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Capítulo 4

DÉJÀ VU

Los días pasaban lentos ante los ojos de Iza. Aquella noche le parecía haber sucedido un mes atrás, aunque solo había transcurrido poco menos de una semana. Tanto ella como Victoria habían hecho todo lo humana y civilmente posible por ayudar a la investigación policial. Habían descrito a La Mujer, a Leo y al matón que encerraron en el baño. Debatieron sobre si debían mencionar a la chica que se había fugado con ellas, hasta que al final la incluyeron en sus declaraciones y ayudaron con su retrato. Iza entregó los teléfonos de Luna y Leo, Victoria compartió las fotografías de su vigilancia.

A pesar de toda la información que habían proporcionado, la policía de San Francisco aún no había llegado a nada, y eso no ayudaba al estado inquieto de Iza. Los recuerdos en ese búnker no paraban de rondar su mente, tanto despierta como dormida. No la dejaban en paz.

Durante el día, se manifestaban como una horrible presión en el pecho que solo desaparecía si lograba fijar su atención en algo más. Por la noche, sin embargo, nada de lo que hacía era capaz de rescatarla. En las altas horas se removía en su colchón sin poder conciliar el sueño. Y es que Iza no era, ni nunca había podido ser, rival de la ansiedad y la culpa. Sentía que debía estar haciendo algo, aun sabiendo que no había mucho que le correspondiera, salvo por una cosa. El funeral de Luna.

Victoria la había invitado... a un evento al que no tenía por qué asistir. Iza había tenido la extraña sensación de que Victoria la odiaría para siempre después de esa noche, así que ese gesto la dejó bastante confundida. Por mucho que esperaba que reconsiderase el haberla invitado, le prometió a su compañera que allí estaría.

Cuando llegó el día del funeral, comenzó a preguntarse cómo podría sobrellevar la ceremonia sin sentir un malestar como el que ya se estaba formando en su estómago. En su vida solo había asistido a un funeral, uno al que a nadie debería tocarle asistir siendo tan joven. El de su madre.

Era común no tener buenos recuerdos de la despedida de un ser querido, pero Iza temía la reapertura de viejas heridas que ya había podido curar. No sabría lidiar con ellas después de tantos años. Sin embargo, ausentarse no era una opción. Si en realidad Victoria no la detestaba, no iba a darle motivos para que finalmente lo hiciese. Tampoco tenía ganas de romper su promesa.

Faltando poco más de una hora para que empezara, llegó a la estación de policía. Su papá había quedado en que la llevaría a la funeraria, dado que Iza prefería no tomar el autobús hasta San Francisco con su vestimenta. Tenía un sencillo vestido negro de mangas largas y cuello de tortuga. Era suelto y le llegaba por encima de las rodillas. Encima se había puesto una chaqueta del mismo color, y calzaba unos botines de tacón bajo. Si de por sí era difícil evitar sentirse incómoda, no podría imaginar cómo sería con todos observándola. No se trataba tanto del vestido ni de tanto negro. El motivo por el que estaba vestida de esa forma era suficiente para crear toda un aura tensa a su alrededor.

Al entrar al lugar que era tan familiar para ella, se acercó al recibidor. Allí, Stella, una mujer un par de años mayor que Iza, estaba hablando por teléfono. A juzgar por su expresión, se sentía hastiada.

—... sabes que no puedes llamar cuando estoy trabajando... —comentó con un tono irritado—. ¿Cómo raras? —Hizo una pausa, mientras la otra persona le respondía. Stella rodó los ojos—. Voy a colgar ahora... Adiós. —En ese instante, se fijó en Iza—. ¿Quieres decirle a tu hermano que deje sus bromas telefónicas?

Ella frunció el ceño en confusión.

—¿Qué hizo? —cuestionó.

—Ah, olvídalo —Suspiró—, no vale la pena... ¿Qué necesitas? ¿Quién murió? —Stella bromeó después de reparar en su vestuario.

Iza bajó la mirada a su atuendo, como si necesitara recordar que lo tenía, y soltó un suspiro.

—El familiar de una amiga —respondió, sintiéndose mal cuando vio cambiar la expresión de la oficial.

—Oh... No lo pensé. Lo siento. No debí bromear así —se disculpó Stella, claramente apenada. Iza negó con la cabeza.

—No lo sabías, no te preocupes. —Trató de calmarla, y a ella misma en el proceso. Haber hablado de Luna solo volvió la situación más real—. ¿Está mi papá?

La mujer agradeció el cambio de tema.

—Fue a realizar un arresto, lo puedes esperar en su oficina hasta que vuelva.

Iza asintió, pasando al interior de la comisaría, el cual conocía como la palma de su mano. Era un lugar pequeño, con varios escritorios ubicados en orden. Más adelante estaban las celdas, donde llevaban a los sospechosos, y en el fondo se hallaba la oficina del comisario. Iza caminó hacia allí y tomó asiento en la primera silla que vio.

En silencio, observó su entorno. Sobre el escritorio había un montón de carpetas esparcidas en forma de abanico. Pensó que Stiles no dudaría en echarles un vistazo si pudiera. Ella tampoco, si tan solo tuviera los ánimos de estirar el brazo y tomar alguno de los papeles. Pero, desde que comenzó el día, solo tenía una cosa en mente, y no creía que su curiosidad fuese capaz de superarla.

Los minutos pasaron, e Iza comenzó a impacientarse. Lo último que quería hacer era llegar tarde al funeral. Cuando decidió llamar a Stiles para preguntarle si podía llevarla, a la estación entraron cuatro personas: dos oficiales, el comisario y un sospechoso cuyo rostro le hizo mirarlo dos veces.

El hombre alzó la vista cuando sintió la mirada de Iza sobre él. La observó a través de la ventana de la oficina al pasar, con el semblante serio y facciones de piedra. Cualquiera que lo mirase por un par de segundos podría sentirse intimidado, pero en ella solo despertaba la intriga. Reconoció sus ojos verdes, lo único de su aspecto que no cambió con el pasar de los años. Después, identificar a Derek Hale, no fue difícil. Iza tenía su rostro bien grabado en su memoria —desde su adolescencia—, aunque debía admitir lo poco que quedaba del joven que estuvo en Beacon Hills la última vez.

Entonces, el sheriff Stilinski se puso en medio del campo visual de ambos. Al ver a su hija recordó lo que le había prometido, y, algo apresurado, ingresó a su oficina. Mientras tanto, los oficiales condujeron a Derek a una silla, donde terminaron esposándolo. Iza aprovechó la presencia de su padre para expresar su confusión.

—¿Qué hace Derek Hale aquí? —le preguntó tan pronto se cerró la puerta.

—Como puedes ver, lo acabamos de arrestar —contestó el sheriff, evitando dar información extra, pues conocía a sus hijos.

—¿Hace cuánto está en el pueblo? —cuestionó ella, reprimiendo el impulso de responder con un comentario sarcástico a lo que dijo su padre.

—Es lo que se quiere averiguar con el interrogatorio.

Antes de que Iza pudiera continuar preguntando, un oficial entró a la oficina para indicarle a su superior que lo necesitaban. El comisario se marchó, dejándola con la palabra en la boca.

No todos los días veía que arrestaban a un excompañero de secundaria; menos si se trataba de un antiguo flechazo, muchísimo menos si se trataba de Derek Hale. El muchacho se había ido del pueblo hacía varios años atrás, después de haber perdido parte de su familia en un incendio. Iza supuso que ya no tendría motivos para quedarse, así que, ¿por qué regresaría?

Cuando regresó la mirada a Derek, él ya no le devolvía el gesto. En su lugar, tenía la cabeza apoyada sobre la pared y los ojos cerrados. Daba la impresión de que podría quedarse dormido así, a excepción de su ceño fruncido que hacía ver que estaba enfadado.

Iza lo pensó bien. Estaba claro que su padre no planeaba incluirla en el caso, aunque quizá sus compañeros más jóvenes soltarían una pista. O bien podría acercarse al sospechoso, ahora que no había interrupciones. Al cabo de unos segundos, se animó a preguntarle al mismo Derek. Lo peor que podría suceder sería no recibir ninguna respuesta en absoluto.

Aún observándolo, se incorporó de su asiento para salir de la oficina. Aunque había varios oficiales en el recinto, ninguno parecía prestarle especial atención al sospechoso que tenían en custodia. Unos tres pasos fueron todo lo que logró avanzar antes de que alguien le pusiera una mano en el hombro.

—¿Qué haces aquí? Por cierto, Stella está enojada contigo —le dijo Iza después de voltear para ver que se trataba de su hermano.

—Papá me pidió que te llevara al funeral porque no tendrá tiempo para hacerlo él —explicó. Tan pronto mencionó la palabra funeral, fue como si la hubieran regresado a la Tierra de un tirón.

Su expresión se adoptó una ligera seriedad. Los restos de la intriga hacia Derek aún revoloteaban por ahí en su estómago, manteniendo vivas sus ganas por ir a preguntarle qué hacía en la estación.

—¿Nos vamos? —sugirió Stiles, después de unos segundos en silencio, haciendo un gesto hacia la salida. Iza aún no se había movido de su lugar.

—Espera, quiero hablar con Derek antes de irnos —admitió, antes de reanudar sus pasos hacia él.

—¿Qué? No —replicó Stiles mientras se interponía en su camino—. ¡Podría ser peligroso! —susurró, y en su tono se podía notar que estaba apurado. Iza frunció el ceño ante la actitud de su hermano, que era más extraña de lo usual.

—Está esposado a una silla —recalcó, pero Stiles mantuvo una mirada insegura—. Estamos en una estación llena de oficiales —añadió. El adolescente aún no estaba convencido—. ¡Tienen armas cargadas! —Para este punto, Iza ya había comenzado a sentir exasperación—. Solo quiero saber por qué lo arrestaron, ¿de acuerdo? Si no me responde, pues...

—Yo sé por qué —interrumpió—. Te lo puedo decir en el camino, ¿de acuerdo? No querrás llegar tarde —ofreció, utilizando su último recurso para evitar que su hermana se acercara a aquel hombre.

Iza no tenía ni la más mínima idea de por qué Stiles se empeñaba tanto en impedir que hablase con Derek Hale. Si el tipo resultaba tan peligroso como decía, ¿qué podría sucederle con una sala llena de policías armados? Por otro lado, ya que no se le había ocurrido una manera apropiada para abordar el tema con Derek, consideró que Stiles podría servirle. Al final de todo, solo quería saber por qué lo arrestaron; así fuera por robo o multas sin pagar.

—Más vale que me cuentes todo lo que sepas. —Aquella fue su manera de aceptar el trato. Stiles exhaló, casi con alivio, antes de caminar junto a ella hacia la salida.

Los Stilinski se subieron al jeep, y el conductor se alejó de la comisaría tan pronto como le fue posible. Algo seriamente le pasaba a Stiles, pensó Iza mientras lo miraba con desaprobación.

—¿Qué? —inquirió este.

—Suelta la sopa —pidió ella—. ¿Qué hizo Derek Hale?

Stiles inhaló profundo, sin mirarla.

—Lo están acusando por homicidio... —explicó, y la atmósfera del vehículo comenzó a sentirse pesada—. Por el homicidio del cuerpo por mitad que fue hallado en el bosque. Hoy encontraron la otra mitad de la chica enterrada frente a la vieja casa de los Hale.

—Joder... —murmuró tras unos segundos de haber procesado la información—. ¿Regresar a Beacon Hills para asesinar a una persona?

—Sip —respondió Stiles—, Derek es un tipo cada vez más espeluznante. No puedo creer que ustedes dos estudiaron juntos.

Después de aquello, el silencio inundó el jeep. Iza no dejaba de reproducir en su mente lo que Stiles le había contado. No conocía a Derek lo suficiente para meter la mano al fuego por él y decir que jamás cometería algo así, aunque la idea de que sí era una que le causaba mal sabor de boca. Pronto comenzaba a parecerle bastante lejano el recuerdo de Derek siendo un adolescente normal.

Por el resto del viaje, solo se escuchaba la música de la radio, que funcionaba por momentos. Iza había tratado de comunicarse con Victoria para decirle que se le había hecho un poco tarde, pero que llegaría. No recibió ninguna respuesta de su parte, algo que la inquietaba. Muchas posibles razones aparecieron en su cabeza. La más lógica era que ya había comenzado la ceremonia —pues eran casi las tres treinta, el funeral era a las tres—, y la que quería creer. Las otras resultaban mucho menos probables, aunque luego de un rato también se puso a tomarlas en consideración.

A los varios minutos, el vehículo se detuvo por fin frente a la funeraria. A Iza le recorrió un escalofrío terrible ante la vista del gran edificio, sabiendo de primera mano la cantidad de tristeza que cargaban sus paredes.

—Si necesitas que te recoja... —comentó Stiles con cautela, rompiendo el silencio. A él también le incomodaba el lugar.

—Te llamaré —respondió Iza en voz baja. De repente, le pareció que no debía hablar más alto—. ¿Nos vemos luego?

Su hermano asintió lentamente, alejándose cuando Iza cruzó la entrada. La mujer pretendió avanzar hasta la recepcionista, que se encontraba a varios metros más adelante, pero eso cambió cuando en una esquina vio a Victoria sentada en uno de los asientos de espera. Su rostro carecía de expresión alguna, pero su cuerpo no. Tenía el cabello desarreglado, la chaqueta parecía haber sido remangada con furia y tenía los brazos cruzados sobre su pecho. Cuando se le acercó, también captó un vago olor a cigarrillo.

—Perdona la tardanza —murmuró Iza sentándose a su lado. Victoria se percató de su presencia, mas no la miró.

—No quiero entrar ahí y ver a quienes les prometí algo que no cumplí... —comentó Victoria con voz ronca y apagada—. O estar en el mismo lugar que ella...

—No tienes que hacer nada de esto si no quieres —le respondió Iza con tono calmado—. Quizá necesites la despedida, quizá no. Sé que ni siquiera deberías estar despidiéndote en primer lugar, pero es lo que ha pasado. Cualquier cosa que decidas está bien. Los funerales son para los vivos, y los recuerdos para los que ya no están.

En aquel momento, Victoria había decidido voltear a ver a su amiga, con ojos cristalizados. A Iza se le encogió el corazón por la pena cuando terminó por apoyar la cabeza en su hombro mientras compartían un abrazo. No dijo nada, solo trató de ser el consuelo que ella misma habría querido cuando perdió a su madre.

En aquel tiempo, tampoco quería estar en el funeral, pero la culpa que sentía la llevó a creer que era una pésima hija. Mientras lloraba, lo hacía más por sí misma que por su madre. Le había costado tiempo entender que eso no estaba mal, así que le gustaría ayudar a alguien más a darse cuenta de ello.

Acompañó a Victoria durante todo lo que duró el velatorio. Entonces, cuando los familiares y pocos amigos de Luna salieron del lugar, su prima decidió entrar a la sala. Entre lágrimas, colocó una mano sobre el ataúd y murmuró algo que Iza no pudo comprender. Más tarde, su compañera se le acercó y le dio un último abrazo para darle las gracias.

—Quiero salir de aquí... no me gusta este lugar —expresó con un suspiro—. ¿Qué tal si te llevo a casa?

Iza asintió, esperando que con eso Victoria pudiera distraerse un poco. El viaje estuvo en silencio, pero ninguna vio la necesidad de interrumpirlo. A pesar de que hubiera mil temas sobre los que hablar, aquella tarde se sentía como una en la que, por respeto, debían dejarlos a un lado.

Si bien el funeral había sido relativamente breve, Iza se sentía exhausta. Conforme veía el camino familiar a su hogar, más pesado se sentía su cuerpo. El cansancio que no había desechado antes hizo su aparición. Después de declinar la oferta de Iza a un té helado, Victoria se despidió de su amiga al detenerse en la residencia de los Stilinski.

El desorganizado horario de sueño de Iza le hizo el favor de dormir temprano, para variar. La joven pateó sus botines al otro lado de su habitación y dejó su vestido en el suelo antes de dejarse caer sobre su colchón, con la esperanza de poder descansar. Sin embargo, eso era mucho pedir: aquella noche tuvo dos sueños extraños. En el primero soñó con su madre, en el segundo, con Derek.

Detestaba que su mente hiciera esas cosas con ella, soñar con lo que más le inquietó durante el día. En el sueño con su madre, se encontraba en su funeral, solo que esta vez se había animado a acercarse un poco más al ataúd. De ahí salieron unas manos que la arrastraron hacia su interior, mientras su madre se hallaba de pie frente a ella, observándolo todo con expresión impasible. Para el de Derek, Iza estaba corriendo en un bosque interminable donde los árboles susurraban. Parecía huir, pero cuando pensaba que ya había logrado estar a salvo, una risa grave hacía eco entre los troncos.

Su único consuelo era repetirse a sí misma que no volvería a ver a esas dos personas. Eso era lo que había estado creyendo los siguientes días, hasta que pudo conseguir algo de paz. La necesitaba, y su manera más efectiva de conseguirla era trabajando en su oficina de investigaciones.

El sábado por la mañana había comprado dos latas de pintura. Al fin se había decidido por un color para las paredes, bueno, dos. Utilizaría un azul acero clásico y azul acero claro. La pared más oscura sería la de su escritorio, donde estaba la ventana más grande. En su mente ya podía ver cómo todo iba cobrando forma: usaría cortinas grises, muebles blancos y quizá algunos adornos en rojo, solo para contrastar. No podía evitar sonreír cada vez que pensaba en el resultado, por eso le gustaba tanto trabajar para llegar a él.

Habían pasado varias horas en las que, antes de pintar, se había dedicado a limpiar el polvo de la oficina y cubrir de periódicos el suelo de madera para no mancharlo. Al ser un lugar que no se usaba en mucho tiempo, el polvo prácticamente se había adherido a todas las superficies. Pero Iza tenía más tiempo libre del que quería o necesitaba, así que no le pareció ningún problema. Para cuando solo le faltaba cubrir de azul acero clásico en la única pared que lo llevaría, el sol ya se estaba ocultando.

El timbre de su teléfono hizo eco en la oficina, sobresaltándola un poco. Tras bajar la escalera y dejar la brocha a un lado, vio que se trataba de Stiles.

—¿No vas a venir al partido? Ya están llegando todos.

—Oh, mierda. ¿Tan pronto? Aún no termino de pintar —farfulló, viendo la hora y preparándose de que había perdido la noción del tiempo—. Estaré allá en veinte minutos.

—Puedo pasar por ti en esos veinte minutos. —Stiles ofreció. Iza se quedó silencio un instante.

—¿Sabes qué? No quiero arriesgarme. Llegaré caminando.

—No tengo problema en recogerte, si de todas formas me quedo en banca. Además, sería más seguro...

—¿Qué quieres decir? Ya atraparon al culpable, ¿recuerdas?

Hubo un largo silencio al otro lado de la línea, en el que solo se oía el silbato del entrenador a la distancia.

—Sí, sobre eso... —murmuró Stiles. No obstante, el resto de sus palabras quedó ahogado por el sonido de la puerta de la oficina abriéndose. Producía un chirrido que era imposible de ignorar.

Cuando Iza volteó a ver quién podría haber entrado, su corazón se saltó un latido.

—... Lo que significa que Derek está libre. Así que...

Y era él quien se encontraba en el umbral. Se encontraba allí de pie, con un rostro serio inalterable.

—Te llamaré luego —dijo Iza, finalizando la llamada y enfocando su atención en Derek.

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NOTA DE LA AUTORA

«¡El encuentro entre Iza y Derek! Seguro que ya lo estaban esperando... A partir de aquí las cosas se van a poner más interesantes, creo.

¡Espero que les haya gustado!»

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