Capítulo uno:
Quien ama ha de aprender a odiar.
La mayoría de las personas decían que cuando me enamorara sería feliz. Al principio lo llegué a creer, pero ahora veo que el amor no es como lo pintan y en vez de mariposas lo que pueden aparecer son animales carroñeros que amenacen con despedazar tus tripas y comerte el corazón.
Sobrestimé tanto ese sentimiento llamado amor que cuando me caí de la nube de la cual me sostenía me di duro en el trasero —si esperaban dijera en el corazón no siento decepcionarlos , pero es que la larga espera se llevó parte del romanticismo—. Y es que tener un amor no correspondido es tan injusto como el hecho de que tu segundo y tercer dedo del pies fueran más largos que el dedo gordo o como que te depiles las axilas un día y al siguiente te salga los vellos, así de injusto era.
Entonces sí, el amor era una mierda.
Y ahora, cuando me encontraba en la cafetería de la universidad observando como sonreían como dos tontos aquellos seres primitivos, uno más que otro, mientras se daban de comer y hablaban sin importarles que los demás vieran los restos de comida en sus bocas, lo confirmaba. Eso era asqueroso, y no, no por el hecho de ver la comida precisamente, sino por sentir ganas de devolver mi estómago por la boca con tanta dulzura que desbordan.
La chica tonta —quien por cierto tiene el nombre de villana de dibujos animados—, se ríe de lo que sea que el chico a su lado esté diciendo y me permito detallarla mejor.
Ella es algo exótico de ver, demasiado, a decir verdad: alta, piel pálida, cabellera naranja, rostro fino con facciones delicadas y unos increíbles ojos azules. Siempre viste elegante y con ropa de la temporada. La mayoría de las veces anda sonriendo; muchas otras, llorando —eso último es culpa mía. Muchos piensan que es buena, pero yo tengo mi propia opinión. Como sea, la chica es hermosa. Eso me irrita.
¿Puede haber algo peor que tu rival sea hermosa? para mí no. Ni siquiera me puedo dar el lujo de criticarla como es debido.
¿Era mucho pedir que tuviera bigotes y vellos en la cara como la joven bibliotecaria de la universidad? Otra injusticia más.
Y estaba él, Sean Morris, el castaño de ojos color cafés y con lunares en su rostro, que fácilmente podrían confundirse con chispas de chocolates, por el que me la pasaba desvariando. No es tan alto ni mucho menos posee un gran cuerpo con cuadritos— eso los derritió el sol— . Tiene un rostro ancho pero varonil. Algo popular e inteligente, pero con un pésimo sentido del humor.
Lo conocí hace cinco años , estudiábamos en la misma secundaria pero no llegué a hablarle hasta que su familia se mudó al barrio donde yo vivía. Mi abuela y su madre se volvieron amigas, así que nos enviaban juntos de vez en cuando al instituto y de esas caminatas constantes empezaron mis sentimientos por él, por lo que un día decidí confesarme creyendo que era mi príncipe azul y me aceptaría. Error.
En aquel entonces tenía claro que no lo amaba, porque creo que a los únicos que pudo caberles un sentimiento tan grande en el pecho fue a Romeo y Julieta. Yo tenía claro que eran simples gustos de adolescente, pero ese gusto ha perdurado por muchos años, cuatro para ser exactos, lo que me hace creer que lo amo.
Siento un jalón en mi hombro y una voz, que reconozco muy bien, llamarme. De tantos pensamientos turbios, se me había olvidado que me encontraba con Hannah y Vanessa, unas de las pocas a quien puedo llamar amigas.
—¿Otra vez viajando a la luna?— pregunta la primera, señalándome — Nosotras tenemos que irnos y tú también.
Me doy cuenta de la hora en mi celular y sí, definitivamente tenía que levantar mi trasero para ver mi siguiente clase del día. Lo hago, olvidándome de esos dos y yendo hacia el salón de clases, en donde tendría que estar sola porque ninguna de las antes mencionadas veía clases conmigo. Ambas estudiaban derecho, mientras yo psicología.
En un principio tenía pensado decirle a Vanessa para escoger la misma carrera, pero eso era egoísta cuando nuestras metas no eran las mismas. Yo no podía interferir en ello.
El profesor no ha llegado cuando llego al aula. Algunos me saludan y a otros sencillamente les da lo mismo si he llegado o no. Los compañeros empiezan a hablar entre ellos y aquí es cuando deseo que Vanessa o Hannah vean clases conmigo, porque digamos que no me hace mucha gracia las tres chicas que se acercan a conversar conmigo y dicen gustarle mi ropa cuando estoy segura que apenas dé la espalda empezarán a criticarme, así que me importa poco ignorarlas. No me va eso de ser hipócrita.
Pasan alrededor de cinco minutos cuando un lujurioso hombre entrado en sus cuarenta años llega sonriéndonos. Sería una sonrisa baja bragas si no tuviera los dos dientes delanteros separados. Igualmente, el hombre es guapo y si fuera una de esas estudiantes que tienen fantasía y algo más que fantasía con sus profesores no dudaba en que lo hubiese elegido a él.
La clase da inicio, hago las anotaciones en mi cuaderno hasta que mis ojos empiezan a cerrarse. Yo realmente me estoy quedando dormida.
* * *
El mundo nunca va a estar de acuerdo con tu apariencia, porque el mundo no cree en perfección. Entonces, créelo tú.
Cuando supe que las palabras tenían el poder de hacer daño hice todo lo posible porque las mismas no me alcanzaran. Pero era inútil, porque las palabras son tan filosas como un cuchillo, por lo mismo encontrarán la forma de romper las barreras que has puesto y terminarán dañándote.
A los trece años los niños ya son lo suficientemente malos como para hacerte llorar. A esa edad una compañera de clases, quien no me soportaba, me dijo que era demasiado fea y flaca y por lo mismo nadie me querría. Sonreí, queriendo dar a entender que no me afectaba, pero por supuesto me afectó, de otra manera no habría tenido que darle explicaciones a Drew por haberme conseguido llorando. Pero él solo dijo: eres perfecta, y de tanto conocerlo supe que decía la verdad.
Poco a poco comprendí que no importa cómo el mundo te vea, sino como tú lo hagas. Y lo cierto era que yo carecía de error, era perfecta. No importa si alguien opinaba lo contrario, yo sabía que desde esa hebra de cabello que se encarga de ser rebelde y no le da por acentuarse junto a los otros en mi cabeza, hasta la punta de mis pies venían bañados en perfección.
No logré esto de la noche a la mañana, pasaron años para que me gustara mi reflejo en el espejo y más años aún en los que tuve que resaltar mis virtudes para que absolutamente nadie me hiciera de menos, porque reconozco que habían días en los que me levantaba y sin razón aparente me sentía como la mierda, cuando en realidad es que como me habían creado era más que perfecta. Y yo era perfecta con mi cabello rubio — que ahora se encuentra recogido en una coleta alta porque hoy sudaría como una puerca —, mi rostro delgado y delicado, una sonrisa que a todos les parece dulce, y unos espectaculares ojos verdes.
En ocasiones, he escuchado cómo me llamaban arrogante por considerarme de ese modo, pero yo no veo lo malo en decir que lo soy cuando es verdad y de no serlo me importaría poco la opinión de personas que se creen con el derecho de opinar sobre mi y que lo más probable es que buscan defectos en los demás para no darse cuenta de los propios.
Saludo a algunos que llego a tratar e ignoro a la perra que me trajo esos pensamientos el día de hoy, la chica que me llamó fea, mientras camino hacia las canchas.
La clase con el guapo profesor había terminado hace unos minutos. Está demás decir que me quedé dormida y que mis queridos compañeros no me despertaron, por eso iba tarde para la próxima clase que no era otra más que deportes.
Es una suerte llegar y que el profesor no lo haya hecho. Vickrey es uno de los pocos profesores que no le gusta que los estudiantes lleguen después de iniciada su clase. A los demás sencillamente les daba lo mismo si llegábamos diez minutos después de empezar o un minuto antes de que la clase finalizara porque después de todo la nota era nuestra y nosotros eramos los perjudicados.
Me siento en las bancas de la cancha; saco mi pequeña libreta y empiezo a dibujar lo que se me venga en mente. Es bueno tener con qué entretenerse cuando se está aburrido.
El silbato del profesor resuena por todo el lugar cada que un equipo marca puntos y eso hace que me duela la cabeza por las anotadas constantes de éstos. Largos minutos pasan y yo aún sigo esperando a que el equipo masculino termine su partido para que empiece y termine el de las mujeres e irme a mi casa.
Llevo mi mirada hacia el lugar donde juegan, no por el juego sino por el chico de ojos cafés que se halla en él. El sudor recorriendo cada parte de su cuerpo y su cabello castaño adherido a su frente lo hace ver más sensual de lo que es. De vez en cuando mira hacia las gradas y guiña uno de sus ojos, quisiera decir que dichas miradas y guiños son para mi, pero no, a mi no es precisamente a quien mira sino a la insípida chica de cabello naranja, quien está sentada cerca de mí riendo con su grupito de amigas mientras hablan de los colores de la temporada. Se me había olvidado que veía esta materia con ella.
Evito rodar los ojos y sigo dibujando.
Tal vez estaba demasiado entretenida y por eso no me había dado cuenta que el silbato del profesor ya no se escucha. Levanto mi mirada y no veo al equipo masculino por ninguna parte ¿Cuándo había acabado el partido?
— ¡Campbell, mueve tu trasero aquí ahora mismo!
Ese es el profesor. No sé quién demonios le ha dado permiso siquiera de tomar ciertas atribuciones, pero un día de estos lo llamaría calvo para ver si le gustaba.
Levantándome de mala gana, llego hasta él.
No me gustaba hacer deportes, porque odiaba el hecho de sentirme pegajosa por el sudor, y aunque en el recinto había duchas las de mujeres decidía dañarse justamente cuando nos tocaba sudar como puercos todas las semanas.
Maldecía el día en que elegí voleibol como extra-curricular, mas creo que no me había equivocado al recordar que Sean igualmente optó por la misma. Claro, que como siempre hay una mosca que cague el pastel Elvira no podía faltar en el combo.
— ¿Puedo ser la que silba cuando anoten?—pregunto, ganándome una mirada reprochadora — Bien, pero entonces ¿a cuál equipo me incorporo? los dos están completos.
— ¡Por Dios, Campbell, a cualquiera!
Se supone que cada equipo debe estar conformado por seis jugadores, eso según las reglas, pero a este hombre le vale mierda todo. Bien, siete contra seis podía ser una ventaja.
Veo a la estúpida pelirroja, por ende decido ser parte del equipo rival y voy hacia la parte trasera.
El silbato del profesor nuevamente suena y el partido da inicio. Me quedo de brazos cruzados, porque sencillamente ninguna pelota llega a donde estoy, hasta que los cambios de posiciones finalmente empiezan y ahora me encontraba en el medio de la cancha y si no quería que el balón diera de lleno contra mi cara debía comenzar a jugar.
El partido continúa; íbamos perdiendo por la cantidad de flojas que había en el equipo, ni que hubiera siete jugadores nos salvaba.
Elvira se encuentra al lado de la chica del medio de su equipo, y desde donde me encuentro puedo ver la sonrisa petulante que tiene. Seguramente está disfrutando el sabor de la victoria, pero ese sabor será amargo, porque cuando veo la pelota acercarse a la malla corro y hago un remate que da a parar justamente en su rostro.
Muchos llaman el nombre de Elvira apenas la ven caer, pero yo en todo lo que puedo pensar es en qué tuvieron sus padres en la cabeza para ponerle semejante nombre.
— ¡Campbell, la has matado!
Nuevamente el profesor con sus gritos y su paranoia.
Desde hace rato no lo veía, pero lo más seguro es que se encontrara detrás del culo de la profesora de Idiomas. Es tan iluso al punto de creer que una mujer como esa se fijaría en un viejo precoz, bigotudo y, por si fuera poco, calvo como él. Se han visto casos, pero yo no soy partidaria de las causas perdidas, por eso no apostaba a algún progreso entre esos dos.
Caminando un poco, noto el momento en que la chica se incorpora. Así como es posible notar también la sangre cayendo de su nariz. Para ese estado el golpe tuvo que ser fuerte, pero no es como que mi conciencia pesara por ello.
Escucho el cuchicheo del equipo masculino, lo más probable es que hayan ido a tomar agua, y apenas ve a su novia en el suelo Sean llega corriendo a ella. No hace falta siquiera preguntar cuando sabe que yo he sido la responsable de todo, así que para dañarme toma a su novia en brazos.
Evito decirle que ella puede caminar ya que el golpe no fue en las piernas sino en su rostro, mas me abstengo de hacerlo para evitar La Tercera Guerra Mundial o que se desate "El caballo de Troya" llamado Sean Morris.
Puedo escuchar a la chica decir que fue un accidente, pero ni ella cree esa mentira, porque sencillamente fue hecho con la peor de las intenciones y eso es algo que todos saben.
Él no dice nada y finalmente abandona el lugar, no sin antes darme una mirada, pero no cualquier mirada, sino una de esas miradas que llega a doler. Y claro que lo hacía, no iba a mentirme diciendo que no me importa que el chico que me gusta en realidad me odie.
Decir que esa mirada no dolió, sería como negarme que tengo un corazón.
* * *
Odio a Sean, porque sin proponérselo llega a ser tan hiriente como para hacerme llorar. Hoy solo tuvo que preguntarme cómo podía vivir conmigo misma sin asquearme para que mis ojos adquirieran ese brillo distintivo.
Sé que merezco la mayor parte de la mierda que me lanza, pero no soporto que se las quiera venir a dar de excelente ser humano cuando él podía llegar a ser inclusive peor que yo. Sin embargo, no digo nada, tan solo lo miro hacerse el digno.
Está molesto, y lo entiendo. Pero por lo menos tuvo que darme un respiro por el cansancio que traía de la universidad, no esperar a que llegara a su casa para hacerme sentir mal al repetirme cuánto me odiaba.
— No pueden estar molestos; son amigos. —comenta Sophie, su madre.
Resoplo.
Sean y yo no somos amigos, pues no sonreímos cada vez que nos vemos, no nos contamos nuestro día, no escuchamos música con un auricular en su oreja cada uno, no nos reímos del chiste sin gracia del otro, no nos llamamos tarde para desearnos buenas noches o dedicarnos un te quiero.
Nosotros simplemente somos esos vecinos que se dedican miradas lascivas y palabras de odio la mayor parte del tiempo, los que pueden ir en el mismo tren escuchando la misma música pero siempre por separados, los que en ocasiones se ríen pero solo para burlarse del otro, los que pueden llegar a llamarse mas no para decirnos lo mucho que nos queremos precisamente.
Sean y yo no somos nada. Así que me parece hasta absurdo que Sophie trate de salvar la infame relación que tenemos.
— Estoy segura que Bradley no quiso hacerlo, ¿verdad?
Sophie me mira, se parece tanto a su hijo que tengo miedo de que cuando él y yo estemos haciendo el amor en vez de él me aparezca ella. Sacudo ese pensamiento de mi cabeza y asiento a su pregunta porque tampoco podía hacer verle a mi suegra que la futura novia de su hijo tiene instintos salvajes y asesinos.
— No fue mi intención lo que pasó con Elvira — hablo finalmente.
Por primera vez desde que decidió sentarse me mira: sus ojos entrecerrados me analizan, pero ni aun así logra que ponga mi cara de arrepentimiento.
— Como sea— dice, comiéndose la última galleta que queda en la charola.
Pisadas en las escaleras me hacen ver hacia el lugar. El señor Seb se encuentra bajando con Seth, su hijo menor, en brazos. Es una escena tierna si miro el elegante traje negro que trae éste mientras su hijo babea su hombro.
El hombre es alto, tiene el cabello negro al igual que sus ojos y es de tez un tanto morena. Definitivamente, mi señora suegra fue el homocigoto dominante a la hora de hacer a sus hijos, porque el pequeño monstruo quien ahora me mira y grita mi nombre es una replica exacta de su madre y hermano.
Cargo a Seth cuando su padre lo baja, porque no me queda de otra cuando el pequeño prácticamente me ruega que lo haga. No me agradan mucho los niños, pero él y mis dos hermanos son clase aparte. Lo conozco desde que nació, he cambiado sus pañales de vez en cuando, a veces hago su comida y muchas otras lo cuido, así que fue inevitable encariñarme con él.
Luego de varios minutos hablando con su esposa, mi suegro se despide.
Hoy ha sido suficiente el tiempo que he mirado a Sean, así que determino que lo mejor es seguir a mi suegra cuando va hacia la cocina a prepararle un biberón a Seth. Miro la licuadora hacer su función, pero solo puedo estar concentrada en el rostro de preocupación que tiene Sophie. Algo no anda bien.
Como si leyera mis pensamientos, dice algo que me sorprende:
— Dejaré el trabajo — sus ojos buscan los míos.
¿Qué se dice en estos casos? Odiaba no saber, porque apreciaba el hecho de tener confianza con ella y no saber qué decir para reconfortarla me hace sentir mal. Pero eso era esperar mucho de quien no sabe siquiera resolver sus propios problemas.
— ¿Por qué?— es todo lo que pregunto.
— Porque quiero tiempo con mis hijos.
Y lo entiendo, de verdad que lo hago.
La relación con sus hijos no es la mejor, sobretodo la relación con Sean porque Seth aún está muy pequeño para entender que sus padres casi nunca están en casa. Con la corta edad que tiene se puede decir que Sean siente cierta aversión por sus padres. No podía llegar a culpar a nadie, solo a las circunstancias.
La vida es difícil cuando se es joven, se tiene un hijo y no cuentas con un trabajo que te ayude a sustentar los gastos. Entonces se tiene que hacer lo necesario para salir adelante, y eso fue lo que hicieron los padres de Sean, buscar diversos trabajos que aunque le quitaran el tiempo que debían brindarle a su hijo también le pintaban un futuro.
Y así es como se abrió esa brecha que hay entre padres e hijo, porque aunque no lo diga sé que la distancia que ha creado Sean es porque no les perdona que no tuvieran tiempo para él.
En los tiempos que corren las cosas no han cambiado mucho, porque si bien es cierto que ahora tienen un trabajo estable también lo es que ser doctor no le deja muchas horas libres para disfrutar de su familia. Así que entendía perfectamente la decisión de Sophie.
— La vida es demasiado corta como para dedicarme solo al trabajo y no disfrutar de mis hijos — habla, dándole el biberón a Seth, quien todo este tiempo ha estado jugando con el collar que llevo puesto—. Quiero ser quien lleve a Seth su primer día de clases, la que vaya a su escuela cuando haga algo bueno o malo, cuando gane algo.
—Estará ahí para ellos— le aseguro.
— No quiero estar ahí para ellos cuando sean mayores y no necesiten de mí o de mis consejos —las lágrimas amenazando con salir —. Me perdí la mayor parte de la vida de Sean, al punto de no decirle algo porque creo que perdí ese derecho cuando todos los días lo dejaba con alguien haciendo la labor que me correspondía a mí, por eso no quiero hacer lo mismo con Seth. Después de todo ¿para qué se trae hijos al mundo si no piensas cuidar de ellos?— puedo ver como sus hombros se mueven y su voz tiembla, está empezando a llorar.
>> Seth ha tenido suerte de tenerte. Sean fue otro caso, creció con niñeras que cambiaba mensualmente, una hasta llegó a pegarle. Sé que el tiempo perdido nunca regresará, pero estaré con él cuando se gradúe, se case y tenga hijos. Aunque no será lo mismo, la infancia y adolescencia son las etapas más importantes para un padre porque son en ella que se forma la persona. Agradezco tanto que mi hijo no haya tomado un mal camino o vicios.
La conversación se ve interrumpida por el idiota, quien grita desde las escaleras. A ninguna madre le gusta que sus hijos la vean llorando, así que ella hace todo lo posible por limpiarse las lágrimas con el dorso de su mano antes de que Sean llegue.
— Oye, madre— Sigue gritando.
Lo veo llegar a la cocina con su torso perfectamente desnudo. Estaba tan acostumbrada a verlo de esa manera que ya ni me sonrojaba.
— ¿Sí, Sean?
— ¿Sabes dónde están los bóxers?
— Los tengo puestos— una pequeña risa escapa de mi ante el comentario de su madre. Diciendo un: que graciosa, camina hasta la nevera y toma una fruta— . Ya te busco uno— con eso sale disparada de la cocina en busca de lo pedido.
—Tan grande el hombre y su madre tiene que buscarle un bóxer— digo para mi misma, pero él termina escuchando, y veo como una pequeña sonrisa surca su rostro.
— Creo que escucho una mosca—pienso hablar, pero él se coloca sus dos manos en sus orejas.
Sonrío.
Puede que Sean me haga odiarlo, pero por más que peleemos me gustaba lo infantil que a veces podía llegar a ser. En ocasiones, las cuales son pocas, podíamos llevarnos medianamente bien. El problema era cuando aparecía su novia, porque él cambiaba completamente, ponía una barrera entre nosotros que no me gustaba.
Eso cambiaría.
|***|
Hola, hola. Si llegaste hasta aquí te debo un savoy. Ahora, si piensas cobrarlo aviso que no puedo pagártelo aún, tal vez lo haga cuando la rana eche pelos o quizá en el año de la pera, es decir, nunca. Nah, mentira, cuando tenga dinero se los envío, XD.
Bien, hablando enserio, espero puedan darle una oportunidad a la historia y se queden conmigo hasta que finalice. No se arrepentirán.
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