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* 5 *


Esmeralda no habló durante todo el trayecto de aquellas cortas cuadras, estaba enfadada por la forma en que Leo la había tratado más temprano y por tener que ir a la playa con él y su hermana. Hacía calor y odiaba no poder sacarse la playera. Al llegar, Leo se sacó la suya quedando solo en short y se recogió el cabello en un rodete desprolijo, aquello a Esme le pareció atractivo. Leo era lo más parecido a un chico de aquellos que salían en la televisión que había tenido cerca alguna vez, y pronto todas las chicas que rondaban el lugar lo estaban mirando. La muchacha se alejó un poco, incómoda ante las miradas, y se sentó a observar el mar, para así intentar recuperar la calma

La pequeña Coti se sentó a jugar con la arena y luego de un rato le pidió a Leo que le ayudara a hacer un castillo, él sonrió y minutos después ambos se encontraban enfrascados en la tarea. Esme no terminaba de entender como alguien tan cariñoso con los niños podía ser tan desagradable con los demás, sin embargo, verlo así le pareció tierno.

—¡Esme! —La voz tan familiar de Tony la hizo volver en sí. El muchacho se acercaba corriendo hasta donde ella estaba, probablemente era su hora de descanso y la había visto allí.

—¡Hola! —sonrió ella al verlo y se puso de pie. Lo abrazó y ambos se dieron un casto beso en los labios.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el chico.

—Mamá no quería que Coti viniera sola con Leo —dijo mirándolos. Tony observó a ambos y luego asintió.

—Pues, tampoco la dejaría hacerlo —añadió y abrazó a la muchacha.

—Ven, te lo presentaré —dijo Esme y Tony la observó frunciendo el labio.

—¿Es necesario? —inquirió y ella solo rio.

—¡Leonardo! —llamó. El chico levantó la vista y los vio, Coti también lo hizo.

—No me cae bien ese tal Antonio —murmuró la niña.

—¿No? ¿Por qué? —preguntó Leo mientras se ponía de pie y la miraba con ternura. Le agradaba la espontaneidad de la pequeña.

—No me gusta, nada más... Es cuestión de piel —añadió y Leo se echó a reír.

—Celos de hermana, diría yo.

—No, no son celos —respondió Coti y negó al tiempo que seguía con su trabajo.

Esme y Tony se acercaron a ellos y entonces la chica los presentó. Los chicos se pasaron la mano y Tony sonrió de manera agradable.

—Un gusto conocerte —añadió.

—Gracias, igualmente —respondió Leo aunque le daba igual en realidad.

—Bueno, debo irme... tengo que entrar a trabajar —dijo el chico excusándose y Esme asintió.

—A mí no me saludaste, Antonio, y no dormí contigo —añadió la pequeña niña y todos la miraron.

—Perdón. Hola, Coti —respondió Antonio condescendiente.

—Constanza, para ti —zanjó la pequeña. Leo rio con diversión, pero Tony no continuó el juego de aquella niña que consideraba malcriada y manipuladora. Besó a su novia en la frente y se despidió de todos para correr hasta su puesto de trabajo.

Esme caminó hasta la playa y mojó sus pies en el agua, estaba cálida y le hubiera gustado meterse en ella. Hacía mucho tiempo que no lo hacía, desde los doce o trece años, desde el momento en que tomó consciencia de su cuerpo. Observó a su hermanita jugar sentada en la arena con su traje de baño de dos piezas, aún no era capaz de darse cuenta de que pronto sería objeto de burla al igual que ella.

—¿Está linda el agua? —inquirió Leo y ella asintió.

—Así parece —respondió.

—¿Por qué no entras? —preguntó el chico.

—No tengo traje de baño...

—¿Y por qué no te pusiste uno si veníamos a la playa? —inquirió.

—Porque no tengo... —respondió irónica levantando las cejas como si lo que había dicho antes no había sido captado.

—¿No hay de tu talla? —zanjó Leo divertido y eso molestó a Esme. Ya suficiente tenía castigándose ella misma.

—Eres un imbécil, ¿ya te lo dije, Leonardo? —respondió girándose y alejándose un poco.

Leo no le dio importancia y se metió al agua. Esme vio que un par de chicas se acercaron a él y luego de un rato él se apartó de ellas para volver a la costa.

Fue hasta donde había dejado sus cosas y se puso su playera sobre su cuerpo aún mojado. Esme se sentó de nuevo sobre la arena y perdió la vista en el horizonte, era un mal día, uno de aquellos en los que todo salía mal, desde el desayuno que le llevó a ese estúpido solo porque pensó que la noche anterior había sido un poco más amigable, hasta ese incómodo momento en la playa. Un rato después sintió la presencia de alguien.

—Lo siento —dijo el muchacho sentándose a su lado.

—¿Qué sientes? —preguntó la chica.

—Lo de hace rato... no creí que te enojarías —añadió.

—¿Crees que es fácil para mí, Leonardo? —preguntó la chica—. Eres un idiota, no creo que lo entiendas. Por cierto, lo del desayuno de hoy... no volverá a suceder —zanjó.

—¿Por? Estuvo rico, podría acostumbrarme pronto —dijo el muchacho con tono bromista.

—Fuiste un maleducado, me echaste como si yo fuera tu empleada... y encima dejaste todos los platos sucios, tuve que limpiarlos yo... ¿Qué está mal contigo? —le preguntó.

—¿Conmigo? —preguntó el chico sorprendido, Esme estaba realmente molesta.

—Pensé que anoche... no sé, se me ocurrió que podíamos ser amigos, después de todo vamos a convivir un tiempo. ¿Sabías que tu madre te inscribió en mi colegio? Seremos compañeros. Por alguna extraña razón a nuestras madres aquello le parece una idea brillante —añadió con ironía y amargura—. Pero no te aflijas, ya encontrarás un grupo de gente como tú con el que te llevarás genial —dijo y pensó en ese grupo de chicos que siempre se burlaba de ella.

—Calma... ¿Qué escuela es? ¿Cómo se llama? —Quiso saber ignorando todos los comentarios ásperos de la muchacha.

—Santa Mónica —respondió Esme.

—No... no me digas que es una escuela católica. —Esme lo miró como si lo que decía fuera obvio y asintió—. Ohh... Eso no será nada bueno —añadió.

—¿Por? —preguntó Esme.

—No encajo en esos sitios, mi cabello, los tatuajes... la gente piensa que soy un delincuente o un satánico —dijo con una risa cortante y amarga—. Me mirarán raro —añadió.

—¡Oh! ¿La gente te juzgará por tu apariencia, Leonardo? ¡Qué feo ha de sentirse eso, ¿no?! —exclamó la chica con remarcada ironía y Leo se sintió mal al entender el punto.

—Lo siento, Esmeralda —añadió—. Ya te lo dije y no volveré a repetirlo, si quieres acepta mis disculpas y si no, pues allá tú —zanjó.

—Ni que fueras tan importante —replicó la muchacha.

—Eres pesada, Esmeralda... En todos los sentidos —bromeó de nuevo.

—Dios, Leonardo... No te soporto —añadió entre dientes. Leo rio.

—Vamos, al agua —dijo levantándose y pasándole la mano—. Un poco de agua de mar te sacará la amargura que traes encima.

—No me voy a bañar, no tengo traje de baño —añadió.

—No lo necesitas, además allá adentro te extrañan —dijo y señaló el océano. Esmeralda lo miró con el ceño fruncido y Leo rio desenfadado—. Las ballenas, tus amigas... te extrañan —añadió.

—¿Es en serio? —inquirió Esmeralda que sintió ganas de matarlo. Pero entonces, Leo se echó a reír y la forma en que lo hizo no enfadó a Esmeralda.

—Si quieres golpearme por lo que dije, que sea en el agua —La amenazó—. ¡Allá te espero! —dijo y se echó a correr—. ¡Salven a las ballenas! —gritó entre risas y aquello fue suficiente.

Esme se levantó y vació sus bolsillos en la arena para correr tras él, lo curioso es que no estaba enfadada, Leo no se burlaba de mala manera de ella y podía sentirlo, no era como otras veces, solo la molestaba como se molesta a una hermana o a alguien cercano. Él quería sacarla del enfado y para ello se hacía del chistoso. Lo miró y lo vio hacer gestos divertidos simulando que corría de ella. Esme rio también y un rato después lo acompañó en el agua.

—¿Ves? No era tan difícil, aunque te ves ridícula con tanta ropa —dijo Leo cuando la vio acercarse.

—Más ridícula me vería en traje de baño —afirmó la muchacha.

—Mira allá —dijo Leo y señaló a una pareja de ancianos que caminaban de la mano en trajes de baño—. ¿Crees que les importa esa cantidad de piel que se les desparrama por todos lados? —inquirió.

—Bueno... no pero...

—A nadie le importa, Esmeralda... solo a ti. Y pienso que no vale la pena perderse de cosas tan bonitas como el mar por lo que piense un montón de gente que no te conoce —añadió—. Al menos yo hace rato aprendí eso.

—Pero tú me conoces —dijo la muchacha sonrojada.

—Yo igual pienso que eres obesa, aunque no te vea en traje de baño —rio Leo y entonces ella empezó a mojarle el rostro.

—Y yo creo que tú eres un imbécil —gritó mientras le echaba agua y él se defendía.

—Lo sé... y tienes razón —sonrió el chico.

—¡También quiero bañarme! ¿Puedo ir con ustedes? —La pequeña Coti gritaba desde la playa.

—¡Ven! —dijo Leo llamándola.

Y así los tres pasaron una tarde muy divertida en la playa,sin pensar en nada más que en las risas y los juegos que surgían entre ellos. Coti vio como un padre levantaba a una niña en sus hombros y la arrojaba al agua y le pidió a Leo que hiciera lo mismo con ella.

—No, eres muy pesada, lo lastimarás —dijo Esmeralda y Leo la miró con reproche.

—Lo haré —sonrió y la levantó en sus hombros.

Un buen rato después cuando volvían a la casa, Esme quedó fuera sacudiendo su ropa mojada para evitar ensuciar el suelo y recibir un sermón por ello.

—Fue divertido —dijo al verlo detenerse a mirarla.

—Lo fue, creo que no me divertía así hace como... toda una vida —afirmó y Esme pudo sentir algo de tristeza en su voz.

—¿Estás cansado? Coti es pesada y tú la cargaste muchas veces... —dijo con pesar.

—Tú eres más pesada, Esmeralda... y aun así te soporto —dijo el chico guiñándole un ojo.

—Tú tienes de insoportable, lo que yo tengo en kilos —añadió la muchacha riendo.

—Eso es mucho, soy muy insoportable —dijo Leo e ingresó a la casa.

Esmeralda solo negó, por alguna extraña razón ese día no le molestaba que él se burlara de su peso, parecía no hacerlo con mala intención, y ambos le habían encontrado una extraña diversión a burlarse del otro.

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