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* 5 *


Apenas ingresaron a la fiesta Frieda entendió que Adler era bastante apreciado entre sus amigos, todos lo saludaban y le daban la bienvenida, él la presentaba como su prima y le iba diciendo los nombres de los chicos, pero ella casi no recordaba ninguno, no era buena con eso y menos con nombres en alemán.

Finalmente se acercaron a la mesa donde había comida y bebidas. Un chico se mantuvo con ellos, se llamaba Burke y se veía bastante guapo, parecía ser muy amigo de Adler y conversaban en alemán sobre una chica. Frieda no prestó demasiada atención pues estaba concentrada en probar un poco de cada una de las comidas que allí había.

No se dio cuenta de cuánto tiempo pasó, pero cuando se giró para ver a los chicos, Adler había desaparecido.

—Tranquila, vuelve enseguida —dijo Burke sonriedo—. Me pidió que te cuidara.

—No te preocupes, me cuido sola —respondió en fluido alemán.

—¿Quieres que vayamos a dar una vuelta? Puedo mostrarte el lugar.

—Bueno... —aceptó Frieda sin mucho más que decir.

Burke le llevó a recorrer la casa, había jóvenes en todos los sitios, algunos tomaban algo, otros bailaban y algunos conversaban en el jardín, había un grupo que jugaba a las cartas en medio de una sala. Se notaba que todos eran de la edad de Adler, y ella se sintió algo pequeña y perdida.

—Iré a traer algo de tomar —dijo Burke cuando llegaron al jardín, ella asintió y quedó esperando sola en ese sitio.

Burke se tardó un poco más de la cuenta, lo que hizo que Frieda se sintiera algo tensa. Ingresó de nuevo a la casa y buscó entre la muchedumbre a ver si encontraba a Adler, ¿a dónde se había metido?

—¿No viste a Adler? —preguntó a uno de los jóvenes que le había presentado más temprano. No recordaba su nombre pero sí su rostro, pues traía el pelo con rastas y un enorme aro en forma de círculo colgaba de su oreja derecha.

—Creo que entró a la biblioteca —dijo señalando una puerta que quedaba cerca.

A Frieda le pareció extraño que ingresara a la biblioteca en medio de la fiesta, pero de Adler podía esperarse cualquier cosa. Caminó entonces a ver si lo encontraba allí. Abrió la puerta y entonces se percató que sí, que en efecto, de Adler podía esperarse cualquier cosa, incluso algo que ella no imaginaba.

Allí estaba él, de espaldas a ella, con los pantalones en la rodilla. Una chica —cuyo rostro no alcanzaba a ver— estaba rodeándolo con las piernas y sentada en un escritorio justo frente a él.

Aquello le pareció asqueroso, repugnante y horrible. Salió de allí lo más rápido que pudo, encolerizada, molesta, al borde de la histeria. Pensaba irse, sin más, pero Burke la encontró cuando salía de la casa.

—¡Ey! ¿A dónde vas? —exclamó.

—¡Lejos de aquí! —respondió Frieda molesta y sin poder controlar su rabia. Se sentía humillada, abandonada. El imbécil de Adler la había dejado a su suerte luego de haberle prometido que se quedaría a su lado, y lo había hecho para ir a... Ni siquiera podía ordenar sus pensamientos.

—¡Vamos! Ven conmigo, necesitas calmarte —dijo Burke tomándola de un brazo—. Toma un poco de esto.

El chico le pasó un vaso con una bebida oscura que ella —inocentemente— creyó que se trataba de un refresco de cola. La tomó de un sorbo y entonces sintió que la garganta le quemaba.

—¡Qué demonios es eso! —gritó escupiendo parte de la bebida.

—Es Jägermeister —respondió Burke mientras se reía por el efecto que la bebida había causado en la chica.

—Eso... es... fuerte —dijo Frieda y negó con la cabeza. La verdad es que nunca había tomado alcohol, no solía salir demasiado, además desde pequeña había escuchado historias acerca de la tormentosa juventud de su madre, quien siempre le había hablado con franqueza de los problemas a los que podría enfrentarse para que así evitara cometer sus mismos errores. Sin embargo, estaba enfadada—. Quiero más —zanjó.

Burke sonrió y la llevó hasta la zona donde estaban las bebidas y le sirvió un poco más, y más aún, y Frieda empezó a sentir que todo se ponía muy divertido en esa fiesta.

—¡Vamos a bailar! —gritó Burke entre la muchedumbre y la chica simplemente asintió. Ya no recordaba a Adler ni lo que estaba haciendo, solo quería divertirse y pasarla bien. Burke la llevó a la pista donde empezaron a contornearse al ritmo de la música.

A medida que avanzaba la noche, Frieda se sentía cada vez mejor y más desinhibida. Un par de chicos —además de Burke—, bailaban a su alrededor como abejas alrededor de la miel.

—¡Hora de jugar! —gritó uno y todos corearon extasiados—. ¡Las chicas y chicos que participarán del juego, vengan al centro de la pista! —exclamó tomando un micrófono para recitar las reglas.

Algunas personas desalojaron la pista mientras que otras fueron colocándose.

—¡Vamos a jugar! —dijo Burke que ahora tenía abrazada a Frieda rodeándola por la cintura y con una mano muy cerca de sus caderas, ella traía los brazos alrededor de su cuello.

—¿Qué vamos a jugar? —preguntó arrugando los labios en un gesto de niña.

—Es divertido, confía en mí. Se llama el muelle... tú solo sígueme —dijo el joven tomándola de la mano y guiándola hasta el centro de la pista.

Frieda no entendió mucho hasta que vio que los chicos se iban acostando en el suelo uno al lado del otro y luego iban desprendiéndose los pantalones mientras algunas chicas ya se iban acercando a ellos.

—¡Frieda! —La voz de Adler la llamó desde algún sitio. Se giró al oírlo y lo vio llegar hasta ella y tomarla con fuerza del brazo.

—¡No la lleves! ¡No seas aguafiestas! —gritó Burke tendido en el suelo. Frieda sin entender observó al chico que la llamaba—. Ven, hermosa.

Frieda estuvo a punto de zafarse solo para molestar a Adler, pero él estiró de su brazo de nuevo y la sacó de la pista no sin antes gritarle a su amigo algo que parecía una grosería en alemán y de decirle que ella no iba a jugar. La sacó entonces de la fiesta y la llevó hacia el patio.

—¿Estás bien? —le preguntó mirándola a los ojos, estaban muy rojos.

Frieda recordó con asco lo que había visto en la biblioteca, así que su estómago se revolvió y sintió nauseas. Se torció por el medio apretándose el abdomen y empezó a vomitar.

—¡Puaj! ¡Frieda! ¿Qué tomaste? ¿Estás borracha? —inquirió Adler dando un salto a un lado para poder esquivar aquel líquido viscoso proveniente del estómago de la muchacha.

Una vez que terminó de vaciar su estómago la ayudó a incorporarse. Estaba muy pálida y no decía una sola palabra. Adler, asustado, la llevó al baño de la casa y le lavó la cara ayudándola también para que se enjuagara la boca. Luego la sentó sobre el váter cerrado y la miró a los ojos.

—¿Qué demonios tomaste? —preguntó y la chica rio.

—Algo negro... creí que era Coca Cola —respondió divertida—. Pero no era dulce, nada, nada dulce.

—¡Dios, Frieda! Los tíos me van a matar. ¿Qué no podías quedarte quietecita y portarte bien? —preguntó con enfado.

—¿Mientras tú leías en la biblioteca? —respondió ella con ironía—. Porque cuando entré vi que tenías algo abierto enfrente de ti... ¡Aaahhh no, pero no era un libro precisamente! —exclamó levantándose para intentar salir de allí, sin embargo se mareó y perdió el equilibrio.

—¡Vamos!, voy a comprarte un café e intentaremos sacarte algo de esa borrachera antes de que lleguemos a la casa —suspiró con frustración, sabía que si descubrían el estado de Frieda, él estaría en grandes aprietos.

La llevó hasta el auto y la ayudó a ingresar, luego se detuvo en una estación de servicios y bajó para comprarle agua, café y goma de mascar de menta a ver si lograba sacarle algo del olor alcohol que traía. Frieda dormía en el asiento del copiloto. Cuando volvió, intentó despertarla, lo logró a regañadientes y la obligó a tomarse el café, luego el agua y a mascar un poco de aquella menta. Al principio Frieda se negó, pero terminó por obedecer para hacerlo callar, el sonido de su voz le estaba dando dolor de cabeza, sentía que sus palabras insistentes le retumbaban en el cerebro.

Eran cerca de las tres y media de la madrugada cuando llegaron a la casa. Intentó hacer el menor ruido posible, la cargó en brazos y la llevó hasta su cuarto. Cerró la puerta sin saber qué hacer, no podía dejarla dormir así porque si lo hacía, Carolina al despertarla, se daría cuenta de que ni siquiera se había cambiado, además claro, del olor a alcohol mezclado con vómito que tenía.

—¡Frieda! ¡Despierta! —le susurró al oído. Ella murmuró incoherencias en respuestas—. ¡Fri! ¡Princesita! ¡Despierta! —intentó.

—No soy una princesa, tonto —musitó sin abrir los ojos.

—Frieda, escucha... Despierta, ¡ahora! —dijo sin obtener resultados.

Fue hasta el baño y se mojó las manos, volvió y le echó agua en la cara. Ella dio un brinco y lo observó con odio.

—¡Qué diab...

Adler le tapó la boca para que no hablara.

—MmMmmmMMmm —intentó decir.

—Shhh. —La observó para que lo mirara—. Estamos en casa y si hablas fuerte nos descubrirán. Estás borracha y te van a regañar, nos van a regañar. Debes entrar al baño, bañarte con agua fría, si es posible, y ponerte el pijama... ¿Entiendes? Esa ropa te delatará —añadió.

Frieda tardó en reaccionar pero entendió lo que le estaba diciendo, así que se levantó para ir al baño. Adler pensó en dejarla e ir a su habitación pero luego no se animó, pensó que si ella se dormía en la ducha podía morir ahogada, caerse o algo así. La acompañó hasta el baño y prendió el agua, le dejó una toalla a mano y le dijo que esperaría afuera. Frieda asintió y se metió bajo la ducha. Salió unos diez minutos después envuelta en una enorme toalla de color verde.

—¿Ahora? —preguntó algo adormilada.

—¿Te sientes mejor? —inquirió el muchacho asustado—. ¿Te lavaste los dientes?

—Sí... hmmm... ¿qué hago ahora? —preguntó la chica con la mirada desorientada.

—Ponte el pijama. ¿Dónde está? —cuestionó mirando alrededor. Frieda le señaló la almohada que estaba en su cama así que él la levantó y encontró abajo una camiseta y un short con dibujos de sapitos—. ¿Así que por eso me dices sapo? ¿Te gustan los sapos? —preguntó.

—Tú eres un sapo muy asqueroso —murmuró ella tratando de mantener el equilibrio. Soltó entonces la toalla como si nada y quedó desnuda. Los ojos de Adler salieron de sus órbitas al verla así, ella no parecía darse cuenta de lo que estaba sucediendo.

—Vamos, vístete —dijo el muchacho pasándole la ropa para que lo hiciera. Seguía con el cuerpo mojado, pero eso no le importó en ese momento. Por un lado la estaba viendo desnuda y aunque fuera como parte de su familia, era una chica al final de cuentas, y una muy bonita. Y por otro lado si alguien llegara a entrar en ese momento a la habitación estaban muertos.

Frieda intentó calzarse el short con torpeza, pero tropezaba y perdía el equilibrio, lo que le causaba mucha risa. Adler intentó contener sus impulsos y sus hormonas que se desataban al imaginar el calor de la piel de la muchacha en contraste con las gotas de agua fría sobre su piel, y terminó ayudándola a vestirse para que acabara lo más rápido posible. La acompañó hasta la cama y la metió bajo las mantas.

—Descansa —dijo entonces y suspiró, esperaba que amaneciera mejor y aquel desliz pasara desapercibido, aunque sabía que con Carolina no sería sencillo. Frieda no dijo nada, cerró los ojos y Adler ingresó al baño en busca de su ropa sucia, debía ponerla en la lavadora antes de que sospecharan. Tomó su pantalón y la blusa que traía con un par de dedos, estaban llenas de vómito y olían asqueroso, sin embargo cuando las pequeñas bragas y el sostén cayeron de entre la ropa, todo su cuerpo volvió a reaccionar con la simple imagen de Frieda desnuda en la habitación hacía solo un rato. Suspiró y las tomó también con cuidado, como si acercarlas demasiado a él le contagiara de alguna peste, envolvió todo en una bolsa que encontró en el baño y fue al área de lavado que estaba en la parte trasera de la casa, metió la ropa en la lavadora y la echó a andar. Debía levantarse temprano para poder sacar aquello antes que su madre lo descubriera o sería hombre muerto. Metió también su camisa que apestaba por haber tenido que cargar a Frieda.

Se dirigió a su habitación, pero al pasar de nuevo por el cuarto de la muchacha decidió asegurarse de que estuviera bien, ingresó y vio que dormía, o al menos eso parecía.

—Hoy sí que no parecías una princesa —susurró acercándose a observar que todo estuviera correcto. Ella murmuró algo inteligible y él se dirigió hacia la puerta.

—¡Te odio, Adler! —dijo entonces y el rio. Sabía que la tregua había acabado.

Gracias por el increíble apoyo que me están dando en esta historia.

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