* 36 *
Desde la mañana siguiente, las cosas cambiaron por completo para ambos. Entraron en esa burbuja en la que se meten todos los enamorados, donde nada importaba, solo ellos dos y los sentimientos que empezaban a descubrir. La primera semana, no se apartaron ni un segundo durante las clases, andaban de la mano por los pasillos y se robaban uno que otro beso cuando nadie los veía. Los compañeros no le dieron mucha importancia, estaban concentrados con lo del concurso de talentos y además estaban muy acostumbrados a verlos así, para ellos habían regresado, nada más. Tefi sabía que esta vez era en serio, así que trató de darles más espacio mientras ella se inmiscuía un poco más en la cuestión del concurso y del viaje de fin de año, ella había decidido viajar.
La verdad era que esa semana había pruebas de talentos y todos ensayaban arduamente porque se elegiría quien iría a la prueba real para participar del programa. Habían apostado todo a ese premio, si ganaban, la empresa organizadora del festival pagaba el viaje completo para todo el curso más el viático de quienes habían participado, o sea los artistas o talentosos que representaron al grupo.
Tefi se divertía viendo a las chicas pelear por quién era más talentosa, algunas intentaban cantar, otras bailar, una que otra propuso actuar y Camila quiso modelar. Todos se rieron de ella cuando lo propuso.
—Como si saber modelar fuera un talento. —Se burló Germán.
—Eres un odioso que no sabe más que tocar la guitarra mediocremente —respondió Camila ofendida.
—Los odiosos son ustedes, además de ilusos. ¿En realidad piensan que tienen oportunidad de ganar el concurso anual de talentos con esas monerías que hacen? ¿Acaso no conocen a Susana? Ella es la cantante del Colegio Teresiano y es increíble, ustedes con sus malabares y sus tonterías no tienen ninguna posibilidad de ganarle.
—¿Sabes, Germán? Con esa actitud no ayudas —dijo el profesor Aldo al ingresar a la clase, la hora estaba por comenzar y él siempre llegaba temprano.
—No es eso, profesor. Solo trato de hacerles entender que, si no presentamos algo realmente bueno, no tenemos oportunidad de ganar. Mientras otros colegios llevan meses ensayando, nosotros seguimos discutiendo sobre si quién es mejor haciendo qué. Esto es algo grupal, debemos ser un equipo para intentar tener una oportunidad, y ellas —dijo y señaló a las chicas—, solo pelean por sus egos —argumentó.
Algunos compañeros ya cansados de los berrinches de Camila, Luli y demás asintieron silenciosos, mientras que ellas rodaron los ojos.
—¿Y tú tienes una idea concreta para proponer? —preguntó el profesor Aldo intentando calmar los ánimos del grupo.
—Yo creo que tendríamos que formar una banda —dijo y miró a todos sus compañeros que lo observaron atentos—, elegir a los mejores y formar una buena banda, una con la que podamos competir en realidad... Igor —dijo y señaló a un muchacho sentado hacia el fondo—, él podría tocar la batería, Natalia el bajo, Saúl el teclado y yo podría acompañar con la guitarra, también Leonardo y así somos dos guitarras —añadió entusiasmado.
—Eso suena como un buen plan —dijo el profesor Aldo sonriendo.
—¿Y quién sería la voz? —preguntó Luli con notable ironía en la voz.
—¡Podrías cantar tú! —dijo Camila y miró a su amiga y las demás chicas que la rodeaban asintieron.
El timbre que indicaba el inicio de la hora de clases acababa de sonar y quienes aún estaban fueran del aula empezaron a ingresar. Leo y Esme entraron de la mano, mirándose como si el resto del mundo no existiera.
—¡Esme, por supuesto! —dijo Germán señalando a la chica—. Con ella sí tendríamos posibilidad de ganar a los del Colegio Teresiano —afirmó.
Esme lo miró sin entender nada de lo que sucedía.
—¡Yo estoy de acuerdo! —añadió Tefi y se ganó la mirada confusa de su amiga.
—¿De acuerdo con qué? —inquirió Leo.
—Con que la ball... —Luli miró al profesor Aldo que ya había volteado a verla—. Con que Esmeralda sea la cantante de la banda que quiere formar Germán para el concurso de talentos —informó rodando los ojos.
—¿Qué dices, Esme? —preguntó el profesor Aldo. La chica estaba completamente sonrojada y no terminaba de entender lo que estaba sucediendo.
—Mire... discúlpeme, profesor, yo quisiera acotar una cosa —dijo Camila interrumpiendo el silencio con su voz aguda y estridente.
—Dime, Camila —respondió el profesor viéndola.
—No me tomen a mal, no quiero ofender ni mucho menos... pero ¿no es importante la apariencia para ser la cantante principal de un grupo? Es decir, a mí me enseñaron que nosotros trasmitimos todo lo que somos con nuestra apariencia, y... bueno, sin ofender, ¿eh? —recalcó mirando y señalando a Esme—. ¿No ve cómo se ve? No es solo que está gor... digo, con sobrepeso, sino que además es bastante descuidada, ni se viste bien ni se maquilla. ¿Qué oportunidades tendríamos de ganar a la despampanante Susana con esta... chica? —inquirió con un tono fingido y sobre actuado como si de verdad fuera importante lo que decía.
—No lo puedo creer —dijo Leonardo que intentaba mantenerse sereno—. ¿Va a dejar que digan eso en sus narices, profesor? —inquirió levantando un poco más el tono de voz y sin dejar de mirar al docente.
—Camila, creo que lo que dices no es correcto —interrumpió el profesor y pasó la vista de Leonardo a Esme y luego a Camila—. Esmeralda tiene una voz privilegiada, creo en verdad que la idea de Germán es muy buena y les dará muchas oportunidades de ganar. La apariencia no lo es todo, Camila, las personas son mucho más que la ropa que usan, el cuerpo que tienen o la forma en la que se peinan. Además, te has expresado de una forma muy descortés con tu compañera, me gustaría que te disculparas —añadió.
—¿Disculparme? ¿Yo? —chilló indignada. El profesor asintió.
—Déjela, no tiene caso —zanjó Esme—. Ha sido demasiado cordial solo porque está usted presente —agregó encogiéndose de hombros.
—Siéntense, todos —dijo el profesor con autoridad.
Todos obedecieron, aunque Leonardo seguía indignado por el trato. Esme lo miró y le hizo un gesto acompañado de una media sonrisa para que se relajara, ella estaba acostumbrada y en ese momento, con él al lado tomándola de la mano a escondidas bajo el pupitre, poco le importaban Camila y sus secuaces.
—¿Continuaremos con la clase de la semana pasada? —preguntó Ana y abrió su cuaderno, ella era una chica de esas que no hablaba mucho salvo para preguntar sobre alguna tarea, era la mejor alumna de la clase y parecía que solo le importaba el estudio.
—Hoy hablaremos un poco, no haremos tarea —dijo el profesor.
—¿No? —inquirió Ana con desconcierto mientras los demás alumnos festejaban.
—Silencio... —Sentenció el maestro y todos callaron, incluso él. Luego caminó y se sentó de forma informal sobre el escritorio, los miró uno a uno—. ¿Qué creen ustedes que los hace distintos? —inquirió—. ¿Diferentes unos de otro?
—¡Nuestras personalidades! —gritó entusiasmado Alan, el profesor asintió, bajó del escritorio y dividió el pizarrón en dos, en un lado puso el título «Diferencias» y en el otro «Similitudes».
Todos empezaron a dar ideas, dijeron el color de piel, la altura, los gustos, las preferencias, los estilos, las ideologías, los pensamientos, los talentos, los sueños y así por un buen rato. El profesor Aldo llenó ese lado del pizarrón con esas palabras.
—¿Qué creen que los hace iguales? —inquirió entonces pasándose al otro lado del pizarrón. Tardaron en encontrar respuestas, pero finalmente la lluvia de ideas inició.
La edad, la moda, las ganas de terminar la escuela, el deseo de viajar en grupo, las ganas de forjarse un futuro, entre otras cosas fueron las que dijeron.
El profesor Aldo se apartó del pizarrón y observó ambas partes, sin voltearse preguntó:
—¿Por qué creen que fue más difícil hallar las similitudes que las diferencias? —inquirió y entonces volteó a verlos sentándose de nuevo sobre el escritorio.
—Porque todos somos diferentes —zanjó muy segura Liza.
—Únicos y diferentes —bromeó Carlos haciendo alusión a aquella frase tan gastada, todos rieron.
—¿Por qué más? —preguntó el profesor sin dar importancia al comentario y cortando las risas.
Nadie respondió.
—Si se fijan en este lado de la pizarra —dijo el profesor y marcó con una regla larga las diferencias—. Las mismas cosas que los separan, son las que los hacen iguales. —Los alumnos fruncieron el ceño confundidos—. Los sueños, ustedes dicen que los sueños los hacen diferentes porque uno sueña con ser médico y el otro con ser músico, ¿no es así? —inquirió y todos respondieron de manera afirmativa—. Lo mismo con los talentos, las ideas o pensamientos, cada uno piensa diferente o se desarrolla más en algún área, ¿cierto?
—Así mismo —respondió Ana afirmando con la cabeza.
—Pero eso es también lo que los hace iguales, porque finalmente todos sueñan, todos tienen algún pensamiento u ideología, algún talento, alguna posición con respecto a una idea. ¿No es así?
—Sí —respondieron casi en conjunto.
—Lo mismo sucede con la parte física, los colores de piel o de cabello, los ojos, el físico, la estatura... los diferencia porque uno es más alto que el otro, o una es rubia y la otra morena... sin embargo todos ustedes son... Todos ustedes, aquí presentes: «son». Dijo volviendo al pizarrón y haciendo un círculo entre ambas zonas, dentro del círculo escribió «ser persona».
—Ey, profe... No nos salga con el discursito de que todos somos iguales, por favor —dijo Alejandro con tono burlón, todos rieron, el profesor dio la vuelta para verlos.
—Parece que no lo tienen muy claro, Alejandro... así que tengo que venirles con el «discursito» para ver si lo entienden de una vez por todas. —Su voz era grave y autoritaria. Todos querían mucho al profesor Aldo porque era una persona que amaba a los jóvenes, los respetaba, se ponía a su altura y les hablaba siempre desde allí—. Nuestra vida es una lucha por sobresalir, todos necesitamos hacerlo, en mayor o menor medida —afirmó—. Necesitamos ese reconocimiento, en casa, los que tienen hermanos, buscarán la forma de sobresalir, en la escuela, algunos lo logran por los estudios, otros por la buena conducta y algunos incluso por la mala conducta —añadió y todos rieron señalando a Alfredo, el que siempre tenía problemas por sus travesuras—. Buscamos ser diferentes porque somos iguales, y cuando no encontramos nada que nos diferencie del resto, nada que nos haga sentir especiales para alguien, nos sentimos mal, fracasados, frustrados, desanimados —añadió e hizo de nuevo un silencio.
Los alumnos permanecieron callados y atentos hasta que continuó.
—Esas diferencias no están mal, son parte de nuestro ser, nos hacen especiales, nos hacen humanos, diversos. La diferencia entre nosotros es lo que enriquece a un grupo de personas, lo que debería hacer que cada uno en esta aula se potencializara en aquello que es bueno para así lograr un todo mucho más efectivo, por eso me gustó la idea de Germán, él pensó en los mejores músicos del aula para formar la mejor banda y lograr enfrentar a la competencia —dijo y miró al chico que solo asintió—. Pero ¿qué pasa cuando usamos esa diferencia para hacer sentir mal al compañero o compañera? —preguntó entonces y todos callaron—. ¿Qué sucede cuando usamos las diferencias para burlarnos?
—Lastimamos... —respondió Ana y el profesor asintió.
—Algunas de las cosas que nos hacen distintos son buenas, por ejemplo, ser el mejor en matemáticas es bueno —añadió y señaló a Ana que asintió orgullosa—. Pero sin embargo hay otras situaciones en las que ser diferentes nos hace sentir mal, ¿no es así? —preguntó—. Quiero que piensen en una y me la digan. ¿Cuándo ser diferentes los ha hecho sentir mal?
—Soy el único rubio en mi familia —dijo un chico llamado Pablo—. Siempre le hacen bromas a mi padre con que no soy su hijo, eso me hace sentir incómodo —sentenció.
—Yo soy el más bajo de mi familia —añadió Samuel—. Mis hermanos son buenos en baloncesto y dicen que yo no podré jugar como ellos.
—Muy bien —dijo el profesor—. ¿Alguien más?
—Yo me siento diferente cuando estoy con mis primas —afirmó Ana—. A ellas solo les importa hablar de maquillaje y de fiestas —zanjó y rodó los ojos.
Así estuvieron un buen rato conversando sobre lo que a cada uno lo hacía sentir mal.
—Bien, entonces ser diferente puede ser muy bueno y también muy malo —concluyó Aldo—. Y ser parecidos también, porque muchas veces nos gusta diferenciarnos, pero otras queremos parecernos... queremos ser parte del grupo, ser iguales a nuestros compañeros.
—¡Es cierto, por eso las chicas siempre se visten igual! —bromeó Julio y volvieron a reír.
—Entonces. ¿Dónde está el problema? —preguntó el profesor ignorando la intromisión.
—¿Cuál problema? —preguntó Alejandro.
—El de las diferencias. ¿Luli? ¿Camila? —inquirió mirando a las chicas que se encogieron de hombro sin saber qué responder.
—El problema está en querer dañar intencionadamente a alguien por ser diferente —dijo Leonardo.
—¡Exacto! —dijo el profesor y miró al chico—. ¿Por qué lo hacemos? —inquirió y volvió la mirada de nuevo a las chicas que bajaron la vista.
—¿Para divertirnos? —preguntó Camila—. Es solo una broma, profesor.
—¿En serio es solo una broma, Camila? —inquirió.
—Sí... —respondió ella dubitativa.
—¿Y tú sabes el alcance de lo que a ti te parece divertido? —preguntó y la chica negó.
—¿Sabes cuántos chicos se han suicidado en el mundo por alguna broma que alguien les hizo reiterativamente? ¿Una broma que a ellos no les pareció simpática? Una broma es algo que debe hacer reír a las personas que la comparten. Burlarse de las diferencias de otras personas no es una broma, eso no es divertido. Esme, ¿te parecen divertidas las burlas de tus compañeros? —inquirió el profesor mirando a la pelirroja que tardó en responder con un solo movimiento negativo de su cabeza.
—Llevan años haciéndolo —dijo Tefi—. No la conocen, nunca se han dado el espacio para conocerla, para escucharla hablar, para saber lo buena persona que es... ellos solo se burlan y se «divierten»... nadie sabe lo que ella debe pasar, todo el daño que le hicieron a su autoestima, porque estas cosas lastiman y mucho —añadió levantándose, tenía miedo que Esme se enfadara por lo que estaba diciendo pero no podía seguir callando, se sentía cómplice de los verdugos de su amiga si lo hacía—. Conozco a Esme desde siempre, es la mejor amiga que puedo tener, es leal, sincera, espontánea, cariñosa y siempre está para ayudarme... ella no se merece todo el daño que le hicieron durante tantos años, ella no se merece que por culpa de ustedes —dijo mirando especialmente a las chicas—, su autoestima esté destrozada.
—¿Por culpa nuestra? Nosotros no tenemos la culpa de que ella no pueda cerrar la boca —zanjó Luli. Cuando se dio cuenta de lo que dijo miró al profesor y se tapó la boca.
—Veo que quien no puede cerrar la boca es otra —dijo el docente—. ¿Alguna vez alguien se puso en su lugar? ¿Le preguntaron cómo es su día, su vida? ¿Sus problemas? ¿Cómo es ser Esme?
Nadie respondió.
—Bien... aparten las sillas... haremos un juego —dijo el profesor y todos tardaron en reaccionar—. ¡Vamos! Luli y Esme, vengan conmigo —añadió llamándolas y guiándolas afuera del salón.
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