* 3 *
Leo caminó por las calles tranquilas del pueblo y siguió el sonido del mar. El viento golpeó su rostro y dejó que el sol calentara su piel. Se sentó en la arena y encendió un nuevo cigarrillo, se perdió un poco en el paisaje, en el agua clara, en un grupo de jóvenes que jugaba a la pelota a unos metros de distancia, en un niño que hacía un castillo y en otro que corría con su perro al lado. Todos parecían felices.
Leo se preguntó si acaso él sería la única persona infeliz del planeta, si acaso habría alguien más sufriendo lo que él sufría. Deseó estar con Vicky en ese momento y dejarla calmarlo como solo ella sabía hacerlo.
Cerró los ojos y sintió el viento, la calma, el sonido del mar. Pensó entonces que no sería tan malo estar allí, podría imaginarse ese tiempo como si fueran unas vacaciones de un año, antes de empezar a vivir la vida real. Un rato después se descalzó y decidió caminar por la orilla para ver qué había en la costa. Unos cuantos pequeños puestos de venta de pescado se amontonaban uno al lado del otro, focos transparentes colgaban de los techos y postes que rodeaban a los puestos. En una zona rocosa se encontraban muchos pescadores y, un poco más allá, un muelle con un par de botes notoriamente caros, flotaban cerca de la orilla.
La hora se le pasó sin darse cuenta y cuando el fresco de la tarde empezó a caer, decidió regresar para bañarse y poder descansar un poco. Cuando atravesaba la zona de los puestos de venta de pescado, notó que las luces del sitio ya estaban encendidas y la gente comenzaba a llegar. Entonces vio a Esme de la mano de un chico. El chico era delgado, moreno de cabello corto y negro, estaba vestido con un jean y una camisa blanca, Leo se detuvo al ver a la pareja y los siguió con la vista. El muchacho caminó hasta la puerta de entrada de uno de los locales y se colocó un delantal rojo, dio un beso a Esme en los labios y luego ingresó al local. La muchacha lo observó marchar y luego caminó en dirección opuesta con una sonrisa boba en los labios. Leo negó con la cabeza y apuró el paso para alcanzarla.
—¿Tu madre sabe que sales con un chico? —inquirió.
La idea que Leo se había hecho de la familia de Esme era que se trataba de gente tradicionalista y algo machista, pero no era de extrañarse en un pueblo tan pequeño y que parecía haberse quedado en el tiempo.
—Claro que sabe, yo no miento —zanjó la muchacha y Leo sonrió—. Tony es un buen chico, a mamá y a papá les agrada porque es trabajador y responsable.
—¿Y desde cuando salen? —preguntó Leo para tratar de entender como un chico podría salir con esa bolita rosada de carne.
—Hace un tiempo. ¿Tú? ¿Tienes novia? —inquirió la muchacha, Leo sonrió, pero no contestó, no iba a contarle nada de su vida a ella ni a nadie, hacía mucho que había decidido no hacerlo más.
—Entonces, ¿lo amas? —quiso saber cambiando de tema. Esme sonrió con inocencia y Leo negó girando los ojos, odiaba cuando las chicas se volvían estúpidas por un chico.
—Claro, es genial. Trabaja, ayuda en su casa a mantener a sus hermanitos más pequeños, además es muy tierno y dulce conmigo —sonrió.
—Ya veo... —murmuró Leo—. ¿Y dónde lo conociste?
—En el restaurante donde trabaja, habíamos ido a cenar para festejar el cumpleaños de papá y él nos atendió. Fue muy dulce, me sonrió y cuando salíamos me pidió el número de teléfono. Se lo di a escondidas y, pues, estuvimos conversando un tiempo antes de que me invitara a salir...
—¿No que no mentías? —preguntó con ironía.
—No mentí, solo... oculté información por un tiempo. Cuando me pidió que saliéramos se lo conté a mis padres y ellos estuvieron de acuerdo —añadió.
—O sea que es tu primer novio —dijo Leo que le estaba viendo una cuestión divertida a toda esa conversación. La chica hablaba y hablaba y a él seguía pareciéndole curioso que tuviera un novio tan aparentemente normal como ese chico.
—Sí —respondió Esme sonrojándose—. No es que muchos chicos se fijaran en mí —se encogió de hombros.
—Claro, en eso tienes razón —respondió el muchacho.
Esme lo observó deteniéndose. No esperaba esa respuesta tan cruda, una cosa era que ella lo dijera, pero no esperaba respuesta, o al menos no una de ese estilo. Tony siempre respondía de otra manera a esa clase de comentarios, le decía que era hermosa y que cualquiera podría fijarse en ella, pero que él era el afortunado.
Leo se volteó cuando notó que Esme se había detenido.
—¿Pasa algo? —preguntó.
—¿Te molesta que sea gorda? —inquirió la muchacha—. Siento que me miras con... asco —añadió.
Algo que Esme había aprendido con el tiempo y los desplantes que había vivido era a ser sincera e ir de frente con las personas que, como Leo, parecían aborrecerla. Normalmente la gente cuchicheaba, pero cuando se la encaraba no era capaz de mantener sus comentarios.
—¿A mí? No —respondió Leo encogiéndose de hombros. Esme volvió a caminar y cuando llegó a su lado, Leo continuó—. ¿Pero no te molesta a ti? —inquirió.
Esme sintió unas ganas intensas de pegarle un empujón y que cayera en la acera, justo frente al bus que estaba por atravesar. Nunca la presencia de alguien le había molestado tanto como la de Leo, le incomodaba y le intimidaba.
—¿No te molesta ser tan insoportable, Leo? Porque a mí sí me molesta —escupió la muchacha.
Leo sonrió y negó con ironía, aquella reacción le dio risa porque en realidad no la esperaba. Pensaba que la muchacha se callaría y bajaría la mirada como lo había hecho un rato antes en la habitación, pero le respondió y eso le causó cierta diversión.
—La verdad, no —respondió el chico.
Esme nunca había respondido así, pero la sola presencia de Leo y su mirada molestosa la inquietaba y sacaba lo peor de ella, un lado que no conocía, pero que en el fondo la hacía sentir bien y poderosa, ojalá se hubiera animado a enfrentar así a los chicos que durante tanto tiempo se habían burlado de ella en la primaria.
La carcajada que soltó Leo la hizo volver en sí de aquellos pensamientos, el chico la miraba y reía como loco. Esme lo observó sin entender por qué lo hacía y aunque por un instante pensó que era por ella, no pudo evitar que la risa se le contagiara y unos minutos después, ambos reían.
—Así que gordita y temeraria —dijo Leo entre risas y Esme asintió—. No lo parecías cuando llegué recién.
—No todo es lo que parece, Leonardo —respondió la chica cuando ya llegaban a la casa.
—En eso tienes razón, Esmeralda —afirmó y un halo de tristeza cayó de nuevo sobre él.
Esme se dio cuenta, pero no dijo nada e ingresó a la casa, tenía que entrar porque ya era tarde y no había hecho los quehaceres que le tocaban.
Leo la vio ingresar y se quedó afuera, se sentó sobre un tronco que había en el patio y encendió un cigarrillo. Estuvo allí un buen rato pensando en que hacía mucho que no se reía como lo acababa de hacer.
Unos minutos después la pequeña Coti salió de la casa. Al verla, Leo apagó el cigarro tirándolo al suelo y pisándolo.
—¿Has conocido la ciudad? —preguntó la niña acercándose.
—He ido a la playa —respondió Leo.
—Es bonita la playa. Yo quiero ir, pero nunca me llevan —dijo encogiéndose de hombros.
—¿Por qué? —inquirió Leo.
—Porque mamá y papá no van, y Esme no quiere ir, no le gusta ponerse traje de baño —explicó.
—Bueno, uno de estos días te llevo yo —prometió el chico.
—¿Sí? ¡Sería genial! —exclamó la pequeña.
—Voy a entrar, me daré un baño —dijo Leo y la niña asintió.
—Yo iré a ver las rosas de Esme —comentó la pequeña.
—¿Cuáles rosas? —Quiso saber Leo.
—Las que cultiva en el jardín trasero —explicó— Las cuida como si fueran sus hijas, y son muy bonitas —añadió.
Leo asintió y se dirigió al interior de la casa, fue hasta la habitación y sacó algo de ropa para darse un baño. Cuando estuvo listo, Magalí los llamó a cenar, así que el muchacho se sentó con todos a la mesa y se dispuso a comer.
—Un momento —dijo el padre de Esme mirándolo.
Leo no entendió, pero entonces todos juntaron las manos en actitud de oración y el hombre elevó una plegaria de agradecimiento. Leo no hizo nada, tampoco fingió orar, solo esperó en su sitio a que terminaran. Hacía mucho tiempo que había decidido no creer en Dios, no después de lo que un par de años atrás se había enterado. Cuando todos terminaron la oración se dispusieron a comer.
Leo observó la dinámica de aquella familia mientras pensaba en como extrañaba a su padre. Paolo no le caía bien, le parecía un hombre rígido y exigente, sin embargo, trataba con cariño a los suyos, Magalí era servil y parecía que eso la hacía feliz, Esmeralda se había servido apenas un poco de verduras en su plato y comía con lentitud en pequeños trocitos, Coti sonreía y llenaba de preguntas a los adultos.
Y a pesar de todo, extrañaba esa sensación de ser parte de una familia.
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