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Capítulo 13

EL LEGADO DE ALETHÉIA

La sensación de una superficie desigual e irritante bajo su rostro ocasionó que Iza pronto se removiera, incómoda, en su sueño hasta despertarse. Sus ojos y el resto de su cuerpo se fueron ajustando al entorno, que no tenía nada en común con su habitación, donde recordaba haberse desmayado. Para empezar, estaba gélido. Su cuarto, aun en invierno, nunca había alcanzado una temperatura como esa, capaz de filtrarse en el interior de sus huesos. Otro punto era que su dormitorio estaba techado, mientras que ella se encontraba en un bosque.

Apoyando las manos para incorporarse, notó que palmas tocaban un suelo cubierto de hierba, en vez del suelo de madera donde había colapsado. El pánico se instaló en su interior, clavando sus filosas garras en su estómago, desorientándola lo suficiente para caerse sentada en el terreno. Todo lo que podía percibir era un grueso follaje a su alrededor, y un silencio que advertía no ser natural. A pesar del viento helado que mordía su piel, las hojas de los árboles no siseaban en lo más mínimo. Solo lograba escuchar sus propios jadeos desesperados.

Una vez más, trató de ponerse de pie. Aunque no sabía dónde estaba ni cómo ubicarse, su deseo por regresar a casa le dio el último impulso para caminar a través del frío, el silencio y la oscuridad. Avanzaba lento, con la cautela dictando sus pasos. Todavía le desconcertaba que solo escuchara los sonidos provocados por ella. Si su miedo continuaba a ese mismo ritmo, pronto podría oír los latidos erráticos de su corazón.

El cielo carecía de su luna y estrellas. Era una débil y distante luz blanca, que parpadeba en intervalos, lo único que apenas iluminaba esa parte del bosque. Su resplandor ofrecía solo lo justo para que Iza avistara una cueva más adelante, que se manifestaba como el punto de origen de la luz. Con sus instintos protestando con vehemencia en el fondo de su mente, avanzó hacia la gran entrada.

Pocas veces había ignorado esa parte de sí misma en situaciones particularmente difíciles, pero había algo en esa cueva. Y debía averiguar qué. A pesar de sus pasos en falso, sus resbalones y sus tropezones con las rocas, no se rindió hasta tener aquella luz a meros pasos frente a ella. Hasta descubrir que lo que brillaba era, de hecho, una mujer. Nada cubría su cuerpo, y la miraba con una sonrisa.

—Iza. —En el momento que mencionó su nombre, su razón le suplicó que se diera la vuelta y se alejara cuanto antes. Otra parte de ella se preguntó si aquella voz le era familiar, e insistió en que se acercara para comprobarlo.

La desconocida, ajena a su desnudez, estaba sentada sobre una roca. No parecía que le molestara el frío tanto como a Iza, quien había comenzado a temblar un poco. A pesar de su cabello grisáceo, no abía rastros que indicaran el paso de los años en ella. No había nada en sus ragos que revelara una edad exacta más allá de la adultez.

—¿Quién eres? —le preguntó, agradecida por haber alejado los temblores de su propia voz.

La mujer se acercó dos pasos para reducir un poco la distancia entre ambas, permitiéndole a Iza observarla mejor. En lo primero que se fijó fue la leve cojera con la que se había movido, aunque no había ninguna herida visible. Su piel resplandecía a ratos, de la misma manera en que el gris de sus ojos se tornaba blanco brillante.

—Has escuchado hablar de mí. —No era una pregunta. Tal declaración no hizo sino turbar a Iza—. Me identifican con muchos nombres, mas tú conoces, de ellos, solo uno: Alethéia.

Una estela de escalofríos atravesó su cuerpo ante la mención del nombre, como si acabase de presenciar la revelación del secreto mejor guardado. De alguna manera, Iza registró un destello de pesadumbre en aquella mirada ante su reacción. Sí había oído el nombre, había sido durante el frustrado intento de las Katsaros por aclarar una de las experiencias más bizarras de su vida. «Después de esta, por supuesto», añadió. En cuanto todo encajó en su cabeza, Iza la miró con ojos agrandados por la incredulidad.

—Estoy soñando —susurró para sí misma, hallando algo de lógica en su deducción—. Es un sueño, todo tiene sentido ahora. —Continuó, permitiendo que el alivio se formara en su pecho y empezara a limpiar la ansiedad—. Solo debo despertarme.

Decidido estaba: todo lo que restaba por hacer era concentrarse lo suficiente y despertaría en su cama, en su cuarto, en su hogar. Así, enfocó su atención en su casa, e intentó ordenarse a sí misma que abandonara el sueño. En la cuarta vez de un intento sin resultados, la impaciencia se asomó. No obstante, antes de que la frustración también se le uniera, la mujer trató de hablar con Iza de nuevo.

—Soy tan real como lo eres tú.

Iza negó con la cabeza.

—No. Si fuera así, ¿por qué estaría una diosa hablando conmigo? No tiene sentido nada de esto. Ni siquiera soy griega —acotó.

—No, pero te pusiste mi collar —replicó—, y llevas puesto mi anillo. —Bajó la mirada hacia la mano izquierda de Iza, donde una banda plateada rodeaba su dedo anular. El zafiro que la adornaba imitaba el patrón de brillo de la mujer que tenía delante.

El temor regresó, sustituyendo la sangre que había abandonado el rostro de Iza. Aunque no podía asimilar que todo eso estuviera sucediendo realmente, tampoco podía dejar se cuestionarse por qué no se había despertado aún. 

—Yo no... El collar no fue mi... fue...

—Ambos son de tu pertenencia ahora. Te trajeron aquí.

Alethéia tenía toda la intención de seguir explicando. Iza podía ver en su comportamiento el deseo de continuar, y también había probado tener la paciencia para hacerlo. Sin embargo, algo debió hacerla cambiar de opinión, pues se desvaneció la calma que había cubierto sus facciones. En su lugar, ahora eran gobernadas por la seriedad.

—Están usando tu energía para hablar conmigo. Con el tiempo que nos queda, me temo, no puedo explicar todo lo que hubiese deseado.

—¿De qué...? —Iza quiso preguntar, mas fue interrumpida por la mujer que, empezaba a creer, era la diosa de la verdad.

—Los amuletos te ayudarán a descubrir aquello que esté oculto. Sin embargo, no puedes dejar de ser cuidadosa. Confía en que sus protectoras te mostrarán el camino. —La diosa fijó su mirada en la de Iza, los ojos blancos que cargaban pena y dolor, y quizá esperanza, fueron lo último que la investigadora vio antes de despertar. Otra vez.

...

—¡Stiles... encontré! ¡... aquí! —exclamó alguien. Luego se oyeron pasos rápidos sobre la tierra, una respiración agitada y un murmullo de agradecimiento.

Una cálida mano dio palmaditas en su mejilla, alejando la somnolencia e invitándola a abrir los ojos. Al principio, tuvo que entrecerrarlos ante la molestia de una linterna sobre su cara. Después de eso vio la preocupación mezclada con alivio en el semblante de su hermano.

—Se está congelando —señaló el adolescente, moviéndose para quitarse la chaqueta, aunque fue detenido por otra persona.

—Déjame a mí. —Iza reconoció a Scott, quien se hallaba junto a Stiles y se había despojado de su abrigo.

Cuando el chico se acercó para ofrecérselo, su brazo de repente se detuvo a medio camino, como si una mano invisible evitara que lo hiciera. La investigadora no pudo contener la perplejidad con la que estaba observándolo cuando él retrocedió. Su intriga perduró hasta que Stiles aceptó la prenda para colocarla sobre sus hombros. Iza no se había percatado de lo mucho que extrañaba el calor hasta que la tela abrigada le brindó un poco.

—¿Cómo llegué aquí? —La adulta se vio rodeada de grandes árboles como los que había en la reserva natural del pueblo.

Aceptando la ayuda de Stiles, se puso de pie, solo para que sus piernas flaquearan a la hora de tener que cargar con su peso, a lo que necesitó apoyarse de él. Su cabeza era una situación distinta; la sentía tan ligera que apenas podía notar cuando se giraba o sus ojos cambiaban de dirección.

«Están usando tu energía para hablar conmigo», recordó con un escalofrío que no pudo contener, aunque lo disfrazó culpando las bajas temperaturas.

—Debiste haber venido dormida —respondió él, con un nivel de frustración que no podía disfrazar—. La puerta de tu cuarto y de la casa estaban abiertas cuando me levanté a buscar agua.

—Nunca había llegado tan lejos —murmuró, arrastrando las palabras ligeramente.

—Esperemos que no se repita, buscarte en el bosque no es divertido  —replicó Stiles, ganándose un bufido de su parte.

Los tres estaban llegando al Jeep cuando Scott llamó la atención de su mejor amigo. Ambos Stilinski se voltearon para ver que el muchacho tenía una expresión tensa en su semblante, ¿quizá era por las bajas temperaturas?

—Stiles, te veo en la escuela, ¿sí? —preguntó, lanzándole una mirada impaciente. La frase salió rígida, como si estuviese haciendo un gran esfuerzo para hablar. Por lo visto, el aludido no necesitó explicación alguna, porque asintió como si comprendiera todo.

—De acuerdo, nos vemos —contestó, rebuscando en su bolsillo con la única mano libre.

—Adiós, Iza. No más escapadas al bosque, ¿de acuerdo? —dijo con un tono amigable, o, más bien, todo lo amigable que podía ser una voz ronca y tensa. Sin tiempo a decir nada más, el adolescente se marchó con gran rapidez.

A pesar de la fatiga envolviendo su ser, por dentro y por fuera, Iza no había perdido su perspicacia. Cada tanto, mientras conducía, Stiles volteaba para verla. Sus dedos inquietos daban golpecitos en el volante. Tampoco dejaba de morderse el labio nerviosamente.

—Stiles, ¿qué pasa? —inquirió la décima vez que la miró.

Conociéndolo, Iza había asumido que Stiles la haría esperar unos instantes antes de dar una respuesta. Para su asombro, sucedió lo opuesto.

—Estoy preocupado por ti. —Soltó.

Ahí, lo comprendió. No había hablado porque estuviera listo para decirle nada. Le acababa de suceder lo mismo que a ella: ese impulso de liberar las palabras que tanto deseaba esconder. Su atención viajó al anillo en su dedo, reviviendo otro de los mensajes de la diosa.

—El estrés, tus dolores de cabeza, tu sonambulismo... Has estado actuando raro últimamente. No tanto, pero no puedo evitar pensar en...

—¿Mamá?

Superando la conmoción de haber confesado algo que prefería no revelar, el chico solo movió la cabeza de arriba abajo. Iza tomó aire como pudo, tratando de ignorar el asombro que le había provocado la admisión.

Había estado tan inmersa en el caso de las Katsaros, lidiando con todo por sí misma, que no se había detenido a pensar en las demás personas a su alrededor. Ni en las consecuencias de sus más arriesgadas acciones. El haber despertado en su hermano las mismas emociones que su madre ocasionaba en él... se sentía como un agudo y lento pinchazo en el corazón.

—Lo siento —susurró—. De verdad, no quise asustarte. He vivido cosas muy difíciles de explicar, apenas las estoy asimilando yo misma. Pero creo que estaré bien.

Iza vio el brillo de lágrimas acumuladas en la mirada de Stiles, y sus ojos parpadeando para deshacerse de ellas. Se reprendió por dentro; no se suponía que ella debía hacerle sentir así, debía protegerle de eso. Era su responsabilidad como hermana mayor.

—¿Crees que estarás bien? —repitió Stiles con incredulidad—. Iza, ¿en qué te has metido?

Advirtiendo una peculiar calidez en su dedo anular izquierdo y una presión en su cráneo, la joven suspiró, anticipando lo que iba a salir de sus labios sin su consentimiento.

...

—¿Eso significa que no le puedes mentir a nadie que te haga preguntas?

—Correcto.

—¿Absolutamente nada?

—Absolutamente nada.

—Entonces, si yo te preguntara...

—Stiles, te recuerdo que tú tampoco puedes mentirme, así que sugiero que pienses bien lo próximo que vaya salir de tu boca. —Iza echó la cabeza hacia atrás mientras cerraba los ojos. Para su suerte, no estaba sufriendo una migraña tan fuerte como la del día anterior. Este dolor era molesto, pero soportable.

Al final, el chico decidió hacer caso a la advrtencia, pues abandonó su intento por expresar su duda. Cuando Iza estaba por considerar que el interés por el tema se estaba por desvanecer, otra pregunta rompió el silencio.

—¿Por qué una diosa griega querría darte un collar y un anillo mágicos?

Esa había sido su primera duda; de haber tenido el tiempo de preguntarle a Alethéia, quizá estaría en una situación diferente. Dudaba ser capaz de describirla exactamente como mejor, pues era una locura sin importar por dónde la mirara. 

—Es lo que pienso averiguar cuando lleguemos —declaró Iza, recordando el libro que una de las Katsaros le había entregado. Según le había dicho, este tenía información sobre el collar. No había tenido la oportunidad de leerlo aún, pero eso iba a cambiar pronto.

—Te ayudaré —decidió Stiles, imitando el nivel de determinación que ella en su tono.

—Esto es más complicado de lo que imaginas, Stiles —advirtió la mujer, no muy segura de involucrar a su hermano en uno de sus líos. Ya había experimentado lo peligroso que era—. Creo que es mejor que yo me encargue de esto, ¿sí?

—Cuanto antes descubramos para qué sirven esos objetos y la intención de una diosa de que los uses, será mejor. —Incluso con su mejor argumento, su hermana mayor aún no parecía convencida, lo cual le sacó un suspiro, y anticipó su urgencia de hablar de más—. Solo quiero saber si estarás bien.

Iza sabía que el chico no había planeado decir la última parte. Lo notó porque había sentido una especie de tirón en el fondo de su cabeza, casi como si en realidad le estuviera arrancando la verdad a Stiles. La implicación de estar obligándolo a confesar cosas terminó por formar una mueca en su rostro, la cual fue malinterpretada por el adolescente, a juzgar por su creciente ceño fruncido.

—Sé que es tonto, no creo que haya mucho que un humano pueda hacer contra un ser mitológico, pero...

—Stiles, no se trata de eso —interrumpió ella—. No me gusta causar que seas honesto conmigo en contra de tu voluntad. Tampoco quiero pensar que lo siguiente que descubramos sea peor, este debería ser mi problema.

La expresión del joven se suavizó hasta dejar lugar para una sonrisa cómplice.

—¿«Descubramos»? —repitió, a lo que su hermana mayor asintió.

—Desde ahora te digo que no vas a faltar a la escuela, así quieras dormir o estés muy concentrado en lo que investiguemos. —Trató de decir con su voz más severa, aunque algo le decía que no estaba funcionando. Al ver cómo Stiles detenía el vehículo y medio la arrastraba hacia el interior de la casa, lo confirmó.

A la vez que Iza tomaba una ducha para eliminar la tierra y el polvo de su cuerpo, Stiles había buscado su portátil y otros objetos que serían útiles: una libreta, un par de bolígrafos y la cafetera de la cocina. La detective lo miró con una ceja enarcada cuando lo vio subir el electrodoméstico y dos tazas, a lo que él se encogió de hombros. «No debí insinuar que amaneceríamos»reconoció ella después con un suspiro.

—Podemos empezar con aquel libro, me lo dio la familia de la que te hablaba. —Señaló, secándose el cabello con una toalla, su esritorio.

—Esto nos tomará un rato —comentó Stiles, hojeando el documento mientras una arruga se formaba en su frente.

—¿De qué hablas? —inquirió ella, dejando la toalla sobre sus hombros y caminando hacia él, quien acercó el ejemplar para que pudiera echarle un vistazo. Incapaz de encontrar algo fuera de lugar, cuestionó—. ¿Le faltan páginas o algo?

Después de sacudirse la perplejidad con la que miró a Iza, Stiles explicó.

—Está escrito en griego.

Iza parpadeó un par de veces y dirigió sus ojos hacia una página al azar. Se dio cuenta de que su hermano estaba en lo correcto: el papel estaba marcado por aquellos particulares caracteres. No obstante, para ella el significado de cada frase era claro como si estuviera leyendo un texto en inglés. Le sucedía cada vez que ojeaba el libro; si no prestaba atención a las palabras, no podía distinguir el cambio de idiomas.

—Esto es...

—Increíble —completó Stiles, sin molestarse en ocultar su asombro—. ¿Crees que también lo puedas entender si alguien te habla en griego?

—¿Qué tal si estaba hablándolo con la diosa todo ese tiempo? —agregó Iza, sintiendo su voz temblar con nerviosismo y fascinación.

De todos los cambios repentinos e insólitos por los que había pasado, este quizá era el más inofensivo y útil: a medida que los hermanos Stilinski continuaban en su búsqueda, la detective era capaz de traducir los varios artículos con los que el muchacho se cruzaba en internet mientras ella se sumergía en los escritos del libro El legado de Alethéia.

—Escucha esto —llamó—. «Con el pasar de los tiempos, los demás dioses, consumidos por la envidia hacia a Aletheia, se encargaron de corromper a sus seguidores, y debilitarla con deshonestidad. Ella se dio cuenta de que estaba muriendo, y aquel sería su destino si continuaba viviendo entre los humanos, ahora más falaces que nunca. Por lo tanto, acató la decisión que su familia le había impuesto.

»Sin embargo, antes de aislarse, le dio un gran zafiro a Hefesto para que construyera un último regalo a la humanidad. Solicitó ayuda a Apolo y Artemisa, quienes le dieron el poder justo para encantar dicha piedra. A cambio, esta sería dividida en dos y poseería la marca de ambos. Así fueron creados Apokalýpto y Vevaióno, destinados a traer la verdad al mundo».

—¿Se refiere al collar y el anillo? Espera... «marca de Apolo y Artemisa» —murmuró Stiles, tecleando aquellas palabras en su portátil—, aquí dice que es el sol y la luna.

De manera inconsciente, Iza estiró su mano izquierda y observó las dos diminutas formas plateadas, al parecer, coincidían con las marcas de otros dos dioses. Su estómago se revolvió ante el descubrimiento, al igual que los nuevos pensamientos que habían surgido en su mente. Antes de que pudiera hundirse en ellos, la voz de Stiles la regresó a la superficie.

—¿Qué significan esos nombres? Apoko... y Vivion...

—Apokalýpto y Vevaióno —corrigió la joven sin esfuerzo, aún observando el anillo—. 'Yo revelo' y 'Yo confirmo'. Hasta donde he leído, no he encontrado nada concreto sobre cómo usarlos o para qué son. Las respuestas son bastante vagas en ese sentido.

—Aún nos queda un par de horas antes de irnos, podemos seguir buscando.

Iza asintió.

—Sírveme otra taza.

...

Iza despertó con un gruñido tras escuchar el tono de su teléfono, y, al percibir un sonido a su izquierda, se dio cuenta de que no había sido la única. Estaba acostada en su colchón, sobre sus dos almohadas, con el libro abierto sobre su pecho. Stiles se encontraba al final de la cama, acostado sobre su estómago y con el rostro apoyado en el teclado de su computadora. En algún momento de la madrugada, sin darse cuenta, se habían quedado dormidos.

—Stiles, levántate —llamó, ocasionando que el aludido solo se acomodara para seguir durmiendo. 

Con un bufido, se puso a buscar su celular, que estaba entre las múltiples notas que entre los dos habían escrito a lo largo de la noche. Leyó, confundida, el número desconocido en la pantalla, antes de contestar.

—¿Hola? —Su voz había salido ronca, aunque no menos entendible.

—Iza, soy Jonah —comentó su jefe—. Lamento despertarte, calculé mal la diferencia de horario.

—No te preocupes, mi alarma estaba por sonar de todos modos. ¿Qué sucede?

—Es sobre el caso de Sutton Yates, la fotógrafa. Te envié por correo la información que recopilé para ella en aquel entonces.

La investigadora le pidió a su jefe que esperase unos minutos, durante los que apartó a Stiles de su computadora, silenciosamente obligándolo a alistarse para la escuela. Una vez con la portátil a su alcance, revisó su bandeja de entrada. El asunto rezaba «Caso Sutton Yates», y el cuerpo del correo estaba lleno de fotos de vigilancia. Las primeras imágenes mostraban una silueta masculina de espaldas, aunque pronto fueron captando fragmentos de su rostro y, con ellas, el corazón de Iza fue aumentando su ritmo.

Sin poder explicarlo, el anillo en su mano izquierda se hizo más pesado al identificar al hombre de las fotografías como Tobías, el mismo ladrón que les había arrebatado el collar la noche de la subasta.

—Joder... —murmuró, y luego recordó quién estaba al otro lado de la línea—. Lo siento, Jonah, es que... ¿Este es... este es el novio que Yates te pidió investigar?

—El mismo —confirmó el hombre al otro lado de la línea—, en ese entonces estaba usando el nombre de Coby Durand cuando se acercó a ella. El tipo actuaba sospechoso, estaba demasiado interesado en su familia y sus orígenes. Nunca supimos cuáles eran sus motivos... Huyó tan pronto Yates lo confrontó al respecto. ¿Las Katsaros te hablaron de él?

—No, me lo encontré la semana pasada —admitió. Su voz había abandonado sus labios, pero no sentía que las palabras le pertenecían a ella. Se maldijo por dentro, detestando el hecho de que estaba sucediendo otra vez.

Jonah dejó de hablar en cuanto comprendió lo que le había dicho.

—¿De qué hablas?

Iza suspiró. «Me va a despedir cuando se entere», se dijo a sí misma. Y sí, estaba segura de que su jefe conocería todos los detalles sobre su aventura ilegal del fin de semana. Por más que quisiera ocultar algunas partes, la compulsión que la había invadido no le permitiría hablar sin contarle todo lo sucedido. La investigadora se regaló un segundo de paz, antes de soltar la historia.

Jonah, como jefe, era bastante normal. Esperaba resultados, tenía reglas, pero no era una persona atosigante. Iza no sabría si considerarlo alguien paciente, o si simplemente durante su tiempo de trabajo nunca había puesto a prueba la paciencia del hombre. De una manera u otra, esa mañana fue la primera vez que lo oyó exaltado. Su reacción la había sobresaltado hasta el punto de dar un pequeño brinco y casi caerse de su cama.

—... demasiado riesgoso y estúpido. ¡¿Acaso no pensaste en lo que te pudo haber sucedido?! ¿Y si también te hubieran arrestado? No creas que por decir que estabas encubierta no te llevarían a una estación, no tienes una placa.

—Lo sé... —dijo ella en voz baja. No podía evitar recordar las reprimendas que solía recibir de su padre cuando era más joven.

—No creo que sepas en realidad lo irresponsable que fuiste. Me voy de la ciudad por unos días y de lo primero que me entero es de que casi te matan. Y todo es por estar involucrada con la misma gente que Sutton Yates, pero ella no tuvo tu misma suerte...

La investigadora había tomado la decisión de escuchar todo lo que Jonah tuviera que decirle —sin interrupciones—, pero la mención de Sutton despertó su interés una vez más.

—¿De qué hablas? —Su pregunta solo consiguió un suspiro—. Jonah, ¿qué ocurrió con Sutton Yates?

—La chica fue internada en un hospital psiquiátrico. Cuando por fin pude encontrarla, la visité. Nadie puede explicar lo que le pasó, Yates no habla; solo dibuja. Todos sus dibujos son los mismos, Iza: los símbolos del collar que buscamos.

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NOTA DE LA AUTORA

«Creo que necesito aclarar un par de cosas. La primera es que, aunque me encante la mitología griega, no soy una experta, parte de lo que sé es gracias a internet. Dicho esto, mi historia mezclará algunos de estos datos con otros inventados por mí.

La segunda es que no hablo griego y, como se imaginarán, me apoyo del traductor de Google y por tanto no estoy segura de qué tan certero sea. Si entre mis lectores alguien habla el idioma y encuentra errores, apreciaría la corrección.

Finalmente, quiero decir que aunque adore escribir esta historia, no siempre puedo actualizar pronto. Soy una estudiante universitaria que trabaja a tiempo completo, vivo ahogándome en tareas y durmiendo poco. Me alegra que les guste la fic y créanme cuando digo que no pienso abandonarla, pero apreciaría si me tuvieran un poco más de paciencia.

¡Gracias por su comprensión, y espero que les haya gustado el capítulo!»

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