Capítulo 9
MENTIROSA
Iza contemplaba la oscuridad de la noche mientras caminaba hacia el jeep con su hermano. Los envolvía un cielo negro, adornado con delicados y distantes toques de luz, junto a un aire helado estremecedor. Su hermano había hecho bien en conseguirle un abrigo tan grueso, pues el frío trataba de colarse, sin éxito, por la tela. La noche parecía más imponente que nunca. Afuera no había nadie, a excepción de los Stilinski, así que lo demás le pertenecía a ella: el cantar de los grillos, la suave voz del viento, las hojas de los árboles acariciándose entre sí. Había algo en la simplicidad de algo tan cotidiano como un pueblo de noche que era capaz de brindarle paz a Iza, aunque no pudiese combatir con su insomnio.
Sin embargo, los acontecimientos que habían estado presentándose después del atardecer poco a poco parecían querer robarse su calma. Durante todo el camino, los hermanos no dijeron ninguna palabra sobre el reciente ataque. Estaban más concentrados en escuchar las actualizaciones que tenía para decirles la radio policial de Stiles. Según había dicho una voz, una ambulancia estaba llegando a la escena y otra patrulla fue enviada para «localizar el objetivo». Tan solo con recordar aquella vez en el bosque, mientras por el terreno, Iza esperaba que el lobo no estuviese allí.
A pesar de no haberlo visto, cada momento se convencía más de que esa era la especie del animal que había estado atacando a los habitantes de Beacon Hills: a Laura Hale, el conductor de autobuses de la secundaria y esta tercera víctima. Iza había escuchado un aullido, por lo que suponía que debía ser la única manera sensata de explicarlo, aun si no estaba lista para decirlo en voz alta hasta estar segura del todo.
Desde la distancia, en medio de la oscuridad, Iza y Stiles podían distinguir las luces parpadeantes rojas y azules. El adolescente apagó las luces y el motor del jeep tan pronto como divisaron la escena. Una vez que salieron del vehículo, notaron que el ataque había sucedido en medio de la nada. Solo estaba la carretera y un montón de árboles a ambos lados. El animal pudo haber llegado desde cualquier dirección
Iza reconoció el camino, porque era un atajo que en ocasiones tomaba desde su oficina hasta la estación. Tragando duro y aferrándose a su abrigo, avanzó silenciosamente junto a Stiles para poder echar un mejor vistazo a la situación. Lo primero que vieron fue un automóvil estacionado que no era de la policía. Aún tenía las luces encendidas y podía escucharse el débil ronroneo de su motor. Más adelante estaban los oficiales con sus linternas y radios; algunos merodeaban por los alrededores, mientras que otros hablaban entre sí.
Logrando no ser atrapados por un par de policías, los Stilinski se las arreglaron para llegar hasta la ambulancia, donde unas tres personas parecían estar preparando una camilla. Entre tanto murmullo, se hicieron audibles unos quejidos de dolor que pertenecían a la víctima del animal.
—A... Ayuda... —Fue lo que, a duras penas, dijo la persona herida.
—Descuide, señor. Ya estamos aquí... —Había respondido uno de los paramédicos, aunque Iza solo alcanzó a percibir esas palabras. La voz le sonaba vagamente familiar, aunque no podía decir a quién le pertenecía. Le estaba molestando, porque a lo mejor había una familia esperando su regreso, ajena de lo que acababa de sucederle, y ella podía ayudar a contactarla.
Así que quiso acercarse lo suficiente para poder verle la cara, pues no esperaba que la persona pudiera continuar hablando en esa condición. Con las protestas de su hermano detrás de ella, Iza se escabulló hasta quedar en la parte delantera de la ambulancia. De esa forma tendría una sola oportunidad de identificar su rostro, antes de que cerrasen las puertas y los paramédicos empezaran a conducir. Era algo que debía hacer rápido si no quería ser vista. Asomó la cabeza tanto como pudo, sin que las luces frontales revelasen su posición, y se preparó en cuanto escuchó que los paramédicos contaban del uno al tres para levantar el cuerpo.
A la vez, Iza se echó hacia adelante durante unos segundos para verlo mientras lo transportaban a la ambulancia. Desde que vio su rostro, algo se activó en su memoria. No tuvo que continuar pensándolo, pues lo supo al instante. De hecho, no fue la única que reconoció a alguien.
—Mentirosa... —murmuró Darren Meadows, el periodista que había visitado con Derek esa misma tarde. Iza se paralizó al escucharlo y encontrarse con su mirada—. ¡Mentirosa! —Repitió con más fuerza en su voz, para terminar tosiendo.
La segunda vez, los paramédicos también lo oyeron, y detuvieron sus acciones para ver a quién podía estar hablando la víctima. Iza se había quedado inmóvil, pero Stiles no: él tiró del brazo de su hermana para alejarse de la luz que podía delatarlos. A pesar de ello, no tenían mucha escapatoria: ya los estaban buscando. Solo les quedaba por hacer era mantenerse en silencio y esperar que los paramédicos desistieran de su búsqueda. En su intento por desviar la atención, Stiles arrojó una roca en la dirección opuesta a la que se dirigirían.
—¡Ay! ¿Qué fue eso? —se quejó una voz lejana.
Stiles maldijo en voz baja, pero no se paró. Arrastró a su hermana, quien aún parecía distraída por lo que acababa de ocurrir, y corrió con ella durante unos metros... hasta que dieron de frente con la resplandeciente linterna del sheriff, y su padre.
—Deben estar bromeando... —masculló Noah con tono de hastío.
—Oh, hola, papá —comentó Stiles de manera animada, fingiendo una sonrisa de despreocupación—. ¿Qué te trae por aquí?
—Mi trabajo —replicó el sheriff—. Y quizá deba continuar trabajando y dejar que los arresten por una noche.
—¿En serio? Me estarías ahorrando tener que hacer mi tarea. No me opongo. Sugiero que sea el jueves.
Su padre rodó los ojos y fijó la mirada en su hija mayor, quien no había dicho nada todavía. Tampoco tenía intenciones de hacerlo.
—¿Estás bien? —le preguntó. Iza volteó para ver que la ambulancia se marchaba acompañada por su ruidosa sirena, indicando que iban con prisa.
—Reconocí al hombre herido... —respondió en voz baja. Tuvo que esforzarse para ignorar la voz de Meadows llamándola mentirosa en su mente—. Estaba siguiendo una pista y... ¿Va a estar bien? —preguntó con un suspiro. Todo el suceso la había dejado distraída.
—Creo que sí —le dijo su padre, suavizando su expresión al notar la de su hija—. Escucha, no quiero que te quedes en la oficina durante la noche. Hay un tramo bastante largo sin casas o negocios en este camino, y este animal sale cuando oscurece.
—Está bien —comentó. Había sopesado la idea tan pronto como identificó el lugar del ataque. Una vez más, se estremeció, pero su padre se lo atribuyó al frío y les ordenó que regresaran a casa.
...
Depositando sus llaves en el plato del recibidor, Stiles se dirigió a la cocina, mientras Iza terminaba de cerrar la puerta tras su paso.
—Me llamó mentirosa. —Recordó ella, deteniéndose en la sala de estar. Stiles detuvo su búsqueda en el refrigerador.
—Sí, eso escuché. ¿Qué sucedió contigo y ese sujeto?
—Él tenía... tiene información sobre un artículo que estoy investigando para el caso de Derek. Acordamos que nos ayudaría si Derek le concedía una entrevista por el sexto aniversario del incendio de los Hale.
»Le dije que sí, pero en realidad le iba a entregar la entrevista de Derek y la policía de hace seis años... Al parecer debe haberse enterado, y por eso iba de camino a la estación. Si yo no le hubiera mentido, quizá no habría tenido que salir.
Stiles la miró con mucha atención, antes de suspirar.
—Iza, creo que los dos sabemos que no tienes la culpa —argumentó su hermano.
—¿Acaso no escuchaste lo que acabo de decir? —respondió Iza, con tono de incredulidad.
—Me faltó la parte donde tienes la culpa de lo que sucedió —insistió Stiles, dejando caer los brazos a ambos lados de su cuerpo—. Dijiste entrevista, pero no diste detalles, ¿y qué? Eso no hubiera evitado que él decidiera salir de casa por otras razones.
Iza bajó la mirada y decidió no responder, pero su hermano sabía que estaba pensando en lo que había dicho. Él tenía razón, pero no por eso lograba sentirse bien aún.
La mujer subió hacia su habitación tras rechazar la oferta de un pre-desayuno de Stiles, esperando no agobiarse durante las horas que le quedaban antes de ir a trabajar. Ya sabía que no iba a poder dormir. Se sentía muy inquieta, su mente no dejaba de correr con los recuerdos de esa noche.
Una vez más, al sonar su despertador, Iza se sentía exhausta. No hubo taza de café ni bebida energizante que pudiera ayudar: para todos era evidente que no había dormido bien —o nada— la noche anterior. Lo notó su hermano, lo notó su padre y lo notó su jefe.
El día había transcurrido a un paso extraño para ella. Se le había hecho eterno y ni siquiera sentía que había formado parte de él. No había tenido avances con el caso de las Katsaros, y el de los Hale iba por el mismo camino. Iza se sentía frustrada: cuando más necesitaba algo en qué concentrarse, era cuando tenía menos.
Sin una idea exacta de por qué lo hacía o qué esperaba a cambio, la mujer decidió dirigirse al hospital tras regresar de San Francisco. Jugueteando de manera nerviosa con sus propias manos, Iza se acercó al escritorio de la recepción, donde la recibió exhausta —aunque sonriente— Melissa McCall, la madre del mejor amigo de Stiles. Iza intentó, por última vez, calmarse lo suficiente para no decir incoherencias mientras preguntaba por Meadows.
—Hola, Iza —saludó la enfermera con una amabilidad genuina—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—¿Sabe si Darren Meadows puede recibir visitas? —preguntó luego de aclararse la garganta—. Creo que lo admitieron aquí por ¿un ataque animal?
—No eres un familiar cercano, ¿o sí? —inquirió Melissa, aunque daba la impresión de que sabía que no lo era. Iza negó con la cabeza. Ni siquiera iba a intentar mentir—. Quizá pueda regalarte unos cinco minutos, ¿qué dices?
—Es todo lo que necesito —repuso con un tono aliviado. No sabía si Melissa se había dado cuenta, pero la nube de tensión que rodeaba a Iza acababa de volverse un poco más soportable.
Melissa le sonrió con dulzura.
—Habitación 208, segundo nivel —murmuró, pretendiendo estar organizando unos archivos sobre su escritorio—. No te aseguro que esté despierto. Y si no lo está, no lo despiertes.
—De acuerdo —comentó Iza—. Gracias.
Con una mirada cómplice, la joven investigadora se apartó del escritorio para caminar hacia el elevador. Allí, sola, suspiró otra vez; eran sus débiles intentos por apartar la desagradable sensación que se había asentado en su pecho desde que puso un pie en el hospital.
Siendo hija de una mujer complicada de complicados padecimientos, Iza había pasado tanto tiempo en aquel edificio que podría jurar que conocía cada uno de sus rincones. Al igual que todo lo que pudiese involucrar a su madre, no guardaba recuerdos placenteros de ese lugar. Todo lo que podía recuperar de su memoria era, en esencia, tan agradable como la razón que la había hecho regresar al hospital siete años después de la muerte de su madre.
Curiosamente, tanto Claudia como Meadows la habían acusado de mentirosa. Y en ambos casos sus palabras le cayeron encima como un montón de piedras.
Para cuando estuvo frente a los números que le había indicado Melissa, tuvo ganas de irse por donde había llegado. ¿Qué iba a decirle a Meadows? ¿«Perdón por implicar algo que no era»? ¿«Lamento que te haya atacado un lobo feroz»? Sacudiendo la cabeza ante sus pensamientos tontos, se dijo a sí misma que primero abriera la puerta. En todo caso, si el periodista estaba dormido, ya no tendría que esforzarse por lo siguiente que sucedería.
Cerró la mano alrededor del frío pomo de la puerta y la giró con un suave clic. El interior de la habitación estaba bien iluminado, olía a alcohol y otros desinfectantes y se escuchaban los pitidos que emitía electrocardiograma con cada latido del corazón de Darren Meadows. Entonces, mientras se daba una reprimenda internamente por no haber anunciado su entrada, tocó la madera tres veces y asomó la cabeza.
—¿Darren Meadows? Soy Iza... —habló con timidez.
Desde su cama, Meadows levantó la cabeza de la almohada y entrecerró los ojos mientras fijaba su mirada en ella. Demonios, estaba despierto.
—¿Iza? No conozco a ninguna Iza... —replicó, arrastrando las palabras. Parecía hallarse bajo una fuerte medicación.
Aclarándose la garganta, la investigadora lo intentó una vez más:
—¿Nos vimos ayer? ¿Estuve con Derek Hale en tu casa...? —preguntó, tratando de refrescar su memoria y acercándose a su cama con cautela.
Temía que en cualquier momento reaccionase como la vez de su encuentro en la ambulancia.
—¡Oh! —dijo, denotando una ligera sorpresa, como si se tratase de un viejo colega que acaba de reconocer—. Los del artículo. Me prometiste una entrevista y...
—Lo sé —interrumpió Iza, sintiendo cómo la culpa se acumulaba dentro de su ser—. Lo siento —expresó, mientras se agachaba hasta estar al mismo nivel del sujeto herido.
—No te disculpes —masculló el hombre, haciendo un ademán con su mano sin la intravenosa—. No puedo decir que no hubiera hecho lo mismo que tú. Bien jugado, niña... —respondió, volviendo a colocar la cabeza sobre la almohada—. Después de todo, solo quieres respuestas. Hale también. Pobre Hale, su familia... Ustedes solo pensaron que yo tendría respuestas.
—Sí... —Iza dijo en voz baja—. Le gustaría saber lo que pasó con Laura, su hermana. Fue mi idea decirte eso para que nos ayudaras.
El rostro adormilado de Meadows se arrugó en lo que Iza solo pudo interpretar como confusión.
—¿Laura? No sé lo que pasó con Laura... Ella no estuvo en el incendio, los demás sí...
—¿De qué hablas? —inquirió ella, quien ahora tenía la misma expresión del periodista—. ¿Qué respuestas tienes sobre el accidente de la casa Hale?
—Solo una o dos —repuso Darren, de una manera muy literal—. Accidente... —murmuró—. Eso dice mi artículo... —Su voz fue perdiendo fuerzas a medida que arrastraba las palabras. Finalmente, la morfina estaba ganando. Darren se quedó dormido.
—Oye, Darren —susurró Iza con un tono de prisa. Darren abrió los ojos, pero sus párpados volvieron a caer—. ¿Sabes algo del incendio? ¿Darren?
—Iza, ¿qué te dije de despertarlo? —cuestionó Melissa desde el umbral, sobresaltando a la investigadora, que de por sí ya estaba algo agitada por lo que acababa de escuchar.
Poniéndose de pie por completo, Iza echó un vistazo a Meadows. Debía estar en un sueño tan profundo que quizá no despertaría en unas cuantas horas. Por un segundo, ella también quiso estar así.
Pero le tocaba estar despierta y decidir qué hacer con la información que le había dado.
—Lo siento, Melissa. Me dejé llevar por la conversación —admitió, aún mirando al periodista—. Gracias por los cinco minutos.
La enfermera, que estaba pretendiendo hacerse la dura, regresó a su expresión suave de costumbre.
—No hay de qué, cariño —le dijo mientras hacía gestos para que ambas abandonaran la habitación—. ¿Te sirvieron de algo? —interrogó una vez que hubo cerrado la puerta.
Iza le sonrió y asintió para luego retirarse. Ahora tenía mucho en qué pensar. Las palabras adormiladas de Darren habían despertado una duda en Iza que la atormentaría esa noche.
Aquella conversación había estado condicionada por los efectos que la morfina tenía sobre el hombre herido. La parte racional de Iza le insistía que no podía tomarse en serio lo que acababa de escuchar. Sin embargo, esa misma parte estaba comenzando a maquinar. ¿Qué tan imposible era esa idea? ¿Podría demostrarla o negarla? Más importante... ¿Debería decirle a Derek todo eso?
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