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Marylin, la Magnífica: Acto II (II)

Por Metahumano


 Con los ojos bien abiertos, el grupo comenzó su marcha. Los primeros pasos fueron lentos, cautelosos, trataban de evitar que cualquier sonido atrajera a la asesina que rondaba el cementerio, aunque la horrorosa verdad que todos deseaban ignorar era que ella probablemente ya sabía dónde estaban después de todo el tiempo que pasaron gritándose entre ellos.

A pesar de haber llegado a una especie de acuerdo, la tensión en el grupo era palpable. Héctor no decía nada, pero resentía a Alexa y Marylin por haberse entrometido en su camino cuando intentaba sacarle información a Clark, y ellas dos no apartaban la vista de él, casi como si pudieran percibir sus pensamientos. Roxy, por su parte, marchaba en un sepulcral silencio no muy típico de ella y, sin embargo, su cabeza era un campo de batalla, pues esa noche había visto más allá de la fachada animada y agradable de su novio y vislumbró los ojos de un asesino.

Nate estaba al final del grupo, lo prefería así. Luego de la discusión, sus ojos se habían vuelto a llenar de lágrimas, pensaba en que jamás volvería a ver a su hermano otra vez. Finalmente, Clark, el último "miembro" de aquel dispar grupo, marchaba contra su voluntad en soledad, unos cuantos pasos por delante del resto, todavía le dolía un poco la garganta al tragar saliva, cortesía de las manos de Héctor, pero sobreviviría, como siempre lo había hecho y, una vez que escaparan de aquella pesadilla, se las pagarían.

Si bien la marcha del grupo era rápida, optaron por no correr como unos lunáticos, que había sido el primer impulso de más de uno, a lo que Nate les recordó que, fuera de Héctor, la mayoría de ellos estaban en pésimas condiciones físicas. Si la asesina aparecía y de verdad tenían que correr por sus vidas, lo mejor sería mantenerse lo menos agotados posible. Atentos a cada sonido y movimiento a su alrededor, la adrenalina de saber que eran perseguidos amenazaba con enloquecerlos.

Los haces de luz de las linternas escaneaban sus alrededores, dibujando deformes figuras al jugar con el contorno de los árboles y las tumbas, y entre todo el siniestro paisaje, Marylin percibió algo. Al principio le costó distinguirlo, no encajaba para nada con el resto del lugar, pero poco a poco la imagen fue volviéndose más y más nítida hasta que no hubo dudas. Allí, parada junto a unos árboles a unos cuantos metros de su grupo, una dama victoriana de largo vestido los observaba con tristeza, extendía su mano hacia ellos. Por un momento intentó convencerse de que se trataba de una estatua y que la mente le jugaba una mala pasada, pero pronto se percató de que, a través de ella, podía ver el contorno de los árboles a su espalda.

Aterrada ante aquella visión, Marylin dejó escapar un breve grito y soltó su linterna, cuyo foco estalló al golpear el suelo. El grupo se frenó en seco de inmediato, y todas las linternas se apuntaron hacia donde ella mantenía la vista clavada, pero solo encontraron árboles.

—Mary, ¿qué pasó? ¿Qué viste? —preguntó Alexa, preocupada.

—Había... alguien allí, una mujer...

—¿La mujer? —preguntó Nate con voz temblorosa, a lo que Marylin negó con la cabeza.

—No parecía que quisiera lastimarnos —continuó la consternada joven—. No puedo explicarlo, pero parecía preocupada... como si quisiera advertirnos algo.

—Tal vez quería advertirnos que no rompamos nuestras linternas de forma que podamos ver hacia donde mierda vamos. —Héctor hizo estallar la tensión que se venía acumulando en el grupo.

—Vamos, sabes que fue un accidente —protestó Roxy, tratando de calmar las aguas.

—Y ahora somos más vulnerables por ello —razonó Héctor.

—Es solo una estúpida luz, Héctor, vivirás —lo confrontó Alexa, poniéndose enfrente de Marylin.

Sin embargo, y para sorpresa de todos los presentes, la joven pasó por el costado de su amiga y marchó hasta pararse justo enfrente del fornido joven, que la miraba con los ojos desencajados. Temían que sus aparentes tendencias homicidas se volvieran a asomar.

—Has pasado los últimos treinta minutos tratándonos como basuras y jugando a ser el jefe, pero puedo verlo en tus ojos, debajo de todos esos músculos y ese coeficiente intelectual claramente limitado, estás tan asustado como el resto de nosotros, así que, ¿por qué mejor no cierras el pico, apuntas tu linterna a otro lado y sigues caminando?

Parecía que Héctor iba a abofetear a la joven, razón por la que su novia se apresuró a tomarlo de la mano, pero Marylin no le dio tiempo a nada, tan solo giró sobre sus talones y siguió marchando.

—Mary... —intentó detenerla su mejor amiga.

—Estoy bien, sigamos.

Alexa le permitió seguir, aún a sabiendas de que Marylin no estaba para nada bien, pero le había aprendido las mañas en sus años juntas y sabía cuándo darle su espacio, así que la miró marchar con paso acelerado hasta dejar al grupo atrás. La joven no se percató de la velocidad a la que caminaba o el hecho de que sus amigos quedaron todos atrás hasta que casi se chocó con Clark, quien, para sorpresa de todos, los esperaba un poco más delante de donde se detuvieron.

—¿Qué fue todo eso? —preguntó el oriundo de la Ciudad de la Furia, su voz aún era rasposa por el ataque que recibió.

—Héctor siendo un imbécil —replicó ella de mala gana, bajando la velocidad, pero sin detener su marcha.

—Empiezo a notar un patrón —agregó Clark, tocándose el cuello y sacándole así la primera sonrisa genuina a Marylin en horas y, para la sorpresa de la chica, también fue la primera vez que veía esbozar una media sonrisa al misterioso muchacho.

—Oye, ¿puedo preguntarte algo? —Lo miró, y notó que desvió la mirada tan pronto como sus ojos se posaron sobre él—. Dios, no quiero ni decirlo, voy a sonar como una desquiciada.

—Vengo de Krimson Hill, hace más o menos un año que están hablando de un pájaro gigante que ataca a criminales en los callejones, así que tranquila, te aseguro que escuché cosas más extrañas de lo que sea que estés por decir.

—¿Crees en fantasmas? —preguntó ella luego de debatírselo algunos segundos.

Clark miró en su dirección, pero ella se encontraba tan avergonzada por lo que acababa de decir que mantuvo la mirada siempre al frente.

—¿Por qué?

—Responde la pregunta.

—Bueno... quiero creer. —La respuesta logró que Marylin lo mirara, ahora era él quien evitaba el contacto visual.

—¿A qué te refieres?

—Solo pienso que si los fantasmas existen... esto no es todo. Hay algo más allá, una chance para que aquellos que sufren descansen... y que aquellos que hicieron sufrir reciban lo que se merecen.

—Supongo que nunca lo vi así —agregó ella, pensativa.

—Ahora te toca responder.

—Es que desde que tomamos este estúpido libro —dijo, y tocó la mochila, el libro pesaba—, siento que hay algo... alguien siguiéndome... una mujer.

—¿Y crees que la bruja salió de la tumba para atormentarte? —Marylin miró al muchacho, esperaba ver una sonrisa burlona en su rostro, pero mantenía el semblante serio y la mirada clavada al frente.

—Dios, no veo la hora de salir de aquí —comentó ella, intentando no pensar mucho en la pregunta que Clark acababa de hacer.

—Bueno, afuera no parece mucho mejor desde mi perspectiva. —Dirigió una fugaz mirada a sus espaldas, solo para comprobar que Héctor aún seguía allí, con la misma mirada asesina que le había dedicado hacía apenas algunos minutos—. Pero entiendo lo que dices, después de todo, según tus amigos estás caminando junto a un asesino.

Aquellas palabras enviaron un escalofrío por la espalda de Marylin. La breve conversación casi la hacía olvidar que estaba junto al principal sospechoso de la muerte de Eric, al menos según Héctor. Desde un primer momento le pareció que esa teoría era una estupidez, le costaba discernir qué podría motivar a Clark a tomar la vida de su amigo, mas no podía dejar de considerar que el chico de Krimson Hill no tuviera todos los caramelos en la caramelera y estuviera torturándolos por diversión.

—¿Estoy caminando junto a un asesino? —se atrevió a preguntar Marylin. Un momento de silencio le paralizó el corazón.

—Sí —respondió secamente Clark y, justo cuando ella se preparaba para correr, él continuó—. Pero no con el asesino de Eric. Maté a mi padre, en Krimson Hill. Veneno... los policías pensaron que fue un infarto y terminé en el orfanato.

Por algunos segundos, Marylin mantuvo el silencio, tratando de discernir si Clark hablaba en serio o podía empezar a distinguir una sonrisa traviesa formándose en la comisura de sus labios. Sin embargo, una sola mirada le bastó para saber que el muchacho iba en serio y, sin ninguna explicación, eso la hizo sentirse mucho más segura.

—¿Tu madre? —preguntó Marylin, las palabras salieron con torpeza de su boca.

Por primera vez, un destello de tristeza cruzó el rostro de Clark Vance, pero desapareció tan fugaz como llegó.

—Enterrada aquí. Mi padre se aseguró de ello cuando era tan solo un niño, antes de mudarnos de Londres.

De repente, en la cabeza de la joven Brightside las neuronas empezaron a dispararse, a formar conexiones que harían ver el mejor espectáculo de fuegos artificiales como un juego de niños, y la verdad se reveló ante ella de forma tan natural que tuvo que esforzarse para no darse una bofetada por no darse cuenta antes.

—Eres tú... la persona que escuchamos llorar con Alexa. —Clark no respondió, la mente de Marylin seguía trabajando—. No pudiste ser tú, la persona que mató a Eric, no a menos que estuvieras en dos lugares al mismo tiempo, te vimos justo antes de entrar al mausoleo.

—Intenté alcanzarlas para decirles que era yo, pero las perdí en aquel pasillo.

—¿Por qué me estás diciendo todo esto?

—Porque, si vamos a salir de aquí con vida, necesito alguien en quien confiar y no creo poder convencer al otro cabeza dura, así que recurro a ti.

Marylin solo pensaba en qué decir. Toda la información circulaba en su cabeza más rápido de lo que podía hablar, de forma que prefirió ordenar sus ideas antes de abrir lo que Alexa muchas veces llamaba «su gigantezca bocota». Pero el tren de pensamientos se frenó de forma abrupta sobre sus rieles cuando, a sus espaldas, los gritos de terror y el sonido de las zapatillas contra el suelo mojado empezaron a sonar.

Los dos se detuvieron en seco y se giraron para ver qué ocurría, solo para encontrar que todos sus amigos corrían hacia ellos a toda marcha, con expresiones de terror en sus rostros. Una vez que la tropilla los pasó, pudieron ver a Nate arrodillado en el suelo a unos cuantos metros, con un virote de ballesta que le atravesaba el cuello de lado a lado. No tuvieron tiempo de ver más nada, Alexa tomó el brazo de Marylin y la impulsó hacia adelante, y Clark decidió seguir a la ahora desordenada tropa que avanzaba a ciegas por el cementerio, rogando ver la salida pronto.

La tormenta había aumentado en intensidad, dificultándoles ver a tan solo unos cuantos pasos de donde estaban, pero, aun así, no se detuvieron. Sorteaban los cientos de obstáculos que el cementerio les ponía enfrente con poca gracia, pero de forma lo suficiente efectiva como para evitar ser alcanzados por la peligrosa acechadora.

Entonces empezaron a verlas, entre los árboles, luchando por abrirse paso, las luces de la ciudad les indicaban que estaban cerca de salvarse. Héctor y Roxy, que iban al frente, aceleraron la marcha, mientras que Alexa, Marylin y Clark luchaban por mantenerles el ritmo.

Deeeeeeereeeeechaaaaaa... —susurró una espectral voz al oído de Marylin, haciéndola detenerse en seco para mirar en la dirección indicada. No podía percibir nada más que oscuridad, aun así, se sentía como obligada a dirigirse hacia allí.

¡MARYLIN, TENEMOS QUE IRNOS, POR FAVOR! —rogó Alexa, pero ella no cedió ni un centímetro. Clark pronto se les unió.

—¡DETÉNGANSE! ¡NO PODEMOS IR POR AHÍ! —gritó ella, intentando advertir a Héctor y Roxy, que se alejaban cada vez más.

—Y una mierda... —masculló por lo bajo Héctor, apretando con fuerza la mano de su novia.

Pronto, la silueta de la pareja dejó de ser visible para el trío y las lágrimas empezaron a correr por el rostro de Alexa, que aún rogaba a Marylin que siguieran.

—Escúchame, no sé cómo explicarlo, pero no podemos ir por allí, vas a tener que confiar en mí, ¿está bien?

Las dos chicas se miraron a los ojos durante algunos segundos, casi reviviendo de forma acelerada todos y cada uno de los momentos vividos desde que se conocieron. Todo el cuerpo de Alexa le indicaba que huyera, pero luchó contra todas esas señales y asintió. Se limpió inútilmente las lágrimas del rostro, que pronto se vio otra vez empapado por la lluvia y habló:

—Guía el camino.

Mientras el trío retomaba su carrera, Roxy miraba hacia su espalda, percatándose de que perdieron de vista al resto de sus amigos, intentó frenarse, pero el impulso de su novio la obligó a seguir adelante mientras las lágrimas caían sin cesar por su rostro.

—Héctor, por favor, detente —rogaba, sus piernas estaban a punto de darse por vencidas.

—No podemos, no ahora.

—Los demás... ya no están —lloró su novia, antes de tropezar y caer al suelo.

Habían alcanzado un claro, de forma que la lluvia los empapaba a ese punto. Héctor se volvió y la levantó de un solo tirón, pero los pies de Roxy no se movían, casi como si le hubieran crecido raíces que la fijaban al suelo. Desesperado, el muchacho miró a sus espaldas. Las luces de la ciudad brillaban a pocos metros, ya podía distinguir el tapial que les daría su libertad si tan solo lograban aguantar unos segundos más.

—No podemos volver por ellos, Roxy —dijo él tomándola de los hombros y obligándola a mirarlo—. Pero si escapamos de aquí, podemos buscar ayuda, traer a la policía para que...

De repente, los ojos de Roxy se despegaron de la cara de su novio y se clavaron a sus espaldas al mismo tiempo que palidecía. Héctor supo de inmediato lo que eso significaba: su tiempo se había acabado.

Soltando a su novia, el fornido muchacho hizo un giro con su puño a toda velocidad. Su mano pasó a escasos centímetros de la figura encapuchada tras él, pero ella retrocedió para evitar el golpe. Con la misma velocidad, la asesina lanzó un corte con su afilada daga y abrió un enorme tajo en el pecho de Héctor, que, entre gruñidos, retrocedió.

Héctor retrocedió para recuperarse, miró su herida y luego alzó los brazos. No tenía entrenamiento formal, pero como fanático del boxeo que se desvelaba hasta la hora que fuera necesaria para ver a sus peleadores favoritos y memorizar sus tácticas, y habiendo participado en más de una pelea clandestina que forró los bolsillos por algunos días, supuso que tendría alguna oportunidad. Sin embargo, lo que tenía enfrente no era una oportunidad, sino un desafío, y su capacidad de afrontarlo determinaría si vería la luz del sol una vez más o se sumergiría en las sombras para siempre.

Un relámpago los iluminó y, si bien no pudo ver muchos detalles en el rostro de la encapuchada, pudo distinguir una sonrisa en la boca de la asesina, resaltada por el labial de un intenso negro que contrastaba con su pálido rostro.

Sin dejarse intimidar, Héctor avanzó y lanzó un puñetazo seguido de un gancho, quedando ambos en el aire, la asesina era mucho más rápida de lo que anticipó. Debió retroceder para evitar una estocada, pero no tuvo oportunidad de plantar sus pies, su enemiga seguía lanzando cortes al aire, obligándolo a volverse, hasta que estuvo con la espalda contra un árbol cercano. Un nuevo corte se acercaba con velocidad contra su rostro, pero reaccionó rápido, Héctor logró agacharse y esquivarlo. El filo del cuchillo se frenó un poco al rozar contra la dura madera y el chico vio su oportunidad. Bajando la cabeza, puso sus brazos alrededor del cuerpo de su atacante y empujó hacia adelante con todas sus fuerzas, logrando no solo forzarla a retroceder, sino también echarla al suelo.

En aquel coliseo de pasto, barro y lluvia, los puños feroces de Héctor descendieron sobre la asesina, que hacía lo mejor que podía por protegerse. Roxy miraba esperanzada como su novio descargaba toda su ira en aquella figura encapuchada, pero sus ojos se llenaron de horror al ver que ella asía de nuevo el puñal que había caído a su lado.

—¡HÉCTOR, CUIDADO! —exclamó ella, pero era demasiado tarde, la asesina logró asestar una puñalada al costado derecho del muchacho.

Con un grito de dolor, Héctor perdió el equilibrio, dándole el tiempo justo a la escurridiza asesina para empujarlo, mas el muchacho resistió y, cuando ella intentó levantarse, él le dio un cabezazo lo suficiente fuerte para enviarla de vuelta al suelo, donde quedó tendida.

Agotado, sostenía con una mano el puñal que aún seguía clavado en su cuerpo, enviando oleadas de dolor a cada paso que daba. Héctor se levantó e hizo lo posible por sonreír a su novia, en un desesperado y tal vez inútil intento por tranquilizarla. Sin embargo, aquella sonrisa en la cara de su estúpido novio la hizo olvidar por un momento los horrores vividos durante la noche, las perdidas, todo. En ese momento, Roxanne Smith volvía a ser la inocente quinceañera que siempre debió ser. Hector tendió su mano libre hacia ella, que agarró con suavidad, temerosa de que su novio no tuviera las fuerzas necesarias para levantarla. Y entonces, un silbido cortó el aire. En un pestañeo, la sangre de su novio caía sobre ella. En un principio le costó entender qué era lo que sucedía, hasta que se volvió claro: el virote de una ballesta había atravesado el cráneo de su novio, que se tambaleó durante algunos segundos antes de caer inerte al suelo.

Roxy lanzó un grito de horror que retumbó por todo el cementerio, al tiempo que veía a un segundo encapuchado pasar a su lado y dedicar una mirada despectiva al cuerpo de su novio antes de marchar hasta donde la asesina empezaba a levantarse. Intentó moverse mientras ellos le daban la espalda, pero sus piernas no reaccionaron, su cuerpo se había rendido y ahora solo le restaba esperar el final.

—Maestra, ¿se encuentra bien? —preguntó una voz familiar que heló la sangre de la muchacha.

—Me tomó por sorpresa, pero hiciste bien —dijo ella, poniéndose de pie.

—No todavía... todavía no tenemos el libro —replicó el acólito.

—Pronto. —La mujer se bajó la capucha para dejar que la lluvia lavara la sangre que ensució su rostro a raíz de la pelea—. La luna ya casi está en su punto máximo, la barrera entre nuestra dimensión y la suya se debilita. El ritual debe comenzar. Encárgate de esta, yo terminaré con el resto de tus amigos.

—A sus órdenes, maestra. —Luego de esas palabras, Eric se quitó la capucha, confirmando las sospechas de Roxy, quien no llegó a gritar antes de que el traidor se le echara encima.

A la distancia, Marylin, Alexa y Clark pudieron escuchar los gritos desesperados de Roxy y la mayor del grupo clavó la mirada en su mejor amiga. No podía explicar cómo previó lo que de seguro hubiera sido un trágico final para aquella noche, qué era lo que la empujó a detenerse y cambiar de dirección, pero estaba agradecida de haberle hecho caso.

Los tres marchaban con cautela entre las tumbas, Marylin a la cabeza, casi a la espera de una nueva señal de su "ángel guardián" que le indicara a dónde ir, Alexa siempre un paso por detrás y Clark dirigiendo constantes miradas a sus espaldas, listo para dar la señal de que debían volver a correr.

Escóndanse —ordenó la espectral voz al oído de Marylin. Esa vez se aterró aún más por lo cercana que sonó.

Sin dar explicaciones, la joven Brightside se agachó, apoyándose contra una tumba y rogando que eso fuera suficiente cobertura. Sin cuestionarla ni un segundo, los otros dos se agacharon y se acurrucaron junto a ella. Al agudizar sus oídos, pronto pudieron escuchar que alguien caminaba a su alrededor, chapoteando entre los muchos charcos que la lluvia había formado. Alexa se intentó asomar para ver mejor y, en aquel movimiento, una rama bajo sus empapadas zapatillas se quebró, produciendo un chasquido lo suficiente sonoro para lograr que quien estuviera cercándolas se detuviera.

—Sus amigos ya cruzaron el velo de esta realidad y ahora alimentan a mi maestro, que se prepara para volver a este plano —dijo la inconfundible voz femenina que escucharon con anterioridad por el comunicador—. Pero ese no tiene por qué ser su destino. Solo quiero el libro, sé que lo tienes... Marylin.

El trío intercambió miradas, no podían explicar cómo era que conocía su nombre, pero poco importaba, una opción había aparecido frente a ellos y tenían que elegir rápido.

—Ignoras el poder que cargas contigo, el poder para crear un mundo mejor, más justo, eso es todo lo que deseo —continuó la desconocida.

Alexa miró a su amiga y dijo todo sin abrir la boca. Debían entregar el libro, era su única oportunidad, sin embargo, la espectral voz que perseguía a Marylin volvió a hablar, esa vez como un grito en su oído.

¡No confíe en ella! ¡No le dé el libro!

Marylin negó con la cabeza, pero para Alexa el tiempo de razonar había llegado a su fin, tan solo deseaba volver al orfanato y abrazar a su hermana como si no hubiera mañana. Si aquella demente quería tener el estúpido libro, pues lo tendría, así que, sin más, se abalanzó sobre su amiga y tras un breve forcejeo logró quitarle la mochila. Clark intentó detenerla, pero Alexa terminó por levantarse y reveló su posición.

—¡Aquí tengo el libro! —anunció, alzando la mochila en alto—. Pero tienes que prometer que nos dejarás ir... por favor, solo... solo quiero irme de aquí.

La asesina, ahora con su rostro descubierto, tenía un cabello tan negro como su pintalabios, una piel blanca que brillaba como la luz de la luna y facciones redondas y atractivas, pero que intimidaban debido a la lunática sonrisa que exhibía.

—Por supuesto, mi niña, dame el libro y serás libre —tentó la asesina, extendiendo una de sus manos hacia Alexa.

—Alex, por favor, no hagas esto —le rogó Marylin, pero no había caso.

Alexa dirigió una última mirada al rostro de su amiga y luego metió su mano en la mochila. Alcanzó el libro de inmediato y se percató de que, a pesar de que la mochila estaba empapada, el manuscrito se encontraba totalmente seco, detalle que poco importó a la desesperada muchacha que tan solo salió detrás de la tumba y caminó hasta donde se encontraba la asesina.

Sin dejar de sonreír, la mujer tomó el libro entre sus manos y comenzó a hojearlo. Esperó mucho tiempo por ese momento, desde que ella misma era una niña y su maestro se le manifestó en sueños para dejarle en claro su destino. Desde aquel momento, sus manos se habían manchado con la sangre de muchos inocentes, pero al fin había llegado el día en que todo habría valido la pena, en la que su maestro se alzaría de su eterno letargo y haría suyo el mundo, con ella a su lado.

Sus ojos se detuvieron cerca de la mitad del libro y su dedo índice acarició las palabras allí escritas, indicaban el ritual necesario para abrir el portal y liberar a la bestia que la observaba desde la parte inferior izquierda de la hoja, dibujada con sus animalescos ojos rojos, un par de cuernos que sobresalían de su cabeza, una cabeza que no era ni humana ni de lobo, sino algún punto intermedio entre las dos y unas imponentes alas oscuras en su espalda.

—La noche te pertenece... Wolffstiloth, pronto serás libre —murmuró ella, aún acariciando las hojas.

—Entonces, ¿eso es todo? ¿Podemos irnos? —preguntó Alexa con inocencia. Marylin y Clark se habían levantado y observaban la situación con una mezcla de curiosidad y miedo.

La asesina sonrió y tendió su mano libre hasta acariciar el cabello de la asustada adolescente, por un segundo se atrevieron a tener esperanzas, Marylin rogó que la voz en su cabeza estuviera equivocada, pero muy dentro suyo supo que no era una opción. De un momento a otro, la sonrisa que exhibía la asesina dejó de inspirar confianza y sus ojos se vieron inundados de locura, al tiempo que su mano se cerraba sobre la cabellera de Alexa, haciéndola gritar de dolor.

—Dije que serías libre, y lo serás —dijo ella, jalándole aún más el pelo. El cuello de Alexa quedó al descubierto, listo para ser cortado—. Libre de esta mundana forma mortal. Tu sangre alimentará a mi maestro.

—¡SUELTE A LA NIÑA, BRUJA! —exclamó una poderosa voz espectral. Esa vez, todos pudieron escucharla.

Una intensa luz escarlata se hizo presente en el cementerio, forzando a la asesina a soltar a Alexa para poder cubrirse los ojos. Cuando la intensidad de la luz empezó a mermar, Marylin bajó sus brazos y pudo ver que, a escasos metros de donde estaban, la misma mujer en ropa victoriana flotaba a algunos centímetros del suelo y mantenía una furiosa mirada clavada en la asesina. Su cuerpo brillaba con un ligero tono celeste, y Marylin aún podía ver a través de ella.

Cuando la sorpresa inicial pasó, la asesina observó al espectro con la satisfacción de alguien que sabe que ganó.

Victoria Pembroke, me preguntaba cuánto tardarías en aparecer. ¿Estuviste acumulando fuerzas durante la noche? ¿Esperabas el momento en que estos gusanos finalmente fallaran y tu libro terminara en mis manos? —preguntó con tono burlón—. Pero sabes muy bien que no puedes lastimarme, no ahora que estás muerta. Es hora de aceptarlo, Madame, tu tiempo como Universal acabó... el de mi maestro apenas y está por comenzar.

—Todavía tengo energía para jugar a este juego, Helena Reed —replicó Victoria. Su poderosa voz envió escalofríos por la espalda de la asesina—. Pero tiene razón, no puedo quitarle el libro con mis manos... así que tendré que ingeniármelas: Laitselec oyar.

Tan pronto como el fantasma de Madame Universal hubo pronunciado aquellas palabras, un rayo cayó del cielo e impactó justo al lado de la asesina, lanzándola al suelo y haciendo que el libro volara de sus manos.

Aprovechando la oportunidad, Marylin y Clark salieron de su escondite y se acercaron a donde Alexa aún estaba tendida y aturdida por su cercanía a la explosión.

—¡Tenemos que correr! —exclamó Clark mientras ayudaba a Alexa a ponerse de pie.

¡El libro! —Victoria miró a Marylin, y la adolescente vio en sus ojos que le estaba rogando.

Mientras Helena aún se recuperaba, la carterista corrió a toda velocidad hacia el pesado tomo de hechizos. Sin embargo, tan pronto como ella lo tuvo en su poder, la asesina puso sus dos manos en el suelo y recitó:

Setnazilarap secíar.

Las raíces de los árboles cercanos salieron del suelo y se envolvieron alrededor de las piernas de Marylin, deteniendo su marcha.

Alexa y Clark se lanzaron sobre la bruja, que aún recitaba aquellas inentendibles palabras, causando que las raíces subieran más y más. Al desconcentrarla, el hechizo se detuvo, ya con las raíces alrededor de las rodillas de Marylin, que luchaba inútilmente por liberarse.

Aenatnatsni aíuqes —conjuró Victoria. Las raíces que atrapaban a la muchacha se secaron de pronto y se quebraron con facilidad, permitiéndole escapar—. ¡Huyan! ¡Yo la contendré! Sazidevom sanera.

Casi de inmediato, Alexa y Clark, que forcejeaban con Helena, empezaron a notar como el suelo debajo de ella empezaba a hundirse, tragándola poco a poco, y supieron que aquella era su señal para retirarse. El trío de adolescentes se reunió y corrieron de nuevo para alejarse lo más posible de aquel inexplicable evento que presenciaban.

Helena Reed luchaba con todas sus fuerzas por escapar, pero con cada movimiento parecía ser tragada con mayor velocidad. Ya le costaba mover las piernas y las manos, pronto la tierra cubriría su pecho y le impediría respirar de forma adecuada, debía actuar rápido.

—Sus simples trucos de salón podrán bastar para aterrar a un grupo de jóvenes impresionables —dijo Victoria con una sonrisa en el rostro, flotando hasta donde su enemiga se hundía—, pero frente a una Universal no es usted más que una bruja básica, darling.

Madame Universal observó con satisfacción como Helena desaparecía entre el césped del cementerio, ya solo unos pocos rastros de su cuerpo permanecían sobre tierra, pero entonces en su boca se dibujó una sonrisa, y Victoria supo que su oponente tenía un haz bajo la manga.

Lautiripse azeipmil —murmuró la asesina, dejando escapar su último aliento.

Un estallido de luz se extendió desde su posición en forma circular y alcanzó a Victoria, quien, con un grito de dolor, se desvaneció en la luz. El hechizo lanzado por Madame Universal se deshizo, y Helena aprovechó para liberarse. Tenía unos pocos minutos de ventaja antes de que la Universal consiguiera regresar a través del Plano Astral, debía hacerlos contar, así que se puso de pie y reanudó su persecución de los elusivos adolescentes.

Tan solo unos pocos minutos después, distinguió sus siluetas saltando por encima de las tumbas, se dirigían hacia los árboles. Su tiempo se acababa, si se atrasaba, aunque fuera un minuto, con el ritual, pasarían otros 500 años antes de que su maestro pudiera ser despertado. Tenía que actuar, y rápido. En acopio de todas sus energías, Helena Reed se arrodilló y clavó sus manos en la tierra húmeda del cementerio.

Saciteleuqse sonam —gritó a viva voz.

Tan pronto como pronunció aquellas palabras, una energía verde flúor pareció infiltrarse en la tierra y se expandió como si de venas se trataran, iluminando el cementerio. A medida que avanzaba, los brazos de los allí enterrados surgieron de la tierra. Los adolescentes percibieron el fulgor a sus espaldas, pero siguieron su marcha, al menos hasta que Clark pareció tropezar y caer de fauces. Alexa y Marylin se voltearon y observaron aterradas una mano esquelética, con tan solo unos pocos rastros de carne, envolverse alrededor del tobillo de Clark, negada a dejarlo ir.

—¡Salgan de aquí! —les rogó Clark cuando las chicas intentaron liberarlo.

Sin embargo, no tuvieron oportunidad de hacerlo, unos nuevos brazos se abrieron camino entre la tierra y las sujetaron a ellas también, logrando que Marylin soltara el libro de hechizos. Con horror, los tres observaron cómo la asesina marchaba hacia ellos y, a medida que se acercaba, los infernales brazos que habían brotado del suelo se hacían a un lado para despejar el camino de su siniestra maestra.

«Escúcheme bien, little one, ya casi puedo volver, pero, si quiere salvar a sus amigos, repita después de mí... Abmut al a sotreum», la voz de Victoria Pembroke volvió a sonar en la cabeza de la adolescente.

Marylin miró a su alrededor, sus amigos aún luchaban por liberarse, mientras que una sonrisa volvía a dibujarse en el rostro de la bruja al tiempo que alzaba el libro del suelo. No podía explicarlo, pero podía sentir al espectro de Victoria a su lado, dándole fuerza, energía, aunque no podía verlo. Ante aquella desesperada situación, Marylin tomó una bocanada de aire y dejó las palabras fluir con furia.

Abmut al a sotreum.

De inmediato, la bruja alzó la vista, pero era muy tarde, los brazos de los muertos que conjuró volvieron bajo tierra con rapidez. Toda la furia de Helena Reed se concentró entonces en Marylin, que por su parte no sabía qué hacer.

—Interrumpes en mis planes por última vez, insolente mocosa. Victoria Pembroke te habrá ayudado, pero no podrá salvarte.

Helena tomó su daga y, sin dudarlo un segundo, la arrojó contra la adolescente, que tan solo atinó a cerrar los ojos y esperar su final, mas lo único que escuchó fue un golpe seco y a Alexa gritando aterrada. Al abrir sus ojos, Marylin se encontró con que Clark se había parado delante de ella, justo a tiempo para recibir el ataque. Las piernas del muchacho flaquearon y se dejó caer hacia atrás, Marylin tuvo que reaccionar rápido para sostenerlo.

—¡Clark! ¡Clark! Por favor, mírame... —decía ella mientras le sujetaba la cabeza.

La sangre brotó de la boca de Clark, temblaba impetuosamente, aun así, el chico extendió su mano hacia ella.

—De-deténla... —murmuró con un sonido húmedo a medida que su garganta se inundaba de sangre.

Alexa y Marylin lloraban desconsoladas mientras veían la vida escapar de los ojos de aquel misterioso muchacho de Krimson Hill, y cuando el último suspiro escapó de su cuerpo, volvieron toda su furia hacia la bruja que les sonreía.

—Un tierno sacrificio, pero inútil en última instancia. Entréguense a mi maestro, conviértanse en su alimento, y me aseguraré de que su muerte sea rápida.

—Vas a pagar por esto... —replicó Marylin.

—Puedes mentirte cuanto quieras, pero me cansé de jugar a este juego... Latot sisilárap.

De repente, tanto Marylin como Alexa se quedaron congeladas en el lugar, incapaces de reaccionar mientras la bruja se acercaba más y más a ellas. Helena volvió a posar sus manos sobre la mayor y le vertió en la boca un líquido que sacó de debajo de su túnica.

—¡Alexa! ¡No! —exclamó Marylin, aún luchando por liberarse del hechizo de la bruja.

Los ojos de su amiga fueron cerrándose poco a poco y, al cabo de unos segundos, Alexa Flowers cayó al suelo. Marylin la observó, su pecho aún se movía con suavidad, respiraba.

—Oh, no pensaste que las privaría de ver la llegada de mi maestro, ¿verdad? Su sangre, aún tibia, será la que abrirá el portal y el primer alimento que mi maestro degustará de este lado del velo.

Dejando de lado a Alexa, Helena sacó un nuevo vial del misterioso líquido y marchó hacia Marylin.

«Espere hasta que esté a su lado y pronuncie estas palabras: Arodagec zul. Luego tome el libro y corra», le ordenó Victoria al oído, ella intentó contestar, pero la espectral hechicera se le adelantó y le aseguró: «Volveremos por su amiga, darling, pero necesitamos el libro».

Haciendo lo posible por mantenerse tranquila, Marylin clavó su mirada en los ojos malvados de la bruja, que ya le empezaba a inclinar el diminuto frasco hacia la boca.

¡Arodagec zul!

De inmediato, de su cuerpo se extendió una poderosa luz blanca que le hizo perder la concentración a Helena y la obligó a retroceder. Sintiendo que el hechizo que la retenía se debilitaba, Marylin luchó hasta que pudo moverse y, sin dudarlo un segundo, arrebató el libro de las manos de la bruja y se echó a correr hacia el bosque tan pronto como lo tuvo en su poder.

Helena Reed gritó con la furia de mil demonios, mientras lanzaba inútiles y desesperados manotazos a su alrededor con la esperanza de atrapar por casualidad a la escurridiza ladrona. Su vista volvió poco a poco, y pudo distinguir una figura oscura que se dirigía hacia ella.

—¡Maestra! ¡Maestra! —exclamaba Eric, mientras sujetaba a Helena para evitar que tropezara y cayera—. ¿Lo tiene? ¿Dónde está el libro? ¿Y Marylin?

De repente, la mano de la bruja se cerró sobre la garganta de su aprendiz, podía sentir sus largas uñas clavándosele en la piel. Al cabo de unos segundos, al ver que la piel de Eric se tornaba roja por la falta de oxígeno, Helena lo empujó y lo soltó, causando que cayera de forma patética al suelo.

—Ella lo tiene —masculló entre dientes, dirigiendo una mirada furiosa hacia el oscuro bosque—. El ritual... ¿está todo listo?

—Todo está acorde a sus órdenes, maestra —respondió el humillado muchacho, arrodillado a sus pies—. Recuperaré el libro, y se lo traeré, lo prometo.

—Déjalo, ella nos lo traerá. Tenemos todo lo que necesitamos para comenzar. —Helena sacó la hoja que había arrancado del libro mientras las adolescentes lloraban a Clark, en la cual se especificaban las indicaciones para el ritual.

—¿Maestra? —preguntó Eric, confundido.

—Arrastra a la chica hasta el altar. El ritual comienza ahora mismo. 


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