Capítulo 10
SOSPECHAS
Su habitación, lejos de parecer un espacio de descanso y tranquilidad, parecía el centro de investigaciones más grande de California. Sus paredes estaban ocupadas por todas las fotocopias de los periódicos que había conseguido de Agnes, trozos de papel con sus propias observaciones y algunas imágenes que había podido imprimir con la poca tinta que le quedaba. La miraban fijamente los rostros de Darren Meadows y algunos bomberos que apagaron el incendio de los Hale, y ella parecía devolverles la mirada. Cuanto más tiempo se sumergía en una búsqueda que al principio había considerado poco probable, algunos datos cobraban sentido para ella. Y los que no... también.
—Entonces Meadows fue quien obtuvo la primicia... —murmuró Iza, trazando un círculo en la foto del periodista y conectándolo con la primera plana de su artículo—. «Accidente... Eso dice mi artículo» —repitió las palabras del hombre mientras buscaba todas las veces que había marcado esa palabra con resaltador. Junto a una de ellas, apareció un fragmento que había pasado por alto.
«Un día después del trágico suceso de la familia Hale, Insurand, la compañía de aseguradoras del pueblo, arroja algunas respuestas sobre el origen del incendio. Su equipo de investigadores descubrió que el punto de origen resultó ser un viejo calefactor que probablemente hizo cortociruito. "Las cortinas fueron las primeras en ser alcanzadas por el fuego, debió ser cuestión de tiempo antes de que toda la casa fuese consumida. Consecuencias de un hogar hecho de madera" expresó uno de los investigadores.»
Lo último que Iza había hecho esa madrugada fue buscar en línea la dirección y número de teléfono de la compañía. Aquella iba a ser su segunda parada tras regresar del trabajo: la primera sería retomar su conversación con Darren Meadows. Aún tenía muchas dudas que él era capaz de responder.
Cuando su alarma sonó, Iza despertó sentada en su escritorio, con la cabeza en el teclado y un terrible dolor de cuello como consecuencia. Cuanto mucho, había dormido alrededor de tres horas. Estaba exhausta, pero no era nada que tres tazas de café no pudieran resolver... Quizá cuatro, si pasaba por su cafetería preferida de San Francisco. Con un último bostezo se incorporó de la silla y arrastró los pies hasta llegar al baño, donde se arrepintió de su pésima idea de ducharse con agua fría para deshacerse del sueño.
Derek. Meadows. Incendio. Accidente. Collar. Katsaros. Todos sus pensamientos circulaban alrededor de alguna de aquellas categorías, resultando en un montón de asuntos pendientes y una sola Iza para realizarlos. Estaba tan ocupada que había comenzado a olvidarse de su entorno: ni siquiera se había dado cuenta de que Jonah le estaba hablando hasta que él se vio en la obligación de mover las manos frente a su rostro para conectarla al mundo real otra vez.
—Disculpa, Jonah... Estaba pensando en el collar y cómo seguir buscando pistas —admitió la investigadora.
—Y de eso, precisamente, te estaba hablando. Volaré a Nueva York para averiguar si Eleonor se reunió con la fotógrafa. Quizá planeaba sacar fotos del collar y venderlo.
Iza se quedó callada un momento, antes de negar con la cabeza.
—Las Katsaros dicen que Eleonor no confiaba en su sobrina para tener el collar, eso significa que le importaba demasiado. No me parece que haya sido capaz de venderlo —acotó.
—Quizá fue su plan desde el inicio: hacerle creer a su familia que alguien más perdió el collar mientras ella ganaba unos cuantos miles extra. De una forma u otra, nuestro trabajo es encontrar la evidencia y luego armar los sucesos. Por cierto, Stella quisiera hablar contigo al mediodía, te sugiero que tengas algo para entonces. O bien, un motón de preguntas para ella.
«Perfecto, una fecha límite», pensó mientras movía la cabeza de arriba abajo. Jonah se marchó, dejándola en una oficina vacía y silenciosa donde no podía hacer sino trabajar. Decidió que sería bueno descartar las tiendas de empeño dentro de la ciudad e ir preguntando por ahí. ¿Cómo se vendería joyería robada tan costosa sin llamar la atención de las autoridades? Lo más cercano a descubrirlo eran las casas de empeño.
...
Era cerca del mediodía cuando Iza salía de su tercera tienda de empeño, escoltada por dos tipos que bien podrían hacer de matones. No le había ido tan bien como en la primera; tan pronto como el dueño percibió que ella no estaba allí para vender ni comprar nada, le hizo salir. Quizá su hábito de preguntar mucho le había advertido que podría ser una policía encubierta.
Resopló, ignorando las miradas de la gente que la rodeaba. Los sujetos solo se detuvieron una vez que la mujer estuvo a un par de metros de la puerta, y se aseguraron de dar un portazo al irse, logrando que Iza rodara los ojos.
—Vaya, ¿qué hiciste para molestar a Don? He intentado de todo para que me despida y sigo aquí —comentó un hombre que caminaba en dirección a la tienda. Vestía vaqueros negros ajustados, una camiseta de rayas y zapatos deportivos. Se detuvo frente a ella, con una sonrisa y los ojos ligeramente entrecerrados por el resplandor de un día soleado en California.
—A Don no le gustan las preguntas —murmuró Iza, volteando a mirar la tienda—. ¿Entonces trabajas aquí?
El hombre asintió.
—¿Qué clase de preguntas hacías? —inquirió él—. Quizá pueda ayudarte a contestarlas. No tienes que preocuparte por si te vuelven a sacar —comentó al abrir la puerta, aunque sin entrar. Estaba esperando la respuesta de Iza.
...
—Comienzo a entender a Don —expresó el tipo, luego de escucharla. Un gruñido de disgustó salió del aludido en cuanto su empleado habló, en señal de «te lo dije»—. Vienes preguntando por un collar robado en una tienda de empeño...
Iza se encogió de hombros.
—No sabes si estoy interesada en comprarlo de vuelta.
—¿Lo estás?
—¿Lo tienes? —El sujeto sonrió antes de sacudir la cabeza.
—No, pero sé de algún lugar donde puedas encontrarlo si te animas a ir. —Hizo un gesto para que lo esperara, para después ir a algún lugar detrás del mostrador.
Iza contempló la situación, tanto extrañada como satisfecha. No esperaba lograr avances tan temprano, aunque no se estaba quejando. Tampoco había bajado la guardia; personas como aquel tipo solían pedir algo a cambio en ese tipo de situaciones.
Al regresar, el hombre colocó un trozo de papel sobre la barra y explicó:
—Si el collar no es tan costoso, puedes continuar buscando en otras tiendas. De lo contrario, si vale más de cinco mil dólares, te recomiendo buscar subastas. Muchas se anuncian en foros. También está la opción de pedir ayuda a la policía.
—Gracias, pero conmigo basta —repuso Iza ante lo último que había dicho. Tomó el trozo y lo leyó: había una dirección web, debajo del cual también había un nombre con un número de teléfono—. Pero te acepto lo de los foros, ¿Tobías? —dijo, y el aludido sonrió, confirmando que era su nombre. Iza entonces sacó de su mochila un billete de veinte dólares sobre la barra para empezar a irse.
—Oye, no te pedí nada a cambio —comentó Tobías, observando a Iza dirigiéndose a la puerta.
—Así estamos a mano —replicó la investigadora, dedicándole una breve sonrisa cortés—, no soy fan de deber favores.
...
Sumergiendo unas papas fritas en su helado de chocolate, Iza estaba en un café investigando el foro de Tobías cuando llegó Stella Katsaros a su mesa. Ambas se saludaron con una sonrisa cálida antes de iniciar la conversación, cuyo motivo era desconocido para Iza. Pensaba que sería una reprimenda por falta de progreso considerable, como solían hacer algunos clientes, pero no fue así.
En realidad, la reunión había sido breve. Todo lo que en ese momento quería Stella era entregarle un libro que hablaba sobre el collar. Aunque no comprendiera cómo, exactamente, podría ayudarla, Iza lo aceptó. La cliente procedió a contarle más sobre la joya perdida, como que la plata con la que había sido forjada era muy antigua y valiosa. Explicó que pocas joyas habían sido creados con ella, como el collar, y como el delgado anillo que adornaba uno de sus dedos. Según ella, muchas personas harían hasta lo imposible por tener alguno de ellos.
Sintiéndose algo incómoda ante la presión que aquello podía significar, Iza decidió contarle sobre las subastas, prometiéndole que le comunicaría tan pronto como estuviera muy segura del paradero de la tan preciada joya.
Entonces, lo extraño sucedió. Stella, antes de marcharse, se despidió de Iza con un apretón de manos. Al tocar su mano, la investigadora sintió algo que solo podía describir como una brisa suave y acogedora, aunque también helada. Y no sabía de dónde había provenido: la mesa que habían escogido estaba en una esquina, lejos de cualquier ventilación. Más curioso aún, Stella no pareció percibir nada.
Iza no podía deshacerse de aquella sensación, incluso horas después del encuentro. No sabía si era porque continuaba pensando en ella, o si, en realidad, aún la tenía. Había estado intentando olvidarla al desviar toda su atención al foro de subastas, donde descubrió que la próxima en realizarse sería el sábado. No había mucho detalle sobre lo que sería subastado —quizá para evitar a la ley—, pero la página web aseguraba «los objetos más codiciados del momento». Al cabo de unas cuantas horas, Iza depositó unos preciados cincuenta dólares para poder recibir un boleto de entrada. No obstante, se convirtieron en ciento cincuenta tras llamar a Stella y Tasia: a pesar de las muy bajas posibilidades de hallar resultados, las Katsaros insistieron en acompañarla.
Sería un fin de semana interesante.
...
Al llegar al pueblo, la primera para de Iza fue el hospital. Había repasado en su mente todas las preguntas que le haría a Darren Meadows tan pronto como llegase. Solo esperaba que el periodista no se encontrase sedado, porque la incertidumbre no era algo que ella supiera manejar muy bien. Lo mismo sucedía con la paciencia.
Entonces, cuando Iza pisó la entrada del hospital, respiró profundo y se alegró de ver a Melissa en el escritorio otra vez. Al llegar a ella, solo tuvo que sonreír para que la enfermera supiese el porqué de su visita.
—Hola, Melissa —saludó la investigadora—. ¿Crees que puedas regalarme otros cinco minutos con Darren Meadows?
La expresión de la señora McCall no era la misma de antes. En lugar de lucir una sonrisa cómplice, su rostro parecía estar pidiendo disculpas.
—Cariño, Meadows sucumbió ante sus heridas —respondió con un tono triste y bajo—. Falleció esta mañana.
Tan pronto como asimiló la noticia, todos los planes de Iza se vinieron abajo. Y entonces, aunque no quería experimentarla, pudo sentir una punzada de culpa en el pecho. Melissa debió notar el cambio repentino en el semblante de la joven, porque luego quiso intentar ayudarla.
—Si quieres, puedo darle tu número a la familia.. En caso de que quieras hablar con ellos...
Aunque apreciando el gesto, Iza negó con la cabeza.
—Gracias por la oferta de todos modos —murmuró Iza, sonriendo un poco antes de dar media vuelta y alejarse. Sin embargo, la voz de la enfermera la detuvo.
—Iza, espera —llamó la mujer de rizos cafés, rebuscando algo en la parte interna de su escritorio. A los pocos segundos le mostró un juego de llaves—. ¿Crees que puedas pasar por la clínica veterinaria y regresarle sus llaves a Scott? Si no te desvía de tu ruta, por supuesto —añadió con rapidez.
¿Cuál era su ruta siquiera? La había olvidado al escuchar la terrible noticia.
—Por supuesto. —Asintió ella, tomando las frías llaves y colocándolas en el bolso de su chaqueta. Con un último agradecimiento por parte de Melissa, salió del hospital e inició su camino hacia la veterinaria, que era el lugar donde Scott trabajaba después de la escuela.
Iza aprovechó la soledad y tranquilidad del ambiente para tratar de organizar su mente mientras caminaba. Parte de ella no quería sentirse culpable por la muerte de aquel periodista —su parte lógica—, pero sus emociones no eran tan fáciles de mantener a raya. Si lo fuesen, Iza se habría ahorrado muchos malos momentos para ahora. Sin embargo, lo único que podía hacer era calmarse y, como siempre, enfocarse en algo distinto. Como regresarle las llaves al mejor amigo de su hermano.
Ella no acostumbraba a pasar por la clínica, excepto para donar algo de comida a los animales que aún no eran adoptados. A pesar no haber tenido ninguna mascota, le encantaban los perros. Se le ocurrió que quizá podría aprovechar la situación para visitarlos y jugar con ellos, por lo menos unos veinte minutos. Necesitaba desconectarse un momento antes de continuar investigando.
Al llegar, notó que el único vehículo aparcado era el jeep de Stiles. Una expresión confundida se adueñó de su rostro mientras empujaba la puerta y entraba a la clínica, solo para ver que no había nadie. Ni siquiera estaba Deaton, el dueño de la veterinaria y jefe de Scott. Sin embargo, escuchó un golpe proveniente del fondo del establecimiento seguido de una voz grave.
—¿Scott? —llamó Iza, adentrándose en el lugar a paso lento—. Dejaste tus llaves, vine a traértelas. —Continuó hablando. En ese momento, volvió a escuchar un ruido metálico—. ¿Stiles?
La joven continuó su camino hasta llegar al cuarto que había llamado su atención. Al abrir la puerta, se llevó la sorpresa de encontrar a un pálido Derek sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. En cuanto ambos se miraron, Iza podría jurar haberlo visto de maldecir por lo bajo antes de rodar los ojos.
—¿Derek? ¿Qué haces aquí? —Iza frunció el ceño en confusión. Él, por su parte, se tomó un par de segundos para respirar y darle una respuesta.
—Estoy esperando a Scott. —Cuando el lugar cayó en silencio, Derek supo que ella no se iba a conformar con tan poca información, dado que Iza literalmente se ganaba la vida investigando cosas—. Necesito algo para ahuyentar animales salvajes de mi casa. No quisiera repetir lo de la otra vez —masculló mientras se incorporaba despacio. En su rostro había una expresión extraña, no era su enfado de siempre.
Iza asintió, intentando ignorar un leve escalofrío que la había comenzado a sentir.
—¿Podrías entregarle sus llaves cuando lo veas? —preguntó finalmente, sacando el llavero de su bolsillo. Se acercó unos pasos mientras Derek extendía su brazo derecho para recibir el objeto—. ¿Te encuentras bien?
—Estoy bien —murmuró, guardando las llaves en su bolsillo. Cuando levantó la mirada, se percató de que la mujer se había quedado observándolo—. ¿Qué?
—Derek, está goteando sangre de tu manga —comentó Iza, su voz ahora había adquirido un tono de preocupación. El sujeto intentó retroceder, pero aquello solo provocó que ella se acercara—. Permíteme —pidió, dirigiéndole una intensa mirada en la que él pudo notar una chispa de angustia. Con un suspiro, accedió, y dejó que levantara la manga de su suéter.
Iza no fue capaz de disfrazar su asombro cuando reveló una herida en el antebrazo de Derek, de la cual brotaba una sangre más oscura de lo usual. Al tratarse de un orificio, la mente de la investigadora solo pudo asumir que la responsable había sido una bala. Sin embargo, no tenía conocimientos médicos para saber si un disparo era capaz de hacer que sus venas se vieran oscuras a través de su piel.
—Tienes que ir a un hospital —farfulló cuando Derek apartó el brazo—. ¿Stiles está aquí? Vi su jeep aparcado afuera, necesitamos que nos lleve, ya que no vi tu auto...
—Dice Scott que ya encontró la ba... ¿Iza? —La voz de Stiles llenó la habitación, aunque calló al notar la presencia de su hermana. Intercambió una mirada con Derek, quien le trató de decir algo que el adolescente no pudo entender.
—Derek tiene que ir al hospital, necesito tu jeep —interrumpió ella, extendiendo la palma de su mano.
—De hecho... por eso vine... —respondió Stiles—. Conseguí vendas para su herida, ahora vuelvo —comentó, y echó a correr antes de que su hermana pudiese continuar hablando.
—¡Stiles! —exclamó ella, solo para ver que Derek había perdido el equilibrio.
En su intento por detener su caída, Iza quiso sujetarlo, pero solo hizo que ambos terminasen en el suelo. La preocupación se había asentado en el pecho de Iza, tenía una terrible sensación que no le permitía respirar a gusto. Era como si el aire que inhalaba fuera tres veces más pesado. Volvió a llamar el nombre de su hermano, quien no se veía menos alterado que ella cuando llegó.
—Llama a emergencias —ordenó la chica con dificultad, ya que Derek había aterrizado en su pecho. Por su parte, Stiles se había quedado inmóvil en medio del consultorio, parecía estar debatiendo consigo mismo.
—Scott está en camino... —comentó, y lo que recibió a cambio fue una expresión de desesperación e incredulidad por parte de Iza.
—¡Lo que Derek necesita es un médico, no un veterinario! —insistió ella, pero su hermano no mostraba indicios de buscar su teléfono—. Joder, ¡Stiles!
La presión que estaba sintiendo ella en el pecho se volvió más pesada, le había sacado el aliento de los pulmones. Al bajar la mirada, se dio cuenta de que Derek ya no tenía los ojos abiertos.
—Derek, oye, despierta... —insistió, dando palmaditas en su rostro. Él abría los ojos durante unos segundos, pero cada vez terminaban rodando hasta el fondo de su cabeza. Solo murmuraba cosas sin sentido—. Por favor no cierres los ojos —pidió, con la angustia debilitando su voz—. Stiles, llama a emergencias.
—Pero Scott...
—¡Stiles! —exclamó Iza con pura desesperación en su tono—. ¡Derek necesita ayuda!
En ese instante, la puerta del consultorio se abrió con estruendo, dejando ver a un Scott bastante apresurado.
—Gracias a Dios —expresó Stiles, soltando su celular sobre la mesa, a pesar de la mirada de incredulidad que estaba recibiendo de Iza—. Ven, dejemos que Scott se encargue, ¿sí?
Iza no parecía ni quería comprender lo que estaba sucediendo. Los dos adolescentes pronto levantaron a Derek del suelo y lo despertaron, pero no trataron de sacarlo del consultorio. En su lugar, lo sujetaron hasta que fue capaz de mantenerse de pie. Por lo visto, el movimiento había logrado que usara sus pocas fuerzas para intentar hablar.
—¿La conseguiste? —susurró. Scott asintió—. Bien, ahora tengo que... —El resto de sus palabras quedaron en el aire cuando Derek cayó completamente inconsciente en el suelo.
—Mierda, mierda... —exclamó Iza, acercándose a Derek e intentando despertarlo con ligeras sacudidas, pero no reaccionaba—. Scott, consigue algo de alcohol para que...
Stiles, por su parte, se adelantó a Iza y recurrió a otro método. Scott ni siquiera había puesto las mano en el frasco de alcohol, cuando el sonido de un puñetazo llenó el ambiente.
—Listo, ya despertó, vámonos —le dijo a Iza, colocando un brazo sobre sus hombros y saliendo de allí con ella casi a rastras, cerrando la puerta tras su paso. No fue fácil para él contenerla durante los siguientes segundos, pues todo lo que su hermana intentaba hacer era regresar al consultorio. Y cuando escuchó un grito de dolor, proveniente de Derek, Stiles debió insistir que Scott tenía la situación controlada.
Los siguientes dos minutos fueron eternos para ella. Toda la clínica había quedado en un silencio que le daba mala espina. Podía sentir su propio pulso en su cabeza, consecuencias de la ansiedad que la estaba envolviendo. Cuando Scott salió del consultorio con Derek detrás de él, el alivio fue tan abrumador que pensó que perdería el equilibrio. El hombre tenía una venda ya manchada alrededor de su brazo, pero el color había regresado a su rostro y podía caminar por su cuenta.
—¿Qué pasó? ¿Cómo te sientes? —preguntó Iza con genuina preocupación, tomando su brazo y viendo una pequeña mancha roja en la venda. Derek la miró a los ojos antes de contestar.
—Mejor —replicó—, el dolor se ha ido.
—¿Ya no corres peligro de muerte? Asombroso —intervino Stiles, llamando la atención. Scott, siendo más perspicaz que su mejor amigo, se aclaró la garganta y habló:
—Stiles, ¿por qué no me ayudas a limpiar el consultorio? No quisiera que Deaton viera este desastre.
—¿En serio, hombre? —preguntó él, pero su amigo le hizo gestos para que ambos regresaran al cuarto de consultas, dejando a Iza con Derek y un silencio incómodo.
—¿Tú... —Se aclaró la garganta— estás bien?
—Bueno, supongo que estaba algo agitada por todo esto —replicó.
—¿Nada más?
Iza se quedó callada por un par de segundos, mientras en su interior debatía sobre lo que podría responder, pero nada de lo que se le ocurría era mejor que decirle la verdad. Solo esperaba no hacer pasar a Derek otro mal rato con sus suposiciones.
—Es algo que descubrí, pero puede esperar —contestó con desdén—. Creo que te vendría bien un descanso...
—¿De qué se trata? —inquirió Derek, ignorando sus últimas palabras. Iza suspiró para deshacerse de los nervios que anticipaban la situación.
—Estuve hablando con Darren Meadows, el periodista, e implicó que... el incendio de tu casa podría haber sido provocado —murmuró ella, sin apartar los ojos del semblante de Derek, a la espera de su reacción. Sin embargo, él no mostró reacción de ningún tipo, así que Iza decidió continuar—. Sé que parece poco probable, no quería decírtelo hasta comprobarlo.
Iza esperaba que Derek mostrara enfado, dolor, incluso tristeza. Esperaba que le preguntase cómo podía pensar esas cosas, o que le pidiese que no continuara investigando. Sin embargo, no obtuvo de él sino un simple asentimiento que la dejó bastante confundida. Y las palabras que abandonaron sus labios... causaron en ella un gran asombro.
—Te creo.
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