* 24 *
Beatriz observó fijamente a su hijo mientras este le contaba con un brillo especial en la mirada que Esmeralda vendría a estudiar y que ella no debía delatarlos.
—¿Estás seguro de que no sientes nada más que amistad por ella, hijo? —preguntó la mujer. Algo en los verdosos ojos de su hijo le decía que había algo más, ella como madre lo sabía.
—Claro, mamá, somos solo amigos, no te preocupes.
—Bueno... Yo no diré nada, solo espero que no la descubran porque no quiero imaginar lo que sucedería si eso llegara a pasar —dijo e hizo un gesto con los labios como si fuera a silbar.
—¿Por qué sus padres son así? —inquirió Leo—. ¿Cómo es que esa mujer tan distinta a ti es tu amiga?
—La gente no es buena ni mala, Leo. Cada uno hace lo que puede con lo que tiene a mano, con lo que sabe. Este es un pueblo chico que en cierta forma se quedó en el tiempo, Magalí tiene su propia historia, sus propios fantasmas, una infancia difícil, ella hace lo que cree mejor para sus hijas de acuerdo con lo que ella aprendió, de acuerdo con lo que ella sufrió. Quizá se está equivocando en muchas cosas, pero todos los padres nos equivocamos, de todas maneras, sé que lo que hace lo hace por amor, ella las ama, lo que pasa es que no conoce otra cosa, nunca ha salido de aquí, de su casa, de su círculo —explicó.
—Es cierto, Esme también tiene pensamientos muy... no sé, mira... por ejemplo, ella solo quería terminar la escuela y casarse con su novio. ¡Y el chico la engañaba! Menos mal que decidió dejarlo, pero no estoy seguro de que lo hubiera hecho si yo no le hubiera forzado a creer que ella se merece más que eso. Es como si no tuviera ni una pizca de autoestima...
—Hay mucha gente así en el mundo, Leo. Es lo que ella ve, es cómo la criaron y lo que ha vivido. ¿Me entiendes? Es lindo que la hayas podido ayudar a ver que vale más de lo que cree. Todos necesitamos de esa clase de ayuda algunas veces. —Leo suspiró y miró a su madre.
—Tú eres una gran madre —admitió—. Sé que te he culpado por muchas cosas y... lo siento, mamá —dijo con timidez, los ojos de Beatriz se humedecieron y ella sonrió.
—Gracias, Leo. Yo he intentado hacer lo mejor por ti, te amo, no te imaginas cuánto, sin embargo, también me he equivocado mucho y lo acepto, pero nunca quise lastimarte —afirmó—. Los padres también cometemos errores, hijo, pero yo no sabía qué otra cosa hacer, pensé que ocultándote la verdad no tendrías que pasar por eso de no saber quién te tuvo en su vientre y por qué decidió no quedarse contigo, quería evitar que te sintieras fuera de lugar... y solo lo empeoré, quizá si te lo decía desde el inicio, tú...
—No... yo me equivoqué al no entender que lo hicieron solo por mi bien. No sé qué hubiera sido mejor y no puedo negarte que me duele mucho, saber que no eres mi madre biológica me deja en el vacío, en la incertidumbre de no saber mis orígenes. Sin embargo, no es tu culpa, tú solo me das y me has dado siempre lo mejor de ti y yo no debí hacerte sufrir tanto —aceptó.
—Me agrada recuperar a mi pequeño Leo, al chiquito dulce y valiente, el que me llenaba de besos y abrazos —dijo Beatriz con dulzura y melancolía.
—Todavía no sé quién soy ni quién quiero ser, mamá, pero lo que sí sé es que tú eres mi verdadera madre, eres quien dio todo por mí y eres mi familia.
Leo abrazó a su madre y la besó en la frente, hacía mucho tiempo que le había superado en estatura, ella lo abrazó sollozando en su pecho. Se quedaron allí por un buen tiempo y entonces el timbre sonó.
—¡Es Esme! —dijo Leo emocionado, Bea sonrió viéndolo correr a abrir la puerta.
Esme ingresó algo agitada, la idea de salir sin permiso la tenía alterada e imaginaba que de cualquier sitio saldría su madre a regañarla.
—¡Llegué! —exclamó con exageración.
—Lo puedo ver, ¿sucede algo? —inquirió Leo al mirarla respirar agitada.
—Nada, solo... lo que acabo de hacer... Dios, si me descubren...
—Tranquila, todo estará bien —prometió Leo haciéndola pasar.
—¿Un vaso con agua, Esme? —preguntó Bea y la chica asintió.
Después de un rato fueron a la habitación de Leo, este se sintió un poco incómodo al recordar la manera en que ella lo había encontrado el día anterior, pero no dijo nada. Un poco antes se había dedicado a ordenar con ahínco la habitación, guardar las ropas tiradas, las medias sucias que estaban en el suelo y esconder los portarretratos con fotos de Vicky. ¿Por qué había hecho eso? Pues no lo sabía bien, pero no quería que Esme la viera.
—Pasa —dijo con una sonrisa.
Esme ingresó y dejó en el escritorio un bolso, sacó de allí su cuaderno y un libro y lo abrió en la página de ejercicios que debían practicar. Leo no perdió tiempo, sacó sus cosas y arrimó otra silla al escritorio, y estudiaron por un buen rato.
—No es tan difícil —zanjó Leo después de terminar un ejercicio, solo me quedan cuatro.
—Bien... —susurró Esme en medio de un bostezo—. Yo ya los terminé, muero de sueño.
—¿Quieres que te acompañe? Yo termino luego —dijo el chico y ella negó.
—Termínalos, yo te esperaré. ¿Puedo recostarme en tu cama mientras? —preguntó y el chico asintió.
Esme se recostó sobre aquel colchón y observó el techo. La habitación de Leo estaba mucho más ordenada que antes, se lo imaginó en la cama como lo había encontrado y se sonrojó, cerró los ojos tratando de no pensar en ello, aunque la curiosidad la embargaba. Había tantas cosas que quería saber, su madre nunca le hablaba de sexo, eso era un tabú enorme en su familia y su entorno, la única que siempre tocaba el tema era Tefi, pero tampoco ahondaba demasiado porque sabía que Esme se sentía cohibida e incómoda. Sin embargo, allí y en ese momento, Esme tuvo curiosidad, se preguntó qué se sentiría ir más allá con alguien que de verdad le gustara, con alguien que la amara, se preguntó si acaso alguien podría llegar alguna vez a sentir deseo por su cuerpo.
Cuando Leo terminó el último ejercicio —que le había llevado más tiempo de lo esperado—, se volteó a verla y la encontró durmiendo. Se veía hermosa así, durmiendo tan pacífica. Caminó hasta su cama y se sentó con cuidado para observarla. Acarició con suavidad sus cabellos descubriéndolos tan suaves, observó su pecho subiendo y bajando a causa de una respiración rítmica, su blusa se había bajado un poco y dejaba bastante a la vista, una constelación de pecas marcaba un camino que Leo sintió deseos de seguir. Su boca entreabierta lo volvía a llamar. No habían vuelto a tocar el tema de lo que había sucedido antes y sabía que tampoco lo harían, ninguno de los dos se animaría.
Recordó una vez que cuando era pequeño, ingresó corriendo a la habitación de sus padres, su mamá dormía y su papá lo regañó por hacer ruidos.
—Shhhh, mamá duerme, silencio.
—¿Por qué miras a mamá dormir? —susurró Leo.
—No hay nada más hermoso que ver dormir a la persona que amas, puedes contemplarla una y otra vez como si fuera una obra de arte de esas que no te cansas nunca de mirar —dijo su padre.
Leo sonrió, podría pasarse allí viéndola dormir toda la noche, pero... ¿qué significaba eso? Leo sabía que algo le sucedía con Esme, pero era algo que nunca había experimentado, al menos no de esa manera. Deseó que su padre estuviera vivo para poder hablarlo con él. Él hubiera tenido las palabras justas.
—Mmmm... ¿Me quedé dormida? —Esme despertó de pronto.
—Hace un rato... Ya terminé —dijo Leo al mirarla tan adorable con sus ojitos soñolientos.
—¿Qué hora es? —inquirió Esme.
—¡Wow! Cerca de las dos de la mañana —exclamó Leo asombrado, ¿en qué momento había pasado tanto tiempo?
—Dios, me matarán —dijo Esme y cerró los ojos.
—¿Quieres que te lleve? Pero es peligroso salir a estas horas a la calle... Aunque si quieres...
—Pero ¿qué hago? —inquirió Esme con temor, quedarse allí tampoco era una opción, ¿o sí?
—Quédate —dijo Leo—. Yo dormiré en el suelo, no te preocupes. Te despertaré a las cinco e iremos a tu casa, llegarás antes que ellos despierten.
—¡No puedes dormir aquí! —dijo ella negando—. ¿Y si me descubren?
—Corres más riesgo ahora que a las cinco —explicó Leo—. A esa hora ya está más claro y es menos peligroso, si nos pasa algo ahora sí que no tendremos forma de explicar qué hacíamos a esta hora por la calle.
—Tiene sentido —dijo Esme que moría de sueño. Entonces se levantó, se sacó los zapatos, se metió bajo la manta y cerró los ojos. Leo sonrió, fue hasta el armario para sacar un manta y ponerla en el suelo, entonces Esme lo llamó. No dormía en realidad, solo se debatía entre sus ganas de decir algo y su miedo a hacer algo equivocado.
—¿Qué? —inquirió Leo acercándose.
—Aquí hay lugar —señaló un lado de la cama.
—¿Estás segura? —inquirió él y ella asintió tratando de ocultar el temor mezclado con adrenalina que la embargaba.
Leo no dijo nada, se metió bajo las mantas y se volteó, ella también lo hizo, ambos quedaron de espaldas. Sin embargo, un rato después, Leo decidió voltearse y abrazarla, escondió su rostro entre su cuello y suspiró su aroma a rosas.
Esme se estremeció bajo las mantas, el chico se acercó más y pegó cada centímetro de su cuerpo al cuerpo de su amiga, ella cerró los ojos sin evitar pensar que el sueño se le había ido en segundos.
—¿Qué haces? —inquirió.
—Te abrazo, ¿algo de malo con ello? —preguntó.
—Supongo que no... —afirmó en un tímido susurro.
Leo pasó su brazo por el estómago de Esme y metió con alevosía la mano derecha bajo su blusa para acariciar la piel de su abdomen con pequeños círculos.
—Leo... —susurró la chica que sintió que su cuerpo entero se derretía, de pronto en aquella habitación hacía calor y una extraña y desconocida sensación inundó su interior.
—Hmmm, no hago nada, solo quiero... sentirte —dijo Leo casi respirando en su oído, Esme sintió que se derretía.
Leo se pegó aún más a ella y cerró los ojos dejándose envolver por ese aroma que tanto le agradaba, dejó la mano quieta sobre su piel, pero se imaginó recorriéndola, aquello despertó su excitación y Esme no tardó en sentirlo. No dijo nada, no se movió, no se quejó, no sabía qué hacer o cómo reaccionar a aquello, sin embargo, le agradaba, todo lo que estaba sintiendo le agradaba.
—¿Ya dormiste? —preguntó luego de unos minutos.
—Sabes perfectamente que no —dijo Leo en un susurro.
—¿Por qué... —Esme se calló.
—¿Por qué qué? —preguntó Leo.
—Tú... No sé cómo preguntar esto —dijo la muchacha muy avergonzada y con el rostro completamente colorado.
—Con palabras, solo dilo, Esme —respondió Leo con una sonrisa que ella percibió. Entonces tomó un mechón de su cabello apartándolo de su cuello y plantó allí un pequeño beso, Esme sintió que la electricidad corría por su cuerpo.
—¿Por qué lo haces? ¿Por qué me abrazas? ¿El beso? ¿Tú... cuerpo... reacciona? ¿Por qué? —Se animó ella a preguntar.
—Soy adolescente y estoy con una chica en mi cama, ¿qué más pretendes? —dijo Leo murmurando en su oído.
—No soy una chica como las que a ti te gustan, Leo. ¿Acaso estás imaginando a otra? —Esme no supo por qué dijo aquello, pero simplemente no podía entender que ella pudiera generar eso en Leo y prefería encararlo desde el inicio.
—No seas tonta, Esme. No me hagas enojar en este momento que todo se siente tan perfecto —murmuró él—. En este momento eres tú, tu aroma, la textura y el calor de tu piel, es tu cuerpo el que me pone así. Siento si te ofendo con eso, no voy a hacer nada, solo estoy respondiendo a tu pregunta... Sé que no te gusta hablar de sexo y que todo esto te pone nerviosa, sé que probablemente te esté ofendiendo, pero... no puedo apartarme de ti ahora, no quiero... Sin embargo, si quieres que lo haga, lo haré... solo dímelo.
—No quiero —susurró Esme y sintió que se hundía de la vergüenza.
—Me agrada saber eso —dijo Leo besándola en el cuello de nuevo—, ahora intenta dormir, rosita —pidió.
—No puedo —susurró Esme nerviosa, él sonrió al entender que ella también estaba experimentando sensaciones que no conocía. Esme se estremeció ante su manera de llamarla.
—Esme, eres perfecta —dijo Leo y cerró los ojos, debía calmar sus ansias y dormir.
—Yo no...
—Shhh... no digas nada, solo duerme —pidió Leo y ella asintió. Cerró los ojos e intentó ignorar a su cuerpo, un cuerpo que nunca antes le había hablado de la forma en que lo hacía en ese momento, un cuerpo que le pedía mucho más, que necesitaba seguir, que deseaba experimentar.
No hizo nada, pero antes de dormir buscó la mano de Leo que descansaba en su abdomen y la tomó entre las suyas. Dormir así iba a ser muy parecido a lo que ella se imaginaba sería dormir sobre nubes de algodón, estaba flotando, estaba en éxtasis y solo deseaba seguir así, allí, creyendo por un instante que él sentía igual.
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