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* 29 *


Leo esperó a que Vicky le atendiera y apenas lo hizo supo que algo no andaba bien, su voz no era la de siempre, estaba llorando.

—¿Leo? ¿Eres tú? —preguntó la muchacha entre sollozos.

—Sí, ¿qué sucede? —Quiso saber Leo algo asustado.

—Es Matías, está muerto —dijo y entonces se largó a llorar.

Leo no supo cómo reaccionar, no podía creer lo que estaba escuchando, Matías era el hermano mayor de Vicky, era su mejor amigo, su otra mitad su todo. Se llevaban solo un par de años y quienes los veían siempre habían pensado que eran mellizos.

—¿Muerto? ¿Cómo? —preguntó Leo sin saber qué decir ante la noticia.

—Sobredosis —susurró Vicky—. Yo estaba con él, ¿lo entiendes? Lo vi, vi cómo se moría. —La muchacha lloró de nuevo.

—Lo siento mucho, Vicky, realmente no lo puedo creer —susurró Leo con pesar.

—¿Crees que puedas venir? Mis padres están desolados, no sabían que nosotros... ya sabes... consumíamos... y enterarse de esta manera ha sido devastador. Y yo me siento muy sola —sollozó.

—Iré, estaré ahí en unas horas, Vicky —zanjó Leo—. Solo espérame.

Leonardo cortó la llamada y cerró los ojos suspirando, el destino parecía estar en su contra, pero no podía dejar sola a su novia en esos momentos, ella había sido la única que había estado a su lado cuando falleció su padre, él debía estar ahora para ella.

Llegó a su casa y cargó algo de ropa en su maleta pequeña, sacó algo de dinero de la caja fuerte donde guardaba aquello que estaba preparando para su futuro viaje y suspiró. Fue hasta la habitación de su madre —que ya dormía— y la despertó para explicarle lo que sucedía. Aunque Beatriz no sabía que él y Vicky eran más que amigos, recordaba perfectamente que ella había sido un gran sostén para su hijo cuando sucedió lo de su padre, así que no tuvo más que decir. Sacó su billetera, le dio algo de dinero y lo dejó partir luego de recomendarle que se cuidara.

Durante el camino a la estación, Leo llamó a Esme, sentía no poder despedirse de ella de frente pero tampoco podía irse sin decirle nada. La muchacha atendió algo adormilada.

—¿Leo? —inquirió asustada.

—Disculpa que te llame a estas horas, debía avisarte que... me estoy yendo a mi ciudad —explicó.

—¿Cómo? —preguntó Esme sentándose de golpe en su cama.

—Surgió algo, murió el hermano de una persona importante y debo estar allá. Es alguien que estuvo para mí cuando lo de mi padre... perdóname por tener que irme así, volveré en unos días, lo prometo, Esme —explicó.

—Lo comprendo, Leo... Yo, sé que estoy enfadada contigo, pero te deseo lo mejor y, espero que regreses pronto...

—Esme, hay muchas cosas que quiero decirte, tenemos que hablar. Prométeme que a mi regreso hablaremos, por favor —pidió casi en un sollozo.

—Claro que sí, Leo, hablaremos. Cuídate, por favor —respondió ella al oírlo tan desesperado.

—Tú también y... espérame, ¿sí? —rogó.

—¿A qué te refieres? —Quiso saber Esme sin entender nada.

—Sé que saliste con Adrián esta noche, los vi llegar. Yo... solo espérame, Esme, hay cosas que debes saber de mí y de lo que siento por ti —admitió.

Esme no supo qué decir, sintió que su cuerpo completo se estremecía y solo quería abrazarlo en ese momento.

—Te esperaré —prometió.

—Te quiero, Esme...

—Yo a ti, Leo —respondió ella antes de colgar.

Esa noche ella pensó en él, en que quizá y solo quizá Tefi había tenido razón y él sentía por ella algo más que una amistad. Le había pedido que lo esperara, ¿por qué lo había hecho? ¿Acaso creía que ella iniciaría algo con Adrián? En ese instante Esme no tuvo ninguna duda, Adrián era un buen chico, pero si tuviera que elegir, siempre elegiría a Leonardo.

Leo llegó a la estación y compró el primer pasaje de regreso a su ciudad, se había gastado en eso casi la mitad de todo lo que había ahorrado en ese tiempo y con ello sus plazos para el viaje de sus sueños se alargaba, sin embargo, Vicky lo necesitaba y él aprovecharía esa oportunidad para hablar con ella, esperaría que los servicios fúnebres acabaran y cuando estuviera más tranquila le diría que ya no la quería y que necesitaban terminar.

***

Era ya casi medio día cuando finalmente Leo llegó a la ciudad, bajó en la estación central y llamó a Vicky que le dio la dirección de donde estaba siendo velado el cuerpo de su hermano. Leo tomó un taxi y fue hasta el lugar, al llegar, la chica se lanzó a sus brazos y él la envolvió en los suyos, estaba desolada y apenas lo vio se largó a llorar. Sus amigos también estaban allí, Leo los saludó uno por uno, pero se sintió extraño, por mucho tiempo deseó volver allí con su grupo, sin embargo, ahora no se sentía parte de ellos. Estuvo el resto de la siesta y la tarde con ellos. Vicky no hablaba mucho, solo pensaba y lloraba, él la abrazaba y le daba besos en la frente, le hacía masajes en la espalda y se preguntaba qué habría sucedido.

Esme le mandó un par de mensajes preguntándole cómo iba todo y Leo le respondió que estaba bien, pero que el ambiente estaba siendo muy pesado y le recordaba mucho todo lo sucedido con la muerte de su padre.

«Ahora debes ser fuerte para tu amigo». Le dijo Esme en un mensaje y Leo suspiró, se sentía mal por estar mintiendo.

Un poco después, Vicky le comentó lo sucedido, habían ido a una fiesta electrónica, de esas a las que siempre asistían, incluso cuando Leo vivía allí. La droga —como siempre— había empezado a circular entre ellos y nadie sabía por qué esa vez todo salió mal. Aparentemente Matías había tomado un medicamento que, al mezclarse con aquella sustancia, hizo que su cuerpo literalmente colapsara. Lo llevaron en ambulancia al hospital, pero ya nada se pudo hacer por él. Sus padres creían que él y su hermana habían ido a un cumpleaños.

Leo se quedó pensando en Matías, lo recordaba sonriente y feliz abrazando a su pequeña hermanita, lo recordaba diciéndole que más le valía cuidarla y quererla mucho, era un buen chico, estudiaba Hotelería y turismo y soñaba con abrir un hotel en alguna playa del país. Leo se recordó a él mismo drogándose, él no era un drogadicto, pero siempre había creído que ocasionalmente en alguna fiesta no hacía daño, sin embargo, en ese momento se daba cuenta lo equivocado que estaba. Los padres de Matías estaban desechos, también su novia, sus amigos, sus primos y familiares, y no solo se trataba de aceptar su muerte —que ya de por sí era difícil—, sino de aceptar que había sido algo ocasionado por él mismo, algo que pudo haber sido evitado. Leo escuchó a un tío de su novia preguntarle a su mujer por qué lo había hecho teniendo toda una vida por delante.

Los padres de Vicky la llamaron un momento pues había venido un grupo de oración. Leo entonces paseó por el lugar mientras intentaba respirar un poco de aire, se sentía agobiado, él mismo podía haber sido Matías si su madre no lo hubiera sacado de allí y llevado a ese pueblo que al inicio odiaba y que ahora adoraba, no por el pueblo en sí sino por la vida que había conseguido allí. Observó a la distancia a la madre de Vicky llorar y abrazar a su hija y se imaginó haciendo pasar a Beatriz por lo mismo, dejándola sola en la vida luego de perder a su padre. Qué equivocado había estado y qué perdido se había sentido en la vida.

Lo sentía tanto por Matías y por todos los chicos a los que les pasó lo mismo, era una muerte tan extraña, por un lado evitable y por otro lado tan increíble, dolorosa por la impotencia que generaba. Recordó sus noches de fiesta, de alcohol y droga, nunca jamás había pasado por su cabeza que algo así podía pasarle, sabía que sucedía, pero parecía tan lejano que incluso cada vez que oía una noticia sobre una muerte de ese estilo, le parecía que nada más que una leyenda urbana, algo que le pasaba a otros, nunca a uno mismo ni a un amigo.

Y allí estaba enterrando al hermano de su novia y pensando que, si no hubiera sido por su madre, él mismo hubiera podido estar ahí... muerto.

Caminó entonces hasta una pequeña capilla que había en el sitio, dentro se veía un lugar tranquilo y se respiraba paz. Se sentó en una de las tres bancas frente al altar y levantó la cabeza ante el crucifijo que tenía en frente. Era cierto que lo obligaban a ir a misa cada semana, que incluso acompañaba a Esme con su guitarra, que debían rezar al inicio y al final de la jornada educativa ya que estaba en un colegio católico, pero jamás había sentido nada, él solo lo hacía porque debía hacerlo. Sin embargo, allí no se sintió solo, experimentó una sensación de trascendencia, de entendimiento, cómo si finalmente muchas de las piezas que colgaban, cobraran sentido.

Sintió que su vida valía la pena, incluso con sus miles de problemas e imperfecciones, con sus confusiones personales y sus tormentas. Pensó en su madre y en lo mucho que lo amaba, entendió lo que Esme le había dicho una vez al ser capaz de apreciar que ella había dejado su vida por él, había iniciado de nuevo en aquel pueblo solo para sacarlo de esa mala junta que tenía, solo para darle una nueva oportunidad, una vida mejor. Pensó en su padre y en todo lo que le había enseñado, en los hermosos momentos que habían compartido juntos, pensó en Héctor y en la confianza que le brindaba, en las charlas que solían tener mientras trabajaban juntos por el barco, en el cariño que le brindaba y en sus sabias palabras que lo hacían sentir mucho menos solo, y pensó también en Esme, en lo mucho que lo había ayudado, en cómo ella con su corazón puro y transparente había logrado llegar a su interior a pesar de lo descortés que había sido en un inicio con ella. Pensó en el cuento de la Bella y la Bestia y en cómo Esme era en realidad su Bella, la que había logrado acercarse a pesar de su hostilidad y quién le había ayudado a llegar hasta su centro. Él era mejor persona desde que estaba con Esme y si eso no era amor, no sabía qué podría ser.

Y entonces entendió que estaba enamorado de aquella chica que era capaz de aceptarlo cómo era, con sus luces y sus sombras, sin juzgarlo y llena de paciencia.

Un chico ingresó a la capilla, era Xavi, uno de sus amigos de fiestas. Le sonrió y se sentó a su lado.

—Te veo distinto, Leo. ¿Todo bien? —preguntó el chico.

—Todo bien, ¿las cosas por aquí?

—Igual que siempre. —Se encogió de hombros—. Vicky no la tendrá fácil luego de esto, ¿lo sabes? Matías y tú eran su mundo. ¿No has pensado en regresar?

—No... no puedo, estoy cursando la escuela y debo terminar el año —dijo Leo y cerró los ojos, aquello que decía Xavi era cierto.

—Bueno... ojalá Vicky no haga una locura después de esto. Anoche cuando todo sucedió dijo algunas cosas, habló de ir junto a Matías, ya sabes... ella no es muy estable y desde que te fuiste las cosas no han salido del todo bien por aquí...

—Hablaré con ella —dijo Leo preocupado, sabía muy bien cómo era Vicky y Xavi no estaba exagerando.

Salieron de aquel sitio juntos y fueron hasta el lugar de nuevo. Vicky buscaba a Leo por todas partes y apenas lo vio volvió a arrojarse a sus brazos pidiéndole que por un momento la sacara de allí. Leo asintió y caminaron juntos hasta un lugar abandonado, una especie de caseta comercial donde en otras ocasiones solían esconderse del mundo para compartir una botella de alcohol o sus cuerpos. 


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