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Cuando tenía sesenta y dos años, decidí ordenar el abandonado ático de nuestra casa.
Entre cientos de cajas, estantes y mochilas, encontré una foto que no había visto desde que tenía diez años.
Felix y yo aparecíamos abrazados en mi fiesta de cumpleaños número seis, sonriendo frente a la mesa llena de dulces. Yo iba vestido de Iron Man y Felix traía una adorable blusa de Pororo y unos jeans con brillos. Lo mejor de todo era su sonrisa, su lengua asomándose entre sus dientes.
Aunque aquel espacio había cerrado, Felix nunca había dejado de sonreír así.
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