| Nueve |
Golpeé la puerta de la que solía ser tu casa antes de que te mudaras conmigo. Me atendió tu papá y me quedé observando sus ojos durante dos segundos antes de empezar a hablar. Eran enormes y celestes, del color del cielo en un día perfectamente soleado. Eran iguales a los tuyos.
Cuando me dio las noticias, el granizo se detuvo para dar comienzo a una precipitación diferente. Cuando me dijo que yo no era el único al que habías dejado, sentí como si me hubiese tapado la nieve.
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