V E I N T I D Ó S
Capítulo veintidós: El destino conspira a nuestro favor.
Finalmente había dado con el clavo que empezaba a sobresalir por sobre la madera.
Ni los libros que se había encargado Vanessa de prestarme me prepararon para lo que estaba escuchando, pero era tan simple como que la pelirroja estaba enamorada de Evan. Lo sospechaba, pero de ahí a confirmarlo hay una distancia muy larga. Su enamoramiento por él hasta le sonaba absurdo a unos oídos críticos como los míos, pero aunque tenía ganas de reírme callo para no interrumpir el relato de la chica y por que me sentía incapaz de burlarme cuando yo era igual de tonta que ella.
No considero que esto sea simple casualidad o grandioso destino, pero tampoco me atrevo a ponerle otro nombre más que este mundo estaba lo suficientemente jodido como para que la novia del chico que te gusta le guste precisamente el chico que gusta de ti.
Todo empezó en la primaria elitista a la que ambos asistían. Todos los grados hicieron un viaje; ella cayó a un lago y estaba por ahogarse cuando Evan la salvó de una muerte segura. Esa vez solo dio las gracias, pero empezó a fijarse en él. Como si él fuera un superheroe rescatando a una damisela en peligro, años más tarde volvió a rescatarla de ser atropellada por un auto. Esos encuentros ella lo interpretó como destino, así que hizo de él su primer amor.
Sabiendo su nombre y apellido, fue con su tío a casa de los Samuels y que a agradecer, pero ella solo quería seguir viéndolo y por eso le dijo al integrante de su familia que hiciera negocios con éstos. Los negocios fueron hechos; ella pasaba tiempo en aquella casa, pero nunca obtuvo lo que quiso que era acercarse a Evan ya que este pocas eran las veces que estaba ahí.
Saco cuentas y para el momento del casi atropellamiento ella contaba con dieciséis años. Para esa fecha ya tenía un año de novia con Sean, así que no es difícil deducir que mientras estaba con éste pensaba en otro.
— Mierda.— musito, mientras sigo escuchando la conversación de la chica y sus amigas escondida detrás de una pared que hacía de muro.
Si fuera una buena persona me compadecería de Sean, pero la verdad es que la mayoría de las veces hasta agradecería si un camión le pasara por encima que ahora me importa poco que desde muy joven ya era un ciervo. Con razón el pobre a veces se la pasaba con su cabeza gacha, supongo que no podía con el peso de los cuernos. Pensar en otro también se le puede considerar infidelidad.
— ¿Y entonces qué harás?— le pregunta una de sus amigas.
Dado que me escondo no puedo ver su reacción, pero apuesto a que tiene la misma cara de estúpida que pone siempre en las clases de matemáticas cuando no entiende ni la O por lo redondo: con sus ojos perdidos y la boca abierta como si estuviera esperando comerse una mosca.
— No lo sé.— confiesa.
Me doy el lujo de sacar mi cabeza para verlas. Ella con su rostro entre sus piernas y sus amigas viéndola.
— Bueno, hay que reconocer que es más guapo que Sean.— dice la rubia y la otra asiente.
— ¿No crees que si apareció nuevamente en tu vida es por algo?— cuestiona la otra, haciendo que Elvira levante su cabeza y la mire.
Já, esto tenía que ser una broma. Puede que no me sepa sus nombre, pero sí que ambas tienen tantos prejuicios como cabellos en la cabeza, por eso ahora que de alguna manera le dicen a su amiga que elija a Evan cuesta creerlo.
— Solo me pregunto porqué tuvo que aparecer justo ahora. — dice — Yo juraba que había quedado como un recuerdo, pero cuando lo veo mi corazón empieza a saltar en mi pecho. Pero no quiero hacerle daño a Sean porque lo amo, mas no he olvidado por completo a Evan.
— Yo me voy por que luches por Evan y se lo quites a la perra de Bradley.
He sido invocada, y como cada genio debe salir cuando escucha su nombre a paso seguro camino hacia ellas y me siento al lado de la rubia.
— Ciertamente es más perra quien tiene novio y piensa en otro que quien no tiene nadie a quien rendirle cuentas y por ello puede hacer lo que se le venga en gana. — las tres me miran no creyendo que estoy sentada con ellas.
— ¿Escuchaste? — suena más a afirmación que a pregunta.
— Sí, pero ahora, ¿quién es más perra?— ninguna es capaz de responderme, pero quien me ha llamado de esa forma es lo suficientemente altiva como para no bajar su cabeza y mirarme mal— Ya veo que aún no superas que Brett se haya fijado en mi, pero te digo algo: no es mi culpa que no tengas nada de lo que un hombre pueda enamorarse. Aparte de desabrida no tienes personalidad.
— No te permito...
— Yo misma me permito todo lo que quiera y pueda salir de mi boca, no tú. — la interrumpo.
— Ya basta. — exige Elvira que nos detengamos.
— Este mundo está loco, yo soy la perra pero ustedes son las que gruñen.— rio— En fin, ya que exigiste que dejáramos de discutir yo igual exijo hablar con la dueña de este circo y no con las payasas.— están por empezar a pelear nuevamente, pero Elvira les pide que se retiren y ellas lo hacen.
— ¿Qué es lo que quieres?— pregunta, mirándome.
— Te gusta Evan y a mí Sean. Si no eres tan bruta creo que entenderás lo que te propongo con esa simple línea.— ella piensa por varios minutos y me doy por enterada que fue dotada con muchas cosas menos con inteligencia — Sonará cruel lo que voy a decir, pero en la vida de Evan eres menos que una cucaracha a quien ha pisado con uno de sus zapatos porque él siquiera te recuerda y menos lo que hizo por ti — me atrevo a decirle, aunque la verdad es que no sé si lo recuerde o no —. Odio estar sentada aquí contigo porque no me agradas, pero lo que sin duda más odiaré es lo que vengo a proponerte y eso es ayudarte con él.
— ¿Y a cambio quieres que te ayude con mi novio?
— Al contrario de ti yo sí significo algo en la vida del chico que me gusta porque él recuerda perfectamente todos los momentos que hemos pasado juntos, así que me puedo valer por mí misma.
— No has logrado mucho que digamos con eso.
— Eso ha sido un golpe bajo a los testículos que no tengo, pero tienes razón. — suspiro, concentrándome en lo que verdaderamente importa.— Me cuesta admitir lo que diré, pero tienes todo para enamorar a un chico como Evan.
— Si es algo que sabes, entonces no se me hará difícil conquistarlo si me lo propongo.
— Aunque eres un poco tonta, no lo eres tanto como para no haberte dado cuenta que si hay una chica que le gusta esa soy yo, así que sin siquiera proponérmelo puedo hacer que él te odie y no recibas ni una mirada de su parte. — mi celular avisa que tengo un mensaje, así que abriéndolo me levanto para irme porque Spence me ha informado que el profesor acaba de llegar— Ahora tengo que irme a clases, pero si quieres que te ayude me buscarás.
No espero a que diga algo más y camino hacia el salón. Tal como aseguró Spence el profesor se encuentra escribiendo en la pizarra. Paso y tomo asiento junto al rubio quien me sonríe.
— No creas que con esa sonrisa se me olvidará que me hiciste el desplante de no ir a mi fiesta.
— Ya te dije que tenía algo que hacer.
Dejamos de hablar apenas nos damos cuenta que el profesor ha clavado su mirada en nosotros.
No le presto atención a la clase por estar dándole vueltas al asunto de Elvira. Me fue realmente difícil tomar la decisión que tomé, pero debía quitarme a Evan de encima antes de hacerle un daño mayor. No me creo capaz de ser esa chica que él busca, principalmente cuando este maldito corazón aún tiene presente a Sean.
* * *
— Blobel, ¿qué me pongo? — me mira por unos segundos para recostar nuevamente su cabeza de su cama.
La mascota que me ha regalado Evan apenas y me hace caso. Blobel no se alegra cuando llego y mucho menos llora cuando me voy, ah, pero solo hace falta que mencione la comida para salir corriendo en mi dirección y mover su cola de un lado a otro. Pero ciertamente no puedo esperar que se acostumbre a mí cuando apenas llevamos dos días juntos.
Además de interesado, nació con el pecado de la pereza. Solo se dedica a dormir en la almohada que le he colocado en una de las esquinas de la habitación y no juega con la pelota que está a su lado, aunque no sé cómo carajos entrará en su boca si es demasiado pequeño siquiera para moverla.
Me rindo en mi intento de que me haga caso y me concentro en arreglarme para ir al trabajo. Hoy no tengo ganas de ir, pero el hecho de que mi jornada termina temprano me reconforta un poco y ayuda a que tenga un poco más de ganas de vestirme.
Terminada de arreglarme salgo de casa rumbo a la parada de buses. Pasan alrededor de cinco minutos para que el transporte llegue y por lo menos unos diez para dejarme cerca de la boutique. Bajo lo más rápido que puedo del bus, porque en el olía a demonio. No miento cuando digo que olía a todo: culo de perro, axila encebollada y hasta pene sudado.
Recordar que Hannah no trabaja el día de hoy me deprime un poco porque es con ella con quien más hablo en el lugar. Los demás me agradan, pero solo son compañeros y no amigos a quienes puedo contarles mis más oscuros secretos.
Mi jornada empieza con una chica de complexión gruesa queriendo medirse un vestido que solo le entraría a una miss. Por más que le diga que no le entrará ella insiste; como al cliente hay que darle lo que quiere, además de que si lo daña tendría que pagarlo, dejo que se lo mida y minutos después debo entrar al vestidor a ayudarla a bajar la prenda de vestir que solo ha subido un poco más arriba de sus rodillas y se ha quedado atorada.
— Sí me entra, solo he visto mejor el vestido y no me gusta su color.— lucho con las ganas de reír. Igualmente admiro que no se acompleje por lo que los demás pudieran decir de su apariencia, porque puedo ver que la chica tiene la autoestima por las nubes. Tal vez es el hecho de que sufrió por ello que aprendió a valorarse y alzó un muro llamado soberbia.
— Por supuesto, aunque igualmente podemos hacerlo acorde a tu talla y en el color que prefieras— digo, sacando finalmente el vestido de su cuerpo.
— Eso sería increíble — sonríe y parece recordar algo —. Pero no, ya te dije que no me gusta. Mejor ayúdame a encontrar algo que solo me podría quedar bien a mí.
La ayudo a buscar algo acorde a su cuerpo y cuando llego a la sección que obviamente no es de chicas esbeltas se indigna porque a según ella no estaba gorda y es así como pierdo mi primera cliente del día.
— ¿Cliente difícil?— pregunta Amy al ver que llego a la caja.
Amy ronda alrededor de los cincuentas, pero para la edad que tiene se conserva muy bien y hasta es más agradable que los demás. Cuando Hannah no está es la encargada de la caja.
— Ella quería meter su cuerpo, que como viste no es esbelto, en vestidos que solo mujeres con las medidas de una Miss podrían usar.— ella asiente — Como esa chica que cree que un pene podría deslizarse fácilmente por su vagina virgen.
— Se te están pegando las pésimas analogías de Hannah.— dice riendo y yo le doy la razón. Tanto tiempo con Hannah y empieza a pegárseme sus mañas.
El resto del día pasa normal y cuando menos me lo espero el reloj da las seis de la tarde que es mi hora de salida. Despidiéndome de todos vuelvo al mismo trajín de casi todos los días: salir de la boutique, caminar hasta la parada, esperar un bus y cuando este llega reposar mi trasero en un asiento hasta que me deja en el vecindario.
Me encuentro con la misma mierda de hace algunos meses en el callejón de nuestro vecindario: la misma víctima y victimarias. Esta vez Rachel se encuentra arrodillada frente a las dos hijas del señor Rupert y eso me hace enojar.
Este mundo es un gran centro comercial. En el se pone precio a las personas como si fueran meras prendas a las cuales se tiene que colocar una etiqueta acorde al valor que ellos consideren tiene cada una. La mía me la pegaron en toda la frente, y en vez de números lo que recitaba el papel era una palabra: problemas.
Yo nunca me consideré una excelente persona, porque siendo sincera la maldad fluía en mí desde muy pequeña. No hablo de que mataba animales o personas, solo que no tenía pensamientos demasiado inocentes y mucho menos soñaba con ser algún tipo de heroína cuando fuera grande porque siempre supe que me iba más el papel de villana, ese lo disfrutaba más.
Si alguien me hacía daño, por más mínimo que fuera, siempre se lo retribuía con creces. Recuerdo que en primaria un niño me tiró un papel que dio justo en mi cabeza, actué imprudentemente al lanzarle una piedra que le partió la frente. En mi defensa diré que pensé me estaba molestando, pero cuando se le preguntó porqué lo hizo él solo dijo que le gustaba y ni porque dijera eso llegué a comprenderlo, es más, hasta le dije que era feo y jamás me fijaría en él. Para los demás eso quedó como un acto infantil, pero yo no era una mansa paloma.
En mis días de instituto habían dos chicas quienes notaron que como no era rica y hermosa igual que ellas decidieron que era bueno que yo hiciera de títere, pero no lo permití porque si mis padres no se habían atrevido jamás a levantarme una mano para pegarme, menos lo harían dos desconocidas que se sentían dueñas del mundo por el simple hecho de tener dinero. Yo no lo tenía y eso no me hacía menos persona que nadie, porque si tengo algo bien puesto esos son los pies en la tierra y en ella tengo un cupo que me acredita como igual.
No soy menos, no soy más, soy igual.
Claro que como la vida puede ser injusta, el dinero lo mueve todo y la victima quedó como victimaria y viceversa, así que terminé expulsada y siendo transferida a otra secundaria, pero estaba bien porque me llevaba la recompensa de no haber permitido humillaciones. No obstante, recibí la misma mierda en el nuevo instituto porque al parecer la gente mala abunda en lugares como estos. No permití que hicieran de mi un juguete.
Para la sociedad empecé a ser agresiva, pero solo me estaba defendiendo y no me arrepentía de ello. Muchas personas que me conocen aseguran cambié con lo de mi madre, pero eso es mentira, yo era cruel de nacimiento.
Hace poco me enteré que una de las chicas había muerto en un accidente de tránsito causada por una de las tantas chicas de quien había abusado. Eso es lo que puede traer actos como esos, venganza. Tal vez suene cruel lo que vaya a decir, pero me hubiera gustado asistir a su funeral, no para llorar y decirle que fue una gran persona, sino para escupir sobre su tumba y decirle que estaba bien que este mundo se haya librado de basura que lo contaminaba. Viéndolo de esta manera, aun guardo algo de resentimiento por lo asquerosas personas que eran, pero no se me podía culpar cuando aquel día cuando me di la vuelta me empujaron por las escaleras sin importarles mi vida.
Soy consciente de que puedo llegar a ser mala, pero jamás he llegado a los extremos que ellas. Además, a las pocas personas que puedo molestar son a las mismas que me miran por sobre sus hombros como si fuera poca cosa. Elvira no aplica en el renglón, puede que ella no me haya hecho nada malo, porque si somos sinceras no es su culpa que Sean se hay fijado en ella, pero me nace odiarla.
Me doy el lujo de por primera vez en mi vida hacer algo bueno y llamo a mi abuela para que haga lo mismo con el señor Rupert y le dé el recado de que venga al lugar. Pasan varios minutos cuando pienso que mi abuela no ha realizado la encomienda que le di, pero al sentir alguien detrás de mi y llevar mi mirada hacia esa parte ahí está el hombre con los ojos desorbitados viendo a sus hijas en semejante acto. Parece decepcionado con lo que ve, y cuando un grito potente sale de su garganta ambas se sorpenden. Ellas niegan todo, pero su padre no les cree y pide que lo sigan.
Los veo alejarse, mientras sigo escuchando a las chicas defenderse. Niego con mi cabeza en lo que exhalo, a veces por mucha educación que recibamos decidimos desviarnos del camino correcto. El camino que puede llevarnos a ser grandes personas y no escorias de una sociedad que de por sí está infectada... a no ser basuras que contaminan este mundo. Un mundo que de por sí está jodido.
— ¿Por qué permites que abusen de ti?— pregunto, acercándomele.— ¿Es que no tienes ganas de vivir?
— Estoy viviendo.
Tanto su respuesta como el estado en que se encuentra me producen cólera. Sus manos y rodillas están magulladas; su ojo izquierdo empieza a hincharse y en una de las comisuras de su boca se desprende un hilo de sangre. Por primera vez, aunque sé que es pecado, siento lástima por una persona.
— Tú no vives; tú sobrevives. — la ayudo a levantarse.
Empezamos a caminar hasta su casa, en donde como siempre una pelea se escucha.
— Gracias. — está por entrar cuando llamo su nombre.
— ¿Sabes? Contrario a lo que muchos piensan, yo creo que sentir miedo tiene sus ventajas y desventajas. En la situación más difícil te priva de los sentidos y eres incapaz de hacer algo, pero sentirlo no es malo si logras salir de dicha situación porque entonces le darás valor a lo más importante que tienes: la vida, y la defenderás a toda costa. Tu caso es diferente, tienes opciones pero eliges hacer nada por detener lo que te pasa y como resultado sin siquiera haber empezado tu vida se está acabando. No esperes que sea demasiado tarde.
— No puedo hacer nada.
— Puedes hacer mucho. Esas chicas no se detendrán solo porque su padre las regañe. Evita que ellas te sigan haciendo daño antes de que te pase por la cabeza la idea de empezar a hacerlo tú misma.
— ¿Qué propones?
— La verdad es que no tengo idea de cómo proceder en estos casos, pero lo natural sería denunciar.— digo, encogiéndome de hombros. Ella niega una y otra vez con su cabeza y sin mediar otra palabra entra a su casa.
Yo ya había hecho mi buena acción del día, que digo del día, de la vida porque no pensaba hacer otra. Si ella misma no lo detiene yo no podría hacer nada para ayudarla, por lo mismo dejo de darles tantas vueltas al asunto y camino hasta mi casa.
Me encuentro a alguien frente a la puerta pensando en tocar. La verdad es que al pasar horas en la universidad y no verla me había dado por vencida pensando que ella aceptaría mi ayuda, pero al verla aquí me hacen saber que no todo está perdido.
— ¿Se te ofrece algo?— la pelirroja se sorprende y me mira con enormes ojos.
— Yo — titubea. Reconozco como nerviosismo el gesto de tocar sus uñas con su otra mano. No está segura de lo que piensa hacer.
— Te invitaría a pasar si fuera una persona educada, pero la verdad es que no quiero.— ella sonríe. Elvira es rara.
— No esperaba menos de ti.
— Ciertamente no puedes esperar más, pero mejor hablemos de qué quieres en mi casa.— suspirando, camina y se detiene frente a mi.
— Acepto tu ayuda con Evan — dice, mirando hacia los lados para verificar que nadie más que yo la haya escuchado—, pero solo es por que quiero saber qué me sucede con él.— se apresura a decir— Ahora, ¿cómo piensas ayudarme?
— Por los momentos no he pensado en nada — confieso. Mi cerebro crea un plan en cuestión de segundos al ver que el mencionado me llama por celular.— Salgamos— le digo apenas contesto.
— ¿Me estás pidiendo una cita?— lo escucho reír.
— Si es como quieres llamarlo por mí está bien. Nos vemos en el mismo centro comercial al que fuimos la vez pasada faltando veinte minutos para las ocho.
— Bien, te paso buscando.
— No, no, no— digo apresuradamente—, mejor nos vemos allá.— lucho por algunos minutos con él sobre el hecho de venir por mí hasta que finalmente lo convenzo de lo contrario y cuelgo. Eso podría arruinar el plan.
— No veo cómo puedes ayudarme si aceptas salir con él.— siento un tono de reproche en la manera en que lo dice.
— No seré yo quien asista a esa cita sino tú.
— ¿Yo? — pregunta, señalándose con su dedo. Asiento y en respuesta ella sonríe.
Dándole la dirección se despide. Ella es tan descarada que primero se dirige a casa de su novio y tan perra como para seguir con él y no terminarle cuando está por salir con otro chico sin sentir un ápice de culpa. Nunca me equivoco con las personas y ahora veo que no lo hice con ella y que tal como yo creía no era tan santa.
Contrario a ella yo sí sentía culpa por lo que pensaba hacer. ¿Estaba bien? No, si lo estuviera algo que no reconozco muy bien no me estuviera carcomiendo por dentro. Pero ya no podía remediar nada, solo esperar que todo funcione y ella me deje el camino libre con Sean.
* * *
El frío en Boston es demasiado en los últimos meses del año, aunque en enero es incluso peor. Para resguardarme de éste, mi atuendo hoy consta de botas, jeans, camisa y chaqueta —todo en color negro. Para no parecer que tengo luto, de accesorios una bufanda y un gorrito en color rojo, pero el hecho de que esté completamente cubierta de pies a cabeza siquiera logra abrigarme bien.
Entro al centro comercial y subo al segundo piso para ser testigo del encuentro entre esos dos. Entre mis planes no resaltaba venir, pero a decir verdad me daba curiosidad lo que harían.
El primero en llegar es Evan, quien me busca por varios minutos y al no encontrarme toma asiento en una de las mesas que se encuentran en el primer piso. Se ve bien con un pantalón largo y una sencilla polera roja. A Evan le gusta el color rojo, me he dado cuenta de ello.
Lo veo textear algo en su teléfono y sé que el destinatario soy yo cuando el mío vibra en el bolsillo de mi chaqueta. En el mensaje que ha enviado me pregunta dónde estoy, así que respondiéndole que estoy por llegar algo dentro de mí se rompe al ver cómo le sonríe al teléfono.
¿Cuándo demonios me metí en todo esto? Haciéndome esta pregunta doy con la respuesta de que yo no me metí en nada, él mismo lo hizo. Él mismo abrió un espacio en su corazón para que yo viviera en el, pero lamentablemente el mío está arrendado por un huésped que se niega a pagar la cuota y que no me atrevo a echar.
En otro tiempo no me habría importado burlarme de los sentimientos de un chico, pero con Evan es diferente. Me he acostumbrado a él y me gusta el tiempo que pasamos juntos porque es una excelente compañía, pero yo no soy tan idiota como para confundir comodidad con amor, esa es mi triste realidad.
Una cabellera naranja resalta de entre las demás. Juzgando por el vestido insinuador que trae puesto me doy cuenta que Elvira no solo viene a conquistar sino a mucho más. Si tan solo Sean viera la joyita que es su novia se decepcionaría, pero aún no es tiempo para que se entere de las fechorías que hace su chica porque entonces se encargaría de dañar todo sin que algo haya sido concretado.
Ella busca a Evan, pero debido a la multitud de personas que entran o salen del centro comercial es incapaz de dar con él. Estoy por enviarle un texto para informarle que está muy cerca, pero me doy cuenta de algo: Esto estaba mal. Yo no era nadie para manipular los sentimientos de una persona, porque ese era el nombre que se le debía dar a lo que pensaba hacer. Estaba tratando de meterle a la fuerza a Elvira por los ojos y desviar los sentimientos que tiene por mí hacia ella; era un completo error porque era él quien decidía hacia donde se dirigían sus sentimientos y no yo.
Me aterro cuando luego de caminar de un lado a otro la chica se dirige al verdadero camino que la llevará a Evan. No lo pienso mucho cuando bajo las escaleras mecánicas corriendo, sin importarme que éstas se encuentren funcionando y corra con la suerte de caer de ellas. Me apresuro en mi intento de llegar primero al notar que por fin ella ha clavado sus ojos en él, pero no le doy tiempo de siquiera parpadear cuando tomo la mano de Evan entre la mía.
— Bradley.— dice sorprendido.
— ¡Corre!— consternación es lo que veo en sus ojos, pero como no hay tiempo que perder dando explicaciones lo jalo fuertemente y empezamos a correr hacia cualquier parte.
Escucho preguntarme qué pasa con un timbre de voz que suena a preocupación, pero al ver que rio concluye, tal vez, que no corro ningún tipo de peligro y termina acompañándome en la risa.
Detengo mis pasos, haciendo que él también lo haga, cuando considero que nuestra huida ha sido exitosa y estamos lo suficientemente lejos como para que Elvira no nos encuentre. Estoy por quitar algunos mechones de cabello que se pegan a mi rostro y están nublándome la visión , pero Evan se adelanta y no solo hace ese trabajo sino también el de acomodar mi gorro que estaba a punto de caerse por yo haber corrido.
— Pensé que no vendrías.— sus manos acariciando mis mejillas.
— Yo también.— soy capaz de decir, lo que no me atrevo a decir es lo que pensaba hacer.
— ¿A qué te refieres con eso?
— Yo me entiendo— poniendo mis manos sobre las suyas hago que las baje —. Ahora será mejor pensar en lo que haremos.
No tenemos que caminar mucho para saber que nuestro primer destino serán los bowling. He venido muchas veces, pero siempre me quedaba sentada porque no me parece un juego demasiado interesante el hacer que los bolos caigan.
Observo a quienes juegan. Todos hacen la misma posición antes de lanzar la pelota, aunque no todos consiguen el mismo resultado de derribar todos los bolos. En la vida muy pocas cosas se me han hecho difícil debido a mi inteligencia, y por donde se le mire el juego parece fácil y creo no resultará mayor problema para mí.
Nos cambiamos el calzado por el adecuado — que por cierto, no pega con mi vestimenta — y soy la primera en pararme frente a la bolera.
— ¿Has jugado antes?— pregunta Evan muy cerca.
— No, pero no necesito ayuda.— informo y obtengo que en respuesta alce sus manos librándose del mal resultado que pueda tener.
Me dispongo hacer los cuatro pasos: Pongo el pie derecho un paso por delante del izquierdo y alejo la bola de mi pecho mientras inclino mi espalda; balanceo la bola hacia abajo y muevo mi pie izquierdo hacia adelante; avanzo nuevamente el pie derecho y llevo la bola hacia atrás; por último, mi pie izquierdo viaja otra vez hacia adelante y flexiono mi rodilla para finalmente soltar la bola y que siga su curso.
Veo satisfactoriamente como cada bolo cae y la enorme X en el tablero informándome que tengo diez puntos. Doy saltos mientras aplaudo y río. Después de todo no es tan aburrido.
— Supera eso perdedor.— le digo, haciendo que él ria y niegue con su cabeza.
Por supuesto Evan no lo supera, no se podría, pero obtiene el mismo resultado: diez puntos. Seguimos en anotaciones perfecta hasta que llegamos a los 200 puntos. Ya se le puede considerar como una buena partida.
Estoy por lanzar cuando me pongo nerviosa al escucharlo gritar:
— ¡Esa es mi chica!
Por primera vez fallo el tiro y también el siguiente.
— Hiciste trampa— le recrimino cuando llega a mi lado, pero solo obtengo que ria a mi costa.
— Yo no he hecho nada.— se dispone a lanzar, pero ya he dicho que si alguien me hace algo me la paga, así que lo empujo y hago que pise la línea de falta obteniendo un enorme cero en el tablero.
— Eso sí fue hacer trampa.
— Nunca dije que jugara limpio.— digo riendo.— Pero ya estamos a mano.
Eso según yo, porque Evan me sale rencoroso y sigue gritando palabras que me ponen más nerviosa todavía y que hace que falle los dos tiros restantes.
Estoy en desventaja porque sé que él no fallará otro más por mucho que trate de empujarlo nuevamente a línea de falta, así que doy por finalizado el juego y cambiándome los zapatos salgo del bowling sin esperarlo.
Escucho sus pasos y siento sus brazos rodear mis hombros, pero eso no me detiene. Las personas nos miran como si estuviéramos locos, pero algunas chicas se atreven a suspirar al mirar la posición en la que nos encontramos.
— Eres una mala perdedora.
— Y tú un tramposo de mierda.— siento sus hombros moverse y en segundos escucho su risa. Por mucho que no quiera hacerlo, también rio.
— Te estás riendo.
— Pero aún sigo molesta contigo.
Salimos a la parte trasera del centro comercial. Me detengo al ver a muchos adolescentes patinando en la pista de hielo.
— Patinemos.
— No sé hacerlo, me tendrás que enseñar.
— Bien.
Poniéndonos los patines entramos a la pista. Aunque le diga a Evan que me dé la mano él todo lo que hace es posicionarse detrás de mí y pasar sus manos alrededor de mi cintura. Se me hace difícil moverme, pero no imposible. No sé por cuanto tiempo nos las pasamos de esa manera, pero estoy a punto de matarlo al darme cuenta de que él se desliza fácilmente sobre el hielo.
— Sabes patinar.— pienso soltarme de su agarre, pero sabiendo mis intenciones me toma de una mano y me gira. — Eres un maldito mentiroso, jamás volveré a creerte...
Antes de siquiera terminar con lo que pensaba decir sus labios terminan impactando contra los míos. Ni por muy molesta que esté le negaría un beso a Evan, eso es pecado que se paga con el infierno.
Muy pocas situaciones en mi vida resulta cliché. Si fuera de esa forma me hubiera enamorado de mi mejor amigo o Sean ya se habría fijado en mi, pero nada de eso ha sucedido. Pero en esta ocasión, cuando la noche estaba hermosa me atreví a pensar que tendría algo de ello, ya saben, besarlo apenas empezaran los fuegos artificiales o una ligera lluvia que le diera un toque más romántico al momento, pero nada de eso sucede. El ambiente romántico se vuelve hasta de suspenso al no saber qué hacer cuando a todos les da por salir corriendo cuando truenos y relámpagos se escuchan y amenazan con desplomar el cielo. Antes de que la avalancha de personas nos pase por encima, Evan toma mi mano y volvemos nuevamente al centro comercial.
No hay lluvia, pero los sonidos que se escuchan afuera son más aterrador. Esperamos que todo se calme sentados en una mesa, mientras comemos una enorme pizza que se ha encargado de ordenar Evan.
Los truenos y relámpagos ahora son solo ecos de lo que fueron hace momentos. En el cielo no se ve alguna estrella o satélite que lo alumbre, por eso la oscuridad reina apenas salimos del centro comercial.
Evan empieza a manejar rumbo a casa. Eso era lo que teníamos planeado, pero al pasar por un terreno medio solitario de la ciudad nos fijamos que una película se proyecta en una pared de algún edificio abandonado. Nunca he ido a un autocine, así que ahora que tengo la oportunidad no la perdería por nada del mundo.
— Veamos una película.— Evan asiente en respuesta y aparca detrás de una infinidad de autos presentes en el lugar.
Lugares como estos son increíbles, principalmente porque es al aire libre y no encerrados en alguna enorme sala. Además, tiene el nombre bien puesto dado que son los focos de los autos que ven la película y no las personas quienes solo se dedican a besarse con su pareja sobre el capop de los mismos.
— Espérame aquí.— subo al capop en lo que espero a Evan. Lo veo volver con dos potes de palomitas de maíz y refrescos.— ¿De dónde has sacado eso?— él señala hacia alguna especie de trailer en lo que se sienta a mi lado.
Vemos la película en completo silencio por varios minutos, pero Evan empieza a removerse inquieto cuando escenas subidas de tono se reflejan en la pantalla.
— Apuesto a que estás sonrojado.— le digo, tratando de incomodarlo aún más.
— Por supuesto que no.
— Ajá.— sigue en lo mismo de dejarme como mentirosa, así que cuando abre la boca meto un puñado de palomitas en ella. Rio, viéndolo con la boca llena y sin poder masticar cómodamente.
Mi risa se esfuma cuando lo veo tan cerca de mi y una corriente recorre mi cuerpo al sentir sus labios entre los míos. Hoy me dije que dejaría de hacerle más daño a Evan tratando de ilusionarlo y no poder corresponderle de la forma que él quiere, por eso trato de alejarme, pero su mano detrás de mi cabeza me lo impide.
No hay nada dulce en su beso, sino algo que si le poníamos nombre debía llamarse deseo. Deseo que recorre cada célula de nuestro cuerpo y que aún sin ser fuego amenazaba con quemarnos sino lográbamos calmar las ganas que se estaba apoderando de nosotros. Pero a mí y a él nos tuvo que haber caído la maldición del perla negra, porque una fuerte lluvia se hace presente y daña el momento.
—Es hora de volver. — asiento, mirando sus labios hinchados.
En todo el camino hasta mi casa no hago otra cosa que no sea observarlo. El problema con Evan no es que no me agrade, el problema con él es que me agrada demasiado.
***
Hola por aquí. Aviso que por los momentos va ganando Hannah ajajajja. Pero a lo que verdaderamente voy es a ¿de qué parte leen la historia? Tengo curiosidad.
Espero que hayan disfrutado el capítulo. Saludos desde un rincón llamado Venezuela.
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