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CAPÍTULO 9:

¡Hola!, ¿cómo están?... ¡Feliz casi Halloween! Espero que les guste el capítulo. Por favor, comenten a ver que les pareció :). ¡Muchas, muchas gracias por leer! (Somos pocos pero buenos ;) ) .

¡Saludos desde mi rincón! :D.


—¡Derek! —No sé por qué me puse a hacer esto, pero estoy corriendo como loca por la selva, esquivando plantas y palos igual a que si fuese perseguida por perros— ¡Derek!

Voy a la cueva pues supongo que debió quedarse allí, y a unos cuantos metros, escucho por un instante una especie de suspiro ahogado, apenas un aliento:

—Pen...

Me giro hacia la izquierda y allí está, tendido en el suelo. En ese momento el tiempo se detiene, da vuelta la tierra y la deja caer sobre mí como un mazazo.

Doy zancadas largas para llegar a él lo más rápido posible y me inclino a su lado.

—¿Qué pasó? —Ya no me contesta. Tiene los ojos cerrados, la frente perlada en sudor y está tan blanco que asusta. Mierda, mierda, mierda— ¿Derek?

Observo todo su cuerpo para poder encontrar alguna pista de lo que ocurre, y un escalofrío recorre mi columna al fijarme en los dos puntos rojos que tiene en la pantorrilla derecha.

—Tranquilo, te vas a poner bien —coloco su cabeza entre mis rodillas—.  ¿Puedes oírme? No me dejes, ¡no te rindas!, ¡ni se te ocurra!

—Pen —. Mustia apenas. De la nada, abre los ojos y me da algo de esperanza, sólo para perderla cuando los pone en blanco y comienza a temblar sin control.

—¡Derek! —Le sostengo el rostro como puedo para evitar que se golpeé— ¡Derek!

¿Qué hago? ¿Qué mierda hago? Pedazo de inútil, más vale que no lo dejes morir, Penélope.

Meto los dedos en su garganta y mantengo la lengua en el lugar para que no se le vaya hacia atrás.

No puedo evitar sollozar sobre él, es tan horrible, todo esto es tan horrible, inhumano. Desde que vinimos a parar a esta isla, las cosas se han retorcido de manera funesta.

Luego de lo que parece una eternidad se detiene, libera un gemido lastimoso y no hace nada más.

Con un nudo en la garganta, recuesto mi cabeza en su pecho...afortunadamente respira, se encuentra inconsciente.

La noche está cubriéndonos y no podemos quedarnos aquí, así que paso ambos brazos por su torso y lo arrastro como me es posible.

El alivio que siento cuando llegamos a la cueva y compruebo que su corazón sigue funcionando, es indescriptible. Podría desmayarme aquí y no despertar nunca, pero aún no es tiempo, no hasta que él se levante.

Lo acuesto a lo largo en el conjunto de hojas y pongo detrás de su cabeza una almohada hecha con el mío.

Toco su frente y, como suponía, está volando en fiebre. Le quito la parte superior de su ropa, desenvuelvo mi playera y rompo una gran parte de abajo en trozos. Los doblo en cuatro o dos partes y los remojo con agua de una de las botellas. No está muy fría, pero por desgracia es demasiado tarde como para ir por más.

Coloco uno en su frente y dos en las muñecas. Al ponerle el de la cabeza frunce apenas el ceño, al menos reacciona algo, eso es bueno.

—Por favor, no vuelvas a convulsionarte. ¿Quieres? —Me siento a descansar las piernas— Nos vas a matar a los dos.

Le hago beber un par de veces y el resto de las horas las paso remojando trapos y viendo su rostro...cualquier cambio, sea para bien o para mal, no me lo perderé...

La luz llegó a nuestro refugio, por lo que me levanto, estiro las piernas (que están sumamente entumecidas) y salgo para recuperar la mochila, cargar las botellas vacías con agua más fría y traerle comida.

—Ya vuelvo —. Me despido y voy a lo mío.

Regreso en relativamente poco tiempo con todas las cosas, lo cual incluye unas ostras (algo blando que pueda tragar). En cuanto llego escurro sus trapos y uso la botella con agua salada para remojarlos. La fiebre ha bajado un poco, pero aún tiene mal aspecto y no ha recuperado la consciencia siquiera. Le acaricio la cabeza con suavidad, igual que un niño, porque eso es lo que parece, un frágil pequeño.

Le veo abrir la boca y liberar un quejido:

—Pen...

Agrando los ojos y me aproximo más a su cara:

—¿Qué pasa?, ¿qué necesitas? —Tomo su mano— Derek, presióname la mano si me oyes.

Siento a penas un movimiento.

—Pen... —Su cuerpo se afloja otra vez y ya no hay respuesta. Es una mejoría, pequeña, pero una al fin.

—Tonto —sonrío levemente—. No gastes energía porque sí  —. Le acaricio el pelo por un rato más hasta que tengo hambre, traduciéndolo en otras palabras, es hora de comer. Miro de arriba a abajo el convaleciente cuerpo de mi compañero y las ostras...son sólo cinco, él está enfermo, tiene que nutrirse... Oh, bien, que se las coma todas, después lo haré yo.

Abro las cosas estas con una gran piedra y se las introduzco en la boca una por una. Cuando termino con la tarea, voy a cambiarme por enésima vez de toallita (lo he estado haciendo desde que me las dio, pero con menos frecuencia ahora que no puedo lavarlas para no dejarlo solo) y por último le doy agua saborizada para que ingiera algo de azúcar. ¡Ja! Soy toda una enfermera, y pensar que mis padres querían enviarme a ese internado para aprender un par de cosas útiles. Cuando salga de este lugar, seré la mujer Rambo, la envidia de todas las sobrevivientes...estoy diciendo idioteces de nuevo. Debe ser por el dolor de cabeza, porque la verdad me mata. 

Vuelvo a remojar la tela y ponerla sobre él con cuidado. Desvío la mirada hacia la entrada para ver cualquier cosa que pueda distraerme, y así olvidar el cansancio y el hambre. No hay problema, soólo dejaré transcurrir el tiempo...

—Derek, necesito hablar contigo —me pongo de pie y me acerco—. Quería pedirte disculpas por lo de la fruta, ya lo dije —toco su frente, está apenas cálida, hago lo mismo con sus muñecas y se encuentran de igual manera—. Eres un chico fuerte, ¿sabes? Estás mal, muy mal, pero estuviste peor, así que es admirable. Probablemente no me escuches en este momento, pero deseaba que lo supieras. Te admiro, Derek Freeman.

La noche tardó en llegar, pero aquí está, embromando otra vez. Él me preocupa bastante, no ha reaccionado en todo el día aunque la temperatura bajó hasta casi nada, ¿acaso puede que no le quede mucho tiempo?

Mientras pienso eso mis párpados se cierran por sí solos de tan cansada que estoy.

—Derek, voy a tener que dormir algo, pero no te dejaré —iba a acostarme en otro lugar, mas tengo miedo de que le pase algo y no me dé cuenta, así que me coloco junto a él y lo abrazo, depositando la cabeza en su pecho. Escuchar su latido constante me tranquiliza, lo hace lucir más vivo de lo que parece—. Todo va a estar bien... —La voz se me quiebra y libero un par de lágrimas sin poder hacer nada. Es desesperante, trato de no meterlo mucho en mi mente, pero es obvio que pudo haber muerto, y todavía es probable. Es la posibilidad de enfrentar eso lo que me aterra y encierra en una burbuja de angustia.

Por más que me esfuerzo, los lamentos se hacen más grandes, y mi llanto se transforma en gimoteos ocasionales que retumban en toda la cueva.

—No... Llores —susurra al tiempo que siento como su brazo se levanta débilmente, y me roza la espalada hasta quedar en mi cintura con algo de torpeza.

Me cuesta bastante salir del asombro:

—Lo siento, no lo haré —lo estrecho más fuerte, pero sin lastimarlo. Mi corazón da un vuelco, y después, como si fuese instintivo, comienzo a tararear de la nada la canción que usaba mi madre cuando era pequeña— Arrorró mi niño, arrorró mi sol, duérmete pedazo de mi corazón. Este niño lindo se quiere dormir y el pícaro sueño no quiere venir...

Canto un par de canciones más que se me ocurren y luego caigo rendida ante el sueño.

Despierto al sentir un pulgar acariciando mi rostro de forma delicada. Abro los ojos con sorpresa y al incorporarme un poco me encuentro con unos ojos verdes sonriéndome:

—Hola, pequeña —tiene la voz seca, pero es mucho mejor que los quejidos delirantes.

 Percibo como los dientes se me van a salir de la cara por la sonrisa que hago:

—¡¡Derek!! —Me lanzo a abrazarlo.

—M-me estás aplastando —. Gime. Pero no me importa, esto hay que festejarlo.

—¡¿Sabes cuánto me asustaste?! ¡Pensé que ibas a morir!

—Yo también lo pensé, créeme... —hace una pausa y noto como se mira los pantalones—No puede ser... Esto...necesito ir al baño —trago saliva y él se da cuenta—.  ¡Vamos! Ya me has visto desnudo, y de verdad, necesito ir.

Ok Pen, tendrás que hacerlo... 

Busco algo que me ayude y encuentro una botella vacía. Bueno...será como un violín de hospital, espero.

Asiento en silencio y ayudo a que se incorpore un poco, al hacerlo reacciona igual que un viejo, liberando un suspiro pesado por el esfuerzo.

—En serio Derek, ¿no puedes hacerlo solito? —Su cara pálida y cansada me da la respuesta—. Ya qué, si no hay de otra...

Le bajo los pantalones y me encuentro con sus piernas peludas y un bóxer, automáticamente desvío la mirada y bajo lo que sigue, como cuando pensé que había muerto (fue diferente, digo, ESTABA muerto). Sé que mi cara es un poema por cómo se ríe, aunque enseguida se queja sosteniéndose el estómago. Hago lo que tengo que hacer con la botella y cuando termina la cierro como si no hubiera un mañana y la tiro hacia afuera con repugnancia. Adiós a Pen enfermera, necesito urgentemente lavarme las manos.

—Gracias —.Susurra. Los párpados se le cierran como si fueran de plomo, así que lo acomodo antes de que se quede dormido del todo. Está agotado y no lo culpo, ¿casi morir envenenado? Es algo complicado, supongo.

Voy rápidamente a la costa para lavarme y buscar algo de comer (ya no aguanto, un poco más y mi estómago se come a sí mismo). ¿Qué hay en el menú? Ostras...sí, la comida del fuerte.

Llevo algunas para mi compañero, aunque ya no quedan muchas, podría decir que acabé con su población...y sí, me siento culpable por eso.

En cuanto ingreso lo escucho:

—¿A dónde habías ido?

—Fui por comida.

—Me hubieras avisado —. Frunce el ceño.

—¿Para qué? Estabas durmiendo, no iba a despertarte sólo por eso.

Lo ayudo a incorporarse otra vez y no le dejo decir más porque lo obligo a tragar el desayuno. Pone una cara de asco completamente exagerada, pero igualmente lo traga.

—¿Qué fue eso?

—Ostras —sonrío—. Buen provecho.

—Son horribles—. Arruga la cara.

—Lo sé, sin embargo es lo que hay —amago a darle otra pero se muestra algo reacio—. Además, antes no te quejabas —termino por metérsela a la fuerza.

Después de tragar y mover un poco la cabeza con desagrado, sonríe:

—Claro, de haber podido...

Blanqueo los ojos:

—No seas pesado... —Me levanto y le traigo una botella sabor manzana—Oye, ¿cuándo es tu cumpleaños?

La pregunta repentina lo desubica, pero luego de que le hago beber responde:

—Creo que en un par de días...no lo sé.

Abro los ojos sorprendida:

—¡¿Qué, y no me dices nada?!

—No salió el tema —se encoge flojamente de hombros.

—¡Esto es grave, vas a pasar tu cumpleaños en una isla! —tiro de los pelos de mi cabeza— ¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

—Es sólo un cumpleaños, no tiene nada de especial.

—¡Claro que es especial! Naciste, tonto.

—Oh...seguro que tú lo festejas más que yo—. Sonríe.

Blanqueo los ojos (otra vez):

—Dime, ¿qué quieres que te regale?

Me ve como si fuera una loca recién salida del manicomio:

—Somos un par de náufragos, ¿te harán descuento en la tienda?

—Tómalo en serio, tal vez quieras algo...no sé, ¿un pez grande? ¿Ración extra de agua? ¿Tu propio terapeuta?

—No quiero nada, ya hiciste más que suficiente —hace una pausa— me salvaste la vida Pen. Realmente te debo una.

Paso el resto del día cuidándolo, el muy terco quiso levantarse pero no lo dejé, basta con ver la mancha morada que tiene en la parte baja de la pierna como para saber que no hay que hacerlo todavía.

También me rompí la cabeza pensando qué podía regalarle, aunque no se me ocurrió nada más que un pastel falso hecho con arena y caracoles.

Esta noche no cenamos porque:

1) No estoy como para ir a pescar.

2) Ya no quedan ostras.

3) Ni loca pruebo suerte con fruta otra vez.

4) Nadie tiene hambre (lo inventé para no sentirme peor).

Lo que sí voy a hacer es un cambio, daré un gran paso en la historia de la supervivencia, oh sí, ¡HOY APRENDERÉ A HACER FUEGO!

Materiales:

-Madera incendiable.

-Dos palitos largos.

-Pasto incendiable.

- Dos jóvenes con frío.

-Un Derek instructor de fogatas.

-Una Penélope anormal dispuesta a vender su alma con tal de prender fuego algo.

Empecemos:

—¿Así está bien? —Pregunto por enésima vez consecutiva.

—No, debe tener más hierba.

Bien, le pongo más.

—¿Y ahora?

—Los palos deben estar más juntos.

Ya, lo hago.

—¿Y?

—Demasiado juntos.

—¡Ah! —separo los malditos palos— ¿Y qué tal ahora?

—Bien—. Respiro hondo y medito por unos segundos. Tomo los dos palitos y... —Lo estás haciendo mal, tienen que tener un mayor ángulo—. Los acomodo para...—Vas a encender la madera, no apuñalarla, acomoda esas manos, por favor—. Las cambio, pero parece que lo empeoré por la mirada desesperada que me envía—. A ver, ven aquí —me le aproximo con recelo, la verdad, como profesor da miedo —tienes que ponerlas así —.Toma mis manos con cierta dulzura y coloca los dedos tal cual  los quiere, tocándolos como si fueran a romperse—. Bien —cuando alzo los ojos descubro que estamos a poca distancia uno del otro, al punto de que nuestras narices podrían rozarse sin esfuerzo. Su verde está más oscuro de lo normal, como el césped de invierno, pero brillante, vivo. A través de ellos soy capaz de percibir algo extraño, oculto aunque conocido.

Y ahí es cuando me doy cuenta de que estamos como idiotas.

Aclaro la garganta:

—¿Entonces así?

Él vuelve a la realidad:

—Humm, sí —me suelta algo confundido.

Regreso a mi sitio y me preparo mentalmente para frotar como una obsesiva. Primero busco la posición más cómoda, y una vez la hallo, ¡comienza el juego!

Mi cuerpo se ensaña en esta única tarea, dejando todo lo demás atrás, frotar...frotar...¡¡FROTAR!!

Sigo sin parar, los músculos me duelen, pero no dejaré que me ganen, no en esta oportunidad.

—¡Bien Penélope, no te detengas! —Me anima desde su lugar.

Las gotas de sudor mojan mi frente por completo y el pecho ya me falla de lo lindo, pero justo cuando pienso seriamente en desistir, un poco de humo se crea ante mis ojos, junto a una minúscula brasa naranja. Inmediatamente me inclino y soplo sobre ella...por favor, crece, crece fuego.

Esta reluce con fuerza y entonces, como por arte de magia, una pequeña llama surge para dar origen a mi primera fogata. Salto y grito de alegría, incluso bailo ante las risas y felicitaciones de Derek, sí, ¡me he convertido en mujer!, ¡mujer ardiente! (Haré de cuenta que eso no sonó raro).

Ambos observamos las lenguas naranjas haciendo su propia danza cuando le oigo bostezar:

—¿Quieres acostarte? —Él asiente, por lo que lo "arropo", acondicionándole su almohada de hojas.

—¿Me cantas una canción?, tienes una voz bonita—. Pregunta haciéndose el niño.

Me cruzo de brazos:

—Ni lo sueñes.

—¿Y por qué lo hiciste antes?

—Porque estabas muriendo.

Piensa un momento antes de hablar:

—¿Acaso te parezco la niña de los Juegos del Hambre? —Comenta con aire dolido.

Rio fuertemente por lo que se le acaba de ocurrir.

—Ya cállate y déjame espacio.


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