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V E I N T I S I E T E


Capítulo veintisiete: Dependiendo del cristal por donde se le mire.


Siempre he sabido las consecuencias que acarreaba enamorarme de un chico con novia, o por lo menos tenía clara la más importante de ellas: quizá él nunca se fijaría en mí y así obtendría un corazón roto. Comprobé mis sospechas luego de casi cinco años haciendo de todo sin obtener nada.

Demasiado tarde.

Quiero creer que durante este tiempo no se me pasó la vida persiguiendo lo inalcanzable. Sé que no lo hizo. Pero lo más probable es que de no haber sido de esa forma, de no haberme impuesto por todos los medios enamorar a Sean, ahora estaría mucho mejor y no en esta montaña rusa de emociones que supone la primera decepción amorosa.

Como fuera el caso, parece regla de vida que el primer amor nunca funcione.

Asimismo, me he llegado a preguntar cómo sería mi vida si Sean nunca hubiera aparecido en ella: menos interesante y más miserable o más interesante y menos miserable. Si hago una encuesta, estoy segura que la opción ganadora sería la segunda, aunque en realidad no existe forma de verificar ese hecho.

Pero bueno, para interesante y miserable estaba lo que me ocurría en estos momentos.

No fui la causante de una tragedia, sino de una estupidez que me llevó a pasar la noche en una estación de policía. No tengo idea de por qué lo hice — quizá porque estoy loca— , pero luego de creer que ya había derramado demasiadas lágrimas por Sean, me dio por desprenderme de los brazos de mi mejor amigo y salir corriendo hacia donde los pies me llevaran. Increíblemente fue muy lejos de casa, para ser más precisa en el vecindario de Dorchester, lugar donde los delincuentes abundan como el arroz. O eso es lo que la mayoría de las personas tienden a pensar pero que ahora tendré que poner a tela de juicio, porque aún cuando pasaba de las once de la noche no me asaltaron, violaron y, lo más importante, sigo viva. Tras las rejas, pero viva.

— ¿Cómo estás?— pregunta la misma oficial de policía que habló conmigo anoche. Es de tez blanca y cuerpo fornido aunque apenas le calculo los treinta años de edad.

Para semejante contextura tuvo que haber hecho demasiado ejercicio. O tal vez de los pechos de su madre en vez de leche líquida salía en polvo. No lo sé.

— No me puedo quejar; he estado en peores situaciones — comento, sentada en la pequeña cama que yace en el lugar —. Sin embargo, me pregunto cuando podré salir de aquí.

— Eso será cuando me acuerde donde dejé las llaves de la celda.— responde, sin un ápice de estar apenada.

La veo marcharse y no me queda de otra más que rogar para que halle esas benditas llaves y poder irme a casa, donde mi abuela y mi tía han de estar con el alma pendiendo de un hilo al no saber mi paradero.

Observo a los dos oficiales que me trajeron hablando entre ellos y no puedo evitar recordar el malentendido de ayer, que fue la razón de mi permanencia en el lugar.

Resulta que después de caminar por Mattapan, vecindario vecino al mio, a mis pies le dio por aventurarse a más kilómetros lejos de casa y así fue como llegué a la sección de Blue Hill Avenue. Específicamente a una especie de puente en el que si me lanzaba podía quedar con vida por cuestión de segundos, porque también en cuestión de los siguientes dejaría de respirar ya que con lo transitada que era la avenida debajo de éste un auto me pasaría por encima y así dejaría de existir. Por supuesto no quería eso, tan solo me pareció bien desahogarme con el vacío y que el eco me trajera de vuelta mis palabras para convencerme de una vez por todas que Sean no era para mí y que no valía la pena seguir llorando por él.

>> Por largos minutos solo grité, pero lo que para mí eran simples gritos de desaliento para esos dos oficiales de policía que pasaban por el lugar era una clara advertencia de un próximo suicidio, por eso no vieron opción más factible que traerme a la estación de policía hasta que se me quitara esa loca idea de la cabeza. Aseguré infinidades de veces que no intentaba darle fin a mi vida, mas fue inútil porque no me creyeron.

Cualquiera pensaría que los oficiales de policías están preparados y capacitados para dar una charla que motive a una persona a seguir viviendo, pero yo todo lo que recibí al llegar a la estación fue una celda y un pedazo de pizza junto a la frase de que no me podía suicidar porque me iría al infierno, y todo por la sencilla razón de que la oficial Waters no era descendiente de Sherlock Holmes y sus palabras no podían ser nada impresionantes como lo eran las de él. En ese momento de lo que yo llamaría "un gran discurso" no hice nada más que mirarla, y por el simple hecho de que no abrí mi boca para responder ella dio su veredicto y dictaminó que debía pasar la noche en el lugar ya que tenía depresión. Una rotunda y absoluta mierda.

Calculo que pasa más de una hora cuando la oficial encuentra las llaves que siempre estuvieron en el bolsillo de su camisa y me dejan en libertad. Sin despedirme de los tres oficiales más tontos que debe tener todo Boston, esos que prometieron quedarse despiertos para vigilarme pero se quedaron dormidos, salgo de la estación.

Lo primero que me recibe es el frío característico del mes de noviembre y el sol oculto por nubes grises junto a una ligera neblina como parte de ser tan temprano.

Salí sin pensar de casa que no tengo dinero para el transporte, pero a falta de ello tengo dos buenas piernas que así como me trajeron a no sé cuántos kilómetros lejos de casa pueden hacer la misma función y llevarme de vuelta.

Comienzo mi recorrido y a los cinco minutos ya me falta el aire.

¿Cómo demonios se supone llegué aquí anoche si ya estoy cansada? Determino que fue un bajón de adrenalina lo que tuve ayer. Aunque si lo pienso bien, ha de ser el no dormir y estar sentada en un colchón tan duro como el cemento la causa de que mis funciones motoras sean tan precarias el día de hoy.

Estoy tan distraída que cuando voy a cruzar la calle un auto pasa y me baña casi de pies a cabeza y con agua que no podía ser más que de cloaca. Para rematar, al pasar por un parque algún animal montado en un árbol decide hacer sus necesidades justo cuando estoy pasando por el lugar, obteniendo como resultado caca en mi cabeza.

Hoy el cielo ha decidido cagarme.

Tengo que soportar las miradas de las personas y el ver como se tapan la nariz cuando paso cerca de ellos hasta que llego a casa, en donde no solo veo a mi abuela y mi tía, sino también a Drew haciendo alguna especie de oración en la sala. Estoy de mal humor por lo acontecido hace poco que sin dar alguna explicación por mi desaparición y las condiciones en la que estoy llegando — hecha un desastre — llego a mi habitación echándole pestillo a la puerta e ignorando a esas tres personas que piden explicaciones fuera de la misma.

¿Dónde estabas?, ¿Por qué llegas en ese estado?, ¿Te ocurrió algo?, ¿Cómo te encuentras? Son algunas de las tantas preguntas que hacen. Pero en vez de responder me voy a bañar.

Es cuando considero que me he echado los suficientes productos químicos para que el pestilente olor que cargaba mi cabello y cuerpo hayan hecho algún efecto favorable que salgo. Poniéndome un enorme blusón que me llega a mitad de muslo y que podría hasta asegurar fui a la guerra por los enormes huecos que lo adornan, me preparo para dormir. O eso quiero, porque con todo el dolor no de mi alma sino de mis articulaciones tengo que ir a abrir la puerta y regalarle algunas palabras tranquilizadoras a los energúmenos que aún están esperando fuera.

— Malentendido. Estación de policía. — no tengo tiempo de ver otra reacción más que de desconcierto en sus rostros apenas digo eso, quizá sopesando lo que traté de decir, porque vuelvo a cerrar la puerta con pestillo.

Y supongo que mis palabras fueron todo menos tranquilizadores, ya que ahora piden que le diga cuál fue el malentendido. Ni loca iba agregar la palabra suicidio, porque conociendo a mi familia como lo hago estoy segura que hoy mismo estaría en terapia con algún psicólogo.

— En estos momentos todo lo que quiero es dormir— casi que grito—. Déjenme descansar que ya luego les contaré.

Parecen estar poniéndose de acuerdo en algo juzgando por los murmullos que producen. Entonces agradezco cuando me dicen que me dejarán tranquila... por los momentos. Bueno, algo es algo.

Ya en mi cama, mis ojos empiezan a cerrarse.

* * *


Despertándome, considero que lo mejor es una buena tarde de ocio: esas donde te desconectas de la realidad y no haces más que estar en compañía de algún programa televisivo en lo que disfrutas de una buena ración de palomitas de maíz y un refresco. Esa sería la parte ficticia de mi modo "flojera automática", la parte mala es que, en realidad, mientras veo el desfile de la temporada pasada de Victoria's Secret no tengo nada que comer y todo porque aún no me atrevo a bajar para no verle la cara a mi abuela.

— Es linda.— afirmo, viendo a la rubia que modela en estos momentos.

Me da por pensar que de haberme presentado en las instalaciones de dicha compañía hoy por hoy, quizá, sería uno de los "Ángeles". Lo más probable es que no. Igualmente, ser modelo no era algo que me quitara el sueño.

Pasa un rato cuando alguien toca la puerta, esperando que le abra.

— Bradley, abre la puerta.—pide mi abuela en susurros que no son muy común en ella, principalmente porque mi abuela es una de esas mujeres que hasta en la voz muestra seguridad.— Tengo llaves, así que la puedo abrir... Preferiría que tú lo hicieras.

Como mi abuela puede llegar a ser un grano en el culo cuando se lo propone, hago lo que dice y  vuelvo a la cama.

Noto como esa mujer fuerte y segura se ha esfumado el día de hoy. Su cabello es un nido de pájaros y aún lleva la misma ropa de ayer; eso me hace sentir mal porque lo más probable es que se deba a la preocupación que sentía por mi. No obstante, no digo nada y desvío mi mirada hacia el televisor.

Espero un sermón o un regaño por lo que hice anoche, pero ella solo me mira y eso es más frustrante.

— Mientras dormías, la novia de Sean ha venido— empieza —. Te trajo algo.— esas tres simples palabras llaman mi atención.

Tomo el pequeño envoltorio que me ofrece, esperando que por lo menos sea algo que comer, pero rasgándolo descubro que es un libro el cual juzgando por el título pertenece al género de misterio y si analizo la portada... también.

— No es comida.— comento, empezando a leer la nota adherida al papel, donde resalta una  legible y decente letra.

" En ocasiones te he visto entretenida y sumergida en las páginas de algún libro, por eso supuse te gusta la lectura. No pretendo ofenderte con esto, tan solo tómalo como una muestra de agradecimiento por lo que hiciste por mi. Sé que el tamaño de una vida es demasiado grande para lo insignificante que ha de ser lo que te obsequio, pero, hey, es sincero.

Te confieso, pensé en regalarte hasta un auto. Lo medité y concluí que seguro me lo pasarías por encima porque, tal como este libro, puedes llegar a ser aterradora".

Y así finalizaba.

Lo que ella diga o deje de decir no me puede hacer ninguna gracia, pero increíblemente tengo que retener la sonrisa que se forma en mi rostro a causa de lo último porque si ella no me cae bien sus chistes menos. Tengo que ser justo con mi causa.

Le echo una ojeada nuevamente a la portada del libro. Mire por donde se le mire tiene toda la pinta de que llegará a crisparme los nervios en dado caso de leerlo, cosa que no haré porque, nuevamente, tengo que ser justa con la causa. Además, hasta el momento solo he leído libros empalagosamente románticos, porque Vanessa es quien me los presta y como lo que abunda en su vida es el cliché tengo que conformarme con eso y dejar de lado los demás géneros literarios.

— La chica me contó lo que pasó ese día. ¿Por qué no te defendiste? — pregunta mi abuela, esta vez sentándose en mi cama.— ¿Por qué no dijiste nada cuando Sean te culpó de algo tan serio?

Suspiro, dejando en la mesita de noche lo enviado por la pelirroja y cubriéndome por completo con la sábana.

<< Porque solo quería llorar. Mi pecho se sentía pesado; mis pulmones clamaban por aire y mi garganta estaba siendo apretada con una bufanda con espinas. Como ves, todo apuntaba a que no tenía las fuerzas para pronunciar palabra>>. No creo que esa sería la respuesta políticamente correcta, pero si la verdadera.

— Perdón por decirte aquellas palabras, Brad. Perdón por no confiar en ti.

— No tienes que disculparte. — hablo, todavía sin mirarla —Todo lo que dijiste era cierto: soy una mala persona.

— Yo no...

— Si, no lo dijiste de esa forma pero yo lo interpreté así. Ahora... solo quiero descansar.

Entendiendo que de alguna forma le he pedido marcharse, se levanta y sale de mi habitación.

Por mucho que me niegue a aceptarlo, lo que más me dolió aquel día fue que ella no confiara en mi.

Apago la Tv porque la conversación me ha quitado ya el suficiente ánimo para continuar, aunque agradezco que por la misma se hubiese olvidado del asunto de ayer. Ahora el único plan sensato que se me ocurría era seguir durmiendo y reponer energías. No contaba con que mis pequeños planes estuvieran en discrepancia con los de Ellen quien quería visitar tiendas hoy.

— Ya dije que no.— digo por enésima vez desde que entró a mi habitación.

— ¡¿Por qué no?!— exclama, quitándome la sábana y haciendo que salga de mi escondite.

— Porque soy miserable.

La veo rodar los ojos antes de sentarse a mi lado.

— Drew nos contó la razón de porque saliste como alma que lleva el diablo anoche— dice, pasado unos segundos. Quiero preguntar por él, pero me callo porque sé que debió irse a trabajar—: dejaste ir a Sean — no respondo— ¿Por qué lo hiciste cuando te gusta?

Y ahí, en el regazo de mi tía ahora, me echo a llorar mientras poco a poco le cuento lo que quiero: ser por lo menos medianamente feliz.

— Entonces está bien— dice, acariciando mi cabeza— . Lo último que quiero es que seas una fracasada como yo.

— No eres una fracasada.— me apresuro a decir. Pero Ellen solo me regala una triste sonrisa antes de levantarse. Sonrisa que reflejaba claramente que no me cree y, aunque me lo niegue, yo en cierta parte menos.

Ese era el problema. En el fondo sí pensaba que, de muchas maneras, Ellen era una fracasada que no hacía nada para dejar de serlo.

Luego de su fatídico matrimonio, la vida pareció pasarle por encima de una forma que llegaba a ser desquiciante: se cerró a toda posibilidad de volver a enamorarse y todos los sueños que había construido se fueron por el caño. No solo dejó de lado su verdadera pasión que era decorar exteriores, sino que se fue apagando como mujer; dudaba que Ellen pudiera sentir. Ahora solo se refugia poniendo todas sus esperanzas, o la poca que le queda, en aquella cafetería donde hace de barista — una pésima, porque sus cafés la mayoría de las veces parecen haber sido hecho con agua del océano ya que eran más salados que dulces— y que no logra hacerla feliz. Y eso era todo lo que no quería para mi vida.

— Como sea. Te espero en media hora en la sala.— me observa una última vez y agrega—: Por hoy dejaré que te vistas como mejor te parezca. —y se marcha con una escueta sonrisa que no logra llegarle a los ojos de lo falsa que es.

Me rehusaba a ser como Ellen: una mujer que escasamente sonríe pero que insistentemente llora. Por eso decido levantarme, no solo de mi cama sino ante la vida, y me propongo seguir adelante pese a que nada conspire a mi favor.

Ya la vida era demasiado inicua, para yo volverla peor.

* * *


No recordaba que hoy era Viernes Negro hasta que vi en las afueras de cada tienda como un tumulto de personas se aglomeraban, en espera de que le llegara el turno y así poder entrar para aprovechar las rebajas que traía consigo la fecha. Entre esas personas estaba yo quien, junto a mi abuela y mi tía, ha tenido que soportar las características deplorables de una cola: empujones, malas palabras, pésimos olores y el manoseo pretencioso por parte de algunos chicos.

Fue una estúpida decisión esa de haber venido, pero no es como si hubiera tenido opción porque igualmente Ellen me hubiese arrastrado. Pese a la caras de culos que tienen, mi abuela y mi tía siguen en su labor de que la cola avance mientras siguen empujando. Sí, no se puede negar que son madre e hija cuando pierden el Glamour al mismo tiempo.

Soy feliz de haberme puesto un jeans y no un vestido, porque entonces con tantos manos largas que abundan el día de hoy no dudo que una mano ya hubiera viajado a mi entrepierna. Pero sí me arrepiento de no haberme puesto por lo menos los tacones más filosos que tengo y así pegárselo en la cabeza al degenerado que posa por segundos su mano en mi trasero. O por lo menos hubiera intentado hacerlo, porque con el sin fin de personas en el lugar no sé quien ha sido y por lo mismo tengo que dejarlo pasar.

— No te despegues de nosotras, Brad.— pide mi abuela, tomando mi mano.

Fue un viaje incómodo el que tuvimos mientras nos trasladábamos al centro de la ciudad. Nuestras salidas se caracterizaban por hablar durante todo el camino en lo que yo y Ellen íbamos enganchadas de sus brazos. Pero hoy decidí sostener el de mi tía y solo me atreví a hablar con ella; y mi abuela hizo lo mismo. Supongo que una escasa conversación no podía poner las cosas como eran antes, y menos cuando yo no quise cooperar.

Las puertas finalmente se abren para nosotras y Ellen no pierde tiempo en distribuir las funciones que tendremos cada una el día de hoy: Baley se encargaría de los pantalones para las tres, yo de las camisas y el calzado, y ella de los vestidos y la lencería. Sencillo. Y lo mejor es que no hay de que preocuparse porque todas sabemos los gustos de la otra.

— Nos vemos en la caja en media hora.— habla mi abuela.

Y así lo hacemos. En media hora ya estamos pagando y saliendo de la tienda para ir a comer algo antes de regresar a casa. Ya en el restaurante, nos encargamos de pedir arroz chino porque a mi tía se le antojó apreciar lo bueno que tiene el continente asiático.

— Hubiera preferido una pizza— digo. Veo a Ellen abrir la boca y como sé lo que piensa decir me adelanto—. Sí, sería el colmo que un restaurante chino ofreciera comida italiana. Solo digo que hubiera preferido una pizza.

— No puedes vivir solo a base de pizza — recrimina mi tía—. Existen otras comidas que merecen una oportunidad.

— Sí, bueno, pero pizza es pizza.

Mientras comemos no hago más que ignorar que mi abuela no hace más que mirarme, quizá esperando que rompa el silencio que le impuse. Y aunque no lo hago, decido dar el primer paso y al salir del local aferro mi mano en su brazo como era común en nosotras antes de que llegara la tempestad. La veo sonreír.

Hannah se hace presente en forma de mensaje. Preguntándome si ya estaba por llegar, me doy por enterada de que me olvidé de que hoy tenía trabajo y lo peor de todo es que solo me quedan diez minutos antes de que mi jornada empiece.

Diciéndole a la dos miembros de mi familia que tendrán que regresar sin mi, dado que debo ir a aportarle mi tiempo al trabajo, y dándole mis bolsas con las compras, me encamino hacia el lugar.

Quisiera ser Flash para correr o Superman para volar y de esa manera llegar rápido, pero la verdad es que hoy con las escasas fuerzas que me quedan me asemejo más a un caballo, pero uno con las cuatro patas enyesadas. Una verdadera tragedia.

Son pasado veinte minutos que llego y me pongo al día con todo, menos con la cara de estúpida que pone Hannah cada que su teléfono anuncia un mensaje. Ella sonríe, sonríe de verdad. Está en las nubes y tengo la sospecha de quien puede ser la razón de ello, pero no tengo tiempo de constatarlo cuando debo estar caminando para arriba y para abajo mientras atiendo el lugar.

Cansancio es lo que me deja cinco horas de jornada laboral. Cansancio que se refleja en cada parte de mi cuerpo, sobretodo en mis omóplatos que parecen estar cargando kilos de plomo. Parezco familiar del jorobado de Notre-Dame.

— Vamos, te llevo a tu casa.— propone Hannah apenas salimos de la boutique.

— La verdad preferiría caminar — me excuso —. Quiero pensar.

— Pues piensas en el auto.— la miro con incredulidad. Si hay algo que no se puede hacer estando con Hannah, eso es pensar y todo debido a que ella habla hasta por los codos.— Bien, lo he pillado. Ya nos veremos entonces, perra.— la veo despedirse con su mano y arrancar, perdiéndose entre las calles.

La verdad es que lo que menos quería era caminar o pensar. Pero intuí ella quería ir a otra parte que no era precisamente mi casa y no pensaba quitarle su tiempo.

Caminando un poco, decido sentarme en una banca que se halla en el bordillo de la acera. Para ser tan tarde hay demasiados transeúntes por el lugar: amigos que se dedican a caminar mientras charlan, parejas de recién casados, felices padres con sus hijos, adolescentes enamorados y, lo que nunca puede faltar, borrachos empedernidos. Por suerte, también hay policías vigilando.

Sabiendo que no corro ningún peligro, me pongo a contemplar la luna. Nunca se me había hecho tan interesante como ese día que, al igual que yo, se encuentra totalmente sola. Ni una sola estrella la acompaña.

— Estás sola. — le digo, aunque no me escuche.

Como si mis palabras la hirieran, soy testigo de como se esconde entre nubes y luego de que vuelve a salir dando la impresión de que está metida en agua.

— Genial, Brad, ya la has hecho llorar.— rio de mi propio chiste.

Y solo por esa noche me da por creer en presagios que no me deparan nada bueno.

Escucho el sonido de unos zapatos muy cerca, y al levantar la vista noto que se trata de Evan. Se ve más que bien con esos jeans ajustados y una camisa manga larga con estampados de rosas.

Imagino que si está aquí es porque ya no está enojado conmigo, así que para constatar ese hecho pregunto la primera tontería que se me cruce por la cabeza y esa es si me había instalado un GPS.

— No. La verdad es que llegué a la boutique a buscarte, pero ya te habías ido. Llamé a Hannah y ella me dijo que estabas muy cerca.— responde, mientras se sienta a mi lado— Fue fácil dar contigo.

Asiento, y vuelvo a mi tarea de ver la luna.

Evan no dice nada. No sé porqué, pero aún cuando está cerca lo siento lejano.

— Cuando era niña pensaba que la luna me seguía — él ríe y yo lo miro por escasos segundos. De pronto, me da por pensar en aquel tiempo que era realmente inocente para creer eso y no puedo evitar la sonrisa que se forma en mis labios. —. Algunas veces hasta apuraba el paso para que no me alcanzara.

— Estoy seguro que todo niño creyó eso aunque sea una vez.— le doy la razón.

— Bien, di algo que creías cuando eras niño.— sugiero, esta vez dándole la atención que se merece.

— Mmm... ¿En Santa Claus?

— ¡¿Quién demonios creía en ese gordo?!— grito, llamando la atención de algunos transeúntes, por lo que tengo que bajar la voz— Por Dios, ni siquiera yo lo hacía.

— Bueno, pues yo sí.

— Bien, me toca— digo, pensando en mi próxima creencia infantil—. Un día en la Tv pasaron un comercial en donde una mujer se estaba lavando el cabello con un champú que expelía pétalos de rosas. Mandé a mi madre a comprármelo pero, como era de suponerse, ningún pétalo salió. Fue la primera vez que me sentí estafada — esta vez ambos reímos.— Sí, era realmente tonta.

— No eras tonta; eras una niña — afirma.

Seguimos conversando un rato más sobre la ingenuidad de un niño, hasta que me levanto porque considero debo regresar a casa.

— Te llevo.— no me da tiempo de negarme cuando él se levanta, camina hasta su auto, que siempre estuvo detrás de nosotros, y abre la puerta del copiloto para mi. No me hago de rogar y subo, porque no me apetecía esperar bus a esta hora.

Es cuando pasamos por el frente de la boutique que me doy cuenta de que Evan no suele venir mucho al negocio de su madre y de que las pocas veces que lo hace no entra sino que se queda esperando fuera. Eso despierta mi curiosidad y me lleva a preguntárselo.

— A mediados del pasado año solía acudir con frecuencia— habla, sin apartar la vista del camino —. Era amable con las chicas: abría la puerta para ellas, las ayudaba cuando cargaban algo pesado... y así fue como dos malinterpretaron mis gestos y creyeron que estaba enamorado de ellas. Un día una se sintió mal y yo le propuse salir, un grave error no darme a entender porque ella pensó que le estaba pidiendo ser mi novia. De pronto todo se volvió un caos: la otra chica se enteró, se volvió loca y lo último que sabía era que ambas estaban en el suelo agarrándose como perros y gatos.

>> Desde entonces, para gozar, a según mi madre,  de abundante paz, creyó conveniente prohibirme acercarme y todo por miedo a que a otra de sus trabajadoras se hiciera ilusiones conmigo — me mira —. Ahora, me pregunto que pensaría si se enterara que una de ellas es quien le está rompiendo el corazón a su hijo.

— Yo no... — me callo, desviando la mirada porque no puedo sostenérsela.

¿Yo no qué? ¿No le estoy rompiendo el corazón? Por supuesto que lo hacía.

El resto del camino nos sumimos en un silencio ensordecedor, por eso agradezco cuando aparcamos frente de mi casa porque la incomodidad que reinaba dentro del auto podía volverme loca.

— Gracias por traerme.— al ver que no responde y solo se dedica a mirar al frente, como perdido en sus pensamientos, salgo.

Escucho la puerta del conductor abrirse y cerrarse, y lo próximo que sé es que él se encuentra a escasos centímetros de mi, impidiéndome el paso para entrar por la verja que me llevará al jardín y próximamente a mi casa. Pese a que le miro y él hace lo mismo, ninguna palabra logra salir de su boca, mas sé que tiene demasiadas por decir a juzgar por el hecho de que parece estar batallando consigo mismos para lograr emitirlas.

— Última creencia.—dice, finalmente.

— ¿Ah?

— Última creencia — repite a la vez que me escudriña con sus hermosos ojos—, no de niño ingenuo, sino de joven que quiso creer algo que no podía ser. En algún tiempo no muy lejano, quise creer que llegaría el día en que pudieras corresponder mis sentimientos — intento abrir la boca, sabiendo el rumbo que tomará la conversación, pero vuelvo a cerrarla al no saber que decir —. Pasé noches en vela planteándome algo que tal vez hoy no me haga bien, pero que de no haber en algún tiempo un mínimo cambio en tus sentimientos entonces podría destrozarme. Creo haberte dicho alguna vez que lucho por lo que quiero, pero también que no se me da muy bien ser masoquista, por eso hoy — mira su reloj por unos segundos— cuando son las 11:58 de un día que no podía dejar de ser Viernes Negro, te dejo libre, porque dudo que ese día anhelado llegue. Eres libre, Bradley. 

Un escalofrío recorre mi cuerpo, y luego el mismo parece que en vez de sangre bombea gasolina porque, contradictoriamente del frío que hace, me siento caliente. Tan caliente como si tuviera 40º de fiebre.

— De todo corazón te deseo que eso que te entretiene, y a su vez me alejó de ti, pueda llegar a ser. —  continua —  Deseo que eso que con tanto empeño te esforzaste en conseguir al final se haga realidad. Te aseguro que es una mierda no conseguir lo que tanto querías.

Siento que tengo la responsabilidad de decirle que yo también me he dado por vencida y que, por supuesto, sabía lo mierda que llegaba a ser el haber luchado sin obtener ninguna recompensa más que tiempo perdido, pero callo, sabiendo que eso podría renovar sus esperanzas y eso es algo que no quiero, porque cuando me propuse olvidar a Sean no se me pasó por la cabeza darme una oportunidad con Evan. Eso sería depositar esperanzas en el despecho.

— Adiós, Bradley.— dice, dándome un abrazo corto pero zancadas largas que lo llevan nuevamente al interior de su auto.

Es cuando lo veo perderse entre las calles del vecindario que sé que lo perdí. Ya no habría besos, caricias para nada inocentes y, lo más importante, no lo tendría como amigo y me había acostumbrado demasiado a él. Sin embargo, aunque me sentía triste, me alegraba que no se hubiera estancado en mi y haya decidido seguir adelante.

Al abrir la puerta de la verja me da la impresión que no debería cerrarla. Quizá es el hecho de que si lo hago se acaba el ciclo que fuimos Evan y yo alguna vez,  y por alguna razón siento que mi historia con él ha quedado inconclusa. Es como si hubiéramos escrito el principio y solo nos hubiéramos quedado a la mitad del desenlace. Entonces, con el recordatorio de que si hay líneas que deben ser agregadas a lo que definitivamente no es una historia cliché — porque en las historias clichés definitivamente Sean se fijaría en la protagonista— pues que se agreguen. Yo no sería quien escribiría el final. 

Y la dejo abierta.

* * *


Oh, shit. Bradley no sale de na cuando ya está entrando en otra. Dejen sus me entristece por aquí asjaksaks.

Hey, que no panda el cúnico.  No se alteren ni se preocupen por nada que, de cierta forma, la aventura apenas comienza.

Me pregunto que pasará ahora. ¡Hagan volar su imaginación!


Con respecto al próximo capítulo, les aviso que puede que tarde tres días más de lo previsto no una semana, sino diez días. Tengo algunos asuntos que atender.

Nos vemos pronto, se les quiere.

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