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V E I N T I O C H O


Capítulo veintiocho: Y de pronto llega el verdadero final de la historia.


Estaba mal.

Había pensado que podía seguir con mi vida como si nada hubiera pasado en ella. Sin embargo, ese pensamiento de despertarme feliz y feliz también dormirme se había esfumado como un castillo de naipes cuando le pega el viento: demasiado rápido, porque resulta ser que entre el pensamiento y la realidad la distancia llegaba a ser enorme, así que no faltó mucho para darme cuenta que lo que menos había en el día era sonrisas y en la noche solo abundaban las lágrimas.

Cuando consideré alejarme, me dije que no haría lo que cualquier persona cuando le rompen el corazón: sentarse en el suelo, pensar en lo que pudo y no fue, llorar por el adiós, abarrotarse la boca con helado, ver algún programa televisivo que te lleve a llorar nuevamente... y parecer una mendiga. Pero esas son mis características en estos momentos.

Daba pena... o asco, qué sé yo.

Lo que sí sabía era que si Tim Burton veía las condiciones tan patéticas en las cuales me encuentro ahora, no dudo que piense en hacer una nueva versión de El cadáver de la novia, en donde juzgando por mi aspecto la protagonista esta vez sería yo.

Mirándolo desde mi perspectiva yo era una moribunda próxima a decir sus últimas palabras, pero, conociendo este mundo incoherente en el que vivimos, quien me viera solo le pasaría por la cabeza que estaba despechada y exagerando más de la cuenta — lo sé porque eso fue lo que pensé cuando fue Vanessa quien estaba en los zapatos que yo calzo ahora—. Era despecho llegando a exageración, lo más probable, pero al fin y al cabo era dolor.

Entonces, si me hubieran advertido el grado de dolor que iba a experimentar al dejar ir a la persona que quiero, quizá me hubiera planteado dos veces mi decisión. No me arrepentía, pero sobrellevar el peso de una partida no es fácil, principalmente porque en esta vida nada se sobrelleva: vives o mueres, así de sencillo.

Lo que no era tan sencillo era lidiar con los daños colaterales que el ejercicio despiadado de querer más de la cuenta a una persona llega a traer. Entre los que trajo mi fatídica situación fue el de que mi cerebro se llenara de agua y las pocas neuronas que quedaban vivas se ahogaran; esa era la única respuesta lógica que tenía para querer seguir viendo a Sean aún después de todo lo que ha pasado.

Viéndolo de esa manera, puede que me esté arrepintiendo no un poco, sino mucho. Eso no era bueno, para nada bueno, porque yo no quería ser como el perro que vomita y se traga el vómito nuevamente.

Cuando pienso que esto no puede empeorar más, solo tengo que ver a la mujer que entra en mi habitación con intención de limpiarla y que se detiene frente a mi, para saber que sí puede empeorar. Esa mujer es mi madre, quien ha regresado para volver mi vida más caótica.

— ¿Estás llorando?— pregunta.

— No, solo me sudan los ojos— respondo. O por lo menos lo intento, porque con el nudo que hay en mi garganta dudo mucho que mis palabras fueran audibles.

— Es lo mismo a llorar — afirma, empezando con la labor que nunca le pedí hacer—. No preguntaré lo que te pasa, porque sé que no me responderás. Pero estoy preocupada por ti, últimamente te la pasas viendo películas y llorando.

— No es nada— digo, pero en realidad es todo. Todo me pasa.

Esta vida me odia. Lo sé cuando la cucharada de helado que pensaba llevarme a la boca cae por enésima vez en mi blusa, y lo reitero cuando mi madre me barre los pies, porque recuerdo una creencia que tiene origen en latinoamérica y que asegura que si sucedía esto jamás llegarías a casarte. No lo creía realmente, pero estaba en esa etapa vulnerable en la que los pétalos le hacen daño a las espinas.

— Me has barrido los pies— digo como puedo—, no me casaré.

Me observa como si estuviera loca, y seguramente lo estoy, pero no dice nada y sigue en su tarea de arreglar mi habitación.

— No es necesario que hagas esto — comento, luego de varios minutos tratando de reprimir mis lágrimas. Por lo menos tengo éxito en ello.

Suspiro pesadamente cuando me doy por enterada que no me hará caso, y me enojo al mirar cómo intenta interpretar su papel de madre al poner sus manos en jarras para empezar —siempre empleando ese tonito que solo a ellas les podría salir tan bien—, con su cantaleta que se ha convertido en rutina para mis oídos: demasiado polvo, eso no va ahí, no puedo creer que tus bragas estén regadas por el piso...

y ese no es tu problema.

Claro, no pensaba decir que mi decadencia como persona era porque me la he pasado casi que comiéndome los mocos por culpa de Sean, eso nunca, así que me excuso con lo primero que pasa por mi cabeza:

— Acostumbro a tenerla en perfecto orden, pero en estos días no he tenido tiempo — justifico a la vez que me encojo de hombros—. Estudios, ya sabes.

Concentrándome en terminar el helado, la observo en su imperiosa labor por mantener la pulcritud en cada rincón de la casa; y viéndola, no puedo evitar pensar en todo lo que supone ella haya regresado.

Efectivamente, el día que Evan se despidió de mi — de eso hace más de tres días — creí que ese era el presagio que me tenía deparado la vida. Pero al entrar a casa me di cuenta que estaba errada, porque el mal augurio no era la despedida de Evan, sino la llegada de Eleane, quien llegó como mendiga, fue recibida como princesa y ahora se cree la reina del lugar.

Cuando la vi en el corredor con mi abuela y mi tía pensé que estaba de paso para insistir en que me fuera con ella , pero apenas vi una pequeña maleta supe que de paso no había nada. Igualmente, queriendo corroborar mis sospechas hice la pregunta del millón: ¿Qué haces aquí? Respondiendo que había regresado para que fuéramos una verdadera familia, empezó la primera discusión con gritos incluidos que se escuchaba desde hace mucho en casa y todo por esclarecer que sin ella ya éramos una.

— ¿Quién es él?— no es hasta preguntar eso que me doy cuenta que mi celular yace en sus manos. Sabiendo que se refiere a la foto que tengo con Evan, se lo arrebato, lo que hace que su rostro adquiera una mueca de disgusto. Pero no importa, porque si había alguien que debería estar molesta esa soy yo.

Confieso que es en momentos como estos, en los que Eleane no respeta mi privacidad, cuando más odio vivir bajo el mismo techo que ella. Yo no pongo de mi parte y aunque ella si, no lo hace de la mejor manera, por lo que la convivencia entre nosotras está siendo un verdadero problema.

— ¿Es tu novio?— agrega.

— No, no lo es. — respondo; hasta parece que gruño.

— Es guapo— la escucho decir—. Tienes mi bendición para salir con él.

Claro, madre, porque si no lo hacías me tendría que alejar. Eso es lo que quisiera decir, pero, además de que Evan fue quien terminó alejándose, quiero evitar la Tercera Guerra Mundial y dejarlo pasar. O eso intento, porque como Eleane nunca parece darse cuenta de lo que me pasa, supongo porque nunca le cuento nada, mete la pata al mencionar a quien intento por todos los medios de hacer desaparecer de mi vida: Sean. Con eso mi ira crece y quiero lanzar los objetos, largarme los cabellos, hasta trepar por las paredes si fuera posible, pero logro controlarla internándome en el baño.

Ha de ser antihigiénico comer helado mientras estoy sentada encima de la tapa del retrete, pero en estos momentos solo me importa huir de las palabras de mi madre. Lo que menos necesitaba ahora era escuchar lo guapo que se ha puesto el hijo de la vecina, lo inteligente y educado que es y, para rematar, la hermosa novia que tiene. Detalles, detalles que llegan a hacer daño.

No puedo evitar verme a través del espejo apenas me levanto cuando mis caderas empiezan a doler. El reflejo me devuelve la imagen de una chica que tiene la pinta de todo, menos de ser yo: despeinada, con más ojeras que vida y tan flaca como lo estaría una tabla. Un desastre. Un completo desastre que le ha dado por no dormir las horas requeridas y menos comer lo necesario.

Ciertamente, mi intención nunca fue estar tan demacrada como una de Las momias del Faraón, pero las pobres ya se quedaban pendejas con mi semblante.

Me he querido engañar diciéndome que mi aspecto era el indicado para quien pase por una pena amorosa, pero era eso: engañarme. Sí, tenía claro que no podía olvidar a Sean de la noche a la mañana y que tratar de simular que nada había pasado era lo peor que podía hacer, pero también tenía presente que aunque la vida haya decidido bañarme de mierda al no permitir que mi amor fuera correspondido, no me había colocado en un enorme corral para que siguiera revolcándome permanentemente en hectáreas de ella.

Debía seguir adelante, y creo que doy el primer paso cuando decido meterme a bañar para ir a la universidad.

Mi madre ya ha abandonado mi habitación cuando salgo del baño, así que me visto sin inconvenientes y ya preparada empiezo a bajar las escaleras para ir a desayunar, rogando por no tener que seguir escuchando sus sermones matutinos, pues todo lo que quería era alimentar a mis tripas que me rogaban por comida o si no ellas mismas se encargarían de tragarse mis órganos.

El piso está lo suficientemente resbaloso que mi trasero termina besando el suelo apenas llego al último escalón, por lo que de mi boca sale un sin fin de malas palabras que hace que las tres mujeres que conforman este hogar lleguen a donde estoy y entiendan lo que ha pasado.

— ¿Te hiciste daño?— pregunta Eleane, ayudándome a levantar.

— No, no me he hecho daño. Pero lo haré como sigas llenando el piso con tantos productos de limpieza — respondo, mirándola a la vez que limpio mi trasero—. Mira, no digo que no puedas limpiar, pero te agradecería que no dejaras el piso tan... reluciente. Ahórranos una caída.— no espero que diga algo cuando voy hacia la cocina y empiezo a desayunar.

Evito rodar los ojos cuando mi abuela, secundada por mi tía que todo lo que hace es mover la cabeza como esos Santa Claus de porcelana que venden por la calle, le dice apenas entran a la cocina que no se preocupe y que puede seguir haciéndolo, aunque eso le cueste dejar de usar sus queridos tacones en casa y reemplazarlo por unas chanclas por lo resbaloso que quedaba el piso luego de que mi madre limpiara.

Me quedo corta si digo que esta casa está vuelta un culo. Desde la posición de los objetos hasta la lista de compras ha cambiado, todo precedido por Eleane quien asegura que ahora los objetos se encuentran en puntos estratégicos y tendremos una vida más saludable al cambiar nuestros hábitos a la hora de comer.

En el poco tiempo viviendo con ella, me he dado cuenta de tres cosas: es un compulsivo grano en el culo, ya que se mete en todo aun cuando no se le pide hacerlo; es algún tipo de limpiadora compulsiva, pues más de la mitad del día se la pasaba en eso; y, está lo suficientemente rota, hablando emocionalmente, como para no permitir ser pegada. No sabía qué le había ocurrido al alejarse de nosotras, pero esta no era la madre que yo recordaba.

Me levanto porque es demasiado frustrante mirarla picando en pequeños cuadrados el pan de sándwich que de por si ya era cuadrado.

— Ya me voy — como es habitual, le doy un beso en la frente a cada una y salgo de casa.

Estoy en camino a la parada más cercana cuando escucho el claxon de un auto. Por la cabeza no me cruza el pensamiento de que me puedan estar llamando a mi, pero al escuchar su voz me quedo pasmada.

— Sube Brad, te llevo.— la incredulidad ha de estar reflejada en mi rostro.

¿Qué jodida mierda pasaba en el mundo como para que ahora Sean, el mismo que se encargó de rechazarme por años y que me hizo sentir como una peste, ahora me invite a ir en su auto a la universidad? No lo entiendo. De hecho, no estoy entendiendo nada referente a mi vida en estos momentos.

Se supone que quería verlo, en primer lugar porque lo extraño y en segundo porque tenía la convicción de que si lo veía diariamente tal vez lo olvidaría más rápido, pero estando ahí me doy cuenta de que aunque lo primero sea cierto, lo segundo tal vez no.

Demonios, sentía que cuando lo miraba mi voluntad se iba.

Por segundos, o minutos, solo lo miro. Se ve tan perfecto que llega a doler. No ayuda que me sonría como lo está haciendo, porque siento que lo que me he propuesto está yéndose por el caño. Pero sabiendo que no soy algún títere al que se puede manipular fácilmente, no caigo en su juego y paso de él para seguir mi camino.

Sigo escuchándolo decir que me puede llevar y yo sigo ignorándolo, porque yo no pensaba caer nuevamente en esa fosa llamada Sean Morris.

* * *


Había algo jodido en un corazón roto, no son lágrimas, sino pensamientos que llegan a ser destructivos. Entre los que vagan por mi cerebro está el de que por primera vez empezaba a cuestionarme que me faltara algo como mujer y esa era la causa de que el chico que me gusta no me quisiera. Sé que estaba errando, pero no podía evitar empezar a culparme, porque tal parece que cuando se pasa por una crisis emocional sientes ese vacío que te lleva a creer que lo que diste no fue suficiente.

Acontece que en algún lugar inhóspito de mi cerebro, donde juraba no podría escucharse voces porque en él habitan mis propios demonios, suenan los ecos de la clara advertencia que da la profesora Mulphy. Ecos que me traen de vuelta a una realidad en forma de cárcel: El salón de clases.

Por un momento pienso en levantarme dando por hecho que me habla, pero al notar que un chico se me adelanta y luego sale del salón me doy por enterada que nunca se refirió a mi.

— Si hay alguien que no quiera estar aquí que se sienta libre de irse. No tengo problema con ello. — agrega, con un tono dulce que oculta la crueldad que habita en su ser.

Por supuesto que no tendría problema. El problema lo tendría quien se atrevía a desafiarla al no prestarle atención, porque aún cuando ella diga que estaba bien, nada lo estaba.

Arin Mulphy era una mujer contradictoria por no decir extraña. Sus hechos no lograban concordar casi nunca con la expresión amargada de su cara, aunque había veces en que lo que sea que le hubiera hecho el mundo lo disfrazaba detrás de una sonrisa, sonrisa que acentuaba las arrugas de su frente y que hasta podría jurar estaba conectada a las varices de sus piernas que eran más notorias cuando mostraba los dientes.

Trato de concentrarme en el tema que imparte, aunque lo estoy más en que acabe la clase para irme a mi hogar. Segundos, minutos, horas, quizá días, pasan y yo aún me encuentro con mi trasero reclinado en una silla, porque eso que dice la biblia de que los días serían más cortos al parecer no aplica para los días de clases.

No es muy maduro de mi parte andar pintando a la profesora en mi cuaderno. Pero era eso o cortarme las venas con la misma, porque esto me está resultando insoportable, y como si alguien quisiera evitar mi nefasto intento de suicidio, la clase finalmente termina y soy la primera en levantarme y salir del salón.

La universidad lleva un ritmo propio de finales de noviembre, no hay demasiados estudiantes, solo los que como yo tenemos algunos pendientes que nos mantienen encerrados bajo las cuatro paredes de una pretenciosa infraestructura.

El pasillo me parece más extenso y deprimente que nunca. Y con ello mi cerebro me juega la mala jugada de pensar que lo que doy son pasos de incertidumbre hacia un final trágico, porque mientras camino no puedo evitar imaginar que estoy en una película de terror en donde las luces se apagan y en cualquier momento alguien saldrá para asesinarme. Pero nada sucede, porque para cuando llego a la salida estoy sana y salva.

Diviso la figura esbelta y el caminar pausado de Hannah dirigiéndose hacia el estacionamiento de su facultad. Así que no lo pienso mucho y apuro el paso para alcanzarla. Cuando lo hago, ni siquiera se inmuta de verme a su lado sino que sonríe.

— Dios, estás más torcida que un rabo de perro — comenta, haciendo que por primera vez en el día logre reír, aún sabiendo que se refiere a mi deprimente aspecto que ha de estar tan descordinado como la referencia que dio. Efectivamente, cada parte de mi cuerpo parece ir por lados diferentes.

No necesitaba pronunciar palabra alguna para que Hannah supiera que no deseaba hablar del tema del cual ya estaba al tanto, y de que lo que realmente quería en este momento era un aventón hacia casa. Pero que no desee hablar de mi, no quiere decir que no quiera escuchar de la vida de una Hannah que irradia felicidad.

— ¿Por qué tan feliz?— le pregunto, apenas nos introducimos en el estacionamiento.

—Porque la vida es bella— responde, la felicidad brotando hasta por sus poros.

— Te recuerdo muchas veces diciendo que la vida era una mierda.

— Bueno, pero cuando aceptas que es una mierda entonces empieza a ser vida — dice, encogiéndose de hombros.

Recuerdo haber leído algo similar, pero no sé dónde. Lo más probable es que haya sido en uno de esos libros de autosuperación que de cuando en cuando Vanessa se encargaba de facilitarme.

Trazamos lo que queda de camino hasta su auto, y cuando estamos por subirnos vemos a una pequeña distancia al pelirrojo, que se supone gusta de Hannah, besándose con una chica. O la chica es quien lo besa, porque desde donde me encuentro puedo ver con claridad que él no le corresponde, sino que luce confundido. Pero supongo que su enamorada no lo verá de esa manera. Llevando mi vista hacia ella, me sorprende la neutralidad en su rostro.

— Es un buen culo ese que tiene.

La miro incrédula por la naturalidad con que lo dice. No hay una pizca de reproche en su tono. Igualmente, no puedo dar nada por hecho con Hannah, porque en el tiempo conociéndola sé perfectamente que es de la que esconde sus sentimientos.

— Oye, ¿no estás...—no encuentro como preguntárselo.

Ella me mira por unos segundos hasta que finalmente entiende.

— No estoy celosa, Brad — habla, entrando a su auto. Yo hago lo mismo —. Él dijo que quería todo conmigo; yo, que no quería nada. Por eso sería estúpido ponerme celosa cuando fui yo quien lo alejó. — se encoje de hombros. Luego, empieza a conducir.

Sin nada realmente interesante que hacer, me dispongo a recostar mi cabeza del asiento y divisar cómo se pierde ante mis ojos el sin fin de árboles y construcciones que hace que Boston cobre vida.

— Por cierto — dice, volviéndose unos segundos hacia mi — , qué te parece si vamos a mi departamento a ver unas películas o yo qué sé.

Le sonrío, sabiendo que solo quiere distraerme de los pensamientos que turban mi cabeza en estos momentos, y me disculpo por no poder aceptar.

El clima se vuelve un asco apenas llevamos algunos kilómetros recorridos. No hay sol, fuertes vientos soplan y una pequeña llovizna amenaza con convertirse en una lluvia torrencial que dejará daños en las zonas más vulnerables de la ciudad si logra intensificarse. Por lo mismo, Hannah conduce con mayor velocidad y logramos llegar a nuestro primer destino, mi casa. Dándole las gracias, la veo partir.

Solo Blobel me recibe apenas entro, porque de las demás no hay siquiera rastros. No hay comida hecha y menos tengo ganas para hacerla, así que solo me resta dormir y recobrar fuerzas.

* * *


Me despierto por un delicioso olor que no ha de provenir de otro lugar que no sea la cocina. El día de hoy no he comido lo suficiente, por lo mismo mis tripas gruñen pidiendo que baje y las satisfaga.

Pero queriendo encontrar comida, lo que hallo es una casa algo diferente a como la recordaba: respirando aires de grandeza que desde hace tiempo no presumía, pues a alguien le dio por sacar la artillería pesada en cuanto a elegancia se refiere, porque todo lo que encuentro al pasar por cada rincón de la casa es la extravagancia de una persona rica.

Esa persona, por supuesto, es mi madre, a quien encuentro en la cocina terminando de preparar la cena. Está tan concentrada que ni siquiera nota mi presencia, por lo que me siento en una de las sillas altas que adornan la isla para observarla.

Está feliz, no del tipo feliz que podría brincar en una pata de mera alegría, pero por lo menos sí del tipo que puede llegar a sonreír. Eso está bien, prefería esta versión de Eleane a esa versión irritante que es en ocasiones y que tanto logra exasperarme.

Hay pocos días en los que está como hoy, alegre, y muchos otros en lo que su semblante decae y su cerebro parece trabajar más de la cuenta en el sin fin de pensamientos que a veces la atacan. Por eso me pregunto qué puede tenerla de tan buen humor, pero por supuesto esa pregunta muere como muchas otras que quisiera hacerle, — entre ellas por qué volvió cuando parecía llevar la vida perfecta— cuando su rostro con una expresión que no logro descifrar aparece ante mi.

— Se me quemó la comida — dice, haciéndome reír al verla con sus ojos demasiado abiertos.

— Es solo una comida; podemos comérnosla así o puedes hacerla nuevamente. Lo que prefieras.

— No, le dije a mi madre y a Ellen que les prepararía una excelente cena y me rehúso a darle ese fiasco de comida— inquiere, señalando con su índice una olla que se ve negra por debajo.

Hay personas que hacen de todo un drama y hasta incluyen lágrimas al asunto; una de esas personas es mi madre, quien se sume en hablar sobre lo inútil que es y aunque trato de calmarla es en vano porque consolar no es mi fuerte y es obvio que no tengo ni remota idea de qué hacer. No obstante, siempre he creído que los abrazos alivia todo tipo de quebrantos, así que por muy incómodo que me resulte lo hago.

— Si solo el hecho de que a alguien se le haya quemado la comida lo hace un inútil, entonces este mundo está completamente jodido — hablo, tratando de subirle los ánimos — ¿Cuántas horas quedan para que empiece la cena?

— Con suerte una— dice, sorbiendo su nariz y separándose.

— Bien, esto es lo que haremos...

Y entonces así fue como me encontré ideando un plan en donde lo más relevante a resaltar era que le estaba ayudando. Si bien es cierto que tuvimos que cambiar el menú por algo más sencillo, también es cierto que cuando terminamos nuestra obra culinaria ha quedado perfecta.

— Bien, ahora anda a cambiarte, Brad — comenta de forma distraída mientras lleva todo a la mesa.

Consideraba que estaba medianamente elegante reparando en el hecho de que cenaré con personas que me han visto en tangas por no decir desnuda, pero callo y hago lo que me pide. Podía complacerla aunque sea una vez en la vida.

En algún tiempo fui esa chica que creía tener derecho a ser rebelde porque su madre la había abandonado, por eso hice muchas travesuras que los adultos castigarían severamente pero que en mí solo fue como una picada de alguna plaga que no traería consigo alguna enfermedad grave porque aprendí a hacerme la víctima y mi padre junto a mi abuela y mi tía aprendieron a victimizarme. Fui la niña abandonada que se bastaba de su miseria para salir airada de cada situación.

Por suerte, la rebeldía duró poco y las heridas empezaron a cicatrizar cuando comprendí que aquella vida que creemos color rosa tiende a tomar tonos oscuros a medida que crecemos. Comprendí que el amor se acaba, y que eso quizás fue lo que le pasó a mi madre. Nunca llegaré a justificar cómo hizo las cosas, pero llegaba a creer que no quiso acabar con la relación porque había una niña de por medio. No obstante, hubiera preferido que dijera la verdad y terminara con todo a ser encontrada teniendo relaciones con otro hombre en la misma cama que compartía con su esposo. Cualquiera de las dos opciones me traería el sufrimiento, pero la primera era la correcta.

En cuanto llego a mi habitación me encuentro con aquella foto que capturó Alice cuando yo debía contar con quince años de edad, aquella que reposa de una de las mesitas de noche y de la cual se ha caído. La tomo y me doy cuenta que el vidrio no se ha roto, por suerte.

Devolviéndola a su lugar, empiezo a cambiarme y mis pensamientos me llevan a los sucesos de aquella tarde de abril que dieron lugar a semejante foto. En la misma se puede apreciar a mi padre molesto cargándome en su hombro mientras yo río por lo divertido que me parecía ir de esa manera cuando estábamos en plena calle.

Esa fue la primera vez que fui traicionada por una amiga de adolescencia, que tengo tiempo sin ver, pues ella creyó correcto confesarle a mi padre lo que tenía pensado hacer, razón por la cual él llegó aquel día irrumpiendo en un salón de tatuajes donde si se tardaba un minuto más la aguja hubiera tocado mi piel. Puede que aquel día me molesté con esa amiga, pero minutos después estaba agradeciéndole que lo hiciera, porque de no ser por ella ahora tendría una lágrima detrás de mi oreja — como si las orejas lloraran— y también el sol alrededor de un ojo, una estrella alrededor del otro y una media luna en la nariz.

¿Qué pasaba por mi cabeza en esos momentos? No lo sé y lo más probable es que nunca llegue a saberlo. ¿Qué significaba cada tatuaje? Quisiera creer que aquellas tres cosas que solo pueden pertenecerle al cielo significaba que tanto de día como de noche estaba sola y eso me llevaba a llorar, y esto último fue lo que produjo aquella lágrima. También quiero creer que me había equivocado con respecto a la posición de cada tatuaje y que los pertenecientes al cielo iban detrás de la oreja y la lágrima por debajo de un ojo, pero la verdad es que no estoy segura más que de una cosa y eso es que estoy loca.

Si hoy contamos esa anécdota podemos reírnos, pero si retrocedemos en el tiempo solo se hallará preocupación de unos adultos por una pre-adolescente que no hacía más que buscar problemas.

Y ahora, haciendo retrospectiva, puedo darme cuenta de que me sumé tanto en mi miseria que no consideré la de los demás, porque no solo yo había perdido a mi madre, sino que mi padre también había perdido a su esposa , mi abuela una hija y mi tía a su hermana — cabe resaltar que después de aquel suceso Eleane rompió todo tipo de relación con ellas, no sé si por cómo la habían tratado estas dos últimas o simplemente por vergüenza.

Ya arreglada, bajo. Y mentiría si dijera que en el mismo instante en que mis pies pisan el suelo de un reluciente comedor no me arrepiento, porque en verdad hubiera preferido mil veces quedarme encerrada en mi habitación a tener que compartir una velada con la agradable familia que posee un ser que en estos momentos estoy aborreciendo con fuerza y corazón. Lo que yo pensé era una cena para cuatro en realidad lo es para ocho, si le agregamos a los cuatro miembros que conforman la familia Morris.

— Mierda — comento por lo bajo, aunque igualmente lo que fue un murmullo alertó a los que ya se encuentran en la mesa, que en realidad son todos, solo faltaba incorporarme yo.

— Estábamos esperándote para comenzar — dice mi madre, con una sonrisa de oreja a oreja que se va apagando al ver que no doy un paso, por lo mismo pone esos enormes ojos que solo puede significar: ven a sentarte ahora mismo.

Y, como dije antes, por hoy estaba bien obedecer a mi madre, así que tomo asiento. Agradecía por lo menos el hecho de que a esta no le diera por ser considerada esta vez y se le ocurriera sentarme frente o al lado de Sean, asegurando que como teníamos la misma edad querríamos estar cerca para conversar, porque juraba podía llegar a clavarme el cuchillo en la vena aorta y así acabar con el sufrimiento que es mi existencia en estos momentos.

Saludo a los que son de mi agrado, y con tan solo escuchar mi voz, Seth, quien estaba quedándose casi que dormido en los brazos de su padre, se levanta, rodea la mesa y pide que lo cargue. La verdad es que extrañé tanto al pequeño que mi felicidad es evidente cuando lo abrazo y él me corresponde.

Aún cuando el niño habla sobre cosas que no estoy entendiendo mucho, mi madre empieza con la oración de agradecimiento a la que ya estábamos acostumbradas y de la que estaba por demás aburrida.

Era suficiente con que mi abuela le diera por llevarme a la iglesia casi todos los domingos, como para que ahora no solo tenga que escuchar a un Padre sino también a Eleane agradecer por lo que tenemos. Estaba bien si solo daba las gracias, pero ella se extendía tanto que cuando concluía la cena parecía haber sido sacada del polo norte por lo fría que se ponía para ese entonces.

En algún momento llega una parte en la que dice:

—... Señor, dale sabiduría a Bradley— y yo río, luego añade — : para que no se ría mientras agradezco y para que entienda la importancia de agradecerte por la comida.

— También dame paciencia para soportar día y noche los sermones de mi madre— interrumpo y la veo negar con su cabeza—. Igualmente, te pido me perdones si no llego a agradecerte por lo que me llevo a la boca, hablo de comida, claro, pero no me gusta darte las gracias cuando hay quienes no tienen para comer. Amén. Ahora sí, empecemos a comer.

Y lo que digo, la mejor parte de la oración es cuando termina.

Me dispongo a cenar y a la vez darle de comer a Seth — quien para este entonces ya está sentado encima de mis piernas viendo hacia mi y pasando sus manos sucias, por la deliciosa salsa que mi madre hizo, por mis mejillas—, mientras escucho de vez en cuando de lo que hablan los mayores y sintiendo una mirada sobre mi. Pero no alzo mi cabeza, no porque no quiera ver a Sean y confirmar lo guapo que parece ante mis ojos, sino porque así retengo el impulso de asesinarlo y dañarle esta nefasta cena a Eleane.

Así pasan las horas, entre habladurías, elogios y risas. Y llegamos al punto en que la cena termina y mi madre cree conveniente que los invitados pasen a la sala para ponerse al día sobre sus vidas, cosa que no entiendo teniendo en cuenta que en el tiempo en que mi madre vivía en esta casa nunca se interesó por los Morris ni fueron alguna especie de amigos. O si lo fueron, fueron una especie muy rara.

No llego siquiera a la sala cuando bajo a Seth para que juegue con Blobel y empiezo a subir las escaleras para ir a mi habitación, en donde esperaba respirar paz luego de una tormenta, pero siento que me asfixio dentro de la misma y sé que se debe a que Sean está a tan solo metros de mi y quiero correr hacia él.

Había cantado victoria demasiado rápido.

Empezaba a sentirme como un drogadicto recayendo. Pero un drogadicto también puede desintoxicarse de su droga favorita y eso era lo que tenía pensado hacer.

Lavándome la cara, bajo nuevamente.

Resulta casi imposible pasar por el frente de la sala y no detenerme a mirar hacia la misma. Grave error, porque unos ojos verdes se conectan con unos café y casi puedo dar por sentado que mi resolución está perdida. Y lo estaba, casi pude escuchar a mi conciencia gritarme que siguiera intentándolo con él, pero luego me sonríe y dicha sonrisa me dice que detrás de ella se esconde algo; eso me hace retroceder.

Lo último que hago antes de salir por aquella puerta, que bien representaría la libertad, es observarlo como esos gatos cuando le acarician el pelaje: con mis ojos entrecerrados, y en busca del manual de instrucciones para ganarle cual fuese sea el juego que Sean quiere jugar conmigo.

El frío me hace saber que fue una pésima idea colocarme un jean y una camisa de tirantes en pleno noviembre, pero no puedo volver a casa. Contra todo pronóstico me abro camino por la calle y me encuentro con la incógnita de no saber a dónde ir.

En los días que corren las opciones eran escasas, pues en todo el tiempo que he vivido en el vecindario con suerte había pisado tres casas del mismo: la de los Morris, la de los Williams y la de los Smith. A la primera no voy por razones obvias; a la segunda porque al parecer Vanessa me ha sacado de su circulo de amigos teniendo en cuenta que cuando voy a buscarla manda a decir con Ebba que no está cuando sé que sí está; ahora todo se reduce a la tercera, pero lo último que quería ver en estos momentos era al padre de Drew peinándose los bigotes, a la madre trenzándole el cabello a su hija y ver un ombligo queriendo escapar de una abultada barriga. No era un buen escenario el que se me presentaba.

La última opción que tenía vive en North End, tiene cabellos castaños, ojos verdes... En fin, fisonomía envidiable. Así que me aventuro por esas películas que nunca debí despreciar.

Sería algo demasiado bueno decir que llegué sin inconvenientes, pero de esos tuve varios: desde pelear con el conductor por quedárseme viendo el poco trasero que me cargo, hasta la perra huesuda que en vez de sacarle los ojos a su novio por mirarme estuvo a punto de sacármelos a mi.

Mientras bajo del bus, me pregunto si es que me eché hoy alguna clase de perfume mezclado con alguna comida para perros, porque eso es lo único que se me pegan el día de hoy.

Y claro, cuando crees que la vida apenas se ríe sutilmente de ti, entonces la misma se carcajea haciéndote entender que tus desgracias no han acabado y que ella estaría ahí para recordártelo. Aunque no es una desgracia lo que me encuentro cuando la puerta del piso de Hannah se abre, sino sencillamente a un Evan recién levantado, con su cabello echo un desastre, sus ojos como rendijas, su torso desnudo y la cinturilla de su bóxer a plena vista.

Definitivamente, esa es una bendición y no una desgracia. Amén por ella.

Él solo me ve de pies a cabeza y me concentro en recordar mi aspecto la última vez que me miré en un espejo: no me veía mal, pero tampoco bien. Término medio, se podría decir. No es que esto fuera relevante, solo me pone nerviosa la forma en que me mira.

Busco algún indicio de enojo porque, bueno, las cosas no salieron muy bien entre nosotros, pero él no parece que fuera a echarme o algo por el estilo, así que podía estar tranquila. No obstante, no encuentro algo coherente para decir, porque me siento como en un terreno lleno de minas en el que si daba un paso en falso podían estallar todas, así que solo digo un sencillo hola que él me devuelve, y me invita a pasar.

— ¿Y Hannah?— pregunto, al entrar y no dar con ella.

Al no obtener respuesta, me vuelvo hacia él y lo veo hacer el amago para rascarse la cabeza. Vuelvo a preguntar y finalmente Evan Samuels ha descendido nuevamente a la tierra, aunque ahora se dirige a la cocina para seguir haciendo lo que ha de ser la cena. Así que me siento en uno de los banquillos que tiene la isla, mientras Selena, la pequeña perra de Hannah, olisquea mis piernas.

— No está — responde, sin mirarme — Salió de aquí a eso de las cuatro de la tarde asegurando que iría a rentar unas películas para ver. Pero ya ves, pasaron horas que hasta me quedé dormido y aún nada que regresa.

— Eso, sin duda, suena a algo que haría Hannah.

— Lo es — comenta, y luego parece recordar algo dado que sonríe — Ahora, supongo que tú eras la mala amiga que no quiso ver las películas con ella.

— ¿Eso dijo?

— Le rompiste el corazón, dicho por ella misma.

Río, pero dura poco porque aunque él sonríe se me hace triste. Entonces recuerdo la última frase: le rompiste el corazón, y me doy cuenta que tal vez esas cuatro palabras las pudo haber dicho Hannah, pero también las tuvo que haber pensado él.

El silencio espeso que rodea la estancia pudo habernos aplastado, si no fuera porque, enhorabuena, Hannah hace acto de presencia.

— ¡Perra, dijiste que no podías venir!— exclama apenas me ve y deja una bolsa encima de la isla— Bien, eso ya no importa, tengo que irme a cambiar. Mete los helados que están en la bolsa en la nevera y haz las palomitas de maíz. ¡Traje unas excelentes películas!— y, como si estuviera huyendo de alguien, la veo irse apresuradamente a su habitación.

No sé cómo logro entrar en la cocina y hacer lo que me pide cuando estaba demasiado incómoda, pero aún así cumplo con la tarea encomendada y me voy a sentar al sofá hasta que los hermanos Samuels cenen. Cena a la que yo misma me desinvité por ya haberlo hecho.

Transcurre un cuarto de hora cuando empezamos a ver esa película que según la castaña es muy buena.

— ¿No se supone que esta película salía el año que viene?— me burlo de Hannah, apenas los protagonistas aparecen en pantalla.

— Ja, ja, ja, muy graciosa — defiende —. Además de no aburrir, Leo y Paige nunca pasarán de moda.

No le rebato y la dejo ver la película tranquilamente hasta que encuentro el fallo que nunca he soportado.

— Me atreveré a decir esto: Odio a Paige. Sé que no tiene la culpa de no recordar nada de su vida con Leo, pero, me permitiré decirlo nuevamente, odio a Paige.

— Por dos — habla Hannah, haciéndome reír porque recuerdo a Drew con sus tontos comentarios.

— Harías una pareja perfecta con Drew— la miro. Está concentrada en la película que logra responderme luego de largos segundos.

— No lo niego, Drew está como me lo recetó el médico— suspira, observándome brevemente—. Pero a él le van las rubias.

No era el mejor de los momentos para decir eso cuando Evan estaba ahí, pero, por suerte, él está ausente de lo que se pueda estar diciendo.

Terminada la película, Hannah pone otra perteneciente al género de romance. Y a eso de la una de la madrugada acaba el maratón de películas que bien podría dar diabetes por tantas cosas empalagosas que se escucharon y vieron en ellas.

Hannah determina que todos estamos lo suficientemente cansados y ni Evan puede irse a casa y ella menos llevarme a la mía, así que lo lógico es dormir ahí. Este piso es lo suficientemente grande como para contar por lo menos con tres habitaciones, sin embargo ella y yo compartiremos cama porque tal como asegura hay muchas cosas que contar con respecto a estos últimos días.

Tomando una de sus pijamas prestadas, que en realidad no es más que un blusón de seda, me acuesto, con intención de hablarle más a fondo sobre la tragedia que azota mi vida, pero apenas llevo un minuto hablando ella se queda dormida, porque Hannah es una de esas personas que parece no tener ningún tipo de preocupación y por lo mismo puede dormir fácilmente, mientras que yo paso por lo menos dos horas para dejarme vencer por el sueño, pero esta vez es en vano.

No puedo dormir por mucho que lo intente, así que me aventuro a salir de la habitación para limpiar el desastre que hemos dejado en la sala y que por el cansancio no pudimos recoger. Pero alguien más ha tenido la misma idea, por eso ahora lo veo inclinarse para recoger el tumulto de basura que hay en el suelo, dándome una excelente vista de su trasero. Deja todo en la mesa frente al televisor y lo veo agarrar de la misma un pote de helado que empieza a comerse sentándose en el sofá.

Se supone que he venido a ordenar la sala, así que camino hacia ella.

— Tampoco puedes dormir— afirmo, empezando a recoger lo que hay en la mesa para luego llevarlo a la papelera que está en la cocina.

Evan no responde nada, es más, hasta parece que aún cuando estamos a menos de un metro de distancia no me ha escuchado. Su mirada se encuentra suspendida en algún punto en particular, y solo cuando le quito el pote de helado para comer un poco es que vuelve de ese ensimismamiento en que piensas en todo y a la vez en nada.

— Oh, estás aquí — es lo único que dice antes de levantarse, demasiado rápido, y empezar a ordenar.

Me uno a los segundos y ahí estamos con la labor que nadie nos pidió hacer. Entre ir y venir, llega ese irónico momento en el que al pensar él salir y yo entrar no sabemos qué dirección tomar y cuando lo hacemos resulta que ambos pensamos en la misma y así es como nos vemos envueltos en una especie de baile en el que los dos damos un paso a la izquierda, luego a la derecha...

Si estuviéramos en esa época en la que podíamos reírnos sin sentirnos incómodos lo hubiera hecho, pero no era así. Todo había cambiado por mucho que me negara a aceptarlo.

Me detengo; él hace lo mismo. Y ahí nos encontramos, viviendo uno de los momentos que bien podríamos tildar como desastrosos. Uno de esos momentos en los que sientes que hasta respirar está mal.

— No me lo estás poniendo fácil, Brad — comenta, luego de algunos segundos que se me hicieron eternos — . No acudas a mí cuando no serás capaz de sostener mi mano.

No hay que ser demasiado inteligente para saber a qué se refiere, así que por razones obvias me siento lo suficientemente mal como para escapar de su mirada y querer echar a correr, si no lo hago es porque su voz me lo impide.

— Hace unos días pensé que estaba siendo infantil por alejarme de ti cuando desde el principio, por mucho que me negara, no tendría oportunidad, — comenta, más para él que para mí — por eso me dije que bien podríamos ser amigos, porque después de todo somos adultos y podíamos superarlo, pero eso no es posible, o no por lo menos cuando todo es muy reciente. — noto cómo sus manos se vuelven puño.

>> Demonios, ni siquiera sé si algún día pueda ser tu amigo, porque una de las características más importante de la amistad es estar siempre que esa persona te necesite y no sé si pueda ser capaz de escucharte cuando me quieras hablar del chico que te gusta, porque si es doloroso escuchar a la persona que te gusta decir que le gusta alguien más, no me quiero imaginar lo despiadado que será cuando escuche a la mujer que amo tan siquiera hablar de otro. 

Mis piernas tiemblan, pero él no lo nota porque ya se ha dado la vuelta para marcharse. Así como tal vez no ha notado que un te amo ha escapado de su boca.

Nunca se está preparado para escuchar un te amo, por eso y muchas otras cosas es que no digo nada.

El problema conmigo es que siempre he sido lo suficientemente egoísta como para detenerme a pensar siquiera por un segundo en que así como a mi me dolía ver a Sean, a Evan también le dolería verme.

Así es como supongo que mis dos idílicas historias de amor habían llegado a su final. Si es que puede llamarse historia a unas que evidentemente tuvieron final y desenlace, pero nunca un inicio.

***

Luego de tres años aparezco nuevamente.

La verdad es que no estaba realmente ocupada, pero por los momentos no tengo computadora, lo que es peor. Me vi en la obligación de acudir a cyber's, pero era demasiado complicado porque, en primer lugar son muy costosos y en segundo no llegaba a concentrarme cuando habían personas viendo lo que hacía. No podía siquiera escribir una línea cuando ya la inspiración se iba. Entonces decidí tomar el ejemplo del Libertador, Simón Bolívar, y empecé a escribir el capítulo en un cuaderno (menos mal que ahorita hay lapicero y no plumas) para luego transcribirlo con tranquilidad en la compu.

Si bien es cierto que la mayor parte de este capítulo está escrito desde hace meses, es más cierto aún que cuando dejaba de revisarlo tan siquiera un día, por falta de plata para ir al cyber, el día que lo veía me decía: ¿Qué mierda es esta? ¿En serio yo escribí esto? Así es, no me gustaba lo que había escrito y tenía que modificarlo (esto pasó una decena de veces).

Por otra parte, a esas personas que preguntaban cuando actualizaría y llegué a responderle que dentro de poco, en verdad lo siento, no quise mentirles. Sí iba actualizar hace mucho, pero el mundo se me vino encima por la muerte de alguien cercano. Llegué a deprimirme y me quise dar un tiempo para mí.

En verdad lo siento mucho.

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