Nieve [One - Shots]
París tenía ese encanto inigualable que Camus siempre quiso compartir con alguien especial. Y ese alguien era Milo. Por eso, ignorando las obligaciones, las posibles reprimendas del Patriarca y las miradas inmiscuidas de sus compañeros , había tomado una decisión impulsiva: llevar a Milo a la Ciudad del Amor, aunque fuese solo por un día, proporcionado por su diosa.
Milo, sorprendido pero encantado, no pudo resistirse al plan de su reservado de su esposo.
—¿Estás seguro de que esto es una buena idea? —preguntó el escorpión, ajustándose la bufanda que Camus le había insistido en llevar.
Camus lo miró de reojo, con una leve sonrisa que apenas curvaba sus labios.
—No siempre podemos vivir para las órdenes de otros, Milo. A veces, también necesitamos vivir para nosotros,además tenemos la proteccion de Docko por si nos dice algo Shion.
La frase quedó flotando en el aire como un copo de nieve suspendido en el viento.
Camus eligió Montmartre como el primer destino. Caminaron entre calles empedradas, rodeados de artistas callejeros y cafeterías con terrazas llenas de vida. Milo admiraba cada rincón con una expresión de fascinación que Camus encontraba difícil de ignorar.
—Nunca había visto algo tan bonito —admitió Milo, deteniéndose frente a una tienda de flores. El aroma a lavanda y rosas llenaba el ambiente.
Camus aprovechó el momento para acercarse.
—Pensé que te gustarían los detalles sencillos.
Milo levantó la mirada, sorprendido por la sinceridad en las palabras de Camus.
—¿Y tú cómo sabes tanto de mí?
—Te observo más de lo que imaginas —respondió, sin apartar la mirada de esos ojos azules que siempre parecían contener un destello de travesura.
El corazón de Milo dio un vuelco, pero antes de que pudiera responder, un estornudo inesperado de Camus interrumpió el momento. Fue como si el cielo respondiera a su pequeño desliz, porque en cuestión de segundos, suaves copos de nieve comenzaron a caer.
—¡Camus! —exclamó Milo entre risas.
—¿Qué? —preguntó el acuariano, frunciendo el ceño, aunque la leve curva en sus labios traicionaba su seriedad.
—¡Está nevando! ¡En primavera, en París! ¡Eres un desastre!
Camus intentó excusarse, pero la risa de Milo lo desarmó. En lugar de responder, extendió la mano y atrapó un copo de nieve que caía delicadamente.
—Al menos es una tarde inolvidable, ¿no? —susurró Camus.
Milo asintió, aún con esa sonrisa que iluminaba su rostro, y tomó la mano de Camus.
—Inolvidable, como tú.
Mientras Milo se abalanzo para darle un beso a su esposo. Los dos se refugiaron en una pequeña cafetería donde terminaron su día.
La Torre Eiffel
La tarde continuó y Camus no perdió la oportunidad de llevar a Milo hasta la Torre Eiffel. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos naranja y rosa mientras ellos subían a la cima, donde el aire fresco se sentía más fuerte.
Milo miraba con asombro la vastedad de la ciudad a sus pies.
—¿Y si el Patriarca nos viera aquí? Seguro diría que estamos desperdiciando energía... —dijo Milo, intentando mantener su tono serio, pero sin conseguirlo del todo.
Camus, sin apartar la mirada del horizonte, respondió en voz baja:
—Entonces, que mire. No todos los días la vida te permite detenerte a admirar algo tan perfecto como esta vista... o como tú.
El silencio los envolvió por un momento, y Milo, al escuchar esas palabras, se sintió invadido por una mezcla de emociones. Sin embargo, antes de poder articular algo, un leve beso en la mejilla de Camus lo interrumpió, un gesto de ternura que hizo que su corazón latiera con más fuerza.
Paseo por el Sena
Ya caída la noche, Camus sugirió un paseo en barco por el Sena. Los dos se acomodaron en una mesa, disfrutando de la suave brisa mientras las luces de la ciudad se reflejaban en el agua. Milo se recostó en el borde del barco, mirando las orillas iluminadas por las farolas, mientras Camus, a su lado, lo observaba con la calma habitual de siempre, pero en sus ojos brillaba algo más.
—No sé si quiero que este día termine —dijo Milo, tocando suavemente la mano de Camus.
—Entonces que no termine nunca, le diré a la señorita Saori que nos quedaremos aquí si tu quieres —respondió Camus, sin apartar la mirada de Milo.
El Louvre
Decidieron terminar su paseo visitando el Louvre, y aunque la mayoría de los turistas se concentraban en las grandes obras maestras, Camus guió a Milo hacia una pequeña galería, donde el escorpión se sintió más cómodo entre los cuadros menos conocidos.
—Este museo es un caos —comentó Milo, observando una obra moderna con cierta desaprobación—. ¿Cómo puedes ver belleza en tanto desorden?
Camus sonrió, sabiendo que era una oportunidad perfecta para compartir algo más profundo e intimo.
—¿Y tú cuando gimes en mi cama?¿Acaso tus gemidos no son obras de arte y tu pelo desordenado?— le susurro al oído para que nadie escuchara.
—Camus aquí no, en la noche si en nuestra habitación.
La cafetería en Montmartre
Finalmente, después de tantas aventuras, se refugiaron en una pequeña cafetería en Montmartre. El aroma del café recién hecho llenaba el aire, mientras las luces tenues de las velas creaban una atmósfera acogedora.
—¿Sabes? Esto es perfecto —dijo Milo, recostándose contra el respaldo de su silla.
Camus lo miró con ternura, la mirada perdida en ese rostro que había conquistado su corazón de una forma que nunca pensó posible.
—Lo mejor de todo es que no necesito nada más —respondió Camus, extendiendo su mano hacia Milo.
Mientras Milo vio como caía la hermosa nieve creada por Camus, como si de un momento mágico se tratase haciendo que el día en París fuera más perfecto y sin esperarlo Camus lo beso en los labios.
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Compendio Ethernal
Francia, donde hace poco nevó, siempre tendrá mi corazón. Fue este vínculo especial lo que me inspiró para este fic. Aunque París es conocida como la Ciudad de la Luz, para mí es la Ciudad de las Estrellas, el lugar donde nació nuestro hermoso Camus. En esta historia, él también brilla como mi Lumière éternelle.
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