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Cuando tenía cincuenta y seis años, la menor de nuestros hijos se fue a la universidad.
Felix y yo paramos en la puerta y observamos el auto alejarse hasta que se convirtió en un pequeño punto a la distancia, y luego desapareció.
Cuando volteé a verlo, él tenía lágrimas en los ojos.
— Eso fue todo — susurró con la voz entrecortada —. Crecieron, Chan.
Le di mi mano y juntos entramos a nuestra casa.
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