* 45 *
Esme vio a Leo llegar caminando con la mirada gacha y las manos en los bolsillos, el chico se acercó a ella y se colocó a un costado.
—¿Quieres que demos un paseo? —preguntó Adrián al ver a Tefi, ella asintió y le entregó su bebida, las chicas se sonrieron con complicidad antes de separarse.
—¿Te arrepientes? —preguntó Leo y Esme no lo entendió, frunció el entrecejo mirándolo desconcertada—. De haberme elegido a mí —dijo Leo y señaló a Adrián que caminaba con Tefi hacia adentro de la casa.
—No digas tonterías, Leo —respondió Esme.
—Necesitamos hablar, Esme... —dijo Leo haciendo sonar la frase más como una petición que como una afirmación.
—Lo sé, pero no es buen momento, debo irme enseguida, mamá no me dio mucho permiso. Además, mañana es tu cumpleaños y... quizá sea mejor que dejemos esto por unos días...
—¿Qué quieres decir con que dejemos esto? ¿Lo que sucedió hoy o lo que tenemos? —preguntó Leo algo ansioso.
—Pues... todo —dijo Esme encogiéndose de hombros.
—Déjame llevarte a dar un paseo en el barco mañana, Héctor me lo presta por mi cumpleaños y sabes que ya lo navego bastante bien, sabes que mi cumpleaños no es una fecha muy especial para mí, salvo porque esta vez finalmente cumplo la mayoría de edad, pero regálame eso, Esme, un día para que hablemos y aclaremos todo esto... Por favor... —suplicó.
Esme suspiró mirándolo tan vulnerable y asustado, sabía que había esperado esa fecha con ansias pues finalmente conseguiría su mayoría de edad y quedaba poco para que terminaran las clases, estaba a nada de cumplir su plan de irse de allí. Sin embargo, desde que ella había entrado a su vida, aquello ya no parecía tan importante y en varias ocasiones le había dicho que no le importaba quedarse, o le había planteado que fueran juntos a otra ciudad. Para Esme, todo aquello era una locura, jamás se había imaginado salir de su ciudad, alejarse de su familia, vivir sola o pensar en una vida lejos de lo que ella conocía, sin embargo, con Leo no le daba miedo hacerlo, aunque en cierta forma se le hacía algo irreal, intangible... después de todo su madre jamás se lo permitiría.
—Está bien —añadió—. Pero será como amigos, nada más, Leo —insistió.
Leo nunca pensó que la palabra amigos pudiera dolerle tanto, ella no era su amiga, era su todo, era su mundo y era la única persona con quien deseaba pasar el día siguiente. La verdad era que nadie tenía idea de que era su cumpleaños, nadie salvo su madre, que sabía muy bien que desde que Leo descubrió la verdad sobre su propia historia, aquel día había dejado de ser un día para festejar.
Leo asintió con melancolía y bajó la vista mirando sus zapatillas, sabía que Esme estaba dolida, pero se mostraba fuerte y entera, y eso le agradaba. La miró con una media sonrisa y suspiró.
—Estuviste fantástica hoy, Esme —dijo entonces—. No había forma que no ganaras.
—Ganamos todos —corrigió ella.
—Pero fue gracias a ti —añadió él—. Y te ves tan... hermosa —dijo mirándola de arriba abajo, Esme se cohibió un poco pero no dijo nada.
—Me tengo que ir —dijo mirando la hora en su celular.
—¿Te acompaño a casa? —preguntó Leo levantándose de un brinco del sitio por el cual se había recostado.
—No, me voy con Tefi, iré a buscarla —zanjó decidida. Leo la miró con tristeza, pero decidió que no era buen momento para insistir, debía esperar y no arruinar más las cosas. Asintió y la vio marchar hacia donde su amiga había desaparecido antes.
Aquella noche, Esme no pudo evitar sentirse como Cenicienta, todos le hablaban, todos se acercaban a darle las gracias, todos la buscaban y la invitaban a cambiar de idea y viajar con ellos. Sin embargo, ella sabía que era solo el momento, que era solo la excitación de lo que habían vivido aquellos días, al llegar a su casa, simplemente todo acabaría.
Tefi la acompañó y le dio un abrazo antes de dejarla. Ambas se sentían algo melancólicas así que ninguna dijo mucho durante el camino, quizá porque se entendían lo suficiente como para saber que ninguna de las dos se encontraba demasiado bien. Magalí la esperaba con un té caliente y un abrazo, orgullosa por su actuación del día.
Esme se sintió extraña en aquella muestra de cariño de su madre, pero se quedó allí un rato, sintiéndose a gusto y protegida. Poco después subió a su cuarto, se sacó la ropa, tomó una ducha, se puso un pijama y se quitó el maquillaje. Se observó al espejo y negó al recordar las dolorosas palabras de aquel mensaje, lo cierto era que en aquel tiempo Leo la veía con asco, como la mayoría de las personas, y eso dolía aunque hubiera sido en tiempo pasado.
—Se ha acabado la magia —se dijo a sí misma mientras se veía al espejo—. La carrosa es de nuevo calabaza —añadió.
Sin muchas ganas de pensar más, se acostó y se cubrió con sus mantas hasta el rostro, queriendo desaparecer en ese mismo momento. Cerró los ojos y se quedó dormida, por lo menos el cansancio hacía el momento más sencillo.
***
Por la mañana siguiente, Bea despertó a Leo con un beso en la mejilla y un desayuno en la cama. Este sonrió al verla y recibió con gusto el abrazo cariñoso de su madre.
—Sé que odias este día, pero yo lo amo... Es el día que viniste a mi vida —sonrió.
Leo asintió observando por la ventana, el sol comenzaba a salir y por una vez en su vida sintió la necesidad de saber más de su historia, la idea de ir a buscar a Soraya se le apareció en la mente como un cartel luminoso.
Desayunó con su madre y fue hasta la casa de Esmeralda para ir a navegar, era lunes, pero tenían el día libre en la escuela por el triunfo del día anterior, ya pronto comenzarían los exámenes finales, así que era uno de los últimos días de respiro que tendrían.
Cuando llegó, Magalí estaba en la puerta despidiendo a su marido. A la mujer le pareció extraño verlo tan temprano sin que fuera un día de escuela.
—¿Leo? ¿Qué haces aquí? —inquirió.
—Ehmmm... Vengo por Esme, tenemos que ir a hacer un trabajo a casa de Tefi, ¿no le dijo? Es para mañana —respondió algo nervioso.
—Qué raro, no me dijo nada, pero pasa, ella estará desayunando.
Leonardo ingresó a la casa y vio a Esme sentada a la mesa junto con Coti, reían mientras hablaban de unos dibujos que estaban tras la caja de los cereales. Al verlo, Esme dejó de reír y saludó con la mano.
—Vine a buscarte para lo del trabajo en lo de Tefi. —Se apresuró a decir Leo antes de que Esme dijera algo que hiciera dudar a su madre.
—Ahmm... bueno... —respondió la chica al entender lo que sucedía.
—Tómate todo el desayuno primero —dijo Magalí viendo que Esme recién iniciaba.
—No, estoy bien —añadió la muchacha levantándose.
—No tengo prisa —dijo Leo señalando a la mesa—. Come tranquila.
—No... está bien...
Esme y Leo salieron sin decir nada y caminaron como si fueran a ir a casa de Tefi para luego desviar hacia la playa. Al subir al bote, Esme tomó asiento y observó el paisaje, suspiró, aquello no iba a resultar demasiado sencillo, pero quién dijo que la vida lo era.
Esperó a que Leo desamarrara el bote y lo echara a andar, dejó que el viento y el sol abrazaran su piel y cuando el chico la llamó para que se acercara, lo hizo con una sonrisa tímida.
—Feliz cumpleaños, Leo —dijo finalmente. Leo sonrió y asintió.
—Hoy es feliz porque finalmente soy libre... o eso es lo que creía —afirmó.
—Es cierto, esperaste este momento para poder hacer lo que tanto planeaste, buscar tu propio destino... así que supongo que sí, eres libre —añadió.
—Pensaba que cuando llegara este día sería feliz... y es extraño, nada ha cambiado... me siento igual que siempre —suspiró—. Incluso peor, porque tú estás enfadada.
—No lo estoy, es decir, estoy dolida...
—Pero fue hace mucho tiempo, cuando eso yo...
—Lo sé... lo sé, de verdad no tienes nada que explicar, sé que cuando eso me odiabas, me rechazabas y toda yo te daba asco...
—Esme, ya hablamos de aquella época, era yo el problema... no tú...
—Eso dices y suena sencillo, pero no lo es. Cierto, el problema no era mi peso o mi trasero enorme, como decía el mensaje, el problema eras tú o ella, el problema es siempre la gente. Eso es lo que siempre dicen, pero no se siente así, Leo...
—¿Cómo? —preguntó mirándola sin entender por dónde iba.
—Siempre dicen que la gente debe aceptarte cómo eres, que si no te aceptan así el problema no eres tú, sino ellos... y está bien, lo entiendo. ¿Pero quién entiende lo que duele ser rechazado constantemente? Toda mi vida me he conformado, me he conformado con ser así como soy, con sufrir por no encontrar una ropa que me quedase o por no poderme poner un traje de baño, me he conformado con ver y oír las burlas de mis compañeros por ser gorda. He intentado cambiar y no he podido...
—Estás más delgada desde que estás en tratamiento...
—Lo sé, y aunque sigo con sobrepeso, ayer me sentí por primera vez alguien valiosa y aceptada por los demás. Ayer por primera vez en la vida sentí que hice algo bien. Me vi bonita, ¿sabes?, quizá no perfecta como las chicas que me rodean, pero no me vi mal, no odié mis pecas ni mi rostro redondo, no odié mi cuerpo al verme en el espejo... Y ayer entendí que no importa cuánto pese en realidad, sino cómo me vea yo a mí misma, ¿sabes?
—Eso es genial, amor —respondió el chico con una sonrisa dulce.
—Lo es, lo fue... pero no sé si durará. Hoy cuando me vi, temí volver a ser la misma de siempre...
—Esme, eres genial como eres, con o sin maquillaje, con o sin vestidos de lujo —añadió Leo tomándola de la mano—. Debes creerme, y lo que dije hace mucho fue una estupidez.
—Sé que eso es lo que piensas ahora, sé que me amas, Leo, y que te gusto como soy aunque me cuesta mucho aceptarlo... Pero no es suficiente...
—¿Qué quieres decir? —preguntó Leo algo asustado.
—Que no es suficiente para mí que tú digas que soy bella, no es suficiente para mí que Tefi, tú o las pocas personas que me conocen de verdad me digan lo bonita persona que soy, cuánto valgo y cómo los demás no me valoran porque son estúpidos...
—¿Qué debo hacer entonces? —inquirió el chico confundido.
—No puedes hacer nada, Leo. No te corresponde a ti salvarme, soy yo la que debo aprender a valorarme, a verme, a quererme... tengo que despertar todos los días y mirarme al espejo como lo hice anoche, como si de verdad creyera en lo que valgo, en lo que soy, en lo que puedo ser. Soy yo quien debo confiar en mí, soy yo quien debo amarme para poder amar a los demás...
—Esme, entiendo todo eso que dices y te juro que deseo que lo logres, es por eso que te repito todo el tiempo lo importante que eres para mí y cuánto te amo... pero sigo sin entender el punto de lo que me estás diciendo. —Esme suspiró y bajó la vista observando las manos de ambos unidas.
—Te amo, Leo... no quiero que lo dudes. Nunca he amado a nadie como te amo a ti, nunca he sentido por nadie lo que siento por ti... y por eso, justo por eso, necesito que nos alejemos por un tiempo...
—¿Qué? —preguntó Leo sin entender nada.
—Tómate el tiempo de las vacaciones para viajar, para ver quién eres en realidad y qué quieres hacer...
—Quiero estar contigo, no voy a ir a ningún lado, solo quiero estar a tu lado... —añadió con desespero.
—No... desde que te conocí lo único que querías era que llegara este día para poder volar. No quiero cortarte esas alas, Leo, eso no es amor. Yo quiero que vueles, que vayas a donde quieras ir, que busques tu esencia y tu lugar en el mundo, quiero que decidas lo que quieres ser y hacer... y si al final de la búsqueda aún crees que a mi lado puedes ser más feliz, yo allí estaré. Yo también necesito encontrarme, Leo...
—Pero yo no quiero que nos alejemos, puedo buscarme a mí mismo a tu lado, me gusta quien soy cuando estoy contigo —dijo mirándola casi con súplica.
—Y a mí también me gusta quien soy cuando estoy contigo, pero quiero hallar a la Esme que se gusta también cuando no está contigo, que se gusta siempre... Me has ayudado mucho, todo este año a tu lado ha cambiado por completo la perspectiva del mundo que solía tener, ahora creo que hay mucho más allá de lo que yo podía ver y quiero descubrirlo, quiero vivirlo... pero no puedo hacerlo si no soy capaz de aceptarme y creer en mí. Si no aprendo a valorarme yo misma, volveré a caer una y mil veces cada vez que me encuentre con alguien que no crea en mí o que pretenda dañarme... y no quiero eso, quiero reírme de esas personas... en el mejor de los casos, ignorarlos. Quiero ser feliz y sentirme a gusto conmigo misma para poder sentirme a gusto a tu lado, quiero un día poder entregarte mi cuerpo sin necesidad de cubrirme el rostro por la vergüenza o de rogarte que dejemos la luz apagada... Quiero ser mi mejor versión para mí y para ti. ¿Lo entiendes?
—Eso lo entiendo, pero no sé por qué tenemos que estar separados para ello... No lo entiendo —dijo Leo soltándose de la mano de Esme y dando unos pasos para alejarse. Estaba molesto y a la vez triste.
—Puede que suene egoísta, pero necesito eso, Leo... porque si estamos juntos, no puedo ver la diferencia entre quien soy por estar contigo, y quien soy para estar conmigo...
—Dime algo, ¿has dejado de amarme, Esme? —inquirió Leo.
—No creo que eso pase jamás —respondió ella sonriente y luego sacó de su bolsillo un pequeño frasquito de vidrio dentro del cual había una pequeña rosa—. Esto es para ti, feliz cumpleaños —dijo dándoselo. Leo lo tomó entre sus manos y lo observó.
—¿Espero que caiga el último pétalo para saber que te he perdido para siempre? —preguntó con ironía y tristeza, Esme sonrió.
—La rosita es de porcelana, no se le caerán los pétalos, tonto —respondió—. Y no me has perdido, esto no es un adiós, Leo, es solo un hasta pronto...
—¿No te dan miedo las despedidas? —inquirió el chico—. Podría pasarme algo, o a ti... podríamos conocer a alguien más, podrían pasar tantas cosas...
—Sé lo que siento por ti y eso no va a cambiar, y es porque te amo así que quiero ser mejor para ti. ¿Por qué te cuesta tanto entender? —preguntó ella.
—No lo entiendo y me cuesta no pensar que también tú me estás abandonando... —dijo en casi en un susurro.
—No te estoy abandonando, Leo, no sientas eso —susurró.
—Sabes que me cuesta... me abandonas en el día que mi verdadera madre también lo hizo...
—Leo... —dijo ella, pero Leo negó con la cabeza, se sentía dolido y confundido.
—Será mejor que regresemos.
A Esme le dolió mucho aquel camino de retorno en absoluto silencio, lo vio guiar el bote mientras se tragaba lágrimas que notaba se le escabullían de los ojos, pero ella no se sentía bien tampoco, y no podía dar algo que no tenía...
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