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Capítulo 12

ALÉTHEIA

Antes de que su mente pudiera empezar a enterarse de lo que estaba sucediendo, su cuerpo ya estaba consciente de algunos detalles. Para empezar, unos brazos envolvían sus hombros, sujetando su figura de una manera firme y gentil a la vez. Eran un contraste al brusco movimiento de su torso, que se sacudía de arriba abajo, como resultado de sus pobres intentos por recoger más que una bocanada de aire para poder respirar. Iza notó que tenía frío, pues la otra persona se sentía cálida y seca contra su piel. No tenía idea de dónde estaba ni qué la había traído hasta aquí, pero sus sentidos advertían que algo andaba mal. De no ser porque no sabía de qué, hubiera comenzado a huir.

Era una ola de inquietud desesperante la que había invadido su pecho, tan fuerte como para hacerla regresar de la inconsciencia. Era miedo, era prisa. Cuando despertó, lo hizo de repente, agitada en busca de oxígeno, con lágrimas en los ojos. En realidad, no era muy distinto de las ocasiones en que una pesadilla la arrancaba de su estado de somnolencia. Sin embargo, al contrario de aquellas ocasiones, no se encontraba sola. Tampoco estaba en su habitación.

En cuanto su ser se rindió hacia el cansancio, lo primero que notó fue el rostro de Tasia que la observaba con una chispa de angustia en su mirada. Sus labios se movían, pero su cerebro aún no podía registrar lo que le estaba diciendo. Al parecer, la calma no era suficiente. Solo lograba atrapar los fragmentos que sus sentidos le arrojaban. Veía que se encontraba en la residencia de las Katsaros. Algunos escalofríos esporádicos eran gracias al viento de la noche, que se deslizaba lentamente por una ventana abierta a unos cuantos metros de ella.

Las manos que frotaban sus hombros desaparecieron, dejando un cosquilleo y un vacío ante el cual Iza casi protestó. Sin embargo, fue reemplazado por la suavidad y calidez de una pesada manta, a modo de compensación. Sin notarlo, se relajó debajo de ella, logrando ahuyentar parte de la tensión que tiraba de su espalda. Ni siquiera se inmutó en cuanto otras manos guiaron su cuerpo a recostarse en el sofá, y suspiró desde que su cabeza tocó un mullido cojín. Esta vez, cuando la oscuridad fue a buscarla, Iza la recibió sin miedo alguno.

La segunda vez que abrió los ojos, su mente se había despertado también. Permitió que las imágenes de horas atrás se plasmaran en sus recuerdos, susurrándole pistas de lo que había ocurrido. Una subasta. Un robo. Un collar.

—Iza —le dijo Tasia con cautela—, ¿cómo te sientes?

La verdad era que no lo sabía con exactitud. Y como si las palabras se hubieran percatado de ello, ninguna salió cuando abrió la boca. En su lugar, se resignó a encogerse de hombros y aceptar el vaso de agua que Stella le ofreció tras llegar hacia donde estaba. Junto al líquido, Iza se tragó el nudo que se había formado en su garganta. Sin embargo, poco pudo hacer con las lágrimas que picaban en sus ojos.

La menor de las Katsaros tomó su mano entre la suya, dándole un apretón. El frío metal del anillo que adornaba su dedo medio envió una calma a la que Iza se aferró, sosteniendo a Stella con más fuerza sin percatarse de lo que hacía.

—Stella... —dijo Tasia en algún momento, con una mirada severa.

—Lo necesita —protestó la aludida, aunque cedió ante la petición implícita en la advertencia de su hermana. Le soltó la mano.

Esta casi dejó salir un quejido ante el vacío que una vez más hizo su camino hacia su pecho. Apenas lo estaba asimilando, cuando Tasia rompió el silencio, y llamó su atención.

—No podemos acostumbrarla hasta que tengamos el collar —masculló.

—¿Qué? —cuestionó Iza al escuchar la mención del collar.

No es importante —explicó, volteándose hacia ella—. Deberías descansar.

Algo en su réplica sonaba peculiar, como un tono agudo enlazado con esta, aunque se trataba de su voz. De una forma u otra, Iza comenzaba a creer que Tasia quería decir lo opuesto a lo que había contestado, aunque no estaba segura de cómo había dado con esa conclusión. Ella pareció notar el cambio en la expresión de Iza, pues arrojó una mirada a Stella, antes de preguntar:

—¿Cuánto recuerdas de lo que pasó hace unas horas? —inquirió.

—La mayor parte —acotó Iza, tratando de ignorar el hecho de que su voz se escuchaba ronca y a punto de quebrarse.

—Perdimos el collar, pero estamos bien. —Agregó—. Tú te desmayaste por el miedo. ¿Cómo te sientes?

Iza intentó sacudir la cabeza, pero en cuanto su cerebro pareció moverse dentro de su cráneo, provocándole mareos, decidió detenerse. Una vez más aquel sonido bailaba alrededor de las respuestas de Tasia. Le costaba explicarlo, pero una parte de ella estaba convencida de que lo que acababa de oír no era completamente cierto.

—No fue por el miedo —susurró.

La sonrisa que le regaló Stella fue tan desconcertante como lo que estaba experimentando.

—¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué escucho ese pitido cuando habla Tasia?

La inexplicable felicidad de Stella pronto se desvaneció, haciendo paso para que la confusión se instalara en su semblante.

—¿Pitido? —repitió—. ¿Estás segura de que no son susurros?

—¿Susurros? ¿Por qué escucharía susurros? —preguntó Iza, horrorizada.

Cualquier vestigio de calma que había podido recaudar con los minutos se fue debilitando a medida que la conversación avanzaba. Cada vez más, se convencía de que estaba a nada de ser internada en un hospital psiquiátrico. ¿Consideraría la Casa Eichen su nuevo hogar? A este ritmo... le asustaba pensar que sí.

—Quizá debas recostarte, podemos hablar de esto en la maña...

—No —interrumpió la joven—. Necesito... Necesito saber qué me está pasando.

Las dos hermanas dudaron por un instante, pero no fueron quienes tomaron la decisión de hablar. Los pasos de Amalia indicaron su presencia antes de que su figura fuese visible. En sus manos sostenía una taza humeante cuyo aroma era fuerte, aunque placentero. La colocó en las manos de Iza, quien observó aquel líquido con un recelo que no se molestó en disimular.

—Té de manzanilla, para los nervios —explicó la mujer, tomando asiento en el sillón a su izquierda, junto al resto de la familia—. Lo necesitarás.

Iza sopló la taza para luego acercar sus labios y tomar un sorbo. A pesar de aún estar algo inquieta, al menos había dejado de temblar por el frío.

Ponerte el collar fue un accidente —declaró Amalia, mirando a los ojos de Iza. Estos, durante una fracción de segundo, mostraron un débil destello antes de regresar a su tono marrón de siempre.

—No lo fue —repuso ella de inmediato, incapaz de controlar el impulso.

El collar es una baratija ordinaria.

Iza gruñó, como si alguien la hubiese insultado de alguna forma. Mientras Tasia y Stella se sobresaltaron ante su reacción, Amalia permaneció impasible, como si fuera lo que hubiera estado esperando. Incluso daba la impresión de mostrarse satisfecha.

—Dime, Iza, ¿qué tanto sabes de nuestros dioses?

La investigadora contempló que al final necesitaría algo más fuerte que un simple té; quizá algo que estuviera en el mismo nivel de una botella de whisky, o cuatro. En el momento en que las Katsaros colocaron sobre su regazo un viejo libro escrito en otro idioma, Iza quiso reírse. Sin embargo, cuando las letras de ese mismo libro comenzaron a armar oraciones que ella fue capaz de comprender, estuvo a punto de vomitar.

—Este tomo contiene la leyenda de Alétheia, nuestra diosa de la verdad.

»A diferencia de nuestros otros dioses, ella tenía más fe en los humanos. Por mucho que mentían y engañaban, contaban con su apoyo. Su último regalo para nosotros fue el collar, y las habilidades que otorga a su portadora.

—Esas mismas habilidades que tienes tú —intervino Stella, quien ignoró los reproches de su madre—, no las has desarrollado completamente, pero podemos ayudarte a controlarlas...

Lo siguiente que dijo Stella estuvo lejos de su foco de atención. Iza trataba de repetir lo que aquella familia le había contado, en busca de cualquier indicio de lógica. La decepción la abofeteó en cuanto no halló nada. Todo lo que su cerebro había procesado era la idea de que estas mujeres andaban tras un collar mágico. Por un instante, la chica se sintió estúpida. Quitándose la manta de los hombros y colocando su taza vacía sobre la mesa de centro, tomó una decisión.

—No puedo —declaró, y se puso de pie—. Odio sonar irrespetuosa con sus creencias, pero esto es mucho para mí. Necesito ir a mi casa.

—Iza... —Tasia intentó razonar con ella, mas no pudo.

—Lo siento —contestó, como si con eso pudiese dar fin a las horas más extrañas de su vida. Se puso de pie para buscar su chaqueta y la llave de su vehículo.

—Stella y yo te acompañaremos. —Adelntándose a la protesta de Iza, Tasia agregó—: No dejaremos que conduzcas sola en una carretera a las dos de la madrugada.

Su lado racional salió a flote, y decidió que aquello era lo más sensato. Asintiendo, permitió que el par la acompañara hacia el exterior. Aceptó de Stella su chaqueta, y también dejó que condujera el jeep de Stiles.

Para su fortuna, Stella pareció comprender que Iza no tenía deseos de escuchar ninguna leyenda o cuento acerca de aquella diosa, por lo que se mantuvo en silencio mientras recorrían la carretera. Tasia conducía detrás de ellas en su propio automóvil. La joven agradeció los minutos de tranquilidad, pero no en voz alta. Solo mostró su gratitud en cuanto se detuvieron frente a la residencia de los Stilinski, y su corazón se infló de alivio al reconocer su hogar.

—Gracias —musitó al bajar del jeep.

—Lamentamos que el plan no haya resultado —expresó Stella con verdadero arrepentimiento. La investigadora, insegura de continuar con aquel trabajo, solo alzó los hombros—. Si cambias de opinión sobre lo que hablamos, eres bienvenida cuando sea —añadió en voz baja.

Iza se esforzó por enviar sus dudas e inquietudes al fondo de su mente.

—Buenas noches —se despidió, y entró a su casa.

Con el paso de las horas, Iza se concilió con el hecho de que —al menos por esa noche—, no volvería a dormir. Su cuerpo estaba exhausto, mas su mente estaba despierta por los dos. Por más que lo intentase, le era imposible evitar que sus pensamientos rondaran sobre las Katsaros y sus historias. Porque solo eran eso, historias. Poco importaba qué tanto quisiera creerlo —y una fracción de su ser lo ansiaba—, ninguno de esos cuentos podía existir. Este era el mundo real, y en él no había tal cosa como collares mágicos.

En su lugar, optó por esperar a que las horas restantes transcurrieran, hasta que pudiera salir de la cama sin que su padre y su hermano la cuestionaran. Había decidido, también, que ellos no se enterarían de nada de lo ocurrido aquella noche. No le gustaba ocultar secretos a su familia, ¿pero qué bien haría informarles?

...

—¿Iza? ¿Cuándo llegaste? —inquirió su hermanito, frunciendo el ceño.

—Hace unas horas —replicó sin mirarlo, más concentrada en verter miel sobre el pan e ignorar su dolor de cabeza.

—Madrugaste —dedujo Stiles. Se dirigió al refrigerador para sacar los ingredientes para un emparedado—. ¿Eso significa que te fue bien la subasta o no?

Iza quiso murmurar un «No en realidad», así que, cuando escuchó lo que en realidad dijo, se abofeteó mentalmente.

—Fue una mierda, nos robaron lo que compramos.

Por un instante, Stiles dejó de colocar lechuga en su desayuno.

—¿Qué? ¿Cómo?

«Cuando pasamos a recogerlo, ya no estaba». Una presión en su cabeza casi le arrancó un siseo, pero Iza logró manejarlo. Lo que no pudo hacer fue evitar decir lo que dijo:

—Nos asaltaron. Con rifles muy grandes. —Iza se maldijo.

Oh, joder.

—¡¿Qué?!

Stiles se cubrió la boca, aunque el ruido ya había escapado. El adolescente la miró con ojos agrandados en busca de una explicación. Le daba igual el frasco de mayonesa destrozado en el suelo, producto de su reacción, toda su atención estaba en su hermana, quien —extrañamente— tampoco parecía creer lo que había dicho.

—Estoy bien, no me lastimaron. —Ella se apresuró a decir, y sintió un efímero alivio tras haber aportado lo mismo que tenía en mente. Stiles, por su parte, dejó escapar un bufido.

—No confío en tu definición de «estar bien». Iza, ¿qué demonios pasó?

En lugar de responder directamente, la joven decidió cambiar el tema.

—¿Sabes qué no está bien? El tanque del jeep. Debo rellenarlo.

Hizo caso omiso de los comentarios del muchacho mientras ella abandonaba en la cocina su plato sin comer. Sin permitir que Stiles pudiera actuar al respecto, tomó la llave del vehículo, el bolso que estaba en el sofá y abandonó la casa. Solo al estar a un par de metros lejos del vecindario, suspiró.

¿Qué mierda había sido todo eso?

El pulsante dolor de cabeza comenzó a disminuir al alejarse de su hermano; no obstante, no se desvaneció por completo. Se había instalado en el fondo de su cráneo, como un pequeño recordatorio de que aún estaba allí. A este punto, Iza no se quejó: era mejor que nada.

Sin saber qué otra cosa hacer, condujo hacia la gasolinera. Se tomaría su tiempo, y, si aún no tenía ganas de confrontar a su hermano, siempre podía quedarse en su oficina. Iza detuvo el jeep junto a uno de los puestos, y llenó el tanque. Mientras lo hacía, dirigió la mirada hacia la pequeña tienda que estaba a un par de metros. Como si necesitara confirmación, su estómago rugió ante el pensamiento, aprobando la idea.

La tienda estaba despoblada. No era algo que le sorprendiera, se trataba de un domingo y era temprano. Muchas personas aún debían estar durmiendo, o recién despertándose. Iza aprovechó la soledad para andar libremente por los pasillos; sin buscar nada en particular. Pensaba que, dados los acontecimientos por los que había pasado, podía mimarse un poco y tomar lo que primero se le antojase.

Ese, al menos, era su plan. Estaba funcionando: tenía un par de bolsas de papas fritas y una botella de jugo. Iba a dirigirse hacia los dulces cuando se encontró cara a cara con Derek, y su mente olvidó lo que estaba haciendo. Ambos habían detenido su andar solo al tiempo justo para no chocar con el otro.

—¿Derek? Disculpa, no te... no te vi —farfulló Iza, dando un paso hacia atrás, e intentando controlar sus palabras en cuanto el dolor se intensificó. No tenía muchas ganas de una repetición de su pequeña charla con Stiles.

Por lo visto, eso no dependía de que lo quisiera o no. El pasar de los segundos ordenaba a la presión en su cráneo a que trabajase con más fuerza contra este. Iza nunca había sabido sobrellevar las migrañas por tanto tiempo. Y eso debió ser evidente en su semblante.

—¿Te encuentras bien?

Iza abandonó sus intentos por evitar replicar de manera impulsiva al percatarse de que aquello solo empeoraba su estado.

—No, tengo una migraña terrible. Siento que mi cabeza va a estallar en cualquier instante.

Derek, por su parte, tampoco tenía buen aspecto. Su rostro, aunque serio, trataba de no torcerse en una mueca de incomodidad.

—Te llevaré a tu casa. —Concluyó Derek, dejando en una góndola los artículos que pretendía comprar, y dejando los de Iza también.

—No... no hace falta —objetó ella, viendo con desánimo sus aperitivos.

—Creo que sí —rebatió—. Te ves como alguien a punto de desmayarse, no quiero que te lastimes.

Desde que terminó de hablar, Derek frunció el ceño y apretó la mandíbula, pero no abandonó su tarea. Con una última petición en su mirada, Iza aceptó en derrota, y lo acompañó fuera de la tienda. Fue entonces cuando notó el automóvil de Derek, al que le faltaba una ventanilla.

—¿Qué le pasó... qué le pasó a tu auto? —interrogó mientras caminaban hacia él.

—Unos imbéciles rompieron la ventanilla... —Derek masculló, como si estuviera luchando contra algo.

Antes de poder contemplar lo que estaba sucediendo con él, dio un paso en falso que casi le costó su equilibrio. Iza, habiendo visto lo que sucedió, quiso caminar hacia él, solo para detenerse desde que Derek levantó una mano para impedírselo.

—Será mejor que Stiles venga a recogerte —indicó—, pero esperaré contigo. Puedes sentarte en el auto mientras hago la llamada.

El hombre sacó su teléfono y se lo llevó a la oreja, al mismo tiempo que se alejaba del coche, en dirección hacia la entrada de la tienda. Una vez que hubo establecido algo de distancia, Iza pudo ver que sus labios se movían mientras hablaba —posiblemente— con su hermano. Pero no podía distinguir lo que estaba diciendo.

Derek no regresó con ella incluso tras haber finalizado la llamada, mucho para la decepción y confusión de Iza. El dolor era menor que cuando había estado en la tienda, pero aún le impedía pensar con claridad. No sabía cuánto tiempo había pasado hasta que Stiles por fin llegó a la gasolinera, luciendo exhausto y preocupado. Primero corrió al automóvil donde su hermana mayor lo recibió con una sonrisa tensa.

—¿Por qué no me dijiste que te sentías mal? —preguntó Stiles, abriendo la puerta y ayudándola a caminar, acción que duró apenas cinco segundos antes de que Iza rechazara la ayuda.

—Pensé que podía soportarlo —admitió ella sin pena alguna.

Stiles rodó los ojos.

—Pésima idea. Espérame en el jeep, te compraremos unas aspirinas y luego iremos a casa.

Iza suspiró, pero no dijo nada en contra de su plan. Desde donde se encontraba, en el auto de su hermano, vio cómo este hablaba agitadamente con Derek, antes de que ambos dirigieran una mirada fugaz en su dirección.

...

La tarde había transcurrido lenta y aburrida, aunque no por decisión suya. Era culpa del trato que había hecho con Stiles, en el que su padre no tenía por qué enterarse de su pequeña escena, siempre y cuando Iza se quedara en cama por el resto del día. Al principio sonaba como la manera fácil de lidiar con todo, hasta que le tocó honrar su parte.

Aunque... si su alternativa para lidiar con el aburrimiento era ser interrogada por su hermano, entonces prefería echar una siesta. A pesar de que la aspirina había cumplido con su función, el hecho de reprimir respuestas solo revertía el efecto.

—Estoy bien —insistió Iza desde su lugar en la cama, mientras su hermano la observaba con incredulidad sentado en su silla giratoria—, ¡no pasó nada grave!

—¡Un asalto es algo grave! No puedo creer que estés tan tranquila al respecto.

—No lo estoy —confesó, aunque Stiles ignoró su comentario.

—Y pensabas guardarte el secreto, ¿en qué estabas pensando?

Si bien Iza había decidido ignorar a su hermano hasta que se cansara y saliera de su habitación, no pudo contenerse al oír esa frase. El disgusto la invadió. Al parecer, su pequeña disputa no había quedado del todo en el olvido.

—¿Yo? —repitió—. Tú eres el que nunca me quiso explicar lo que pasó con Derek. Si me vas a decir otra mentira —Añadió cuando Stiles abrió la boca—, mejor no hables. Sé que no le dispararon por accidente.

Sorprendido, Stiles detuvo en seco la contestación que iba a dejar salir. Cuando pasó tanto tiempo que no daba indicios de volver a hablar al respecto, su voz voz llenó el dormitorio.

—Le disparó una mujer llamada Kate Argent. —Soltó, abriendo los ojos como platos ante la pieza de información que acababa de divulgar—. Olvida... Olvida lo que dije... ¿De acuerdo? No dije... No dije nada.

—¿Stiles? —cuestionó, incorporándose hasta apoyar los codos sobre su colchón.

Sin embargo, el adolescente de pronto ya no tenía tantas ganas de molestar a su hermana mayor. Antes de que pudiera asimilarlo, Stiles se levantó de la silla, casi cayéndose en el proceso, y corrió por la puerta. Por el bien de su cordura, la mujer decidió ignorar lo que había presenciado. Al menos durante el resto del día.

...

La segunda noche, para infortunio de Iza, amenazaba con ser igual de intranquila que la del sábado. Le había tomado unas tres horas conciliar el sueño, y pudo descansar menos de la mitad de ese tiempo; el segundo en que su cuerpo por fin había empezado a soltarse y caer en los brazos de la somnolencia, algo la llamó.

—Iza... —No sonaba como un susurro, parecían ser miles, miles de voces que hablaban en tiempos diferentes y provocaban un eco distorsionado que le ponían la piel de gallina. Al principio, Iza lo atribuyó a un sueño, resultado de todos los eventos raros que había vivido los últimos dos días.

Para su sorpresa y su terror, aun después de haber despertado, las voces volvieron a sonar.

—Iza.

Su cuerpo se levantó como si su colchón estuviera en llamas, obligando a su mente a espabilar y ponerse alerta. Sus ojos viajaron por cada rincón de su dormitorio, cada espacio posible, pero en su habitación no había nadie más que ella. ¿Entonces por qué...?

—¡Iza!

La joven dio un respingo e hizo maravillas para suprimir el grito de sorpresa que hubiera alertado a Stiles y Noah. Decidió salir de su cama, desde que la presión en su cráneo apareció para atormentarla un poco más. Llevándose las manos a la cabeza, ignoró el frío del suelo pinchando las plantas de sus pies, para luego merodear por su cuarto. Apenas había dado una vuelta cuando las voces la hicieron detenerse en seco.

—Iza... —A diferencia de las otras ocasiones, el llamado sonaba menos confuso.

En lugar de mil voces, ahora se trataba de una sola. Sonaba aterciopelada, aunque firme. Amable, pero severa. Era tantas cosas a la vez, que describirla consistía en una tarea que Iza no quería realizar. Así que no lo hizo. En cambio, optó por revisar qué había en su entorno.

—Ven, mi niña.

Un jadeo de sorpresa se atoró en su garganta. No reconocía a la mujer que le había hablado. En lugar de inspirar confianza, algo dentro de ella gritaba que saliera corriendo cuanto antes. Mas vio que sus piernas no cedían ante sus órdenes. En su lugar, se acercaban al escritorio donde había dejado su chaqueta. La migraña pateaba su cabeza con cierto ímpetu conforme avanzaba hacia la chaqueta, pero Iza no era capaz de moverse. Sus manos, atraídas por la voz etérea, se aferraron al material de la prenda, antes de rebuscar entre sus bolsillos con una desesperación que jamás había atacado su cuerpo. Al final, sus hombros se relajaron cuando su mano se cerró alrededor de un pequeño y frío objeto métalico.

El anillo de Stella.

—Póntelo. Fue hecho para ti.

Iza tomó el anillo de plata y lo insertó en el dedo anular de su mano izquierda. Al mismo tiempo, todo el mundo cayó en un silencio imperturbable. Las voces se habían ido, todo estaba normal. Iza sonrió ante la serenidad que había inundado su habitación, antes de caer de rodillas y perder la consciencia.


.

NOTA DE LA AUTORA

«No, no crean que me he olvidado de esta historia, solo es que he tenido problemas para organizarme un poco.

Ya es momento de que algunos misterios se liberen, así que... aquí estamos. ¿Qué les ha parecido el capítulo? ¿Son las Katsaros dignas de confianza? Lo averiguaremos.»

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