Capítulo 1
NOCHE DE MISTERIOS
2011.
La relación que tenía Iza con su compañera de trabajo, Victoria Bellandi, era buena. Resolvían de inmediato los casos que les tocaba compartir, sabían trabajar juntas. Podía decirse que era mayormente profesional. Eso significaba que las llamadas realizadas entre ambas mujeres siempre estaban encerradas en el horario laboral: lunes a viernes, entre las ocho y las cuatro. Siendo un domingo a las seis, le había parecido extraño ver el nombre de su colega en el identificador de llamadas.
Sin embargo, la conversación resultó mucho más extraña que la llamada como tal. Se intercambiaron pocas palabras, ninguna de las que fueron dichas por Victoria le explicaron a Iza lo que estaba ocurriendo, solo que le vendría bien su ayuda lo más pronto posible. Lo más seguro era que se tratara de un caso, fue lo que asumió Iza mientras se deshacía de su pijama para meterse en unos vaqueros oscuros y una sudadera gris.
Cuando estuvo lista, bajó las escaleras a toda prisa al mismo tiempo que terminaba de ajustar su bolso cruzado. Agarró sus llaves del plato en el centro del comedor y exclamó un «¡Iré a San Francisco a trabajar en un caso!» cuando ya tenía agarrado el pomo de la puerta. No esperaba una respuesta inmediata, pero su hermano menor, Stiles, salió de la cocina y la miró con un par de churros en la boca.
Su respuesta, aunque no fue muy clara,Iza la entendió:
—¿Necesitas que te lleve?
—Sí, pero apresúrate —replicó su hermana tras considerar brevemente su oferta—. ¡Vamos!
Stiles, aún con las frituras a medio morder, consiguió las llaves de su vehículo y salió de la casa a toda prisa, siguiéndole el ritmo a su hermana. Esta, al pasar por su lado, le quitó un trozo de churro y se lo comió. Los dos se subieron al viejo jeep azul que estaba aparcado en la entrada, propiedad del más joven de los Stilinski, y empezaron a trasladarse por las calles de pueblo.
—¿En qué caso estás trabajando? —preguntó Stiles cuando comenzaron a llegar a la carretera—.Debe ser importante si te saca de casa un domingo, porque...
Su idea terminó siendo interrumpida por una voz femenina distorsionada que provenía de la radio. Al bajar la mirada en esa dirección, Iza notó una radio policial cercana a la palanca de cambios.
—No tengo idea —respondió ella de manera franca, ignorando la vieja radio que Stiles había tomado de su padre—, pero creo que es urgente.
—¿Crees? —repitió Stiles, observándola un instante antes de regresar al camino frente a él.
—Victoria nunca me llama fuera de horario. Preguntó si podíamos encontrarnos en la estación de autobuses tan pronto como pudiera.
Las ideas habían comenzado a surgir desde que ocurrió aquella llamada. Desde entonces, Iza no paraba de preguntarse qué podría ser, y si era tan serio como la voz de su colega le quiso transmitir por teléfono. Aunque la única manera de saberlo con certeza era cuando se reuniesen, no dejó de pensar en ello durante todo el viaje hacia la estación. Solo lo hizo cuando el jeep llegó al final de su trayecto. La joven se despidió de su hermano antes de bajarse.
—¿Sabes? Siempre puedo ir contigo, resolver algunos misterios —sugirió Stiles con una sonrisa de autosuficiencia. Sin quererlo, aquel gesto resultó contagioso.
—Mejor prepárate para tu regreso a clases —replicó, cerrando la puerta y consiguiendo un bufido de su hermano—. ¡No me esperes despierto!
Sin permitir que este le respondiera algo más, se alejó del jeep e ingresó a la estación, donde entregó su boleto para el próximo viaje a San Francisco. Apenas debió aguardar un par de minutos hasta que abordó el bus y este inició su recorrido de rutina. El viaje que estaba haciendo era el mismo que hacía para ir al trabajo, excepto que este se le hizo más interminable que nunca. Los minutos para llegar de su pequeño pueblo a la gran ciudad solían ser tolerables. Por lo general, eran cuarenta. Cuando mucho, se tomaba casi una hora por el tráfico. Si estaba despejado, treinta minutos eran suficientes. Sin importar cuán eficaz parecía ser la ruta en aquel momento, Iza sentía que no iba lo bastante rápido para gusto.
La noche había iniciado su curso, helada y potente, con vientos dignos del invierno californiano. Las nubes habían cedido su espacio a las estrellas, que brillaban junto a la luna con un esplendor que merecía ser admirado con detenimiento. Sin embargo, Iza no estaba prestando atención al ambiente más allá de notar los escalofríos que provocaban las bajas temperaturas. Su mente estaba más enfocada en hallar a Victoria, algo que resultó sencillo, pues en la estación no había mucha gente. La vio de brazos cruzados junto a su automóvil negro. Al contrario de ella, llevaba una camiseta fina con mangas hasta los codos, que quizá no ayudaba mucho con el frío que estaba haciendo. No obstante, parecía inmune a la helada brisa.
—Gracias por venir tan rápido. —Fueron sus primeras palabras cuando Iza se acercó al coche. Su voz se notaba ronca, muy distinta a la que solía oír en sus días de trabajo.
—Por supuesto, sonaba importante. ¿Qué ocurre? —Iza se apresuró a preguntar, pues la curiosidad no le permitía continuar esperando sin tocar el tema.
Su compañera desbloqueó el automóvil, y abrió la puerta del conductor. La joven imitó su acción, deslizándose en el asiento del copiloto. Antes de encender al vehículo, Victoria se inclinó hacia los asientos traseros, de donde tomó un sobre amarillo y se lo entregó a Iza. Esta manifestó su confusión con unas pocas arrugas en la frente, antes de utilizar la linterna de su teléfono para ver de lo que se trataba. Lo primero que sus manos tomaron fue una fotografía. En ella aparecía una adolescente que miraba feliz a la cámara. Era de cabello oscuro, casi negro, y ojos marrones. Daba la impresión de ser una chica bastante dulce.
—¿Quién es ella? —preguntó, repasando la foto por última vez.
—Es mi prima, Luna. Esta tarde debía recogerla para llevarla al aeropuerto y que regresara a Italia. Nunca llegó.
—Cuéntamelo todo, desde el inicio —pidió Iza, antes de examinar las siguientes fotos.
Parecían haber sido tomadas durante una vigilancia. En todas ellas salía un chico de cabello corto, castaño, que aparentaba estar hablando con una mujer que se hallaba a espaldas de la cámara. Su rostro no llegó a ser capturado por el lente. El joven desconocido y la mujer sin rostro debieron estar en una especie de callejón mientras hablaban.
—Esta semana hablé con sus padres, me dijeron que quería regresar a Italia con su abuela materna. Así, de la nada. —Victoria frunció el ceño—. Los tres intentamos convencerla de quedarse, pero ella estaba muy decidida por volver. Al final acordamos que yo la acompañaría, así era más seguro. Todo estaba preparado. Hoy, cuando fui a buscarla para irnos, sus padres me dijeron que Luna había ido a mi casa, pero nunca la recibí.
Iza adoptó la misma expresión confundida de su compañera, a la vez que repasaba lo que acababa de escuchar. ¿Qué necesidad había tenido Luna para no esperar a su prima en casa? Esto, si era que no se trataba de una excusa para salir por su cuenta.
—¿Cómo sabes que sigue en el país? —preguntó, sopesando la posibilidad. Lo más obvio era suponer que la chica se había ido a Italia sin su prima. Por algún motivo, Victoria debía haber considerado, y luego descartado, aquella opción.
—Yo tengo los boletos —respondió, antes de señalar el compartimento debajo del tablero. Cuando Iza escarbó entre los papeles, dio con la factura de dos boletos comprados en línea—. Escucha, me harías un gran favor si me ayudaras a encontrar su teléfono. ¿Crees que puedas? —Victoria la miró cuando se detuvieron en un semáforo en rojo. En sus ojos, bañados por la luz roja del tráfico, era notable su angustia.
Iza asintió, sin siquiera detenerse a considerar la petición de ayuda. Ver a su compañera con tanta frustración comenzaba a provocarle un nudo en el estómago. No se imaginaba cómo se sentiría ella si se hallase en las mismas circunstancias.
—Solo necesito una computadora —expresó.
—De acuerdo. Conseguiremos una computadora.
Ambas mujeres se dedicaron, durante todo el viaje, a enumerar los hechos e interrogantes acerca de la situación de Luna Bellandi. Iza hacía las preguntas, Victoria se esforzaba por proporcionarles una respuesta. Esta última entendía que hacer preguntas era una de las herramientas principales de los detectives privados. A pesar de encontrarse en un punto medio entre ser la investigadora y la cliente, lo estaba sobrellevando bastante bien, según Iza. Veía que Victoria hacía su mayor esfuerzo por mantenerse serena.
La conductora detuvo su coche en uno de los estacionamientos frente a un local bastante conocido por las dos. Investigaciones S. F. era una pequeña oficina independiente ubicada casi en el centro de la ciudad, y era también su lugar de trabajo. Contando a su jefe, Samuel Jonah Fischer, los tres investigadores resolvían los casos que tocaban a la puerta. Sin embargo, como eran pasadas las seis de la tarde, el lugar estaba cerrado. O así creía Iza, hasta que Victoria bajó de su vehículo y entró al establecimiento con una llave que tenía en el bolsillo de sus vaqueros.
—Jonah me deja las llaves a veces —explicó ante la mirada curiosa de Iza.
Al entrar, vieron la oficina a la que estaban tan acostumbradas: un espacio amplio con tres escritorios, los cuales siempre tenían papeles esparcidos, y cuestionable cantidad de latas de soda y vasos de café apilados en una pequeña papelera. Victoria avanzó hasta su escritorio designado y encendió la computadora portátil que estaba encima. Iza arrastró la primera silla que tuvo al alcance y aguardó hasta que la laptop estuviera lista para ser utilizada.
En Beacon Hills, uno de sus amigos de secundaria le había enseñado una o dos cosas sobre celulares y computadoras, algo que se había vuelto bastante útil para su profesión. Al cabo de un tiempo, con el número telefónico de Luna, un punto rojo comenzó a parpadear sobre una de las calles de la ciudad. Iza desconocía aquel lugar por completo, pero la otra detective daba indicios de saber muy bien cómo llegar. Después de todo, había pasado en San Francisco toda su vida.
...
El último sitio que había indicado el móvil de Luna Bellandi resultó ser un callejón oscuro y abandonado que pondría alerta a cualquier persona. Desde que dejaron el coche, un mal presentimiento se había asentado en el estómago de Iza; a medida que se acercaban al punto exacto, su cerebro enviaba más señales de alarma. Victoria marcó el número telefónico de su prima y esperó a que sonara. En lugar de alguna melodía o timbre genérico, lo que se escuchó fue un retumbo metálico. Su lugar de origen: un bote de basura.
La duda y la espera de que ocurriese algo terrible creaba una atmósfera mucho más lóbrega que la proyectada por el callejón por sí mismo. Las mujeres intercambiaron una mirada de pesadumbre, antes de que Victoria le entregara su linterna a Iza, comunicándole sin hablar que ella sería quien se sumergiría en la basura. Tan pronto como se inclinó hacia adelante para intentar subirse en el basurero, un clic detrás de ella le heló la sangre y erizó su piel.
—Apártense de la basura —demandó una temblorosa y ligeramente aguda voz. Quizá no habría resultado tan aterradora si no estuviera apuntándolas con un arma, pensó Iza por un instante.
—Leo, esto no es algo que quieras hacer —comentó Victoria, levantando ambas manos y retrocediendo con lentitud hasta que sintió en su nuca el cañón de la pistola—. Solo estoy buscando a Luna —dijo. A pesar de la situación, logró disfrazar de serenidad su pánico. Casi parecía una madre que le recriminaba a su hijo por la mala decisión que estaba por tomar.
Iza, por su parte, no estaba tan calmada. Aunque había intentado seguir el ejemplo de su mucho más experimentada compañera, su cuerpo no estaba seguro de conseguirlo. Sus manos se estaban tornando sudorosas y su respiración irregular se hizo presente. Se preguntaba si era posible que sus pulmones olvidaran cómo tomar aire. Entonces, de sus manos se resbaló su móvil, cuya luz terminó apagada por el suelo, permitiendo así que el callejón se sumiera en tinieblas una vez más. Aquel momento de desconcierto fue aprovechado por Victoria, quien apartó a Leo con un codazo. A juzgar por el estrépito, Iza supuso que él había perdido el agarre de su arma.
Durante el forcejeo a oscuras, Stilinski se agachó y, a tientas, buscó el móvil que había soltado. Una vez que lo tuvo, iluminó por todas partes hasta que su mirada se clavó sobre la pistola que se hallaba a unos pocos metros de ella. No vaciló en tomarla, aún con las manos algo temblorosas, y apuntar con ella al muchacho que acababa de ser sometido por Bellandi.
—¿Por qué haces esto? —interrogó Iza con la respiración entrecortada.
El muchacho, tan joven como Luna, de ojos azules y cabello oscuro, observó a las dos investigadoras y se mostró renuente a contestar. Victoria le dio una brusca sacudida mientras lo sujetaba por el cuello de su camiseta.
—Te hizo una pregunta —gruñó.
En ese momento, el llamado Leo también soltó un gruñido y se aferró a una bolsa de basura que había a su lado. Pronto la lanzó hacia adelante, rasgando el plástico y dejando caer el contenido sobre las dos mujeres. Mientras retrocedían, el adolescente se levantó del suelo y echó a correr, de manera tan escurridiza como lo haría una cucaracha. Cubiertas de desperdicios —y empezando a apestar casi de inmediato—, las investigadoras maldijeron a su manera.
—¡Lo tenía! —se quejó la mayor, pateando los desechos que cubrían sus botas.
—Pero tenemos otra cosa —replicó Iza terminando de salir del contenedor de basura. Si ya apestaba, debía al menos valer la pena, fue lo que pensó. Sostuvo en el aire un celular—. El móvil de Luna —informó, mostrando que la pantalla tenía llamadas perdidas de la prima Vicky.
—Premio doble, de hecho —murmuró ella, cuando se agachó para ver que el pequeño delincuente se había desprendido de su propio móvil.
Después de aquel encuentro, desagradable en muchos sentidos, Victoria le ofreció un cambio de ropa a Iza en su apartamento. Ella, en retorno, le ofreció sacar de ambos teléfonos toda la información que que pudiera. Esa noche aparentaba ser una muy intrigante y ocupada, aunque no supieron cuánto hasta que hallaron completamente destrozado el hogar Bellandi. Su propietaria tomó la pistola de Leo y la sostuvo con firmeza antes de entrar.
El interior iba a juego con el desastre que vieron al entrar. Los muebles estaban volcados, las lámparas rotas, las mesas con las patas arriba... Más que un robo, parecía un ataque. E Iza había comenzado a creer que alguien se estaba tomando muchas molestias para que Victoria dejara de buscar a su prima.
—¿Se llevaron algo?
—Por lo visto, no hallaron lo que buscaban. Ahora deberé cuidar mejor la evidencia que recolecte... —masculló, comenzando a levantar un sofá, como si aquella invasión hubiera sido un ligero incidente.
—Querrás decir «que recolectemos» —corrigió Iza—. Aún voy a ayudarte a hallar a Luna. Me llevaré los teléfonos y cuando te envíe lo que encuentre, llamas a la policía... Esto puede ponerse peligroso, Victoria —añadió al ver la mirada reticente que obtuvo.
—Es exactamente por lo que debo continuar en esto —repuso ella.
—Nunca dije que te apartaras. Ellos tienen más recursos, haz que te incluyan en la investigación.
...
La propuesta de Iza había quedado grabada en la mente de Victoria, aunque no pudo tomar la decisión en el mismo momento. Se debió conformar con la promesa de que lo consideraría y que, sin importar lo que eligiera, tendría cuidado. Al no ser tan cercanas, solo podía confiar en su palabra y esperar que todo saliera bien. Aquella noche, Victoria dejaría a Iza en la puerta de su hogar en Beacon Hills, y cuando regresara a San Francisco se quedaría a dormir en la casa de una amiga. Habían acordado que era suficiente trabajo por un día, y que continuarían el lunes a primera hora. Ninguna estaba satisfecha con aquella decisión, aunque no lo dijeran en voz alta, pero sabían que era lo más sensato que debían hacer.
El automóvil aceleró por el pueblo de Beacon Hills después de que Iza hubo entrado a su casa, la cual, por alguna extraña razón, estaba vacía. Afuera no estaba la patrulla de su papá, o el jeep de su hermano menor. Al revisar sus mensajes, notó que su padre le había escrito horas atrás:
«Tuve una llamada de emergencia en el trabajo, regreso tarde a casa.»
Después de eso, supuso que Stiles debía estar en casa de Scott, como de costumbre, y se permitió relajarse un poco. Lo primero de su lista fue tomar una ducha y deshacerse totalmente de cualquier rastro de haber estado en contacto con basura. Se lanzó a su cama una vez que recuperó su habitual fragancia a frutas. Abrió su computadora portátil y cerró la película que había estado viendo esa tarde antes de la llamada de Victoria. Conectó el teléfono celular de Luna con un cable que tenía guardado.
Iza no sabía cómo reconoció Victoria al muchacho que se había aparecido en aquel callejón, hasta que encontró mensajes entre él y Luna. El chico había organizado un encuentro con ella, unas horas antes de que se fuera con Victoria al aeropuerto. El tal «Leo» había sido la última persona que estuvo en contacto con la chica perdida.
Saber aquello le causó una frustración tan grande que fue capaz de borrar cualquier inseguridad que hubiera podido tener a la hora de revisar el teléfono que Leo había dejado caer. Ahora que sabía que ambos adolescentes tenían una relación y se habían visto, la voz que dictaba en su cabeza solo decía una cosa: «continúa investigando».
.
NOTA DE LA AUTORA
«¡Hola! Disculpen la demora, es mi primer fin de semana desde que terminé los exámenes. ¿Qué les ha parecido el capítulo? Quiero que vayan conociendo a Iza antes de ir de lleno con los demás personajes de Teen Wolf. Espero que les haya gustado.»
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