Capítulo 14
LA MERODEADORA DEL BOSQUE
Si Jonah pensaba que le estaba haciendo un favor a Iza por darle unos «días de salud mental» para que descansara, se había equivocado a lo grande. Para empezar, le confirmaba que él sí sospechaba que pudiese acabar en una situación igual a la de Sutton Yates, a pesar de que la investigadora no tuviera razones para creerlo ella misma. Lo segundo era que, al haberle ordenado no hacer nada, sus pensamientos no encontraban ningún otro tema con el cual ocuparse.
—¿Ya defifife qué hafer con lo que fe fijo fu fefe?
Iza estaba en la cocina cuando vio bajar a Stiles con su mochila en una mano, su laptop en la otra y sujetando unas cuantas hojas de papel con los labios. La mujer rodó los ojos, algo divertida, antes de acercarse a él y sujetar la computadora para ayudarlo a guardarla.
—Ahora puedes hablar como una persona normal —comentó con burla, quitándole los papeles, captando unas pocas palabras en griego impresas en su superficie antes de colocarlas en el bulto—. Y yo que pensaba que ibas a la escuela a estudiar —agregó. Obtuvo un bufido como respuesta a su sarcasmo.
—Técnicamente, esto también es estudiar —replicó el adolescente mientras recuperaba su mochila y caminaba hacia el refrigerador para sacar los ingredientes de un emparedado—. Te preguntaba qué harías con lo que te dijo tu jefe.
La hermana suspiró al recordar que Jonah notificaría su ausencia temporal a las Katsaros, y no quería volver a contradecir a su jefe tan pronto. Había tenido suerte de que no la hubiese despedido ahí mismo.
—Creo que hoy me corresponde seguir investigando desde aquí —admitió con pesadez. A pesar de todo lo que pudiese leer en internet o el libro que tenía, solo las Katsaros podían aclarar sus más grandes dudas, como la historia de la fotógrafa.
—Mira el lado positivo: quizá encuentres algo útil primero que yo —replicó Stiles, llevándose su desayuno recién preparado.
No tuvo la oportunidad de decir nada antes de que su hermano se marchara por la puerta principal. Hizo la nota mental de preguntarle qué tenían que ver los lobos con el collar y el anillo, tras haber alcanzado a leer las palabras lykoi y metallasso en su investigación. Hasta entonces, tenía un libro muy antiguo que leer.
Todavía le costaba acostumbrarse a tener aquel nuevo talento con el idioma griego, y utilizarlo era mucho más complicado. Había descubierto que, si no se dejaba llevar mientras leía, los caracteres perdían su significado rápidamente, por lo que a veces debía traducirlos en línea. Así pues, la detective se sumergió en un montón de cuentos y leyendas griegas, tratando de aprender cuanto le fuese posible. Lo hizo por un largo rato, ignorando la ola de cansancio que le mezclaban las letras mientras trataba de concentrarse.
Las horas de búsqueda en la noche y aquella mañana pronto le pasaron factura, por lo que terminó quedándose dormida en el comedor. En sus sueños se mostraron pequeñas manifestaciones de sus últimas lecturas: algunas islas griegas, estatuas, artefactos... todos carentes de contexto y sentido. En una ocasión, se vio en un lugar oscuro, vacío, donde la única luz era un débil destello azul a la distancia. No sabía dónde se encontraba, pero sí reconocía la fuente de iluminación y la intensidad con la que se sentía atraída hacia este.
El collar.
Sin darse cuenta, se dirigió hacia él, solo para percatarse de que no podía alcanzarlo. Cada vez que daba un paso adelante, la joya se alejaba otro más. Era una carrera infinita. A pesar de tener el anillo en su dedo, no había mucho que pudiera hacer para combatir la sensación de pánico que le recordaba haber perdido el collar. El frío vacío instalado en su pecho amenazaba con crecer y engullirla en segundos.
—Iza, déjame ayudarte —habló la diosa, aunque su figura no estaba a la vista.
Eso no impidió que Iza mirara a su alrededor para buscarla.
—Vevaiono tiene una parte de ti. Para combatir el vacío, necesitas encontrarlo. Déjame entrar.
Alethéia era apenas audible gracias a la lejanía, casi como un susurro traído por el viento.
—Iza...
—¡Iza!
La aludida parpadeó varias veces, tratando de procesar los gritos reales de una persona real que pronunciaba su nombre con insistencia. De pronto pudo percatarse de un par de manos que sacudían sus hombros, mientras unos ojos verdes se esforzaban por llamar la atención de los suyos marrones. Poco a poco, su visión fue enfocando el rostro confundido de Derek Hale. Una vez que lo hizo, el resto de sus sentidos regresaron a la vida. Sin embargo, desde que un terrible dolor pulsante empezó a quemar las puntas de sus dedos índice y medio izquierdos, deseó volver a no sentir nada, o al menos eso quiso expresar mientras daba un grito ahogado.
De no ser porque había alguien más sujetándola, caer de rodillas como lo hizo hubiera aportado otra clase de agonía. Se apretó la mano en un intento fútil por contener su incomodidad, hasta que advirtió que una parte de esta se hallaba cubierta de sangre.
—¿Qué sucedió? ¿Con qué me lastimé? —preguntó mientras dejaba que lágrimas involuntarias humedeciesen y calentasen sus mejillas. Cuando no escuchó ninguna respuesta, miró al hombre que tenía delante, quien mostraba su desconcierto—. ¿Derek?
Lo siguiente que ocurrió fue el último golpe que necesitaron sus defensas para sucumbir ante el pánico. El hombre miró de reojo unas escrituras en la pared exterior de una cueva, donde, indiscutiblemente, había sido utilizada la sangre de Iza. La investigadora quiso, una vez más, preguntar qué estaba ocurriendo. Al momento de Derek contestarle, ninguna de las palabras que dijo tenían sentido para ella.
Parecía que le estaba hablando en un idioma distinto. ¿Se habría golpeado la cabeza? ¿Era una contusión la que la confundía hasta lo imposible? No recordaba cómo había llegado al bosque, por segunda vez, aunque nunca sus memorias habían estado tan borrosas como en aquel momento.
Poco importaba que Derek hablase lento, sílaba por sílaba… todo lo que ella escuchaba eran sonidos que no albergaban ni un atisbo de significado. Con el terror escrito en sus facciones, todo lo que pudo hacer fue negar con la cabeza.
—No puedo entenderte —dijo, afirmando su miedo a través del temblor en su voz.
Dándose por vencido, Derek suspiró, para después optar por concentrarse en la herida de sus dedos. Mediante unos golpecitos en su muñeca, llamó la atención de Iza hacia allá, y esperó que una mirada bastara para pedirle permiso de echarle un vistazo a su mano. Ella asintió lentamente, descubriendo sus dedos lastimados. Sus uñas, casi inexistentes, estaban destrozadas, cubiertas de sangre y mugre. Se estremeció por considerar cuánto esfuerzo requirió para causar todo ese daño.
Una vez más alzó la vista y examinó todo lo que había escrito. Incluso a pesar del dolor, Iza trató de buscar su teléfono para hacer unas fotos. Derek, contemplando hacia dónde había dirigido su atención, decidió entregarle el suyo. Había estado a punto de fotografiarlas él mismo cuando vio cómo se sacudía el celular temblaba su mano hábil, pero ella se las arregló. Entonces, Derek decidió ayudarla a incorporarse para llevarla a un hospital, aunque se detendrían primero en su casa para lavar la herida.
La detective se movía con dificultad por el terreno, sintiendo que sus extremidades, pesadas como plomo, apenas obedecían sus órdenes. Agradecía que Derek estuviese sujetándola por los hombros y la cintura, o no podría haber avanzado tanto como lo estaba haciendo. Su mente daba vueltas sin llegar a ninguna conclusión. El dolor de su mano disipaba cualquier pensamiento. Ya estaba haciendo un esfuerzo descomunal para ignorar el vacío que le hacía extrañar el collar. Por alguna razón, el anillo ya no estaba funcionando.
Derek abrió la puerta principal de la antigua casa, ignorando el crujir de la madera quemada para guiar a Iza hacia la cocina, donde por sus tuberías aún corría el agua. Con un gesto le pidió la mano, y ella —adivinando que no sería agradable—, la colocó sobre su palma con recelo. Cuando el líquido tocó sus heridas, apenas pudo reprimir un gruñido mientras se mordía el labio inferior.
Entonces, mientras la ayudaba a lavar la sangre, Derek se detuvo en seco y cerró la llave un instante luego. Iza, sintiendo que su agarre en su mano se tornaba tenso, tuvo que sofocar su frustración de no poder preguntarle lo que ocurría. Finalmente, él la guió hacia el último rincón de la cocina, indicando que hiciera silencio. Algo insegura, Iza asintió. Derek comenzó a alejarse, hasta salir de la cocina y cerrar la puerta tras su paso.
Iza no necesitaba comprenderlo a nivel verbal para saber que algo no andaba bien. Unos susurros se convirtieron en voces, los cuales dieron lugar a un grito femenino que heló sangre tras haber reconocido a su propietaria. Pero el desconcierto no se detuvo ahí: al grito le siguieron gruñidos, golpes secos, incluso un quejido de quien sospechaba pertenecía a Derek. El peligro en el que se encontraba la motivó a arrastrarse hacia la puerta, que no había logrado cerrarse por completo. A través del pequeño espacio, la investigadora identificó la cabellera y el semblante desquiciado de aquella mujer. Era la responsable de lo sucedido a Luna Bellandi.
Derek, por su parte, estaba en el suelo, temblando. Ella sostenía un objeto que, al entrar en contacto con el torso de Derek, le hizo retorcerse de dolor. Luego se puso de cuclillas para quedar a su altura y entabló una conversación no muy amena, que Iza no había podido entender hasta que la —ya no tan— desconocida se inclinó hacia él mientras decía:
—Nosotros no matamos a tu hermana.
Ante aquello, Iza no supo si gritar porque al fin había comprendido más que sus propias frases, o gritar porque ¿en qué demonios estaba involucrado Derek Hale con esta tipa? Fuese lo que fuese, la investigadora, producto de la conmoción, no pudo evitar dar un respingo y chocar contra la puerta, llamando la atención de ellos. La psicópata gritó antes de llenar el ambiente con el ensordecedor retumbo de múltiples disparos. Por su parte, Iza retrocedió antes de ponerse de pie para buscar una salida.
—Mierda, mierda, mierda —susurró para sí misma al oír que se habían detenido los disparos. La desconocida vociferó lo que sonó como una orden, similar a lo que hizo en su encuentro pasado con ella, antes de cambiar su tono a uno más escalofriante.
Sabía que había alguien más en la casa, y estaba dispuesta a encontrarla. Sus pasos, entre más se acercaban, más rápido hacían latir el corazón de Iza, quien no tenía ningún plan muy elaborado para salir de esta. Aguardó a que se acercara a la cocina, para entonces golpearla con la puerta y hacerla retroceder. No obstante, sus fuerzas mermaban tanto que no fue capaz de dejarla inconsciente como hubiera querido. De hecho, solo pareció enfadarla.
Una mano cubrió su boca antes de tirar de su cuerpo para alejarla de la puerta cuanto fuese posible.
—Soy yo, estás a salvo conmigo —susurró Derek en su oído, y tal afirmación consiguió relajarla un poco mientras ella asentía. Entonces la cargó en brazos para salir corriendo con ella, haciendo uso de una fuerza y coordinación que dejó bastante sorprendida a la investigadora.
Hale no detuvo su marcha hasta que la carretera estuvo visible, pero solo la soltó en cuanto hubieron puesto una gran distancia entre la asesina y el par. Iza se reclinó de un árbol, al tiempo que Derek recuperaba el aliento. Había en su rostro más que cansancio, aunque no sabía cómo abordar el tema ni aunque tuviera palabras para hacerlo.
—¿Te encuentras bien? ¿Por qué ella quería lastimarte? —cuestionó Iza, desanimándose cuando Derek sacudió la cabeza. Aún no superaban aquella extraña barrera del idioma. Si esto continuaba así, no estaba segura de que pudiera mantenerse cuerda.
Al diablo la contusión, esto no era natural.
Exhausta, dolorida y hastiada, Iza tomó aire.
—Esa mujer... —Empezó, señalando la dirección de la casa de Derek—. ¿Es la misma que te disparó —No sintió pena alguna al hacer gestos de pistola y señalar el brazo de Derek—, Kate Argent?
No hizo falta hablar, con su reacción Derek le respondió todo. Percatándose de su desliz, no tuvo de otra, así que asintió.
—Intentó matarme hace varias semanas —explicó Iza, estremeciéndose con los recuerdos de esa noche—. Debería estar en prisión. —Reflexionó, apoyándose del árbol para incorporarse. Sin embargo, su propia idea se desvaneció tan rápido como llegó. ¿Cómo podría comunicarse para denunciar a Kate Argent?
...
Bajo la excusa de que Iza había tenido un pequeño accidente escalando mientras acampaban en el bosque, Derek logró aplacar —a duras penas— las preguntas de los enfermeros. Desde que la admitieron en emergencias, estuvo junto a ella en todo momento. Aun si podía haberse quedado en el área de espera, podía ver que Iza no estaba de buen humor. Esperaba que al menos un rostro conocido pudiera ayudar en algo. Estaba sentada en una camilla mientras un enfermero preparaba los frascos de medicamentos para tratar su mano, observando con cautela el algodón húmedo que sostenía. Sin duda, debía tener alcohol o algo que provocaría un efecto poco placentero.
—¿Quieres sostener su mano? Puede que arda un poco —le dijo el enfermero a Iza, quien puso una leve mueca que solo Derek notó. Ignorando la insinuación sobre ellos, se limitó a ofrecerle su mano, a lo que ella lo miró expectante. Entonces, cuando el líquido entró en contacto con su piel, Iza apretó la mano de Derek con fuerza y dejó escapar solo un siseo.
Por su lado, él trató de ignorar tres sensaciones igual de fuertes. Una era el dolor de cabeza que había empezado a atacarlo desde su encuentro con Iza; otra, la ligera descarga eléctrica que lo recorría por tocar su piel; la última, una calma impertinente que resultó de entrelazar sus dedos cuando ella recibía una inyección. Sin darse cuenta, estaba acariciando el dorso de su mano con el pulgar. Incluso después de que las heridas fueron tratadas y vendadas, ninguno abandonó su posición.
Luego de unos minutos en silencio, ambos se dirigieron a la recepción, donde Iza llenaría unos formularios antes de poder irse. Solo entonces —notó con cierta pena— soltó su mano para que la mujer pudiese escribir. A la vez que esta sostenía el bolígrafo en su mano derecha, dijo:
—Eres diestra.
Iza apartó la mirada del papel para observarlo. Con el ceño fruncido, asintió, volviendo a escribir unas cuantas cosas antes de entregarlo.
—Cuando te encontré en el bosque, estabas escribiendo con tu mano izquierda —comentó en voz baja mientras se alejaban del escritorio. Iza agrandó los ojos, como si una revelación hubiese asaltado su mente.
No dijo nada más. Sin embargo, podía escuchar que sus latidos habían aumentado su ritmo, casi de la misma forma en que sucedió en su casa, durante el ataque de Kate. Fuese lo que fuese, Iza le tenía mucho miedo, algo que —a juzgar por los momentos que compartieron mientras investigaban a su hermana— no solía paralizarla de esta manera.
Palabras en otra lengua abandonaron su boca, y Derek pudo percibir el enfado de la joven. ¿Por qué sucedía que podía comprender algunas cosas y otras no? Tal parecía que Iza Stilinski, al igual que él, tenía un secreto. Por el momento, decidió dejarlo ir. No estaba seguro de que ella misma lo comprendiera del todo, o eso había implicado Stiles cuando sucedió lo de la tienda. Algo extraño la estaba afectando, y a ciertas personas que se le acercaran.
Antes de abandonar el hospital, se detuvieron en la cafetería, donde Derek insistió en comprarle algo de tomar para que continuara recuperando sus fuerzas. Cuando el par se marchó, Iza sostenía una botella de jugo de frutas. Las horas del día habían pasado rápido entre tanto jaleo, por lo que ya los recibía la noche cuando iniciaron su caminata en silencio.
Lo primero que notaron cuando se acercaron a la residencia de los Stilinski fue que la puerta principal estaba abierta. Los dos adultos intercambiaron una mirada antes de entrar y ser recibidos por el desastre originado en la mesa del comedor. Iza tragó duro, preparándose para ver lo que había hecho cuando no estaba consciente.
La mesa estaba cubierta por varios papeles desorganizados con símbolos escritos en estos. Parecían haber sido trazados con ímpetu e insistencia, como si asegurarse de marcarlos bien fuese lo más importante del mundo. Por más que lo intentase, en su mente no había registros de aquel momento, algo que solo alimentó su inquietud. ¿Acaso era lo mismo que había sucedido con Sutton?
En su lugar de ser consumida por la inquietud que sentía, se concentró en los símbolos, y se sentó en el suelo. Tomó todas las hojas para ubicarlas en el orden correcto. Había algo en la forma de cada garabato que tenía sentido para ella colocarlo en una secuencia. Cuando terminó, observó el resultado, y empezó a tararear.
—¿Iza? —llamó Derek a su lado, quien, de hecho, había comenzado a preocuparse por si volvía a sufrir el mismo episodio anterior. La joven enfocó su mirada en él.
—Son notas musicales —aclaró con el semblante fruncido. No tenía manera de determinar cómo llegó a esa conclusión.
Con algo de paciencia y unos cuantos gestos, Derek logró enviarle a su teléfono las fotografías de sus escrituras en la cueva. Con ellas en la pantalla, la investigadora leyó.
«Donde la oscuridad reina
una tierra de deshonor y blasfemia,
la verdad aún puede brillar
si la clama quien en ella confiará.
Oh, venid, seguidores de Apolo,
cigarras, delfines, halcones, lobos...
señalad a Vevaiono con el resplandor,
del sol, su marca de honor,
para que así encuentre el camino,
de quien lo busca con interés genuino.»
Solo cuando finalizó el verso sintió Derek el cambio de atmósfera, en la manera en que los vellos de su nuca se erizaron desde que su voz ronca fue reemplazada por el silencio. A juzgar por la ansiedad que emanaba de Iza, ella también. Se removió en su lugar, alejando su teléfono, evitando mirar a Derek, quien se preguntaba cómo Iza había terminado involucrada en todo esto.
.
NOTA DE LA AUTORA
«¡Hola! Por fin tenemos más interacción entre Iza y Derek, ¿qué les ha parecido? Les agradezco un montón su paciencia, espero poder traerles el próximo capítulo en unos días (pues ya lo estoy escribiendo).
Pregunta: ¿qué opinan de la longitud de estos últimos capítulos? ¿Les parece bien o es tediosa?»
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