T R E S
Antes de empezar a leer: este capítulo, así como el cuatro, no está editado. Por lo mismo, agradezco si no son tan duros con la gramática; la verdad no me defendía muy bien en ello cuando escribí esto. Cuando tenga tiempo pienso editarlo, como lo hice con el uno, el dos y los demás.
Capítulo tres: No es mi sueño esperarte siempre.
Sigo pensando en lo que me dijo Sofía el día de ayer sobre qué pasaría con mi vida si su hijo no lograba fijarse en mi, esa misma pregunta me la había hecho tiempo atrás. Por supuesto que he intentado olvidarlo pero sencillamente vuelvo a mi punto de partida, a él.
Recordaba perfectamente cada palabra dicha por ambos aquel día, el día en que abrí mi corazón y decidí decir mis pensamiento en voz alta. Cada mirada de su parte y cada gesto es algo que no logro olvidar, sobretodo porque ese día fue uno lleno de lágrimas para mi.
18 de septiembre de 2012
Sean Morris era una extraña mezcla entre calidez y frialdad. Daba la sensación de ser tierno, por ejemplo, unas cuantas veces me sonreía y abría la puerta para mí; en otras, fingía no conocerme, frío como un tempano de hielo.
No puedo llegar a decir que somos el tipo de amigos quienes se cuentan sus secretos, tan solo esos que llegan a la secundaria juntos en lo que hablamos un poco en el camino.
Permito detallarlo mejor, sentado en otra línea en el puesto de adelante está él concentrado en lo que la profesora explica y yo aquí concentrada en la hermosa obra de arte que es su rostro. Su piel no es tan blanca, tiene algunos lunares adornando su rostro, labios rosados que te incitan a pecar con solo verlos, hermosos ojos cafés que hipnotizan a cualquier persona que puedan caer en su embrujo. El chico era perfecto por donde sea que se le mire, por lo menos para mi así era, cada ángulo era mejor que el anterior; tuvieron que pasar años para que tal obra tan majestuosa fuese creada. Me pregunto cuántos ángeles se necesitaron para crearlo sin ninguna imperfección, cada cincelada costó sangre, porque para semejante escultura tuvo que ser de esa forma.
Efectivamente Sean era el primer hombre que llamaba mi atención, por eso me confesaría. Como dice mi madre: No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, y así lo haría; mis amigas no estaban de acuerdo, ciertamente yo prefería arrepentirme por lo que pienso hacer y no por lo que pude haber hecho y no hice.
No diré que le escribí una carta con corazones porque no lo hice, usaría las palabras pronunciadas por mi boca, esas eran más influyentes que las escritas en una hoja de papel. Aunque si les soy sincera, cuando estoy aburrida me dedico a dibujarlo, a dibujarnos, porque en las última páginas de mi libreta como toda chica de quince años de edad quien está enamorada yace el nombre de él junto al mío enmarcado con un gran corazón como muestra de mi amor.
También me ha dado por colocarle nombres a nuestros futuros hijos, junto a su apellido, yo no seré madre soltera, el responderá por mis bebés. Lo que me da más ternura, es el dibujo de la última hoja, en ella hay dos muñequitos hermosos y bien formados tomados de las manos y junto a ellos un niño y una niña. Bueno, solo se trata de unos palitos que simulan ser los cuerpos con unas bolitas como cabeza, hasta el muñeco del ahorcadito tiene mejor forma, pero qué tanto, la intención es lo que cuenta.
El timbre que da por culminada la hora de clase se hace presente, la mayoría no espera que la profesora se despida. Y aquí viene mi acto de valentía, ahora no me echaría para atrás, eso nunca.
Camino unos cuantos pasos hacia él, quien se dedica a recoger sus cosas y meterla en su morral. Está tan ensimismado en esa tarea que no se da cuenta que me he acercado, lo que es una gran sorpresa cuando gira y me encuentra, muy cerca para su gusto, pues retrocede unos cuantos pasos.
¿Tan mal Huelo? ,detengo el impulso de olerme el cabello, la ropa y para que mentirles, una de mis axilas. Mi madre dice que soy rara y que me falta un kilo de tornillos en la cabeza, que esa es la razón por la cual mi cerebro no funciona bien.
— Deseas algo, Bradley? — Salgo de donde sea que me haya ido cuando escucho esa voz.
En estos momentos estoy desempeñando el papel de una gelatina. Estoy temblando, nunca me había confesado, pero es más difícil de lo que creí.
El sigue viéndome, sin entender porqué le he privado el libre paso para salir de aquella aula de clases.
— Sí — Titubeo, no reconociendo ni mi propia voz, por lo que me aclaro la garganta — quiero hablar contigo — así mejor — Yo...tú — el asiente, confundido. Lo sé por la extraña mueca que adorna su rostro — Tu...me gustas — ya, lo dije. Ahora viene la parte importante, la respuesta.
El me ve con cara de sorpresa, ladeando su cabeza un poco me mira de forma extraña, como con... ¿Ternura?.
Dios, escucha mis plegarias y que de aquí salgamos con los labios rojos e hinchados producto de habernos besado tanto. Me imagino saliendo tomado de las manos y una lluvia de arroz sea lanzado en nuestro honor, aunque eso sucede por lo natural en la boda.
No es buen momento para estar divagando, pero lo hago, no lo puedo evitar. Estoy nerviosa, quiero comerme las uñas, hasta los dedos si fuese posible. Espero por la respuesta que puede cambiar mi vida y espero y me acepte. Pensando en eso, una sonrisa bobalicona se forma en mi rostro, misma sonrisa que se apaga cuando las palabras son pronunciadas de su boca.
— Lo siento, Bradley pero estoy saliendo con alguien —sus palabras hacen eco en mi oxidada cabeza, resonando con tanta fuerza que estoy apunto de desfallecer. Ahí mismo, en el frío piso donde tantas huellas habían pisoteado cada rincón de el; en el mismo salón donde apenas unos minutos atrás una clase fue impartida y yo fui parte de ella. Lo que no sería era parte de la vida de Sean.
Siento una lágrima descender por mi rostro y luego con ella descienden otras.
Mierda, Estaba llorando.
Escucho murmullos a mi alrededor y es que me doy cuenta que no estamos solos como creíamos, teníamos espectadores y ni siquiera lo habíamos notado, por lo menos de mi parte fue así. Las risas se hacen presentes calando hondo en mi interior, es de saber que el payaso en este caso soy yo, ellos se ríen de mí estupidez.
El se acerca hacía mí e intentando colocar una de sus manos en mi mejilla hace el esfuerzo de secar mis lágrimas, lágrimas que son derramadas por su causa, aunque él no tiene la culpa de nada.
Mirándolo una última vez salgo corriendo tan rápido como mis piernas me lo permiten, enredándome con ellas y cayendo por las escaleras, mas nunca llego al piso, sino más bien sobre un duro pecho. Veo de quién se trata, un chico rubio de ojos oscuros esta mirándome. No me doy cuenta que mis pensamientos fueron hacia otro lugar, pero cuando vuelvo en mí, lo veo. Su ceño fruncido, una fina línea adorna su boca, está molesto. Mis lágrimas empañan su cara y hasta su visión. Reparo en sus pestañas, si había algo que envidiaba de los chicos era el que tuvieran pestañas tan largas, el las tenía así. Quise arrancárselas y pegarmela así fuese con saliva. Una pequeña risa se escapa de mi garganta imaginándome a mí, quitándole pestaña por pestaña y saliendo corriendo por todo el instituto para que no me alcance.
— Lo siento — digo cuando salgo de la gracia que me causó el chiste.
Sin mas me levanto y apenas hacerlo veo a quien acaba de romper mi corazón caminando y tomado de la mano de una pálida chica, la reconozco como la que por accidente le tiro el jugo en la cafeteria a Sean ¿Cuándo se supone empezaron a salir?.
Verlo caminar y actuar de manera normal produce una extraña sensación en mi estomago y siento mis ojos lagrimear ¡joder! otra vez no.
Ni siquiera me importa mojarme con la gran llovizna que ha empezado a caer cuando salgo de la institución. He aquí un motivo para que mis lágrimas sean confundidas por gotas de lluvia.
El recuerdo hace que mi mano se apresure a su cabeza, dándole un sonoro golpe en la misma.
— ¿Y eso porqué fue? — grita apenas gira y me observa.
Evito decirle que por no hacerme caso y haberme rechazado.
— No lo pude evitar. Mi mano tiene vida propia — un pésimo intento de disculpa.
— Estás loca — Afirma.
— ¿Sabes? Hay una parte de mi cuerpo que tiene más libertad incluso que mis manos — digo, levantando mi pierna derecha y moviendo mi pies en círculos mientras coloco detrás de mi espalda ambas manos en un intento de parecer inocente —. A mi pierna a veces le da por ser traviesa y pegar en ciertas partes nobles a los hombres — Entendiendo mi amenaza sigue su camino. Yo lo imito.
Nos dirigíamos hacia el odontologo, si hay algo a lo que tengo miedo son a las personas que ejercen esa profesión. Tenía tiempo sin ir a uno y estaba que me desmayaba. Para rematar no iba por una simple limpieza sino para la peor tortura que se puede sufrir en la vida como lo es irte a sacar dos de las muelas del juicio, decir eso me hacía sentir como una acusada siendo enjuiciada. Estúpido.
Sigo con mi vista cada movimiento suyo. Ser rechazada había dolido, mucho, pero en estos cuatro años que pasaron ver al chico que me gustaba sonreírle a otra dolía inclusive más.
Unos minutos después llegamos al consultorio del verdugo. Sean entra primero y unos cortos minutos después sale, ni siquiera se le ve afectado, yo por el contrario estaba muriéndome de miedo.
Mi turno llega y entro no sin antes hacerle prometer que me esperara. Un doctor regordete me recibe brindándome una sonrisa; el colmo de la situación era que siendo quien cuidara de la salud bucal tuviera dientes tan amarillos, casi naranjas, como si hubiese comido demasiado Cheetos.
Me siento en aquel asiento que se asemejaba más a una cama, claro que en esta no se podía dormir muy cómodo que digamos. El doctor me ve con curiosidad y luego me mira con su ceño fruncido, como analizando cuál método utilizaría para su tortura, solo esperaba que no sacara una enorme tenaza y se dispusiera a sacarme las muelas sin anestesia .
Dios, estoy loca.
— ¿ Vienes a sacarte una muela o un uñero? — Pregunta luego de unos segundos donde solo se dedicó a observarme. No entiendo a qué se refiere con eso — Te colocaste al revés. Donde tienes tu cabeza realmente van los pies y viceversa.
Pena, eso sentía.
Era cierto que tenía tiempo sin acudir a un consultorio odontológico, pero esto era algo que hasta un niño de primaria sabía. Supongo que el miedo me hizo actuar torpemente.
— Disculpe, estoy nerviosa. — es todo lo que logro decir acomodándome como es debido.
El odontologo asiente y empieza con su trabajo. Estaba siendo demasiado dramática pero estaba sintiendo que mi vida se iba acabando en estos pocos segundos que han pasado, mas lo dejo seguir con su labor de torturarme.
Respiro normalmente cuando dice que finalmente ha acabado y me da indicaciones de qué debo y no hacer. Un minuto más ahí y pude haber envejecido, eso me pareció eterno.
Salgo del consultorio sintiendo como mi cara se estaba hinchando. Iba a parecer una calabaza. Busco con la mirada a Sean y me doy cuenta que se ha ido, no me esperó pese a que dijo que lo haría.
Tendría que ir a casa sola, lo peor en bus porque Sean se había llevado el auto. Si había algo que no me gustaba de viajar en bus era el hecho de que siempre estaban llenos y lo confirmo cuando me toca ir de pie en lo que personas me empujan de un lado a otro cuando intentan bajar o subirse.
En el transcurso me doy cuenta de algo y eso era que mi vida se estaba convirtiendo en un constante ciclo de espera. No hablaba de cosas como esperar a que un profesor llegara a dar su clases, esperar un autobús que me llevara a mi destino o cosas triviales como esas; sino más bien, esperar por una cita con él, un beso suyo, que sostuviera mi mano.
Esperaba el día en que finalmente Sean me diera una parte de su corazón.
Definitivamente yo tenía que ser la chica más masoquista del mundo porque al parecer me gustaba sufrir, lo peor era que el dolor me lo propinaba yo misma.
|***|
Con respecto a las actualizaciones: serán una vez por semana. De verdad quisiera poder hacerlo con más frecuencia, pero estudio y eso me quita tiempo para escribir.
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