paquete que trajo para ella y dejarlo sin mucho interés sobre su escritorio, para acto seguido limpiar los cristales rotos y esperar a que el amanecer se lleve consigo los oscuros pensamientos que la atormentaban.

Ya que a Pecas nunca le había gustado verla triste.

Con la cafeína recorriendo sus venas y las ojeras marcando su rostro, el alcalde dió un respingo cuando oyó una frase que ni en sus peores pesadillas imaginaba volver a oír.

— ¿Quién es "El Morador de Cristal"?—

Tragó pesadamente cuando su mirada chocó de frente con una cortina oscura y opaca, donde juraría que antes estaba el iris negro de la muchacha. Sarai siempre fue una persona seria y estricta, dando pavor cuando se molestaba; aún así, muy pocas veces sus ojos se apagaban, de tal forma que el terror provocado en el ambiente podía cortarse con un cuchillo. Sabía perfectamente que no podría mentirle, y no tenía tampoco las agallas para hacerlo. Todo lo que siempre decidieron con su padre, fue para protegerlos. A ella, y a su ahijado, quien consideraba su propio hijo.

— ¿Recuerdas el caso Midori? — con apenas un hilo de voz, trató de dar una respuesta convincente—Pues, fue gracias a quien se oculta bajo ése seudónimo que pudimos hallar a Izuku —

— ¿Cómo? —

Fue un hecho que databa de hacía más de una década, y que la joven conocía muy bien.

El padre de su alumno era tenía fama de cualquier cosa, menos de buen ciudadano. Y en la meca de su locura, días después del suicidio de su esposa, llevó a su hijo al puente de la ciudad en medio de una tormentosa noche, con sabe quién qué idea abordando su cabeza. Aunque la policía había llegado justo a tiempo para detener la huida, ni siquiera los dioses estaban preparados para lo que ocurriría después.

Abandonó al niño en el instante en el que saltó, ignorando las llamadas a su nombre, desapareciendo en medio de las turbulentas aguas del Río Eos. 

Y la joven podría haber continuado con su interrogatorio, de no ser por el oficial irrumpiendo bruscamente en el recinto.

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